Michael Phelps, el hombre que se convirtió en pez
El nadador estadounidense es el atleta que más oros ha ganado en unos Juegos Olímpicos. En su cumpleaños 35 revivimos la historia de un hombre que tuvo que superarse a sí mismo para luego vencer a los demás.
Camilo Amaya
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También de las charlas con su papá, del “siempre tienes que ser el mejor”, y del día en el que Fred Phelps le presentó a su nueva esposa. Fue tanta la rabia que amenazó con darle una paliza y esa reacción del hijo hizo que el padre no volviera a acompañarlo a una piscina. Phelps, el hombre de 1,93 metros de altura y de los 90 kilogramos, el imponente campeón olímpico, lució tan endeble y tan desprotegido que solo encontró amparo en las drogas.
Y en el juego y el alcohol. Se hicieron habituales sus visitas al Horseshoe Casino en Hammond, Indiana, las noches en las que perdía el dinero sin pudor jugando póker, en las que tomaba de más sin importarle que tenía que conducir de regreso a casa. El último lunes de septiembre de 2014, con la sensación de la vista duplicada y tratando de conducir y llamar a su novia (Nicole Johnson) a la vez, Phelps fue detenido por la policía que se alertó al ver una camioneta Range Rover a más de 130 km/h cuando la velocidad permitida era de 75. La prueba de alcoholemia arrojó 0.14, 0.06 puntos por arriba de lo legal. Se comunicó de nuevo con Nicole, esta vez desde la cárcel.
“Ya no quiero estar vivo”. Al otro día del incidente (unos meses antes lo detuvieron por tenencia de marihuana) los más allegados a Phelps se reunieron en su casa con un consejo que más bien fue una orden escueta: “necesitas ayuda”. A la mañana siguiente, el mejor nadador de todos los tiempos partió rumbo a Dawn at the Meadows, una clínica de rehabilitación en Arizona. “Cuando lo visité no recordaba los nombres de sus compañeros en los JJ.OO de Atenas y Pekín”, diría en una entrevista en el New York Times Bob Bowman, su entrenador, el hombre que se dio cuenta de sus condiciones y que a los 11 años, corriendo el riesgo de parecer apresurado para la familia Phelps, se atrevió a decir que Michael sería campeón olímpico y que ganaría lo que nadie había ganado.
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El nadador, que en su momento fue una máquina atlética, el de la confianza absoluta, estaba despojado de su coraza y tan débil que Bowman, siempre duro en los entrenamientos, se limitó a abrazarlo. Phelps duró mes y medio en terapia y se acostumbró a las charlas grupales, a ser honesto con los demás y con él mismo, y entendió que ser vulnerable no siempre es malo, y que depende de cada quién convertir eso en una fortaleza. En el centro de rehabilitación recibió el bastón saguaro, símbolo que circula todas las semanas entre los pacientes y al que se le atribuye no solo liderazgo sino valentía. La lectura también fue su refugio y el joven tímido, introvertido, empezó a leer en voz alta y se adentró tanto que primero pidió el libro El hombre en busca de sentido de Viktor E. Frankl, después El poder de la mente subconsciente y, por último, Vivir la vida con sentido. “Ni siquiera tomaba una revista para ojearla así que verlo leer fue impactante. Era otra persona”, aseguró Bowman. Dos años después regresaría a la competencia para cerrar una carrera inimaginable en Río 2016.
Cultivado para ganar
Phelps se pone un cinturón de ocho kilogramos y empieza a flotar en la piscina. El único sustento para que no se vaya al fondo es la patada constante de delfín que le permite mantener la cabeza en la superficie. Las manos están contra el pecho, la postura es erguida, mas no rígida. Su flexibilidad y la de sus articulaciones hacen que aguante 40 segundos en el mismo lugar. Pura potencia de piernas. Luego hace saltos en el agua, 10 en total, la misma cantidad de series con intervalos de descanso de 30 segundos. El desgaste es tanto que el mismo Phelps solo puede repetir esta rutina cada tres días. “Cuando lo conocí supe que tenía que basar su entrenamiento en la resistencia y no en la velocidad. La técnica la pulimos desde los 11 años”, dice Bowman en el documental Miracle Body, un reportaje que se hizo para entender por qué Phelps era superior a todos los demás nadadores.
Las cámaras de alta definición que le hacen seguimiento también denotan que Phelps permanece más tiempo sumergido que cualquier otro luego de la partida, y que su estilo es tan armónico que cuando sus manos rompen el agua en cada brazada no hay burbujas, una prueba de que hay menor resistencia, es decir, que puede avanzar más con un menor esfuerzo. La conclusión del estudio: Michael tiene el cuerpo perfecto para nadar, un torso enorme y piernas largas que ayudan a la propulsión, huesos delgados, manos grandes como remos, unos pies que parecen aletas (calza 48), sin dejar de lado que durante su carrera se comprobó que producía menos ácido láctico que sus rivales y que apenas tenía un 4 % de grasa corporal. La elasticidad y la fortaleza de un látigo.
Bowman, que tuvo la gran revelación de su vida cuando conoció a Michael en 1996, fue el encargado de que la piscina se convirtiera en su universo, de que entrenar los 365 días del año fuera algo común y no un sacrificio. “Practicaba lacrosse, fútbol, béisbol, pero yo sabía que lo suyo era la natación”. De hecho, Bowman, con papel y lápiz en mano, reunió a la familia en la sala y de a poco fue explicando el plan que tenía para Michael sin que el niño de 11 años dimensionara sus palabras.
—En el 2000 irá a sus primeros Olímpicos, en 2001 impondrá su primer récord y en 2004 será campeón en los JJ.OO.
—Pero, Bob, apenas es un pequeño, vas muy rápido— dijo la mamá
—No es algo que yo controle, solo que el talento de Michael no se puede contener y hay que proyectarlo.
Las predicciones se cumplieron. En Sydney 2000 Phelps fue quinto en los 200 metros mariposa (Tom Malchow se quedó con el oro) y se convirtió en el nadador estadounidense más joven en competir en las justas (15 años). En la temporada siguiente ganó la misma prueba en el Campeonato Mundial de Fukuoka, Japón, con un registro de 1:54,58 (récord del mundo) tras sacarle 10 brazadas a Malchow en los últimos 25 metros y luego de estar gran parte del recorrido por detrás de su compatriota. “Estaba muy motivado y quería reivindicar lo que había sucedido con Whitney”. A lo que se refiere Bowman fue al retiro prematuro de la hermana mayor de Phelps, también nadadora, por culpa de una lesión en las vértebras y que la dejó fuera de Atlanta 1996. El suceso impactó tanto a la familia que en la casa —como lo recordaría el mismo entrenador— había un ambiente mortuorio como si alguien hubiera fallecido.
En 2003 Phelps se convirtió en el primer nadador en poseer cuatro récords del mundo en pruebas distintas (100 y 200 metros mariposa y 200 y 400 metros estilos), la antesala de lo que vendría más adelante.
El hombre olímpico
En unos años puede que muchos niños pregunten por Michael Phelps y cuando se les cuente su historia desearán haber vivido en esta época, haberlo visto ganar su primera medalla de oro olímpica en la prueba de los 100 metros mariposa en Atenas 2004, y los abrazos con su compatriota Ian Crocker y la felicidad del joven de 19 años. También la última, en Río 2016, el 13 de agosto en los 4x100 estilos con Ryan Murphy, Cody Miller y Nathan Adrian diciéndole que es inmortal. Seguramente será necesario contarle a las futuras generaciones que en Pekín 2008 Phelps ganó todo lo que compitió (ocho oros), que en ese evento, en los 100 metros mariposa, no solo derrotó a Milorad Cavic, sino que superó a Mark Spitz, que en Múnich 1972 había logrado siete metales dorados. Y entonces el rótulo de leyenda pasó a ser solo suyo, con sus 28 medallas, lejos de la gimnasta Larisa Latynina (18) y del atleta finlandés Paavo Nurmi (12).
En 2016, con 31 años, un Phelps debilitado por la emoción se despidió de todos para regresar al mundo llamado “normal”, lejos de las piscinas y recordando, en cada conferencia que dicta, las horas vacías e incoloras que vivió y cómo la natación misma lo sacó a flote cuando parecía quedarse en lo más profundo.