Michael Schumacher: la gloria y tragedia de “El Barón Rojo”
La salud del siete veces campeón de la Fórmula 1, tras un accidente que lo tuvo en coma a finales de 2013, sigue siendo un misterio. Un recuento de su legado, de sus maneras, también de su sucesor: su hijo.
Thomas Blanco
Con el alias de “El Barón Rojo”. Que hace alusión a Manfred Von Richthofen, otro piloto temerario germano que lleva el mismo sobrenombre. Pero de los aires: un tipo que derribó ochenta aeroplanos enemigos durante la intransigencia de la Primera Guerra Mundial. Catalogado como el as de ases de la Triple Alianza en la confrontación bélica. Una eminencia de las nubes que recibió la medalla Pour le Mérite, la condecoración militar más alta concedida por Prusia, después por Alemania, durante la Gran Guerra. Esa es la especie a la que pertenece Michael Schumacher, el piloto más importante de todos los tiempos de la Fórmula 1.
Y como si parecieran más bien rasgos de esa raza sui géneris, Manfred, también, sufrió un grave accidente en su cabeza. El 6 de julio de 1917 recibió una bala perdida en el cráneo que le dejó varias secuelas en el cerebro. Le importó un carajo: con su venda siguió volando violando las precauciones que le habían trazado los doctores. Esquiando la muerte, provocándola, tentándola.
Una estela que cogió el siete veces campeón de la F1. 29 de diciembre de 2013, un año después de su segundo retiro, del definitivo, Michael Schumacher clausuraba el año practicando esquí en la estación invernal de Méribel, en los Alpes franceses. Contrario de sus maneras, de sus costumbres, se salió de la pista: cayó de cabeza en una roca camuflada en la nieve. Quedó en coma varios meses. Varios porque el oscurantismo con respecto a su estado, tantos años después, sigue siendo un imperativo. Su familia ha optado por mantener la privacidad. Suenan rumores, porque el silencio, algunas veces, hace ruido.
Igual, el bajo perfil siempre fue su sello. Así contrajo matrimonio con Corinna, su mujer. Así nació Mick, su único hijo, y quien se apunta como su sucesor. Un estilo de vida que va contra a corriente de un hombre que conquistó siete títulos mundiales en la F1, cinco de ellos de forma consecutiva. Que fue subcampeón en dos ediciones y tercero en tres. Un saldo de 91 victorias , 68 poles y 155 podios, que con el sistema actual de puntos, contaría con 3.890, una cifra astronómica y un récord en la Fórmula 1.
La primera vez que se subió a un kart fue a los cuatro años. Rolf, su viejo, aficionado a engallar carros, mecánico de la pista karts de Kerpen, le instaló un motor a un carro de pedales del pequeño Michael. Y tras estrellarse contra un poste lo mandaron a competir en las pistas. A los seis años ganó su primer título y a los 16 ya era subcampeón mundial júnior. Cumplió la mayoría de edad como campeón nacional y europeo. Y apareció Willi Weber, su futuro representante, en su camino. Vislumbró lo que todos: un campeón de F1 en potencia.
A los 22 años se estrenó en la gran carpa del automovilismo. Ocurrió en el Gran Premio de Bélgica, la undécima prueba de la temporada. Los periódicos solo hablaban del altercado del piloto Bertrand Gachot con un taxista a quien agredió usando un frasco de gas lacrimógeno. Fue condenado a dos años a prisión. Weber, que le hablaba al oído a Eddie Jordan, mandamás del equipo Jordan, se dejó convencer por las imperiales referencias de un alemán de 22 años que venía de ganar la Fórmula 3 de su país para reemplazarlo. Lo encantó con una mentira: le dijo que Michael conocía de memoria el circuito de Spa, ya que quedaba a unos kilómetros de su hogar. ¿La realidad? Lo había visto en fotos.
Jordan se enteró de la verdad cuando Michael ocupó, de manera sorprendente, la séptima casilla en la clasificación. Ya era demasiado tarde, no había reversa: la prueba de que los dotados nacen aprendidos. Aunque al día siguiente en la carrera no tuvo fortuna: al comienzo sufrió un problema en el embrague del que ya había avisado con antelación. No dio ni una sola vuelta. La poca ambición y problemas técnicos del equipo lo hicieron cambiar de escudería para el año siguiente. La actuación en la pole del alemán le había bastado a Flavio Briatore para entender que estaba en frente de un piloto distinto que debía fichar para el Benetton, equipo con el que terminó en la tercera casilla de la clasificación en la temporada 1992, por delante de una leyenda como Ayrton Senna.
Su primer título mundial de F1 tuvo un sabor agridulce: ocurrió en 1994 con el antecedente de una fatídica carrera en el Gran Premio de San Marino. Senna, uno de los mejores pilotos en la historia del automovilismo, falleció en carrera luego de un fuerte choque en una curva en la que una varilla de la suspensión de su monoplaza le atravesó el casco y terminó incrustada en su cráneo. Un día antes, en la clasificación, el piloto austriaco Roland Ratzenberger también había perdido la vida por un choque. Al interior del vehículo del brasileño, tras el accidente, encontraron una bandera de Austria. Senna quería hacerle un tributo con una victoria que nunca llegó a ser en honor a su colega fallecido. Tras esa tragedia la F1 nunca volvió a ser la misma.
“Aún no puedo aceptar que gané, quiero dedicar esta victoria a Senna. Siempre creí que él ganaría el campeonato. Él era el mejor”, dijo Schumacher cabizbajo en la rueda de prensa, quien en 1995 revalidó su título y se coronó como el bicampeón más joven en la historia de la F1. Paradójicamente, la partida de Senna le abrió un asiento al alemán en Ferrari para 1996, escudería con la cual gobernó la Fórmula 1 con cinco campeonatos al hilo (2000-2004).
Y en 2006, con 37 años encima, tras 16 años en la gran carpa, anunció su retiro. Sin embargo, la vida del Káiser sin la F1 no era feliz, por lo que en 2010 regresó, esta vez, en las filas de Mercedes Benz. En dos temporadas no le fue bien y a finales de 2012 anunció, ahora sí, su retiro definitivo de los volantes. Su familia, desde eso momento, como siempre, fue su soporte. Porque los aceleradores están en la sangre de los Schumacher.
Ralph, su hermano menor, lo acompañó como rival una década en la Fórmula 1 con las escuadras Jordan, Williams y Toyota. Sebastian Stahl, su medio hermano, compitió en algunas categorías de turismos en Alemania y fue campeón de la SEAT León Supercopa en 2004. Su sobrino, David, hijo de Ralph, a sus 18 años, ya ha sido piloto en algunas categorías de la Fórmula 3. Y quien se lleva todos los reflectores es Mick, su hijo de 21 años, campeón de la Fórmula 3 Europea y quien actualmente milita en la Fórmula 2 de la FIA. Es miembro de la Academia de Pilotos de Ferrari y ya es piloto de pruebas de la escudería italiana y de Alfa Romeo en la F1. Un apellido que espera, con la huella de sus padres, enfrentar al Montoya con Sebastián, hijo de Juan Pablo, quien participa en la Fórmula 4 de Italia.
La segunda pasión de Michael fue el fútbol. Que de hecho alcanzó a ejercer en el profesionalismo tras su primer retiro de la Fórmula 1. Militó en el FC Echinchens de la quinta división de Suiza. Tuvo una relación cercana con el Real Madrid de los Galácticos, futbolistas que se escapaban en sus días de descanso a ver las carreras de F1. De hecho, en 2004 jugó un partido amistoso entre los amigos de Ronaldo y los amigos de Zinedine Zidane, que para él, es el mejor futbolista de la historia. Su amistad lo hizo disputar un tiempo con cada bando. Fue motivador de la selección alemana y hasta estuvo cerca de disputar la Champions League: el SS Murata de San Marino, tal vez movido más por el mercadeo que por el lente deportivo, trató de contratarlo. También participó e innumerables partidos benéficos con las estrellas del fútbol. ¿El último partido que jugó? En la despedida de Michael Ballack en junio de 2013, seis meses antes de su accidente.
Una tragedia de la que no se conocen detalles. De la que se esperan un poco más de certezas en un documental autorizado por su familia que estaba programado para llegar a las salas de cine en diciembre pasado, pero que, por falta de tiempo, tuvieron que posponer hasta nuevo aviso. Una caída de la que el Barón Rojo, tal vez, no logre recuperarse: el piloto más veloz de todos los tiempos.
Con el alias de “El Barón Rojo”. Que hace alusión a Manfred Von Richthofen, otro piloto temerario germano que lleva el mismo sobrenombre. Pero de los aires: un tipo que derribó ochenta aeroplanos enemigos durante la intransigencia de la Primera Guerra Mundial. Catalogado como el as de ases de la Triple Alianza en la confrontación bélica. Una eminencia de las nubes que recibió la medalla Pour le Mérite, la condecoración militar más alta concedida por Prusia, después por Alemania, durante la Gran Guerra. Esa es la especie a la que pertenece Michael Schumacher, el piloto más importante de todos los tiempos de la Fórmula 1.
Y como si parecieran más bien rasgos de esa raza sui géneris, Manfred, también, sufrió un grave accidente en su cabeza. El 6 de julio de 1917 recibió una bala perdida en el cráneo que le dejó varias secuelas en el cerebro. Le importó un carajo: con su venda siguió volando violando las precauciones que le habían trazado los doctores. Esquiando la muerte, provocándola, tentándola.
Una estela que cogió el siete veces campeón de la F1. 29 de diciembre de 2013, un año después de su segundo retiro, del definitivo, Michael Schumacher clausuraba el año practicando esquí en la estación invernal de Méribel, en los Alpes franceses. Contrario de sus maneras, de sus costumbres, se salió de la pista: cayó de cabeza en una roca camuflada en la nieve. Quedó en coma varios meses. Varios porque el oscurantismo con respecto a su estado, tantos años después, sigue siendo un imperativo. Su familia ha optado por mantener la privacidad. Suenan rumores, porque el silencio, algunas veces, hace ruido.
Igual, el bajo perfil siempre fue su sello. Así contrajo matrimonio con Corinna, su mujer. Así nació Mick, su único hijo, y quien se apunta como su sucesor. Un estilo de vida que va contra a corriente de un hombre que conquistó siete títulos mundiales en la F1, cinco de ellos de forma consecutiva. Que fue subcampeón en dos ediciones y tercero en tres. Un saldo de 91 victorias , 68 poles y 155 podios, que con el sistema actual de puntos, contaría con 3.890, una cifra astronómica y un récord en la Fórmula 1.
La primera vez que se subió a un kart fue a los cuatro años. Rolf, su viejo, aficionado a engallar carros, mecánico de la pista karts de Kerpen, le instaló un motor a un carro de pedales del pequeño Michael. Y tras estrellarse contra un poste lo mandaron a competir en las pistas. A los seis años ganó su primer título y a los 16 ya era subcampeón mundial júnior. Cumplió la mayoría de edad como campeón nacional y europeo. Y apareció Willi Weber, su futuro representante, en su camino. Vislumbró lo que todos: un campeón de F1 en potencia.
A los 22 años se estrenó en la gran carpa del automovilismo. Ocurrió en el Gran Premio de Bélgica, la undécima prueba de la temporada. Los periódicos solo hablaban del altercado del piloto Bertrand Gachot con un taxista a quien agredió usando un frasco de gas lacrimógeno. Fue condenado a dos años a prisión. Weber, que le hablaba al oído a Eddie Jordan, mandamás del equipo Jordan, se dejó convencer por las imperiales referencias de un alemán de 22 años que venía de ganar la Fórmula 3 de su país para reemplazarlo. Lo encantó con una mentira: le dijo que Michael conocía de memoria el circuito de Spa, ya que quedaba a unos kilómetros de su hogar. ¿La realidad? Lo había visto en fotos.
Jordan se enteró de la verdad cuando Michael ocupó, de manera sorprendente, la séptima casilla en la clasificación. Ya era demasiado tarde, no había reversa: la prueba de que los dotados nacen aprendidos. Aunque al día siguiente en la carrera no tuvo fortuna: al comienzo sufrió un problema en el embrague del que ya había avisado con antelación. No dio ni una sola vuelta. La poca ambición y problemas técnicos del equipo lo hicieron cambiar de escudería para el año siguiente. La actuación en la pole del alemán le había bastado a Flavio Briatore para entender que estaba en frente de un piloto distinto que debía fichar para el Benetton, equipo con el que terminó en la tercera casilla de la clasificación en la temporada 1992, por delante de una leyenda como Ayrton Senna.
Su primer título mundial de F1 tuvo un sabor agridulce: ocurrió en 1994 con el antecedente de una fatídica carrera en el Gran Premio de San Marino. Senna, uno de los mejores pilotos en la historia del automovilismo, falleció en carrera luego de un fuerte choque en una curva en la que una varilla de la suspensión de su monoplaza le atravesó el casco y terminó incrustada en su cráneo. Un día antes, en la clasificación, el piloto austriaco Roland Ratzenberger también había perdido la vida por un choque. Al interior del vehículo del brasileño, tras el accidente, encontraron una bandera de Austria. Senna quería hacerle un tributo con una victoria que nunca llegó a ser en honor a su colega fallecido. Tras esa tragedia la F1 nunca volvió a ser la misma.
“Aún no puedo aceptar que gané, quiero dedicar esta victoria a Senna. Siempre creí que él ganaría el campeonato. Él era el mejor”, dijo Schumacher cabizbajo en la rueda de prensa, quien en 1995 revalidó su título y se coronó como el bicampeón más joven en la historia de la F1. Paradójicamente, la partida de Senna le abrió un asiento al alemán en Ferrari para 1996, escudería con la cual gobernó la Fórmula 1 con cinco campeonatos al hilo (2000-2004).
Y en 2006, con 37 años encima, tras 16 años en la gran carpa, anunció su retiro. Sin embargo, la vida del Káiser sin la F1 no era feliz, por lo que en 2010 regresó, esta vez, en las filas de Mercedes Benz. En dos temporadas no le fue bien y a finales de 2012 anunció, ahora sí, su retiro definitivo de los volantes. Su familia, desde eso momento, como siempre, fue su soporte. Porque los aceleradores están en la sangre de los Schumacher.
Ralph, su hermano menor, lo acompañó como rival una década en la Fórmula 1 con las escuadras Jordan, Williams y Toyota. Sebastian Stahl, su medio hermano, compitió en algunas categorías de turismos en Alemania y fue campeón de la SEAT León Supercopa en 2004. Su sobrino, David, hijo de Ralph, a sus 18 años, ya ha sido piloto en algunas categorías de la Fórmula 3. Y quien se lleva todos los reflectores es Mick, su hijo de 21 años, campeón de la Fórmula 3 Europea y quien actualmente milita en la Fórmula 2 de la FIA. Es miembro de la Academia de Pilotos de Ferrari y ya es piloto de pruebas de la escudería italiana y de Alfa Romeo en la F1. Un apellido que espera, con la huella de sus padres, enfrentar al Montoya con Sebastián, hijo de Juan Pablo, quien participa en la Fórmula 4 de Italia.
La segunda pasión de Michael fue el fútbol. Que de hecho alcanzó a ejercer en el profesionalismo tras su primer retiro de la Fórmula 1. Militó en el FC Echinchens de la quinta división de Suiza. Tuvo una relación cercana con el Real Madrid de los Galácticos, futbolistas que se escapaban en sus días de descanso a ver las carreras de F1. De hecho, en 2004 jugó un partido amistoso entre los amigos de Ronaldo y los amigos de Zinedine Zidane, que para él, es el mejor futbolista de la historia. Su amistad lo hizo disputar un tiempo con cada bando. Fue motivador de la selección alemana y hasta estuvo cerca de disputar la Champions League: el SS Murata de San Marino, tal vez movido más por el mercadeo que por el lente deportivo, trató de contratarlo. También participó e innumerables partidos benéficos con las estrellas del fútbol. ¿El último partido que jugó? En la despedida de Michael Ballack en junio de 2013, seis meses antes de su accidente.
Una tragedia de la que no se conocen detalles. De la que se esperan un poco más de certezas en un documental autorizado por su familia que estaba programado para llegar a las salas de cine en diciembre pasado, pero que, por falta de tiempo, tuvieron que posponer hasta nuevo aviso. Una caída de la que el Barón Rojo, tal vez, no logre recuperarse: el piloto más veloz de todos los tiempos.