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Muhammad Alí: ¡El grande, la leyenda, el ícono!

Nadie olvidará su paso por el boxeo y su estilo en la división de los pesos pesados. Pero tampoco nadie olvidará su desafío al establecimiento y a la lucha de clases, dando la cara por los Derechos Civiles.

Antonio Andraus Burgos, especial para El Espectador
04 de junio de 2016 - 08:27 p. m.
En su brillante carrera, Cassius Clay o Muhammad Alí, dejó una estela de grandeza que nadie ha podido superar, como tampoco, intentar desconocer. Foto: EFE
En su brillante carrera, Cassius Clay o Muhammad Alí, dejó una estela de grandeza que nadie ha podido superar, como tampoco, intentar desconocer. Foto: EFE
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La maravilla de Louisville jamás podrá ocupar un nicho en los anaqueles del olvido. Tanto por lo que hizo en el mundo del boxeo, como por lo que hizo de su vida y por su raza.

Cassius Clay, o mejor, Muhammad Alí, desde cuando por primera vez apareció en los cuadriláteros, impuso su sello, su estilo, su modo de ser, un carisma que permaneció incólume con él hasta el día de su fallecimiento, esa grandeza que sólo los iluminados, con su aureola, fácilmente se percibe.

"El más grande", la obra escrita por Richard Durham, fue sin duda alguna, la biografía más completa que se pudo hacer sobre este hombre que revolucionó el boxeo en los años 60 y 70, tanto por la forma en que se divertía con sus rivales en los encordados, como por su estilo de vida y sus decisiones personales.

Deslumbró al mundo de las ‘’narices chatas’’ cuando a los 18 años conquistó la Medalla de Oro en el peso semi-completo en los Juegos Olímpicos de Roma para Estados Unidos, y desde entonces, empezó una leyenda que nunca podrá ser olvidada por el mundo del boxeo, por el mundo del deporte, por el mundo social y por el mundo político.

Su historia boxística está llena de triunfos y de combates épicos; de ser un perdedor en las apuestas de los críticos sobre los escritorios, era un sensacional triunfador sobre el cuadrilátero; de ser un peleador con innatas condiciones para deambular sobre los encordados a su manera y con su estilo, desafiando a los más grandes pugilistas de su época, y a quienes demolió de manera inobjetable y valerosa, aun cuando en ocasiones se sentía perdido frente a sus contrincantes de turno, a quienes además de desafiar pugilísticamente hablando, los encaraba con epítetos que sobresalían en los medios periodísticos, porque a todos les encontraba algo que decirles en su cara, era un publicista nato para sus combates.

Nunca dejó mal a su país, a quien quería como muy pocos lo han hecho en la historia deportiva, y al que representaba con toda la dignidad de un verdadero atleta, como cuando encendió el pebetero de los Juegos Olímpicos de 1996, en Atlanta, días en que ya sus fuerzas empezaban a flaquear frente al Mal de Parkinson.

Siempre estuvo dispuesto apoyar y a concurrir a todos los eventos benéficos por su raza, por la salud de los niños, por las obras sociales que le llamaran la atención. Jamás de su boca salió un ‘’no’’ para respaldar una noble causa, así sus fuerzas estuviesen cada día más diezmadas.

Amigo de Demócratas y Republicanos, Muhammad Alí sorprendió al mundo político cuando, una vez superada las diferencias con el sistema del Servicio Militar Obligatorio, fue hasta la Casa Blanca a saludar al presidente Ronald Reagan, y después regresó a saludar, en ese mismo recinto, al presidente Jimmy Carter.

Alguna vez confesó que la muerte del presidente Kennedy lo había consternado "porque nuestra raza siempre estará agradecida con él".

En las ocasiones en que lo vimos actuar sobre los cuadriláteros, fue el hombre simpático de siempre en las ruedas de prensa, jovial con los reporteros, locuaz como siempre, y peleador integral como muy pocos en el encordado.

Mandíbula fracturada

Jamás se quejó de nada. Por el contrario, se mostraba fuerte y no aceptaba el dolor como parte de su derrota, como cuando Ken Norton le fracturó la mandíbula en aquella inolvidable pelea efectuada en San Diego, California, en marzo de 1973, soportando estoicamente desde el segundo asalto, el intenso dolor que la causaba su fractura ósea, y enfrentándose a su ‘’ángel de la guarda’’ de todos los tiempos, Angelo Dundee, quien intentó en tres ocasiones detener el desigual pleito, pero Alí, a voz en cuello, se lo impidió, terminando el combate de pié y esperando la decisión adversa de los jueces, que finalmente se pronunciaron a través de las tarjetas, en su contra.

En la revancha, seis meses después en Inglewood, también en California, se desquitó no de la manera amplia en que él proyectó, proclamó y promocionó el pleito, pero sí por decisión estrecha de los jueces, demostrando que con su clase pudo superar quizás al más duro contrincante que tuvo en su larga carrera en el mundo del boxeo.

Su impecable estilo, que revolucionó la manera de actuar sobre los tinglados al mundo del boxeo —con su creación del golpe del martillo y el golpe del remolino —, dejó para los entendidos, el aceptar que su presencia sobre los cuadriláteros proyectaba una nueva escuela pugilística que le dio una concepción diferente al peso completo, que nunca pudieron hacer Jack Dempsey, Rocky Marciano o Joe Louis, para apenas citar a tres inolvidables de todos los tiempos en dicha categoría.

En teoría, Muhammad Alí tenía los ingredientes físicos necesarios para hacer del encordado su tapete favorito, que lo recorría de tal manera que dejaba perplejos a sus rivales, a quienes vapuleaba con la velocidad que le imprimía a sus golpes y al rápido desplazamiento con sus piernas, sin que se le notara decaimiento alguno durante el combate.

Condiciones envidiables

Exhibía condiciones envidiables. Su alcance con los brazos le anticipaban la distancia necesaria para ganar sin complicaciones, la media distancia. Cuando se ‘’enconchaba’' contra las cuerdas, sus rivales se cansaban de lanzarle golpes que se estrellaban sobre la muralla que imponían sus brazos. Cuando soltaba su jab, con una precisión única y golpe demoledor, hacía estragos en sus rivales, que sentían el poder de sus puñetazos como punzadas destructoras sobre su humanidad.

Siempre se presentaba en inmejorables condiciones físicas y síquicas, pues desde cuando se firmaba el pleito, él se encargaba de hacer la publicidad del caso, retando a sus rivales desde el primero hasta el último segundo, con ataques verbales que eran sonoros y que hacían del espectáculo la comidilla de los aficionados, los críticos, la prensa, la radio y la televisión, pues estaban llenas de ironía, que para muchos significaba simplemente la locuacidad de un joven atleta o la impertinencia de quien quería hacerse notar.

El título mundial

Todo el mundo recuerda que Sonny Liston, para entonces, monarca de la categoría, un ex convicto a quien se le calificaba como el más poderoso peleador del peso completo de la época, era inmenso favorito para derrotar al jovenzuelo de Louisville. Nadie daba un dólar por la victoria de Alí frente al monarca. Pero llegó el momento del esperado combate, y el Cassius Clay de entonces desarrolló de manera tan aplicada su sistema boxeril que le propinó soberana paliza al 'Oso Feo' de Liston, quien abandonó el compromiso perdiendo por nocáut técnico, al sonar la campana para el séptimo asalto.

Y la revancha fue más fácil. El 'golpe fantasma', ese que nadie vio pero que permitió que se contaran 13 segundos en vez de 10 para decretar el nocáut fulminante, llegó en el propio primer asalto de la controversia, cuando Clay asestó golpes a diestra y siniestra a Sonny, cuya derrota lo marcó de por vida como un ‘’simple fanfarrón’’, como siempre lo calificó Cassius. El cronómetro señaló 2 minutos y 12 segundos del primer asalto, una pelea que despertó muchas polémicas y dudas a tituplén. Nadie esperaba ese desenlace, nadie creía lo que acababa de suceder, nadie pudo detectar el golpe que produjo el nocáut. Pero Sonny tan fuerte y poderoso que era, yacía sobre el cuadrilátero, muy cerca de los pies de Clay.

La corona del peso completo la conquistó el 25 de febrero de 1964 en Miami Beach, Florida; y la revancha para confirmar el título, fue el 25 de mayo de 1965, en Lewinston, Maine.

Uno detrás de otro

En su brillante carrera, Cassius Clay o Muhammad Alí, dejó una estela de grandeza que nadie ha podido superar, como tampoco, intentar desconocer.

Su grandeza pugilística creció con el transcurrir de los años, y se consolidó con épicas peleas con rivales de renombre como Joe Frazier, George Fóreman, Floyd Patterson, George Chuvalo, Oscar ‘’Ringo’’ Bonavena, Jimmy Ellis, Jerry Quarry, Bob Foster, Buster Mathis, Ron Lyle, Jimmy Young, entre otros.

Con Muhammad Alí el boxeo profesional llegó a rincones desconocidos del mundo contemporáneo, como cuando peleó en Manila, Filipinas, con Joe Frazier; en Kinshasa, Zaire, contra George Fóreman; o en Kuala Lumpur, Malasia, frente a Joe Bugner. Se negó a firmar un contrato para hacer la defensa de su corona orbital en Sudáfrica, ‘’porque sería mal visto apoyar con mi presencia, la segregación racial que hay en ese país’’.

Uno detrás de otro, cayeron ante la inmensidad pugilística de este superdotado atleta norteamericano, quien terminó su vida en este mundo, acosado por el Mal de Parkinson, enfermedad que le fue diagnosticada desde 1984, este 3 de junio de 2016, en horas de la noche. A sus rivales los fue arrinconando y a muchos, los hizo despedirse del boxeo.

Hubo derrotas que le dolieron en el alma y en su majestuosidad boxeril. La que perdió frente a Ken Norton, cuando sufrió la fractura de su mandíbula; una con Joe Frazier, un rival de muchos quilates; frente a León Spinks y la derrota ante Larry Holmes, estas dos últimas, en el ocaso de su brillante e indiscutible carrera.

De principios

Pero es que Muhammad Alí además de ser el egregio peleador que fue sobre el cuadrilátero, también lo fue en su vida particular, por su forma de ser, y por defender, a capa y espada, sus principios.

Cuando le preguntaron por qué no iba a prestar el servicio militar obligatorio en los Estados Unidos, cuya presencia estaba destinada a concurrir a la Guerra de Vietnam, vigorosamente respondió: "Porque no vamos a servir de carne de cañón".

Miembro del Islam para esos finales de los años 70, religión a la que abrazó con suma convicción — época cuando decidió cambiar su nombre de pila Cassius Clay por el de Muhammad Alí — tuvo resonancia mundial al señalar que "si los hombres de color no tenemos derecho a votar en nuestro país, tampoco debemos ir por nuestro país a la guerra".

Objetó públicamente que fuese obligado a prestar el servicio militar, "porque en mi conciencia no está matar a otro", y prefirió ir a la cárcel, como en efecto ocurrió durante tres años —entre 1966 y 1970- , lo cual obligó a las entidades que regentaban el boxeo mundial, a suspenderlo de la actividad durante ese lapso.

Fue multado con 10 mil dólares por rehusarse al servicio militar y a pagar una condena de 5 años de prisión, suspendiéndole el pasaporte por tres años y medio para salir de su país, porque había salido con libertad bajo fianza. Cuando regresó a la vida deportiva, tras ese obligado receso, todavía Muhammad Alí contaba con el aliento y la dignidad necesarias para seguir en la brega del boxeo.

Este hombre de color, que indiscutiblemente engrandeció a su raza en esos años 60 y 70, luchó abierta y públicamente por los Derechos Civiles en su país, y fue bastión de la integridad en la exigencia para la igualdad de blancos y negros.

Ciertamente fue el reverendo Martin Luther King y el dirigente Malcolm X, los líderes de la campaña histórica por los Derechos Civiles de los afroamericanos en los Estados Unidos, al lado del asesinado presidente, John F. Kennedy, pero fue Muhammad Alí el gran orgullo de su raza en una época en que la gente de color en las tierras del Tío Sam no eran tenidos en cuenta para nada.

Miembro del Salón de la Fama y ganador en cinco ocasiones del título Mejor Boxeador del Año, Muhammad Alí o Cassius Clay, es un ícono para el boxeo, el más grande de todos los grandes de su categoría y una leyenda que traspasará, sin duda alguna, la historia del boxeo moderno, de su protagonismo en defensa de su raza, y de su lealtad a los principios y a sus convicciones personales.
 

Por Antonio Andraus Burgos, especial para El Espectador

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