Muhammad Alí: El boxeador que demostró ser más que un poeta
Un bailarín sobre el cuadrilátero. Nació como Cassius Marcellus Clay, un 17 de enero de 1942, y como Alí se convirtió en uno de los deportistas más grandes de todos los tiempos. De niño, montado en su bicicleta, soñaba con ser grande. Y de adulto, les temía más a los aviones que a los golpes. Su voz, la de los negros en Estados Unidos, fue la voz de la lucha por los derechos civiles de los excluidos en Norteamérica y el mundo.
Fernando Camilo Garzón
Antes de conseguir la victoria contra George Foreman en una de las peleas más icónicas de la historia del boxeo, Muhammad Alí dijo que el entonces campeón del mundo se iba a enfrentar con el boxeador más creativo, científico, artístico, guapo, comentado, llamativo y sabio de todos los tiempos; él.
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Antes de conseguir la victoria contra George Foreman en una de las peleas más icónicas de la historia del boxeo, Muhammad Alí dijo que el entonces campeón del mundo se iba a enfrentar con el boxeador más creativo, científico, artístico, guapo, comentado, llamativo y sabio de todos los tiempos; él.
Alí había advertido meses antes que llevaría a Foreman, campeón mundial invicto antes de esa pelea, hasta África para que pudiera enfrentar a su maestro, a su ídolo; al boxeador sobre el que escuchó leyendas desde que era niño y que ahora lo estaba retando. Quería ganarle allí, donde decían que Tarzán, un hombre blanco, era el rey de la selva. Alí quería las dos coronas.
Y aunque en las apuestas, como le ocurrió toda su vida, el ganador parecía ser Foreman, de quien los expertos decían que nadie podía soportar sus embestidas, al final Muhammad Alí volvió a demostrar que sobre el cuadrilátero él era más grande que las probabilidades. ¿El resultado? Un nocaut que llegó desde sus puños en el octavo asalto.
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Cassius Marcellus Clay, el nombre que le dieron sus padres al nacer y que después cambió cuando se entregó al islam, siempre fue de palabras y de acciones. Era un poeta. O mejor, era el mejor poeta del mundo. Y de eso se dio cuenta antes de su primer gran victoria en el ring contra Sonny Liston. Antes de la pelea, Alí se convenció de que, para ganarse el respeto de todos, para ser tan grande como quería ser, tenía que enunciarse ante el mundo como el boxeador más importante que jamás había existido. Y entonces decía que nadie podría derrotarlo, que nadie se le podía acercar y que ni siquiera podían pegarle. Decía que los rivales no podían tocarle el rostro porque él era el hombre más guapo y hermoso que había sobre la tierra. Sus palabras incomodaban a la prensa, era un negro el que lo decía. Y aquellos días eran una de las épocas más recalcitrantes en la lucha por los derechos de las negritudes en Estados Unidos, banderas que Alí había tomado con fuerza varios años atrás.
A Liston no lo dejó ni respirar. Y tuvo razón, ni siquiera pudo tocarle el rostro. Alí dio una exhibición. Todos esperaban que Liston, el campeón del mundo, se llevara una victoria sin problemas. Alí, tranquilo, danzó sobre el ring con la guardia izquierda baja y con golpes certeros, fulminantes. Feroz y ágil, como una abeja. Era un bailarín sobre el cuadrilátero.
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“¿Qué les dije? Soy el mejor, soy hermoso, soy el más grande. Estremecí al mundo”, gritaba Alí, mientras el público sorprendido veía cómo aquel irreverente se convertía en el boxeador más grande sobre la faz de la tierra. “No hablo más. Ustedes, escriban el resultado”, les dijo Cassius Clay a los periodistas después de que acabó la pelea. Y al otro día los periódicos titulaban, debajo el nombre de la nueva estrella: “demostró que no solo es un poeta”.
De niño le temía a los aviones, aunque sabía que quería llegar muy lejos. Montando en su bicicleta, en las calles de Louisville (Kentucky, Estados Unidos), soñaba con ser el más grande de todos los tiempos. Fue viendo las peleas de Rocky Marciano, Joe Louis y Jack Johnson que empezó a imaginarse cómo sería escuchar el nombre de Cassius Marcellus Clay desde Rusia hasta África. Y fue también de niño, mientras observaba cómo al mundo lo hacían ver como a una tierra de blancos, que empezó a preguntarse cuál era el lugar que el sistema le había dado a su raza. Su abuelo fue esclavo, su papá fue a la guerra por Estados Unidos y aún, a pesar del sufrimiento de sus antepasados, él no era libre en su propia tierra.
Alí creció convencido de que algo estaba mal, pero solo lo vio con total claridad cuando, tras ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, no lo dejaron sentarse en un restaurante a comer con los blancos. “Mi papá fue a la guerra, yo gané una medalla de oro por este país y no puedo comer en mi ciudad. ¿La misma ciudad a la que voy a la iglesia?”, le narró el boxeador a Michael Parkinson, en una famosa entrevista con la BBC.
Por su agudeza política, su activismo por los derechos civiles de las negritudes en Estados Unidos, su voz se hizo incómoda. Y más todavía cuando empezó a juntarse con figuras como Malcolm X y Elijah Muhammad, líder musulmán que lo llevó a convertirse al islam y a cambiar su nombre.
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El boxeador se convirtió en líder. Uno incómodo porque sabía hablar, porque no se escondía. Si, era un poeta, pero también era un activista. Un día llegó una notificación de reclutamiento para ir a Vietnam, a luchar con el ejército de Estados Unidos, pero Alí se negó a ir. “No voy a ir. El islam nos enseña que no debemos ir a guerras a quitar otras vidas humanas”, defendió el campeón del mundo su postura. Fue un escándalo, pero el boxeador se negó a pelear por un país que lo había segregado a él, a su familia y a los suyos durante siglos.
Lo amenazaron con quitarle su título y con llevarlo preso. Sin embargo, él, valiente como siempre fue, prefirió perder el campeonato antes que su dignidad: “El boxeo no significa nada para mí. Me importa más nuestra libertad. Prefiero pelear por nuestros derechos civiles. No tengo miedo en mi corazón, ya ni siquiera les temo a los aviones como me pasaba antes”.
No despreciaba al boxeo. Lo amó, pero explicaba que él boxeaba para que el público lo conociera. De lo contrario, “si yo no fuera boxeador, ya me habrían matado marchando y pidiendo por la libertad de los negros en las calles”. Así les sucedió a sus amigos y compañeros de lucha, Malcom X y Martin Luther King.
“Vinimos en cadenas” se le escucha recitar un poema a Alí en el documental ¿Cuál es mi nombre? de HBO.
Después de negarse a ir a Vietnam perdió su campeonato, efectivamente. Estuvo inactivo por tres años y al volver ya era otro. Más lento, pero más sabio.
Joe Frazier le propinó la primera derrota de su vida. Y más tarde, Ken Norton hizo lo propio. La segunda mucho más sorpresiva que la primera. Sin embargo, las dos caídas le sirvieron a Alí para enfocar de nuevo. Y volvió para ser invencible. A Frazier y Norton, los venció en la revancha. Y después a George Foreman no lo dejó ni pisar el ring, como ya fue reseñado. Por segunda vez, Muhammad Alí era campeón del mundo.
Lo conseguiría una tercera vez, después de que Leon Spinks le dio la tercera derrota de su carrera. Y Alí, que todavía tenía suficiente por dar, volvió para recuperar su corona. Antes de esa pelea dijo: “Esta será la última. Quiero retirarme siendo el primer negro invicto que ganó tres veces el campeonato del mundo”.
Y aunque cumplió la parte de recuperar su trono, no pudo con la de dejar de lado los guantes. Siguió para recaudar dinero y apoyar las causas en las que él creía. Pero ya, un poco más viejo y cansado, con el Parkinson tímidamente haciendo mella en su salud, decidió retar a Larry Holmes, cuando la fuerza ya no era suficiente. Perdió, dos veces más. Su última pelea fue contra Trevor Berbick, un 11 de diciembre de 1981. Otra derrota, la definitiva, que dejó su marca en 56 victorias y solo cinco pérdidas.
Su voz, eso sí, no la apagaron los años, ni la enfermedad. A sus 50, llegaron las secuelas del boxeo. Y la cabeza, de quien fue un hombre brillante, poco a poco se fue apagando. Alí luchó hasta donde lo dejó la cordura por sus convicciones. Y ya en sus últimos años, cuando la lucidez se le fue definitivamente, aguantó hasta 2016, el año de su muerte.
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Este 17 de enero de 2022 se cumplen 80 años del nacimiento de una de las leyendas más grandes de la historia del deporte. Una de las voces más elocuentes y certeras de la humanidad. Un deportista único. Un poeta, un artista, un científico, como el mismo se denominaba. Su memoria inspira el ejemplo de los miles que actualmente luchan por disminuir las barreras en el mundo, por la igualdad en los derechos y la dignidad de las personas. Esas, las peleas más importantes que Muhammad Alí dio en su vida.