Mauricio Valencia, siempre al máximo
Para este llanero con alma de valluno, entregar todo y soltar hasta el último aliento no es una premisa deportiva, es una máxima de vida que hoy lo tiene en lo más alto del atletismo paralímpico. Y va por más.
Javier Gonzalez Penagos
Mauricio Valencia saluda con un apretón de manos fuerte. No transmite rudeza, con todo y que la robustez de su cuerpo intimida. Desprende calidez y familiaridad. Aunque es introvertido en un primer momento, basta conversar con él un par de minutos para que quede en evidencia su facilidad para generar afecto y simpatía. Es un bacán. Pero, al margen de todo lo que podría decirse, quizá lo más acertado y preciso, lo que en verdad lo describe y abarca, es una consigna con la que explica su vida: “Siempre al máximo”.
Valencia no se queda con nada. No escatima esfuerzos. Ni se guarda, ni se reserva. Con él es todo o nada. Al máximo. Así encara sus desafíos y así afronta sus derrotas. Y esa, confiesa, es la virtud que hoy lo tiene en lo más alto del atletismo. Hace menos de cinco meses, durante el Mundial Paralímpico de Londres, se llevó el oro en una modalidad en la que, literalmente, es el duro: lanzamiento de jabalina. No fue suficiente. También se hizo a un bronce en la prueba de bala. A la competencia llegó con las máximas credenciales: triple medallista olímpico, tricampeón nacional y tricampeón Panamericano y suramericano. No le basta. Ahora quiere consagrarse en cada uno de los certámenes del ciclo y ser tricampeón en bala, jabalina y disco.
“Yo trabajo al máximo siempre, no me guardo una milésima de energía. Siempre al máximo, mejor dicho, hasta que se rompa, como decimos nosotros. Con eso, al momento de competir, mostrar tu trabajo se hace facilito”, explica con el entusiasmo y el carisma del valluno, la tierra que siente suya a pesar de haber nacido en Villavicencio. A Cali llegó con 21 años, después de que le cerraron las puertas como tecnólogo en sistemas. No era el tipo corpulento e imponente que es hoy, ocho años después. Y, por fortuna para el atletismo, no se le dio aquello de la informática, las redes y las telecomunicaciones.
“Tengo mis estudios y todo, pero por más que el Estado habla de garantías para las personas en condición de discapacidad, a la hora de conseguir empleo es bastante complicado. El deporte llegó a mí. Desde la primera vez que me dijeron: ‘Ve, ¿a vos no te gustaría competir?’, acepté y lo que hice después fue seguir consejos”. Así, a punta de disciplina y trabajo, fue construyendo un camino hasta llegar al máximo. Hace tres años lo consiguió: a su vida llegó Máximo, su hijo, quien ya presume, con la ternura de un niño, sus propios músculos. Él es la cúspide más importante de Mauricio Valencia, pero a nivel deportivo va por más. Por todo.
“El deporte paralímpico es muy bonito, especialmente el mío. Cuando te toca, te quedas ahí. Hace mucho en las vidas de las personas. El que llega al deporte paralímpico se queda enganchado”, remata, al tiempo que reclama por mayores espacios para su actividad. No lo dijo, pero no requirió palabras para expresarlo: a Colombia, en muchos aspectos —prensa, instituciones, directivos y, en general, los ciudadanos— aún le hace falta ir al máximo para tratar con igualdad a las personas en condición de discapacidad.
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Mauricio Valencia saluda con un apretón de manos fuerte. No transmite rudeza, con todo y que la robustez de su cuerpo intimida. Desprende calidez y familiaridad. Aunque es introvertido en un primer momento, basta conversar con él un par de minutos para que quede en evidencia su facilidad para generar afecto y simpatía. Es un bacán. Pero, al margen de todo lo que podría decirse, quizá lo más acertado y preciso, lo que en verdad lo describe y abarca, es una consigna con la que explica su vida: “Siempre al máximo”.
Valencia no se queda con nada. No escatima esfuerzos. Ni se guarda, ni se reserva. Con él es todo o nada. Al máximo. Así encara sus desafíos y así afronta sus derrotas. Y esa, confiesa, es la virtud que hoy lo tiene en lo más alto del atletismo. Hace menos de cinco meses, durante el Mundial Paralímpico de Londres, se llevó el oro en una modalidad en la que, literalmente, es el duro: lanzamiento de jabalina. No fue suficiente. También se hizo a un bronce en la prueba de bala. A la competencia llegó con las máximas credenciales: triple medallista olímpico, tricampeón nacional y tricampeón Panamericano y suramericano. No le basta. Ahora quiere consagrarse en cada uno de los certámenes del ciclo y ser tricampeón en bala, jabalina y disco.
“Yo trabajo al máximo siempre, no me guardo una milésima de energía. Siempre al máximo, mejor dicho, hasta que se rompa, como decimos nosotros. Con eso, al momento de competir, mostrar tu trabajo se hace facilito”, explica con el entusiasmo y el carisma del valluno, la tierra que siente suya a pesar de haber nacido en Villavicencio. A Cali llegó con 21 años, después de que le cerraron las puertas como tecnólogo en sistemas. No era el tipo corpulento e imponente que es hoy, ocho años después. Y, por fortuna para el atletismo, no se le dio aquello de la informática, las redes y las telecomunicaciones.
“Tengo mis estudios y todo, pero por más que el Estado habla de garantías para las personas en condición de discapacidad, a la hora de conseguir empleo es bastante complicado. El deporte llegó a mí. Desde la primera vez que me dijeron: ‘Ve, ¿a vos no te gustaría competir?’, acepté y lo que hice después fue seguir consejos”. Así, a punta de disciplina y trabajo, fue construyendo un camino hasta llegar al máximo. Hace tres años lo consiguió: a su vida llegó Máximo, su hijo, quien ya presume, con la ternura de un niño, sus propios músculos. Él es la cúspide más importante de Mauricio Valencia, pero a nivel deportivo va por más. Por todo.
“El deporte paralímpico es muy bonito, especialmente el mío. Cuando te toca, te quedas ahí. Hace mucho en las vidas de las personas. El que llega al deporte paralímpico se queda enganchado”, remata, al tiempo que reclama por mayores espacios para su actividad. No lo dijo, pero no requirió palabras para expresarlo: a Colombia, en muchos aspectos —prensa, instituciones, directivos y, en general, los ciudadanos— aún le hace falta ir al máximo para tratar con igualdad a las personas en condición de discapacidad.
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