María Isabel Urrutia y la mirada gris que conquistó el oro
En el filo de la medianoche del 19 de septiembre de 2000, en las justas de Sídney (Australia), la pesista vallecaucana María Isabel Urrutia ganó la primera medalla de oro olímpica para Colombia. La consiguió “con las uñas”.
En la carrera 47B con calle 43, del barrio popular Mariano Ramos, en Cali, creció María Isabel Urrutia Ocoró. Asimilaba las enseñanzas de su padre, Pedro Juan, y ayudaba a su madre, Nelly. En los ratos libres jugaba en las calles con sus hermanos: Carmen Tulia, Luz Marina, Róbinson y Édison. En medio de las diversiones de la infancia, la nacida en Candelaria (Valle del Cauca) se encontró con Daniel Balanta, un hombre que reclutaba a adolescentes de zonas marginadas y los llevaba a entrenar atletismo al estadio Pascual Guerrero.
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La mayoría de las ocasiones, María Isabel caminaba una hora de ida y otra de regreso a casa, porque no había dinero para el bus. Con apenas 13 años participó en los Intercolegiados Departamentales y se hizo famosa en la escuela Cristóbal Colón. Sus compañeros, desde entonces, ya la consideraban una estrella y varios de ellos recuerdan la mirada atrapante de los ojos grises de la campeona. Ella, por su parte, mejoraba su técnica en lanzamiento de bala, disco y jabalina, las disciplinas con las que comenzó su carrera deportiva.
Era corregida por Wilson Rosero, entrenador que se asombró en el estadio Nemesio Camacho El Campín, en Bogotá, el 15 de noviembre de 1978, cuando su pupila, quien no había completado un mes practicando, rompió la marca nacional infantil en bala con un registro de 8,86 metros. Dos años más tarde, Urrutia se montó por primera vez en un avión que iba a Santiago de Chile y fue campeona suramericana en disco, con 40,30 metros. “Al regresar, los muchachos del barrio querían que les contara mi experiencia y algunos, al escuchar mi nombre en la radio y verme en los periódicos, me pidieron autógrafos”, contó la vallecaucana.
María Isabel continuó acumulando medallas y marcas en lanzamiento de disco y logró clasificar a los Juegos Olímpicos de Seúl 1988. En la capital de Corea del Sur quedó en el puesto 18, con 55 metros. Luego de aquellas justas conoció al entrenador búlgaro Gantcho Karouskov, quien la encaminó por la halterofilia, actividad en la que conquistó nueve títulos mundiales. En 1999, con 34 años y múltiples medallas en su palmarés, pensó en el retiro. Ya había llenado de orgullo a su padre, que murió en 1997 sin saber que su hija partiría en dos la historia deportiva de Colombia.
Con la noticia de que el Comité Olímpico Internacional incluiría el levantamiento de pesas femenino en los Juegos de Sídney 2000, Urrutia reversó su decisión. Tenía que bajar 25 kilogramos para llegar a las Olimpiadas con el peso justo y tener opciones de medalla. Urrutia Ocoró llegó a Australia con la balanza marcando 73,28 kilos y, en sus palabras, “con las uñas”, porque se pagó su viaje hasta allí sin la ayuda del Gobierno.
En el filo de la medianoche del 19 de septiembre, cuando en la ciudad australiana ya era 20 de ese mes, y luego de decir “vamos por el oro”, la pesista desorbitó sus ojos grises, que parecían salirse de su humanidad mientras la varilla era apretada por sus manos de gloria. Levantó 245 kilogramos en el total: 110 en arranque y 135 en envión. La eternidad, suya, gracias a que instantes después el himno nacional sonó por primera vez en unos Olímpicos con la presea dorada rozando su pecho.
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Los colombianos observaron por televisión nacional la hazaña de la mujer que, a pesar de levantar lo mismo que la nigeriana Ruth Ogbeifo y la taiwanesa Yi-Hang Kuola, ganó el oro por tener menor peso corporal. “Mi medalla de oro es la más barata de la historia. No le costó nada al Estado”, declaró María Isabel, cuyo logro inmortal fue observado por su mamá Nelly y sus hermanos, quienes fueron uno en un abrazo inigualable. La niña robusta y con una fuerza distinta a la común había obtenido la recompensa que es para apenas un porcentaje mínimo de deportistas. Y, en ese momento, era la única persona nacida en Colombia en conseguirlo.
Después de Urrutia, la bicicrosista Mariana Pajón se colgó dos medallas de oro (Londres 2012 y Río de Janeiro 2016); Óscar Figueroa hizo lo propio en levantamiento de pesas (Río 2016), y Caterine Ibargüen se quedó con el más reciente título olímpico en salto triple (Río 2016). Antes, en 15 participaciones olímpicas, Colombia tenía en su palmarés seis preseas. Helmuth Bellingrodt, en tiro, se colgó dos platas. Las cuatro restantes fueron bronces, tres de ellas en boxeo: Clemente Rojas y Alfonso Pérez, en Múnich 1972, y Eliécer Julio en Seúl 1988. Posteriormente, la atleta Ximena Restrepo se convirtió en la primera mujer colombiana medallista olímpica, en Barcelona 1992.
Hace 20 años Colombia comenzó su sendero dorado en los Juegos Olímpicos con el levantamiento histórico de María Isabel Urrutia, una mujer que afirma: “Uno puede levantar el doble de su peso y hasta más”. Una que no tuvo límites mentales ni físicos, que se ha encargado de formar a jóvenes pesistas que sueñan con un triunfo similar, que siempre recuerda a su natal Candelaria y al barrio Mariano Ramos, donde todo comenzó con bolsillos vacíos y largas caminatas hasta el Pascual Guerrero. Una cuya mirada gris fue conocida por el país en aquel momento que se convirtió en infinito. “Soy ojirrara por Pedro Juan, a él, mi papá, le heredé estos ojos”. La mirada gris de la victoria.
En la carrera 47B con calle 43, del barrio popular Mariano Ramos, en Cali, creció María Isabel Urrutia Ocoró. Asimilaba las enseñanzas de su padre, Pedro Juan, y ayudaba a su madre, Nelly. En los ratos libres jugaba en las calles con sus hermanos: Carmen Tulia, Luz Marina, Róbinson y Édison. En medio de las diversiones de la infancia, la nacida en Candelaria (Valle del Cauca) se encontró con Daniel Balanta, un hombre que reclutaba a adolescentes de zonas marginadas y los llevaba a entrenar atletismo al estadio Pascual Guerrero.
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La mayoría de las ocasiones, María Isabel caminaba una hora de ida y otra de regreso a casa, porque no había dinero para el bus. Con apenas 13 años participó en los Intercolegiados Departamentales y se hizo famosa en la escuela Cristóbal Colón. Sus compañeros, desde entonces, ya la consideraban una estrella y varios de ellos recuerdan la mirada atrapante de los ojos grises de la campeona. Ella, por su parte, mejoraba su técnica en lanzamiento de bala, disco y jabalina, las disciplinas con las que comenzó su carrera deportiva.
Era corregida por Wilson Rosero, entrenador que se asombró en el estadio Nemesio Camacho El Campín, en Bogotá, el 15 de noviembre de 1978, cuando su pupila, quien no había completado un mes practicando, rompió la marca nacional infantil en bala con un registro de 8,86 metros. Dos años más tarde, Urrutia se montó por primera vez en un avión que iba a Santiago de Chile y fue campeona suramericana en disco, con 40,30 metros. “Al regresar, los muchachos del barrio querían que les contara mi experiencia y algunos, al escuchar mi nombre en la radio y verme en los periódicos, me pidieron autógrafos”, contó la vallecaucana.
María Isabel continuó acumulando medallas y marcas en lanzamiento de disco y logró clasificar a los Juegos Olímpicos de Seúl 1988. En la capital de Corea del Sur quedó en el puesto 18, con 55 metros. Luego de aquellas justas conoció al entrenador búlgaro Gantcho Karouskov, quien la encaminó por la halterofilia, actividad en la que conquistó nueve títulos mundiales. En 1999, con 34 años y múltiples medallas en su palmarés, pensó en el retiro. Ya había llenado de orgullo a su padre, que murió en 1997 sin saber que su hija partiría en dos la historia deportiva de Colombia.
Con la noticia de que el Comité Olímpico Internacional incluiría el levantamiento de pesas femenino en los Juegos de Sídney 2000, Urrutia reversó su decisión. Tenía que bajar 25 kilogramos para llegar a las Olimpiadas con el peso justo y tener opciones de medalla. Urrutia Ocoró llegó a Australia con la balanza marcando 73,28 kilos y, en sus palabras, “con las uñas”, porque se pagó su viaje hasta allí sin la ayuda del Gobierno.
En el filo de la medianoche del 19 de septiembre, cuando en la ciudad australiana ya era 20 de ese mes, y luego de decir “vamos por el oro”, la pesista desorbitó sus ojos grises, que parecían salirse de su humanidad mientras la varilla era apretada por sus manos de gloria. Levantó 245 kilogramos en el total: 110 en arranque y 135 en envión. La eternidad, suya, gracias a que instantes después el himno nacional sonó por primera vez en unos Olímpicos con la presea dorada rozando su pecho.
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Los colombianos observaron por televisión nacional la hazaña de la mujer que, a pesar de levantar lo mismo que la nigeriana Ruth Ogbeifo y la taiwanesa Yi-Hang Kuola, ganó el oro por tener menor peso corporal. “Mi medalla de oro es la más barata de la historia. No le costó nada al Estado”, declaró María Isabel, cuyo logro inmortal fue observado por su mamá Nelly y sus hermanos, quienes fueron uno en un abrazo inigualable. La niña robusta y con una fuerza distinta a la común había obtenido la recompensa que es para apenas un porcentaje mínimo de deportistas. Y, en ese momento, era la única persona nacida en Colombia en conseguirlo.
Después de Urrutia, la bicicrosista Mariana Pajón se colgó dos medallas de oro (Londres 2012 y Río de Janeiro 2016); Óscar Figueroa hizo lo propio en levantamiento de pesas (Río 2016), y Caterine Ibargüen se quedó con el más reciente título olímpico en salto triple (Río 2016). Antes, en 15 participaciones olímpicas, Colombia tenía en su palmarés seis preseas. Helmuth Bellingrodt, en tiro, se colgó dos platas. Las cuatro restantes fueron bronces, tres de ellas en boxeo: Clemente Rojas y Alfonso Pérez, en Múnich 1972, y Eliécer Julio en Seúl 1988. Posteriormente, la atleta Ximena Restrepo se convirtió en la primera mujer colombiana medallista olímpica, en Barcelona 1992.
Hace 20 años Colombia comenzó su sendero dorado en los Juegos Olímpicos con el levantamiento histórico de María Isabel Urrutia, una mujer que afirma: “Uno puede levantar el doble de su peso y hasta más”. Una que no tuvo límites mentales ni físicos, que se ha encargado de formar a jóvenes pesistas que sueñan con un triunfo similar, que siempre recuerda a su natal Candelaria y al barrio Mariano Ramos, donde todo comenzó con bolsillos vacíos y largas caminatas hasta el Pascual Guerrero. Una cuya mirada gris fue conocida por el país en aquel momento que se convirtió en infinito. “Soy ojirrara por Pedro Juan, a él, mi papá, le heredé estos ojos”. La mirada gris de la victoria.