LeBron James: los “imposibles” del rey del baloncesto
La estrella de Los Ángeles Lakers, con 38.390 puntos, desbancó el récord del legendario Kareem Abdul-Jabbar y se convirtió en el máximo anotador de la NBA. La historia de uno de los mejores basquetbolistas de todos los tiempos.
Fernando Camilo Garzón
Suspendido en el aire, LeBron James volaba mientras el público en el estadio de los Ángeles se paraba para festejar —mucho antes de que soltara la pelota e incluso antes de que diera el salto que le dio el récord absoluto— al máximo anotador en la historia de la NBA. Contra Oklahoma City Thunder, era el partido de los 36 puntos, la marca para alcanzar el hito, que terminaron siendo 38. Fue el juego de los 38.390 puntos, que desbancaron el acumulado de otra leyenda, Kareem Abdul-Jabbar, que, cuando se despidió del baloncesto en 1989, había hecho un total de 38.387.
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Suspendido en el aire, LeBron James volaba mientras el público en el estadio de los Ángeles se paraba para festejar —mucho antes de que soltara la pelota e incluso antes de que diera el salto que le dio el récord absoluto— al máximo anotador en la historia de la NBA. Contra Oklahoma City Thunder, era el partido de los 36 puntos, la marca para alcanzar el hito, que terminaron siendo 38. Fue el juego de los 38.390 puntos, que desbancaron el acumulado de otra leyenda, Kareem Abdul-Jabbar, que, cuando se despidió del baloncesto en 1989, había hecho un total de 38.387.
Abdul-Jabbar estaba ahí, sentado al frente. También miraba a LeBron en el aire y contuvo la respiración cuando los pies de King James tocaron el piso, como los 20.000 espectadores que fueron a la cancha de los Lakers. Fue un instante, uno de silencio absoluto. Todos los ojos fueron al mismo punto, las miradas se clavaron en la red. La pelota entró directa sin tocar el aro, y cuando el “chas” rompió el asombro, LeBron James alzó los brazos, exhibió su realeza y tumbó una vez más “un imposible”, un récord inalcanzable que, para una leyenda de su talla, al final se quedará corto.
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Ni él lo imaginaba, confesó después del partido. “Cuando empecé a estudiar la historia de este deporte jamás pensé que alguien lo iba a alcanzar”. Lo dijo el rey, lo pensaban todos. Cuando Abdul-Jabbar le quitó la marca, con 31.419 puntos, al mítico Wilt Chamberlain y elevó el registro casi 7.000 anotaciones por encima, él también pensó que jamás vería un jugador que lo destronara. Pasaron 34 años y también pasaron leyendas como Michael Jordan, que hizo 32.292; Kobe Bryant, que dejó su vara en 33.643, y Karl Malone, que paró su contador en 36.928. De verdad, parecía insuperable. Pero había un niño, que cuando él abandonó la actividad profesional a los 42 años, apenas tenía cinco y ya se ilusionaba con anotar cestas en la mejor liga del mundo. Era LeBron James, el destinado, el rey que venció al miedo para ganarse su corona.
Los puntos de LeBron en sus 20 temporadas
LeBron: el niño de Akron, el hijo de Gloria James
LeBron James escucha el bullicio en el coliseo, acaba de alcanzar la marca “imposible”. La cancha se llena de cámaras, quedan todavía 13 segundos en el tercer cuarto y todo un parcial por delante, pero el partido ya se acabó. El rey busca entre el gentío a los suyos, a sus hijos y su esposa. Y, como no, a su madre. Y cuando se encuentran, se abrazan, se besan. No se escuchan, el público está enloquecido, pero se hablan con los ojos.
Así lo hicieron siempre, desde que en su natal Akron, pequeña ciudad de Ohio en Estados Unidos, el ruido no era el de la pista y los aficionados aclamando a su leyenda. No, no se escuchaba el clic de las cámaras, ni encandilaban las luces en los trípodes. En el barrio en el que creció LeBron, era usual que en la noche se escucharan sirenas, disparos y riñas. Era común guardar silencio en la casa, mirar a la calle entre las cortinas y no querer salir jamás, ni siquiera a darle botes a la pelota. “Vi de todo —confiesa LeBron James en su biografía— homicidios, drogas y pandillas… era algo de casi todos los días”.
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Salir era un martirio. En la calle le temía hasta a la policía, a los que lo perseguían y lo hostigaban por ser negro y por ser pobre. Lo matoneaban por su familia, por no tener padre, un hombre que no volvió a casa cuando a los 16 años Gloria James le dijo que estaba embarazada. El mundo no era un lugar fácil, pero ante el miedo, cuando mirando por la ventana veía directo a la muerte con sus ojos que perdían la inocencia, LeBron Raymone James volteaba la vista y se tapaba la cara: las dos manos en el rostro. Y al descubrirla de nuevo, encontraba los ojos de Gloria, su tranquilidad, esos que le hicieron creer que sí podría salir adelante.
La mirada de su mamá lo salvó, así como también el básquet y el fútbol americano, los dos deportes en los que demostró ser un prodigio desde el colegio. Ese fue su mundo, ahí encontró la amistad, el amor y el rumbo. Entre pistas y prácticas conoció a Frankie Walker, el entrenador que le cambió la vida. Su primer balón se lo dio su madre, pero el coach le enseño a usarlo, a moverlo. A dar los pasos en la cancha, a ser disciplinado, no solo en la pista, también en sus estudios. Walker vio talento en ese cuerpo, que de adolescente ya mostraba una figura envidiable. Confiaba en él, como solo su madre lo había hecho, y se lo llevó a vivir a su propia casa, a comer en su mesa y a jugar con sus hijos. Lo formó, fue el inicio de la leyenda, del que se metió entre los mejores basquetbolistas y deportistas de todos los tiempos.
Esas fueron las imágenes que llegaron a la cabeza de LeBron James cuando en la cancha de los Lakers, parado al lado de Kareem Abdul-Jabbar, Adam Silver, comisionado de la NBA, le dio el micrófono. Las primeras palabras salieron fácil, estaba preparado. Pero al ver en su cabeza los recuerdos de esa infancia, de Gloria y de Frankie, las lágrimas le rodaron por las mejillas y le cortaron el discurso. “No sería nada sin su ayuda, sin su sacrificio. Gracias a la NBA, al baloncesto, por amarme. Siempre soñé con esto, pero nunca creí que sería así de grande”.
Los números “imposibles” de LeBron James
En los Ángeles había una certeza el martes: LeBron James sería el máximo anotador de todos los tiempos. Era esa noche. El rey llegó determinado. Al estadio entró de gala, todo vestido de negro, y a la pista salió a calentar con unos audífonos que tenían grabado el número a alcanzar: 38.388. Sus tiros los hizo lanzando ganchos al estilo Sky hook, la jugada favorita de Abdul-Jabbar. Todo un homenaje.
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Estaba listo, en el partido pasaron solo cinco minutos y el grito contenido de los angelinos se desbocó cuando el Rey venció por primera vez la canasta con un triple.
El inicio parecía complejo, pero con esa canasta se abrió el grifo. Para el descanso ya iba 20, los 16 restantes eran casi una broma para el máximo anotador de todos los tiempos. Y antes de saltar al tercer cuarto, a un costado hablando con sus hijos —los mayores, LeBron “Bronny” James Jr. y Bryce Maximus James— el papá les dijo: “¿puedo conseguirlo? Sí, voy a ir a conseguirlo”.
LeBron siempre cumplió sus promesas. Llegó a la NBA siendo el más aventajado. Era apenas mayor de edad, cuando fue elegido el primero en el Draft de 2003 por Cleveland, su casa. A su tierra, siempre avergonzada de no tener una gran franquicia, les prometió el anillo que nunca habían tenido, pero tuvo que ir primero a Miami, con Dwyane Wade y Chris Bosh, para crear un trío letal con el que ganó sus dos primeros campeonatos, en 2012 y 2013.
En su mejor momento, todos creían que se había olvidado de Cleveland, pero volvió para ganarle a una de las mejores dinastías de la historia: los Golden State de Stephen Curry, el gran rival de su carrera. A los Warriors solo los pudo vencer en una final de tres, en 2016, pero fue una de las mejores definiciones de todos los tiempos. Su cima, la consagración del niño de Akron que le dio el campeonato de la NBA a su amada Ohio.
Después llegó a los Lakers, la franquicia más grande de la liga, que no se coronaba campeona desde los tiempos de Bryant, pero que gracias a James volvió a vestirse de gala en 2020, plena pandemia, cuando el Rey conquistó su último anillo.
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Por ahora, eso sí. Coronado el récord que todos creían imbatible, King James todavía tiene combustible. Quiere más anillos, no se conforma, tiene esa característica de los deportistas históricos. Al también legendario Shaquille O’Neal le dijo después del partido de la marca anotadora que él se considera el basquetbolista más grande de todos los tiempos: “Me elijo a mí mismo sobre cualquiera que haya jugado a este juego, pero cada uno tendrá su favorito”. Un debate candente que se abre con cada marca que James pulveriza y que lo acerca a la máxima leyenda que ha tenido el básquet: Michael Jordan, el gran paradigma de cualquier deportista, tal vez, un ícono imposible de igualar.
LeBron James no entiende esa palabra y tiene campo para extender su legado. No ve que esté cerca el retiro. De hecho, todavía le queda una promesa por cumplir, la más importante para él: jugar con su hijo Bronny, que se espera que en dos años llegue a la NBA. Dicen que, como su papá, es una bestia.
Él estuvo ahí y grabó cada momento, junto a sus hermanos, su mamá y su abuela. La familia James reunida para festejar a pie de campo a la leyenda, al niño que temía salir a la calle y en el amor y tenacidad de su madre entendió, gracias al calor de la familia, de qué estaba hecho. Por eso, cuando tomó la pelota naranja en sus manos con la determinación de llegar hasta donde llegaron sus héroes, LeBron James derrumbó su mayor imposible, el miedo. Su mamá le enseñó a verlo de frente y le hizo entender que para poder salir al mundo debía ir con la determinación de someterlo.
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