¡Llegó la hora del levantamiento de pesas! Colombia confía en su deporte olímpico
Tras una preparación de meses, la selección nacional de halterofilia está lista para debutar en los Juegos Olímpicos. Buena parte de las esperanzas de medallas de la delegación nacional están en este deporte, que le ha dado podios al país de forma continua desde Sídney 2000.
Fernando Camilo Garzón
Muerto de la risa, el niño cruzó la sala en una sola corrida. Se había arruinado el pantalón, que quedó manchado con el polvo blancuzco con el que los pesistas se untan las manos antes de cada levantamiento. Creía que podía ser como su papá y Luis Javier Mosquera, con la sonrisa de oreja a oreja, se reía a carcajada suelta al ver al nuevo integrante de la selección colombiana de halterofilia, que se disponía a hacer su primer intento. Una hora antes de que empezara su práctica, el doble medallista olímpico había hablado de su hijo para advertir, precisamente, que le veía sangre de pesista. Al menos, interés. Advirtió que la precocidad le juega en contra todavía, como se vería esa misma tarde, cuando el peso de la barra no lo dejó ni levantar la cola del suelo. En el gimnasio todos soltaron la carcajada, mientras el niño, haciendo oídos sordos y todavía sin darse por vencido, siguió convencido de que esa era la prueba de su vida. Se dispuso, como pudo, a apartar los discos hacia un costado y, con la barra límpida, lanzó un nuevo impulso al cielo, veloz como su padre, diría el progenitor. Entonces, las risas se convirtieron en vítores. Los mejores pesistas de Colombia celebrando a un párvulo con ínfulas de leyenda.
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Muerto de la risa, el niño cruzó la sala en una sola corrida. Se había arruinado el pantalón, que quedó manchado con el polvo blancuzco con el que los pesistas se untan las manos antes de cada levantamiento. Creía que podía ser como su papá y Luis Javier Mosquera, con la sonrisa de oreja a oreja, se reía a carcajada suelta al ver al nuevo integrante de la selección colombiana de halterofilia, que se disponía a hacer su primer intento. Una hora antes de que empezara su práctica, el doble medallista olímpico había hablado de su hijo para advertir, precisamente, que le veía sangre de pesista. Al menos, interés. Advirtió que la precocidad le juega en contra todavía, como se vería esa misma tarde, cuando el peso de la barra no lo dejó ni levantar la cola del suelo. En el gimnasio todos soltaron la carcajada, mientras el niño, haciendo oídos sordos y todavía sin darse por vencido, siguió convencido de que esa era la prueba de su vida. Se dispuso, como pudo, a apartar los discos hacia un costado y, con la barra límpida, lanzó un nuevo impulso al cielo, veloz como su padre, diría el progenitor. Entonces, las risas se convirtieron en vítores. Los mejores pesistas de Colombia celebrando a un párvulo con ínfulas de leyenda.
No se viven muchos de esos instantes en la preparación de una justa deportiva como los Juegos Olímpicos. La concentración puede llegar a ser total, estresante, distante y lejana. Hay un precio que hay que pagar para alcanzar la cima olímpica. La selección colombiana de levantamiento de pesas, por ejemplo, dejó el país hace cuatro meses. Atrás quedaron esos instantes, la familia, los seres queridos y la tierra. Lejos del calor del hogar, el equipo entero se trasladó a Madrid y después viajó a Turquía. Médico, psicólogo, cuerpo técnico, fisioterapeuta y deportistas; el combo entero, enfocado en una tarea. Se foguearon, entrenaron en las mejores instalaciones del mundo, se aislaron y se prepararon para su gran objetivo: el podio olímpico.
“¿No fue mucho tiempo lejos, profe?”. Luis Arrieta, el coach de los pesistas, escucha la pregunta y, medido como es él, una persona de pocos alardes y palabras justas, responde: “Les dije a ellos desde que empezamos a preparar este proyecto: ¿quieren ser campeones olímpicos? Cuatro meses no son nada”.
Para Luis Arrieta, de sonrisa tímida y brazos usualmente cruzados, el objetivo siempre estuvo claro. Así se lo dijo a este medio, a escasos días de que sus seleccionados debuten en la escena olímpica: “Tenemos una selección de levantamiento de pesas que, desde hace años, viene trabajando junta. A muchos de los muchachos que tenemos hoy, contando a varios que no están en París, los hemos formado desde que eran adolescentes. He sido testigo de ese proceso. Primero, cuando estuve como asistente y ahora que asumí el cargo de entrenador, desde hace dos ciclos olímpicos. Esta selección se ha preparado toda su vida para esto y ahora llegó la hora de demostrar esos resultados. Esta es su hora”.
Al profe Arrieta no le asusta la presión. Todo lo contrario, él mismo es el que la pone. La vara es alta: “Siempre que me lo preguntan, lo digo; el levantamiento de pesas es la columna vertebral del olimpismo colombiano. Las pesas son nuestro deporte olímpico por excelencia, porque nunca, desde Sídney 2000, hemos dejado de subirnos al podio. Nuestro reto es estar a la altura de esa historia y hemos trabajado de forma muy consciente para lograr ese objetivo”.
Revisen la historia y le hallarán la razón: María Isabel Urrutia fue oro en Sídney 2000; después, Mábel Mosquera hizo bronce en Atenas 2004; Diego Salazar y Leidy Solís fueron plata en Pekín 2008, como Óscar Figueroa en Londres 2012, año en el que Ubaldina Valoyes consiguió bronce. Figueroa, otra vez, haría oro en Río 2016, el año en el que Luis Javier Mosquera (por un dopaje del rival) terminaría ganando el bronce. En Tokio 2020, el vallecaucano volvería con una plata, la más reciente de las nueve preseas que tiene este deporte en la historia olímpica de Colombia, cifra de podios que ni el ciclismo, que es uno de nuestros deportes más populares, posee, pues tiene ocho.
Conozca la historia de Jeison López: La medalla olímpica que “Goku” le quiere regalar a su añorado Chocó
Arrieta tiene razón y despierta confianza en sus seleccionados. No le interesan las grandilocuencias, ni las efusividades. En medio del entrenamiento se mide mucho, tanto en los elogios como en las reprimendas. “¡Así es!”, dice, taimado, cuando ve un ejercicio que lo satisface. Y cuando una rutina no es como debería ser se le acerca al dirigido, lo corrige con voz queda al oído, en una cercanía indescifrable hasta para el más hábil chismoso.
Ese día también corrigió al niño, el quinto en la práctica, pero el único de los pesistas que no saldrá en escena en los Olímpicos de París. Arrieta, agachado, intentó explicarle la técnica correcta al principiante, pero no aguantó la risa ante la cara asustada del pequeño, que casi huyendo se fue a las faldas de su padre, el único maestro del que por ahora estaba dispuesto a recibir órdenes. “¿Cómo podrá saber alguien más que su ídolo, el medallista olímpico Luis Javier Mosquera?”, habrá pensado. Y Luis Arrieta, después de la risa, retomó su postura seria. Había tensión en esa serenidad, la conciencia del trabajo por hacer antes de empezar las labores.
Las aspiraciones en París 2024
Esa tarde, el simpático niño se toteó de la risa con todos, pero con ninguno como con Jeison López. Mientras el descomunal atleta, gigante por donde se le mire, de músculos tersos y figura descomunal, descansaba el cuerpo en la colchoneta en la que le masajeaban las piernas, el niño corría de su puesto, una pared en la que se sentó a mirar el celular, para mostrarle cualquier video que le había soltado la risa. Una y otra vez. Corría, como si la vida le fuera en ello, para mostrarle al popular Goku las imágenes que le habían hecho gracia. Y, como despojado de la seriedad que impone su figura escultural, sin imaginar tanta que en medio de tanto músculo pudiera caber ternura, López correspondía a la alegría del niño con una risa desparpajada. Parecían, más bien, dos niños que se ríen de sus propias chanzas, de sus pilatunas. Los mejores amigos que al verse, el uno con el otro, no pueden evitar darse su mejor sonrisa.
A Goku, precisamente, empezaron a llamarlo así por Luis Javier Mosquera. Fue el capi de la selección de pesas, nombrado en ese rango por el propio Luis Arrieta, quien le puso el apodo a Jeison López, mucho antes de ser dos atletas olímpicos. En ese entonces, en plena capital del Valle del Cauca, apenas empezaban. Eran, eso sí, dos jóvenes con aspiraciones descaradas. En Cali, mientras soñaban junto a todo su combo de pesistas, crecieron obsesionados en el gimnasio con ser el loco que más levantaba peso. Y ya, por ese entonces, López era el cachorro más aventajado de la camada. Tenía el biotipo y la fuerza descomunal para ser considerado un sayayín, la legión guerrera y extraterrestre a la que pertenecía Goku, el personaje creado por Akira Toriyama en la serie japonesa Dragon Ball. El apodo cundió entre el grupo, que veía en López al que más lejos llegaría entre esa familia de entusiastas.
“Siento que por fin llegó mi momento. Me preparé para vivir esto toda mi vida y tengo argumentos para decir que puedo aspirar a una medalla olímpica. La vida, no obstante, me ha golpeado muchas veces. Tengo experiencia. Sé que lo que hice de nada vale si, cuando llegue el momento de la verdad, no estoy a la altura. Estoy firme, confiado de lo que he hecho y de que tengo que aprovechar esto”, le explicó a este diario el pesista, que llega como una de las esperanzas de la delegación nacional para podio olímpico, tras el récord del mundo que logró en el arranque durante su última competencia oficial antes de los Juegos. Por ranking, llega segundo. Sin embargo, es una incógnita el nivel en el que llegará el resto. Se confía, pero, como siempre, hay incertidumbre.
De Jeison López se tenían muchas expectativas cuando surgió como juvenil, lo mismo que de Yenny Álvarez, la otra gran esperanza actual de la selección nacional de levantamiento de pesas. No obstante, los dos sufrieron la misma historia: fueron suspendidos por dopaje en la etapa primaria de sus carreras. Su proyección a la cima, que debió ocurrir mucho tiempo atrás, se vio truncada hasta ahora. Fue apenas en el último ciclo olímpico que los otrora prometedores pesistas, con 25 años López y con 29 Álvarez, saltaron a la escena, con argumentos de sobra, eso sí, para ser tenidos en cuenta. Ella, por ejemplo, siendo campeona del mundo en los 59 kilogramos, en el Mundial que se hizo hace dos años en Bogotá y él, por otro lado, siendo uno de los mejores de su categoría, los 89 kilogramos, en los últimos meses.
Sobre todo, en López es en quien más recae el peso de la responsabilidad. Aunque hay expectativa por Álvarez, el momento de Goku es óptimo. “Es nuestra mejor carta porque su progreso ha sido impresionante. Su ambición de triunfo es inmensa. Su récord mundial, obviamente, nos puso a soñar con la medalla olímpica. Los rivales a vencer son China y Bulgaria, pero, si no pasa nada extradeportivo, él se subirá al podio”, responde confiado Luis Arrieta, quien asegura que el resto de sus seleccionados también tienen razones para hacer una buena presentación.
“Luis Javier, Yenny Álvarez y Mari Leivis Sánchez, los tres, han mostrado una progresión. Analicen el ciclo olímpico de todos: han ido de menos a más. Es parte del trabajo que hemos hecho, progresar en el peso de cada uno y eso fue lo que trabajamos con todos en los últimos meses de concentración”, revela el estratega.
Ultimando detalles
Luis Javier Mosquera tiene autoridad en el gimnasio. De vez en cuando, por ejemplo, esa tarde se acercó a Mari Leivis para corregirle un movimiento. “No sé si soy el capitán. Soy uno más. He vivido cosas que a ellos les pueden servir y ellos ven en mí una persona que ya ha logrado lo que es el sueño de todos: ser medallista olímpico”, dijo Luis Javier Mosquera, mientras esperaba a Goku López para empezar su entrenamiento.
Aunque no son el mismo peso, pues el medallista de plata en Tokio 2020 competirá en los 73 kilogramos, una categoría nueva para él, en el momento de la práctica los dos se juntaron para alzar la misma barra. Era una sincronía perfecta, que, de no ser por la brutalidad per se del acto de alzar la barra de pesas, habría podido ser confundido por la rutina sincronizada de dos gimnastas. Había un ritmo casi musical en el cronómetro con el que se medían el tiempo de levantamiento. Entraba uno y salía el otro. López, más silencioso, un impulso y arriba. Mosquera, en cambio, hacía retumbar el suelo de madera que recibía su peso. “Yo tengo una técnica especial, que es muy rápida y es única en el mundo”, dice y comprueba en el acto Mosquera. Lo apodan el Rayo por el ruido que hace en ese movimiento sagaz. En un parpadeo la barra ya está arriba y se advierte por el seco golpe de los pies, como un relámpago al tacto. En esa sincronía acompasada, el peso aumenta a cada intento, intentando en cada entrenamiento, explica Arrieta, esforzar al límite al deportista. “Nunca levantamos más que en competencia”, dice López, que se preparó estos meses para, en París 2024, levantar lo que hasta ahora no ha levantado.
“Tiene que tener mucha paciencia. Él me pregunta mucho y yo trato de guiarlo en las cosas que sé, pero solo él podrá darse cuenta cuando esté allá arriba. Ese será su momento definitivo, listo para cumplir su destino como yo cumplí el mío”, señaló esa tarde Luis Javier Mosquera. Su hijo seguía revoloteando por el gimnasio. Ante la mirada impávida de Arrieta. Yenny Álvarez entrenaba al lado ese día y Mari Leivis también, en su costado. Ahí estaban los cuatro, que se preparan para estrenarse esta semana en la gran cita olímpica. Colombia confía en ellos, en sus pesistas, los deportistas que más triunfos olímpicos le han dado al país.
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