La sonrisa del Joker, el MVP de la NBA
Esta es la historia de la gran estrella de los Nuggets de Denver: Nikola Jokic, el serbio por el que antes nadie apostaba un centavo. Así se convirtió en uno de los mejores jugadores del mundo.
Fernando Camilo Garzón
Nikola Jokic nunca fue una promesa. Llegó a la NBA en 2014 desde el draft, pero siendo la elección 41. Nunca cargó grandes expectativas sobre sus hombros. Por lo menos, externas, porque él, con una capacidad de reinvención apabullante, sí entendía que tenía con qué aspirar a ser leyenda de la liga de baloncesto más importante del mundo. Quería cumplirle a los que habían confiado.
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Nikola Jokic nunca fue una promesa. Llegó a la NBA en 2014 desde el draft, pero siendo la elección 41. Nunca cargó grandes expectativas sobre sus hombros. Por lo menos, externas, porque él, con una capacidad de reinvención apabullante, sí entendía que tenía con qué aspirar a ser leyenda de la liga de baloncesto más importante del mundo. Quería cumplirle a los que habían confiado.
Llegó a Estados Unidos desde Serbia, aunque nació en la extinta Yugoslavia, en una ciudad de 51.000 habitantes llamada Sombor. Jokic hace parte de esa camada de deportistas, como Luka Modric o Novak Djokovic, que crecieron en medio de bombardeos por los conflictos yugoslavos que desembocaron en la disolución de toda una nación.
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Y es parte de esa estirpe de atletas superdotados, más que por un físico demoledor, por su capacidad técnica diferencial. Nikola Jokic podría ser un jugador de otros tiempos. Actualmente, en la NBA, es el principal candidato en la carrera por el MVP (jugador más valioso, por sus siglas en inglés) de la temporada, premio que ya se llevó dos veces al hilo en las últimas campañas y que solo ha sido ganado en tres oportunidades de forma consecutiva por leyendas de alto calibre como Larry Bird, Wilt Chamberlain o Bill Russell. Ni siquiera Michael Jordan (MVP en el 88, 91, 92, 96 y 98) tiene esa marca, de ese tamaño podría ser la gesta.
Pero si bien podría ser un gran jugador de antaño, por equipararse a nombres de tal envergadura, o por sus características físicas, un pivote alto con capacidades para ser demoledor en la pintura, Jokic destaca, precisamente, por su evolución. Porque ha llevado las características de su posición a otro nivel y porque ha conseguido ser el mejor jugador del mundo, en la era de la velocidad, los triples y el juego perimetral.
Nunca fue el héroe prometido, pero siempre tuvo capacidad de reinventarse. Desde pequeño, cuando no se esperaba nada de él. Era un niño con sobrepeso, “el gordito” con talento, amante de la gaseosa, los caballos y el fútbol.
El baloncesto era una entretención, no lo veía como un futuro porque no pensaba en ello. Más allá de que su propia familia, junto a entrenadores y compañeros, se asombraban de su calidad. Pero, a Jokic no le importaba eso, él sonreía con la pelota en las manos, era feliz jugando, no esperaba otra cosa.
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Fueron sus hermanos quienes le hicieron darse cuenta del “clic”, cuando, con 18 años, en Serbia le ofrecieron su primer contrato profesional. Jokic tenía dudas, sus hermanos, no. La cancha le quedaba pequeña, tanto que estuvo a nada de que lo comprara el Barcelona con apenas pocos partidos en la liga del país de la península de los Balcanes. Pero, la indecisión de los españoles dañó el negocio. Menos mal, porque al año lo llamaron desde Denver.
Ellos confiaron. Los Nuggets vieron algo que los demás no, y le dieron el cupo 41, con 19 años, en el draft de 2014. Siete años después, el europeo se convirtió en el MVP con la elección más lejana en el draft. Ahí empezó a asegurar su nombre en el Salón de la Fama. Una apuesta que podría cambiar la historia del equipo de Colorado, que confía en el serbio para ganar el primer anillo de la NBA en su historia.
En Jokic, la estrella que nunca fue promesa, reside la ilusión de Denver para gritar campeones por primera vez.
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La sonrisa del MVP: ¿por qué Jokic es el mejor del mundo?
Hoy, Nikola Jokic es el mejor basquetbolista del mundo. Cuando llegó a la liga, la desconfianza a su proyección estaba relacionada con sus características físicas.
Un jugador así de alto, pero tan endeble, no podía aspirar a mucho más que a ser rotación de los Nuggets. A pesar de su cambio físico, seguía siendo gordo. Era lento y se veía pesado sobre el maderamen. ¡Y no saltaba! ¿Qué futuro podía esperarle?
Sin embargo, demostró su valía desde temprano. A pesar de tener todo en contra, aparentemente, sus números descollaban. Tenía una media tiro envidiable, un promedio de asistencias muy por encima de los demás. Era bueno en defensa, inteligente en el juego y hábil sobre la cancha. Tal vez, no era el más elegante, pero sí era de los más efectivos.
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La clave de Jokic siempre fue su técnica. Sus números, temporada tras temporada, fueron en aumento. Con una ventaja además, y es que nunca disminuyó su tiempo de juego porque nunca lo perjudicaron las lesiones. Con la mejoría en el rendimiento llegó la puesta a punto en el aspecto físico y, a medida que mejoró su alimentación y su entrenamiento, el serbio se hizo incontrolable en la cancha.
Nikola Jokic no necesita correr, ni deslumbrar con asombrosos mates. No se abastece de su físico más que de su cabeza. De su juego de pies y su entendimiento de los espacios saca sus ventajas. Por eso, brilla como anotador al mismo tiempo que en las asistencias y los rebotes. Esta temporada, hace un mes, superó la marca de los 100 triples dobles, la máxima estadística parta medir la influencia de un jugador en todos los aspectos del baloncesto.
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Jokic hace parte de la generación de europeos que se han visto beneficiados por la globalización de la NBA. Los talentos que no se pierden en el Viejo Continente y que hoy en día dominan la liga desde muy jóvenes. Si bien antes estuvieron los Gasol, o Tonny Parker, Peja Stojakovic o Drazen Petrovic, el reinado de Europa en la liga estadounidense empezó verdaderamente con el más grande de todos en tierras europeas: el alemán Dirk Nowitzki. Tras sus gestas en los Dallas Mavericks se abrieron puertas para que desde Grecia, Eslovenia o Serbia llegaran jóvenes prodigios como Giannis Antetokounmpo, Luka Doncic o el mismo Nikola Jokic, respectivamente.
Y con la apertura, la NBA ha permitido que esa influencia no permita que se olvide el baloncesto más puro. El de los hombres altos, que dominan la pintura. Portentos físicos, que, adaptados, también controlan el triple y el perímetro. Y Jokic es el estandarte de esa corriente.
Él se sigue divirtiendo en la cancha, no olvida esos primeros años, en los que el baloncesto era más excusa que motivo. Y cuando el Joker sonríe, la NBA tiembla.
Ahora, como toda leyenda, sus números, sus estadísticas y su continuidad en la élite empiezan a hacer que las exigencias de un título se vuelvan constantes. Jokic está obligado, como lo estuvo incluso Antetokounmpo hace un par de temporadas con los Bucks, a coronarse para inscribir su nombre en la historia.
Este año, Denver, a un paso de las semifinales de conferencia, es uno de los grandes candidatos para llegar a la final.
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Sin embargo, aunque no lo lograra en esta temporada, parece una cuestión de destino, por obra de su talento, pensar que algún día Nikola Jokic le llevara ese anillo a los Nuggets. El tiempo dictará justicia sobre su legado, mientras el Joker seguirá dando cátedra cuando sonríe sobre la pista.
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