Las lecciones de la boldenona a Robert Farah

“No volveré a comer carne: es una ruleta rusa”, dice el tenista vallecaucano. Habló de sus momentos difíciles, de las personas que lo levantaron, pero sobre todo del nuevo lente con el que ve su vida. Entrevista.

Thomas Blanco - @thomblalin
06 de marzo de 2020 - 04:13 a. m.
Robert Farah está listo para la serie ante Argentina, en un año en el que su objetivo es la participación en los Juegos Olímpicos.   / Juan Camilo Pérez - Fecoltenis
Robert Farah está listo para la serie ante Argentina, en un año en el que su objetivo es la participación en los Juegos Olímpicos. / Juan Camilo Pérez - Fecoltenis
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Si algo aprendió Robert Farah en los últimos meses es que la vida, en sus picos altos, te hace creer autosuficiente, al mando, dueño de cada detalle. En la cima de los dobles masculinos del tenis, con ese cachetadón que sufrió con el analítico adverso por boldenona, todo se esfumó. Y de repente se dio cuenta de que hay cosas, casi todas, que no dependen de ti. El mundo es más grande que uno, así a veces se nos olvide. 

El correo electrónico lapidario con una suspensión provisional por un delito que, al parecer, no cometiste. El dedo de varios juzgando, dudando de tu credibilidad, de tu profesionalismo. Los nebulosos precedentes de los demás deportistas que sufren el mismo suplicio. Y que te corten los brazos: no poder hacer tu trabajo, en el que el escalafón te cataloga como el mejor del planeta. 

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La tormenta, consumada. Está escampando: sobre todo en la selección colombiana, que se medirá este viernes y sábado ante Argentina en un sueño por estar en la fase final de la Copa Davis, que se disputará en noviembre en Madrid. Al lado de sus hermanos, con los que creció desde niño en una casa del Equipo Colsanitas en el norte de Bogotá. Con Santiago Giraldo, Alejandro González, Juan Sebastián Cabal —el hermano del alma— y Alejandro Falla —el hermano mayor de todos ya en la piel de capitán. Un capítulo oscuro que quedó como una anécdota, como una lección para su cotidianidad en el deporte, también para la vida misma. 

“Te hace apreciar lo que tenías y cambias la perspectiva de la vida. Porque uno entiende que nada es garantizado y te pueden quitar las cosas de las manos de un momento a otro”, reconoce Robert en entrevista con este diario. “Y uno entiende que hay cosas más importantes que tu carrera. Uno está sumergido en lo que hace, solo piensa en eso, pero cuando lo pierdes ves otras realidades. La salud, la familia, sigues siendo una persona afortunada. Es ver lo positivo en medio de lo negativo, con el vaso medio lleno”, añade.

Y Juan Sebastián Cabal, su compañero en las buenas, en las malas, lo complementa. “Como amigo siempre estuve ahí, apoyando, investigando. Nos dimos cuenta de que hay muchas cosas que no dependen de ti, toca ir día a día haciendo lo que más puedas para que dependan de ti. Fieles a la voluntad de Dios y aceptando de la mejor manera las que no”. 

Le sabe la boca a un pedazo de carne, pero no volverá a comerla. “Uno queda paranoico. Me moriría por comerme una carne, claro, me gusta mucho, pero es jugar un poquito a la ruleta rusa y arriesgar la carrera de nuevo. Cuando ya no me hagan exámenes me comeré todas las carnes del mundo”, dice Robert. 

En el deporte, defenderse de una acusación de dopaje es uno de los procesos más asfixiantes y desgastantes para cualquiera. Por eso hay quienes, inocentes, deciden dar un paso al costado y no tratar de demostrarlo. Pensamiento que nunca pasó por la cabeza de Robert. 

“No, desde el principio quería luchar, más allá de volver o no. Está la cuestión de mi legado e imagen, eso significa todo para mí. Iba a luchar por desmentir que era un dopaje y que en verdad era una contaminación que le puede pasar a cualquiera. Y siendo testigo de que no es un proceso fácil, muy costoso, en el que hay muchos que se rinden”. 

El hombro más importante en todo este proceso fue el de la golfista española Belén Mozo, su prometida. Cuando la motivación para levantarse a entrenar había llegado a su fecha de caducidad, vislumbraba un futuro que no se ve, gaseoso. “Me sacó de momentos muy oscuros, cuando las cosas se veían muy negras, y me mostró la luz”.

Una vez que reunió las pruebas de su defensa, luego de que sus abogados llegaron a la parte más baja de la cadena de eslabones del suministro de carne, tuvo paz, a pesar de todo. Y llegó Yefrey Vergara, su preparador físico, a ponerlo a punto. “Dejé todo en mano de los abogados y de Dios. Volví a entrenar, a lo mío, a mi salsa. Yef llegó a Pereira y me acompañó. Para mí, el entrenamiento, más allá de una meta, es salud, y lo iba a hacer pasara lo que pasara. Salía a entrenar pensando que algún día iba a salir adelante”. 

Un año especial para ambos, que tiene el condimento adicional de representar al país en los Juegos Olímpicos de Tokio. Pero ellos siguen fieles a su filosofía: el día a día. “Vamos a asumir ese reto igual que siempre: trabajando, mejorando, con sed de triunfo, pero paso a paso. Por ahora tenemos el chip en el presente, en la Copa Davis. Disfrutando el momento, controlando lo que se puede controlar”, dice Cabal, quien reconoce que está en el mejor momento de su vida. “Estamos en la cima, soy feliz en lo que hago, con mi familia, con mi hijo. Y en mayo viene otro en camino: Juan Martín”. 

Conscientes, en tono desprendido, le entregaron a Dios este oscuro capítulo titulado boldenona. Con serenidad para aceptar las cosas que no podían cambiar, con valor para cambiar las que sí podían, pero sobre todo, con la sabiduría para reconocer la diferencia.

Thomas Blanco Lineros- @thomblalin

Por Thomas Blanco - @thomblalin

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