Las medallas olímpicas que las pesas le prometieron a Colombia
Así se vivieron los dos podios en París en el levantamiento de pesas. Una era cantada, pero la otra fue una sorpresa. Se ajustó la caja colombiana en los Juegos.
Fernando Camilo Garzón
Mari Leivis Sánchez no conocía el peso que le dio la plata ayer en los Juegos Olímpicos de París 2024. Nunca había levantado los 145 kilogramos del envión que la pusieron en el segundo lugar. Es más, ni siquiera sabía que ese era el peso que tenía la barra. Inocente levantó el elemento. No importó. Tenía la convicción de que ese impulso le cambiaría la vida.
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Mari Leivis Sánchez no conocía el peso que le dio la plata ayer en los Juegos Olímpicos de París 2024. Nunca había levantado los 145 kilogramos del envión que la pusieron en el segundo lugar. Es más, ni siquiera sabía que ese era el peso que tenía la barra. Inocente levantó el elemento. No importó. Tenía la convicción de que ese impulso le cambiaría la vida.
Minutos después de haber logrado su gesta lo confesó. Antes de salir al escenario, con el bronce en el bolsillo, pero con la chance de hacer historia, le preguntó al profe Luis Arrieta cuánto tenía la barra. El estratega, no obstante, le negó la respuesta. “Eso no importa. ¡Hágale, Mari! Hágalo por su hijo”. Allá entró, con la mirada seria. En la bajada, la pesa pareció ganarle el juego, pero no se dejó vencer. Respiración profunda, mantuvo la calma. El silencio en el coliseo era ansioso y desesperante. Sánchez levantó la barra, directo a los hombros, y después, en una exhalación, ya la tenía arriba. Tres segundos más tarde, celebraba Colombia.
Fue un deja vú instantáneo. Dos horas atrás, el país ya había festejado con Jeison López, uno de los atletas más esperados, que ganó otra plata en los 89 kilogramos.
En entrevista con El Espectador, Sánchez confesó que el ejemplo de Jeison López le dio fuerza. Pensó en él, en la plata que él chocoano logró en el turno anterior al de ella en el mismo día: “Le metió muy duro y me hizo pensar que era posible. Salí tranquila a conseguir ese último levantamiento. Menos mal, las cosas se dieron”.
López estaba en las cuentas de todos, pero Sánchez fue una absoluta sorpresa. Luis Javier Mosquera lo advirtió el día anterior. “No la nombran, no la tienen en cuenta y tengan cuidado con ella. Todos queremos ver a Jeison y la va a romper, pero Mari también. Los va a sorprender a todos”. Más que advertencia, las palabras del doble medallista olímpico se convirtieron en una premonición. La pesista de Turbo (Antioquia) de 34 años poco aparecía en el panorama. Las lesiones, la irregularidad y, sobre todo, sus competencias previas no la hacían candidata a medalla. Pocos la tenían en cuenta porque, además, como levantadora de pesas, su camino empezó tarde. Primero, fue luchadora olímpica. “Creo que no me iba muy bien ahí, así que me pasé a las pesas y fue la mejor decisión para mi carrera”, aseguró.
“Nunca prometí esta medalla porque Mari fue de menos a más. Sus marcas siempre fueron mejorando y sabíamos que podía darnos esta sorpresa. Hoy estamos felices porque está viviendo este sueño. Nos vamos arrepentidos porque queríamos irnos con cuatro medallas, pero las pesas, una vez más, le respondieron al país”, explicó el entrenador Luis Arrieta.
La gesta de Goku López
Horas antes de Mari Leivis Sánchez, Jeison López también coronó su hazaña. No supo bien cuando se quebró. Cuando las lágrimas, incontenibles, empezaron a caer. Todo fue confuso después del último intento que tenía en el envión, el que le dio la medalla olímpica. Jeison López sabía que tenía su consagración en sus manos y los 210 kilogramos, con los que consiguió un total de 390 kilos levantados, eran el último paso para la cima prometida. Estaba ansioso antes de saltar a escena, pero se forzaba a mantener la calma. Y en esa serenidad llegó el éxtasis.
Confesó, minutos después, ya con la plata en el cuello, que ese fue uno de los principales consejos que le dio Luis Javier Mosquera; cabeza fría y nervios templados. No dejarse comer por el escenario. Entender el momento y manejarlo con paciencia. “Si hay una persona a la que escucho es a él. No todos tienen esa ventaja tan grande, la de tener a un doble medallista olímpico dándote consejos al oído. Lo aprovecho y le agradezco, él sabe que es mi pana y que lo quiero mucho”, le dijo a El Espectador una vez consiguió la medalla.
Cuando Mosquera se le acercó en plena zona mixta, otra vez llegó el llanto. No se habían visto desde que se subió al podio y entonces el nuevo medallista se le lanzó al pecho. Mientras lo abrazaba, le decía, desconsolado: “Gracias por todo. Esto te lo debo a vos… te lo debo a vos. Gracias, manito. De ti he aprendido mucho”.
Fue una tarde demasiado emocional para Jeison López, que se desbordó muchas veces más; al saberse ganador, al subirse en el podio, al hablar con su mamá, al recordar sus orígenes y también al hablar de su Chocó, la tierra de la que fue desplazado y de la que tuvo que huir hacia Cali, el hogar que lo formó, lo financió y le dio posibilidades de aspirar a ser deportista profesional.
“Soy orgullosamente chocoano, netamente campesino. Me emociona pensar en ese niño que tuvo que salir de su tierra hace 12 años. Hoy le diría que estoy orgulloso de lo que logró, de los valores que el campo le enseñó”, dijo.
Tenía 12 años cuando empezó a levantar pesas. Su papá no tenía dinero para sustentar su talento y entonces, después del colegio, empezó a vender dulces en una choza en Cali para poder reunir los $3.000 que le costaban los pasajes del bus que lo llevaba al entrenamiento. Por su fuerza descomunal, y el cabello largo de esos años, los amigos con los que se formó en el gimnasio, Luis Javier Mosquera y Andrés Mauricio Caicedo, empezaron a llamarlo Goku. Y como Kakaroto, el personaje de Akira Toriyama que llegó a la Tierra desde el planeta Vegeta, el chocoano se convirtió en un prometido. Uno de los elegidos de las pesas colombianas para renovar la historia de gloria olímpica de las últimas décadas. Hoy, López puede decir que cumplió. En sus lágrimas, de hecho, se vio la verdadera liberación de su peso. Se quitó la presión de poder cumplir su sueño.
Coronada la gesta, tras bambalinas, el medallista se quedó a observar a Mari Sánchez. Él también había augurado el batacazo. Y cuando se encontraron, en el abrazo, a los dos también se les soltaron las lágrimas. Se miraron, felices, y chocaron sus medallas. Él llevaba un sombrero vueltiao. Ella las trenzas que decoraron su cabello en la noche inolvidable. Llegaron a París con un sueño y volverán a Colombia cada uno con una medalla, la cima olímpica, la promesa que las pesas no le fallan al país desde Sídney 2000.
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