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Moisés Fuentes recuerda sus primeros contactos con el agua y se ríe recordando su “nadado de río”; chapuzón, brazada corta y el pecho y la panza tirando para arriba, intentando que el cuerpo no se hundiera. Jugaba a la lleva con sus hermanos mientras nadaba y exploraba el campo en el Valle de San José, Santander, municipio del que es oriundo y donde aprendió a sonreír, a ser feliz.
Fuentes nació en una casa en la que no se esperaban más hijos. Sin embargo, a los pocos meses de nacido, uno de sus hermanos mayores se murió ahogado en un accidente y por eso, para intentar superar el dolor y la pérdida, sus padres decidieron agrandar la familia.
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Era difícil imaginar que 47 años más tarde ese nuevo hijo, Moisés Fuentes, se convertiría en uno de los deportistas paralímpicos más representativos de la historia del país. El hombre que abrió las puertas para que llegara la generación más laureada del paralimpismo colombiano, que hizo historia en Tokio 2020. Por eso, entre otras cosas, El Espectador y Movistar decidieron celebrar, en vida, la obra y trayectoria del santandereano, ícono del deporte nacional y ejemplo para los atletas que vienen.
Fuentes, además de triunfar en sus más de veinte años de carrera deportiva a escala nacional e internacional, tiene en su haber un registro sin precedentes, que ningún otro deportista colombiano tiene en su palmarés: cuatro medallas consecutivas en los Juegos Paralímpicos.
Rubén Blades, en una de sus obras cumbres, Maestra vida, acuñó una frase que puede reflejar la tenacidad con la que Moisés Fuentes labró su camino: “Maestra vida, camara’, te da, te quita, te quita y te da”.
Era el 13 de octubre de 1992. Moisés Fuentes había ido a Santa Marta a visitar a Rodrigo, su hermano mayor, que estaba teniendo problemas con los paramilitares porque se negaba a pagar la vacuna que le exigían. “Él decía que no les iba a dar la plata y se confió de que ellos no le iban a hacer nada. Le restó importancia al asunto”, recuerda el medallista paralímpico. Moisés y su hermano iban caminando por las calles de la capital de Magdalena cuando vieron a unos tipos que les despertaron sospecha al final de la cuadra. Entraron rápido a un local, buscando un refugio que no encontraron. A Rodrigo lo mataron a sangre fría y con Moisés estuvieron a punto de hacer lo mismo. Una de las balas se le incrustó en la médula espinal, provocándole paraplejia, lesión medular completa a nivel T9-T10. De ahí, quedó en silla de ruedas para siempre y con un dolor en su corazón que lo llevó a intentar quitarse la vida en varias ocasiones.
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La pena le dejó un vacío insoportable. Parecía que la vida había perdido todo el sentido. No veía el norte, pero le tocó aprender a volver a vivir. Fuentes dice que lo que lo sacó de ahí fue el deporte, el darse cuenta de que solo en sus manos tenía la posibilidad de superarse, que debía ser él quien tenía que retar a la vida para que le diera todo lo que le había quitado.
Empezó con el baloncesto en silla de ruedas, pero fue con la paranatación con la que volvió a encontrar su sentido. Y fue por azar, una vez que en un torneo que organizaban las Fuerzas Militares se abrió un cupo para participar en la piscina y él, sin miedo, se lanzó al agua. Y, en cierto sentido, más que un comienzo, se sintió como un regreso. Como volver al pueblo natal, ese sobre el que compuso Jairo Varela. Fue como llegar de nuevo al Valle de San José para darse los chapuzones de río con los que aprendió a nadar y supo lo que era sentirse feliz.
Por eso, le apasiona tanto la piscina, su deporte y la posibilidad de sentirse útil, capaz y el mejor en lo que hace. Después de muchos intentos y frustraciones, como la que vivió en Atenas 2004, Juegos Paralímpicos en los que se creía favorito, en Beijing 2008 tuvo su revancha y consiguió su primera medalla. Fue de bronce en los 100 metros de braza categoría SB4, prueba que domina como pocos. Dice que cuatro años después llegó el título más especial de su carrera: la presea de plata en Londres 2012, el año en el que mejor se ha sentido dentro del agua. Después vino otro bronce en Río 2016 y un nuevo subcampeonato paralímpico este año, en Tokio 2020.
En su voz se siente el empuje que le permite seguir pensando que su gran deuda, la medalla de oro, todavía puede ser saldada en París 2024. Sabe que puede conseguirlo porque mira para atrás y tiene argumentos para decir que todavía le queda leña por cortar. “Muchas veces pienso en mis compañeros, los que abandonaron la natación y el deporte porque todo era muy difícil, y me siento orgulloso de lo que he logrado. Por mí, por mi departamento y por mi familia”.
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Un sentimiento que, en la gala del Deportista del Año 2021, mientras recibía el reconocimiento a la vida y obra, supo resumir a la perfección. En sus palabras se reflejó su superación y el reto que supuso aprender a vivir de nuevo: “Cuando ocurrió mi accidente y bajé del aeropuerto en Palonegro, en Bucaramanga, mi familia, sin saber bien qué pasaba, contrató un carro funerario. Yo estaba muerto. Dieciséis años después, en 2008, cuando gané la medalla en China, llegué al mismo aeropuerto, pero esa vez bajé en carro de bomberos. Y fue en ese momento cuando dije: ‘Sí, mi vida ha cambiado, estoy vivo de nuevo’”.