Luis Javier Mosquera y el podio que le debía el deporte
El vallecaucano de 26 años fue medallista de bronce de los Juegos Olímpicos de Río 2016. No pudo celebrar en Río de Janeiro porque el dopaje del Izzat Artykov, de Kirgistán, se conoció apenas días después de la prueba. Pero en Tokio 2020 cumplió su sueño y se convirtió en leyenda del deporte colombiano al conquistar la plata en la categoría de los 67 kilogramos.
El barrio Guacanda, en Yumbo (Valle del Cauca), fue donde Luis Javier Mosquera dio sus primeros pasos, donde hizo sus primeras travesuras, donde tuvo sus primeras peleas. Fue allí donde creció y, a pesar de las dificultades económicas, siempre disfrutó de cada momento. Aprender a querer lo que tiene lo ha convertido en un hombre feliz, bromista y de buen humor. No se complica por nada. Siempre ha sido así. Se caracteriza por ser extrovertido y por eso casi siempre se ganaba regaños de sus padres. A pesar de esto, siempre fue muy disciplinado y el deporte movía cada parte de su ser.
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A los ocho años siguió los pasos de sus hermanos José y John Jairo, quienes practicaban levantamiento de pesas. Pero sus entrenamientos eran los lunes, miércoles y viernes, así que los martes y los jueves los utilizó para jugar fútbol, su otra afición. “Era un gran volante”, dice. Pero también intentó el patinaje y la lucha. No obstante, estos dos últimos se los prohibieron. Rápidamente dejó ver su disciplina en el levantamiento de pesas. A los nueve años ganó un campeonato departamental en el Valle. “Quedé campeón con tres medallas y me gané $600.000, que en ese entonces eran para mí como mil millones. Ahí me di cuenta de que esto era lo mío”, explica con una sonrisa.
Su carrera fue en ascenso. Con 12 años ya era campeón nacional y a los 13 años campeón suramericano y panamericano. Fue entonces cuando la idea de una medalla olímpica empezó a rondarle por la cabeza: “De mi municipio tenía que salir un medallista olímpico”. Desde entonces hizo todo para realizar este sueño. Trabajó día y noche con una rutina muy exigente: “Me levanto a las siete de la mañana, me tomo una proteína, a las 10:30 a.m. comienzo entrenamientos, como hasta la 1:00 p.m. Almuerzo, descanso y vuelvo al gimnasio dos horas”. “Con disciplina, perseverancia y motivación se convertirá en uno de los mejores en este deporte”, fue el consejo del entrenador de Luis Javier Mosquera, John Jairo Ibargüen, para que nunca desistiera.
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De niño, a Luis Javier no le daba miedo nada. Ni subirse al techo de su casa o ir a jugar al río Yumbo a saltar entre las piedras. Tampoco la violencia que se tomó su barrio, uno de los más calientes del municipio. El deporte lo mantuvo alejado de las drogas y de las armas, a pesar de que sus amigos fueron cayendo uno a uno. Menos mal él había comenzado a levantar pesas con sus hermanos. El tierrero, las barras viejas y los discos obsoletos fueron el escenario en el que edificó sus sueños.
Y llegaron los triunfos, base de sueños más grandes. Títulos nacionales y continentales, que después fueron mundiales. En Río 2016 quedó cuarto, pero días después, cuando ya había regresado a Colombia, se enteró de la descalificación por dopaje de Izzat Artykov, de Kirgistán. No celebró en el podio y esa medalla de bronce apenas llegó a sus manos tres años después.
Galería: Los colombianos que han sido medallistas olímpicos
Ese episodio, sin embargo, alimentó su sueño de subir al podio en Tokio 2020, el objetivo para el que trabajó tanto y que debió aplazar por la pandemia. Una suspensión a la delegación colombiana por poco trunca su sueño. Sin embargo fue uno de los tres pesistas que pudieron ir a Tokio. Valió la pena su elección. Este domingo 25 de julio hizo historia y con 331 kilogramos, , solo uno menos que el chino Lijun Chen, quien se quedó con el oro. El podio lo completó el italiano Mirko Zanni, con 322. París 2024 será su próximo reto.
El deporte le pagó el podio que le debía, ahora necesita el oro.
El barrio Guacanda, en Yumbo (Valle del Cauca), fue donde Luis Javier Mosquera dio sus primeros pasos, donde hizo sus primeras travesuras, donde tuvo sus primeras peleas. Fue allí donde creció y, a pesar de las dificultades económicas, siempre disfrutó de cada momento. Aprender a querer lo que tiene lo ha convertido en un hombre feliz, bromista y de buen humor. No se complica por nada. Siempre ha sido así. Se caracteriza por ser extrovertido y por eso casi siempre se ganaba regaños de sus padres. A pesar de esto, siempre fue muy disciplinado y el deporte movía cada parte de su ser.
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A los ocho años siguió los pasos de sus hermanos José y John Jairo, quienes practicaban levantamiento de pesas. Pero sus entrenamientos eran los lunes, miércoles y viernes, así que los martes y los jueves los utilizó para jugar fútbol, su otra afición. “Era un gran volante”, dice. Pero también intentó el patinaje y la lucha. No obstante, estos dos últimos se los prohibieron. Rápidamente dejó ver su disciplina en el levantamiento de pesas. A los nueve años ganó un campeonato departamental en el Valle. “Quedé campeón con tres medallas y me gané $600.000, que en ese entonces eran para mí como mil millones. Ahí me di cuenta de que esto era lo mío”, explica con una sonrisa.
Su carrera fue en ascenso. Con 12 años ya era campeón nacional y a los 13 años campeón suramericano y panamericano. Fue entonces cuando la idea de una medalla olímpica empezó a rondarle por la cabeza: “De mi municipio tenía que salir un medallista olímpico”. Desde entonces hizo todo para realizar este sueño. Trabajó día y noche con una rutina muy exigente: “Me levanto a las siete de la mañana, me tomo una proteína, a las 10:30 a.m. comienzo entrenamientos, como hasta la 1:00 p.m. Almuerzo, descanso y vuelvo al gimnasio dos horas”. “Con disciplina, perseverancia y motivación se convertirá en uno de los mejores en este deporte”, fue el consejo del entrenador de Luis Javier Mosquera, John Jairo Ibargüen, para que nunca desistiera.
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De niño, a Luis Javier no le daba miedo nada. Ni subirse al techo de su casa o ir a jugar al río Yumbo a saltar entre las piedras. Tampoco la violencia que se tomó su barrio, uno de los más calientes del municipio. El deporte lo mantuvo alejado de las drogas y de las armas, a pesar de que sus amigos fueron cayendo uno a uno. Menos mal él había comenzado a levantar pesas con sus hermanos. El tierrero, las barras viejas y los discos obsoletos fueron el escenario en el que edificó sus sueños.
Y llegaron los triunfos, base de sueños más grandes. Títulos nacionales y continentales, que después fueron mundiales. En Río 2016 quedó cuarto, pero días después, cuando ya había regresado a Colombia, se enteró de la descalificación por dopaje de Izzat Artykov, de Kirgistán. No celebró en el podio y esa medalla de bronce apenas llegó a sus manos tres años después.
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Ese episodio, sin embargo, alimentó su sueño de subir al podio en Tokio 2020, el objetivo para el que trabajó tanto y que debió aplazar por la pandemia. Una suspensión a la delegación colombiana por poco trunca su sueño. Sin embargo fue uno de los tres pesistas que pudieron ir a Tokio. Valió la pena su elección. Este domingo 25 de julio hizo historia y con 331 kilogramos, , solo uno menos que el chino Lijun Chen, quien se quedó con el oro. El podio lo completó el italiano Mirko Zanni, con 322. París 2024 será su próximo reto.
El deporte le pagó el podio que le debía, ahora necesita el oro.