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A sus 23 años, Anthony Zambrano es el segundo hombre más rápido de la Tierra corriendo 400 metros planos. Ya está en el mismo escalón que los otros dos mejores velocistas del planeta, pero ahora quiere vencer a su verdadero rival: el reloj. “La presión mía son el cronómetro y Dios. Los demás son humanos: altos, bajitos, débiles, fuertes”. El anhelo es bajar, por primera vez en la historia, la marca de los 43 segundos.
El primer paso lo dio en Tokio 2020 al convertirse en el primer latinoamericano en correr los 400 metros en menos de 44 segundos, con su marca de las semifinales de 43,93, el nuevo récord suramericano. Superó por 22 centésimas el mejor registro (44,15) que tenía cuando fue subcampeón mundial en Doha 2019. El ciclo lo ha cumplido: ha sido finalista en las grandes citas en todas las categorías (Mundial Sub 18, Sub 20, de mayores y Olímpicos). Y para dimensionar lo rápido que es, solo 16 atletas han sido más veloces que él en todos los tiempos.
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En palabras de Zambrano, no tuvo el rendimiento esperado en la final (44,08), un mejor tiempo que el que hizo en el Mundial de Doha (44,15). Pero la meta con su entrenador, el cubano Nelson Gutiérrez, era llegar al 43,80, sabían que con esa marca ganaban el oro. “Quería ser el campeón olímpico, pero le dije a Dios que me diera lo que merecía, ni más ni menos. Y recibo este segundo puesto con amor”.
En los Olímpicos de Río 2016 ya era candela. Clasificó con el equipo colombiano para los 4x400 metros en relevos. Y aunque acababa de cumplir la mayoría de edad, Anthony Zambrano era voltaje: venía de ser sexto en el Mundial Sub 20 de Polonia. Y un año atrás había sido séptimo en los 400 metros del Mundial de Menores que se celebró en Cali. Pero él, fachero, ya era imponente: confianza absoluta en sí mismo, champeta, salsa choque, mirada provocadora, inquisidora. Y ruido, mucho ruido.
En las tribunas de Río de Janeiro quedó hipnotizado por un suceso inesperado. El sudafricano Wayde van Niekerk estalló los cronómetros y tumbó la marca impoluta, tan lejana, de 43,18 que tenía su ídolo, el estadounidense Michael Johnson desde el Mundial de Sevilla de 1999. Desde lejos, con mirada de respeto, Zambrano se propuso estar allí, pero en Tokio, compitiendo mano a mano junto al nuevo medallista de oro.
Y aunque la vida, como la prueba de los 400 metros, no es una carrera en línea recta, Zambrano supo reponerse de algunos recovecos, problemas de indisciplina y molestias físicas, su eterno flagelo.
“Después tuve una caída, una lesión, mucha gente habló mal de mí... pensaron lo peor, me dieron la espalda. Y cuando mi mamá me dijo que algo se puede, se hace. Volví a entrenar en 2018 y vine a callar bocas”, dijo el velocista de 23 años que reside en Ecuador, lejos de su mundo, en la rueda de prensa posterior a ganar la plata en Tokio 2020, tal vez a nivel técnico la medalla más importante en la historia del deporte colombiano.
El velocista guajiro es uno de las nominados al premio del Deportista del Año de El Espectador y Movistar, que se entregará el lunes 6 de diciembre, en Connecta, en Bogotá.