Nadal se despidió de Roland Garros en los Olímpicos, tras perder con Djokovic
Campeón 14 veces del grand slam de tierra batida, el español tuvo el que podría ser su último baile en la cancha parisina. Su verdugo fue el serbio, que sigue en carrera por el oro, el único título que le falta. Así se vivió el partido en París 2024.
Fernando Camilo Garzón
Enviado especial a París
“Estuvimos aquí”, dijeron unos periodistas que lograron entrar a última hora para ver uno de los partidos del año en el mundo del tenis. Los pasillos estaban tan abarrotados que tuvo que intervenir la policía para desalojar a las decenas de periodistas que protestaban en los pasillos del coliseo para poder presenciar la despedida más sentida de los Juegos Olímpicos. Definitivamente, no cabía ni una persona más en la Philippe Chatrier, la cancha principal de Roland Garros. El cartel era demasiado potente: Novak Djokovic vs. Rafael Nadal. Unos meses atrás, cuando lo eliminó Alexander Zverev en el Grand Slam francés, el tenista español había prometido una última cita con la tierra de arcilla, el suelo de París que tanto lo amó. La superficie que él, a su vez, tanto quiso y que supo conquistar en 14 ocasiones.
Rafa sabía que ese último baile sería en los Juegos Olímpicos de París 2024, ¿pero quién iba a decir que ese partido del adiós iba a ser, precisamente, con Novak Djokovic, el gran rival de su carrera?
El sol pegaba fuerte sobre el polvo de ladrillo en París. La brizna, medida y ligera, golpeaba de forma muy tímida el rostro de las casi 15.000 espectadores que le caben al estadio. En las gradas, los abanicos daban la sensación de que la tribuna estaba llena de mariposas y que, por una razón imposible, por más de que abanicaran, no podían alzar vuelo. Estancadas en la tribuna, también eran testigos de un partido inolvidable. Se despidió, en París, el tenista más grande del polvo de ladrillo, una leyenda viviente del deporte y una verdadera insignia de toda una generación. Y su verdugo fue otro tan histórico como él, su némesis, su rival y, muchas veces, su pesadilla.
A Nadal le quedó imposible seguir al ritmo
Dos días atrás, cuando El Espectador le preguntó en la zona mixta a Rafael Nadal si iba a jugar el partido contra Novak Djokovic en la segunda ronda de los Juegos Olímpicos, el español respondió que no estaba seguro de si podría asistir a la cita. Había prometido su regreso a su reino de arcilla, pero todavía no estaba seguro de que le dieran las piernas para resistir el embate de dos torneos al tiempo. Sería prudente recordar que a la par de la rama individual, Rafa disputa los dobles junto al joven Carlos Alcaraz y el sueño de la medalla dorada tiene ilusionada a media España.
Contra Djokovic, al mallorquín se le notó la esperable falta de continuidad. Frente a un rival que no perdona ni el más mínimo milimetro, que busca el único título que le resta (la medalla de oro olímpica), el español se vio mermado, desesperado e incapaz de seguir el ritmo. Al menos en el primer set. Cada punto ganado, lo celebraba a grito herido. Sin embargo, cada punto perdido despertaba su ira. Era un estallido interior, rabia con él mismo, del tiempo que ya pasó, el adiós que se vuelve inevitable.
El primer parcial fue una pesadilla. En el último embate, salvó el 6-0 con un juego que parecía revivirlo y que dejó el tanteador en un 6-1. En la segunda mitad la cosa no parecía ir mejor y con un quiebre temprano, antes de la hora de partido, la derrota del español parecía prácticamente encaminada.
En ningún momento disminuyó el cariño del público, abocado a celebrar al legendario tenista español, el gran monarca de esa tierra batida. “Rafa, Rafa, Rafa”, gritaban los fanáticos, que ante cualquier atisbo de cántico de algunos serbios que estaban en la tribuna, ahogaban esos vítores imponiendo su voz en apoyo a Nadal.
Nadal, sacando de donde parecía no tener, empezó a remontar un partido que ya parecía perdido. De ir abajo con dos quiebres, el español se recuperó e igualó el juego. Parecía que seguiría de largo, pero cuando igualó 4-4, Nole despertó de nuevo. El set acabó 6-4, con la duda en el aire de si será el último. Después del partido no habló. Se despidió del público, que lo celebró mientras a Djokovic, la otra leyenda, muchos lo abuchearon. El serbio, insolente, les dijo que hicieran más ruido, mientras Nadal desaparecía por la boca del túnel, con los brazos en alto, derrotado, pero con el cariño de la gente.
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“Estuvimos aquí”, dijeron unos periodistas que lograron entrar a última hora para ver uno de los partidos del año en el mundo del tenis. Los pasillos estaban tan abarrotados que tuvo que intervenir la policía para desalojar a las decenas de periodistas que protestaban en los pasillos del coliseo para poder presenciar la despedida más sentida de los Juegos Olímpicos. Definitivamente, no cabía ni una persona más en la Philippe Chatrier, la cancha principal de Roland Garros. El cartel era demasiado potente: Novak Djokovic vs. Rafael Nadal. Unos meses atrás, cuando lo eliminó Alexander Zverev en el Grand Slam francés, el tenista español había prometido una última cita con la tierra de arcilla, el suelo de París que tanto lo amó. La superficie que él, a su vez, tanto quiso y que supo conquistar en 14 ocasiones.
Rafa sabía que ese último baile sería en los Juegos Olímpicos de París 2024, ¿pero quién iba a decir que ese partido del adiós iba a ser, precisamente, con Novak Djokovic, el gran rival de su carrera?
El sol pegaba fuerte sobre el polvo de ladrillo en París. La brizna, medida y ligera, golpeaba de forma muy tímida el rostro de las casi 15.000 espectadores que le caben al estadio. En las gradas, los abanicos daban la sensación de que la tribuna estaba llena de mariposas y que, por una razón imposible, por más de que abanicaran, no podían alzar vuelo. Estancadas en la tribuna, también eran testigos de un partido inolvidable. Se despidió, en París, el tenista más grande del polvo de ladrillo, una leyenda viviente del deporte y una verdadera insignia de toda una generación. Y su verdugo fue otro tan histórico como él, su némesis, su rival y, muchas veces, su pesadilla.
A Nadal le quedó imposible seguir al ritmo
Dos días atrás, cuando El Espectador le preguntó en la zona mixta a Rafael Nadal si iba a jugar el partido contra Novak Djokovic en la segunda ronda de los Juegos Olímpicos, el español respondió que no estaba seguro de si podría asistir a la cita. Había prometido su regreso a su reino de arcilla, pero todavía no estaba seguro de que le dieran las piernas para resistir el embate de dos torneos al tiempo. Sería prudente recordar que a la par de la rama individual, Rafa disputa los dobles junto al joven Carlos Alcaraz y el sueño de la medalla dorada tiene ilusionada a media España.
Contra Djokovic, al mallorquín se le notó la esperable falta de continuidad. Frente a un rival que no perdona ni el más mínimo milimetro, que busca el único título que le resta (la medalla de oro olímpica), el español se vio mermado, desesperado e incapaz de seguir el ritmo. Al menos en el primer set. Cada punto ganado, lo celebraba a grito herido. Sin embargo, cada punto perdido despertaba su ira. Era un estallido interior, rabia con él mismo, del tiempo que ya pasó, el adiós que se vuelve inevitable.
El primer parcial fue una pesadilla. En el último embate, salvó el 6-0 con un juego que parecía revivirlo y que dejó el tanteador en un 6-1. En la segunda mitad la cosa no parecía ir mejor y con un quiebre temprano, antes de la hora de partido, la derrota del español parecía prácticamente encaminada.
En ningún momento disminuyó el cariño del público, abocado a celebrar al legendario tenista español, el gran monarca de esa tierra batida. “Rafa, Rafa, Rafa”, gritaban los fanáticos, que ante cualquier atisbo de cántico de algunos serbios que estaban en la tribuna, ahogaban esos vítores imponiendo su voz en apoyo a Nadal.
Nadal, sacando de donde parecía no tener, empezó a remontar un partido que ya parecía perdido. De ir abajo con dos quiebres, el español se recuperó e igualó el juego. Parecía que seguiría de largo, pero cuando igualó 4-4, Nole despertó de nuevo. El set acabó 6-4, con la duda en el aire de si será el último. Después del partido no habló. Se despidió del público, que lo celebró mientras a Djokovic, la otra leyenda, muchos lo abuchearon. El serbio, insolente, les dijo que hicieran más ruido, mientras Nadal desaparecía por la boca del túnel, con los brazos en alto, derrotado, pero con el cariño de la gente.
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