Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hay dos gestos que parecen contraponerse en el rostro de Margarita Martínez, pero que si se mira con detenimiento terminan siendo un complemento que definen su personalidad, así como su rol en la selección de voleibol femenino. Su mirada es fija, directa, y su sonrisa prevalece. Hay seguridad en sus ojos, lo que refleja el tono con el que habla también, pues denota seriedad y profesionalismo, pero las risas no faltan, la alegría que también emana la contagia en sus compañeras, que como se ha dicho en otras ocasiones, se han convertido en una familia.
Puede leer: ¿A qué jugamos?: La identidad de fútbol colombiano
En el deporte constantemente puede aparecer la duda por la predestinación, por el azar y los dados que se lanzan para que los hechos encadenen el futuro de una persona. La pregunta del profesor de educación física del colegio de Margarita Martínez sobre su estatura y su disposición para entrenar voleibol, disciplina de la que era árbitro, nos lleva a cuestionarnos por esas fichas que parecen moverse para que las personas encuentren el camino ideal, o al menos en el que es más a gusto descubrir el mundo y el rol que uno podría cumplir en él.
“Ha sido un proceso largo. Empezamos hace 10 años y hoy se ven los frutos. Nos da alegría lo que le dejamos por ejemplo a la sub-23, que tiene un apoyo, que tiene inversión, y si seguimos así se verán mucho más logros en el futuro”.
Puede ver: Génesis: buscando la identidad perdida del fútbol colombiano
Martínez es parte de la generación de Amanda Coneo, María Alejandra Marín, Melissa Rangel, Yeisy Soto y Juliana Toro, entre otras. Ellas, que son parte de las 14 jugadoras que están representando a Colombia en el Mundial de Países Bajos y Polonia, están convirtiéndose en los espejos de las promesas del voleibol femenino, de otras mujeres como Valerin Carabalí o Laura Pascua, que vienen haciendo un proceso con las divisiones menores y ahora empiezan su empalme con las mayores.
Hay un nombre que figura en la selección que simboliza la importancia y creencia en el proceso, así como de los referentes o espejos que tanto importan en el deporte: Madelaynne Montaño.
“Ahora compartimos con Madelaynne, antes nos sentábamos a verla entrenar. Éramos felices porque es una persona muy profesional. De ella y esa generación aprendimos. Ahora mismo nos preocupamos por dar el ejemplo. Tenemos cuidado en lo que hacemos, en cómo entrenamos. Es muy importante y un honor marcarles el camino a ellas”, comentó Martínez, que así como lidera el ataque de Colombia y el orden de la selección dentro de la cancha, por fuera lo hace con la alegría y la complicidad que se han desarrollado entre las integrantes del equipo por medio de los juegos y el baile.
Le recomendamos: ¿A qué jugamos?: La chispa que encendió la llama
Con 16 años, en 2012, clasificó a su primer Mundial, el juvenil. Por ese logro Martínez, al igual que otras de sus compañeras, encontraron oportunidades en equipos profesionales. En ese momento Margarita tenía pensado tomar alguna de las becas que tenía para estudiar en Estados Unidos y jugar voleibol, pero desde Francia llegó una propuesta de trabajo, y desde entonces ese ha sido su segundo hogar.
“Ha sido un proceso lento para tener una liga de voleibol aquí en Colombia, pero estamos dando los primeros pasos, con los resultados que hemos dado estamos recibiendo mayor apoyo. Jugar todo el año nos ayuda muchísimo para llegar a donde estamos. Francia es una liga muy competitiva, muchas hemos estado allá, hemos aprendido a madurar, a ser más profesionales, y traer eso es importante para las demás”, afirmó Martínez sobre la importancia de seguir trabajando e insistiendo por una liga local, porque si bien es importante hallar una salida y una proyección en torneos como el francés, poder contar con el crecimiento profesional en el país es una parte importante del proceso y de la construcción de identidad de la selección.
A Cali la lleva en la sangre, en la memoria. No cambiaría su ciudad, tampoco a Jamundí, lugar en el que vivió buena parte de su infancia. Recuerda con exactitud los días en los que debía trasladarse por una hora para entrenar y estudiar, y lo hace para valorar su camino, sus sacrificios, el hecho de dejar no solo su ciudad, sino el país, de acoplarse a otra cultura e intentar llevar a Colombia en la música, en la salsa, el vallenato y el merengue. “Lo que me pongan lo bailo”, dice, reflejando una vez más la alegría que la caracteriza, que no excluye su disciplina y su compromiso con el voleibol, con el deporte que le dio un sentido y un soporte de vida, pues de él aprendió a forjar su carácter en las derrotas, en una como la que se dio contra Argentina en el Preolímpico de Tokio, y a creer en el tiempo y el esfuerzo en las victorias, en esas que se dieron en el Suramericano, en el que fue figura el año pasado cuando le ganaron a Brasil y ratificaron su clasificación al presente Mundial.
🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador