Nelson Crispín: como pez en el agua
De brazada en brazada, en 2019 conquistó 20 medallas: cinco en el Mundial de Paranatación en Londres, siete en los Parapanamericanos en Lima y ocho en los Paranacionales. Este año, en Tokio 2020, se coronó campeón en los 200 metros con récord mundial incluido.
Viviana Espitia Perdomo
Su encuentro con la natación fue también un encuentro con el destino. Estuvo en el lugar adecuado, en el momento indicado para confluir con aquello que alivianaría las cargas que llevaba en su vida, porque debajo del agua todo pesa menos. Su entrenador, William David Jiménez, lo conoció por azar, a los 12 años, cuando Nelson Crispín acompañó a José Alfredo, uno de sus hermanos, a presentar la prueba de natación para entrar a la Policía.
Jiménez lo invitó a la piscina. En ese momento Nelson no sabía nadar y hasta le temía al agua, pero “era el momento en el que él tenía que estar”, afirma José Alfredo, quien fue solo un puente, un canal para que vieran a su hermano, para que comenzara a ser quien debía ser.
Lea: ¡Oro para Colombia! Nelson Crispín, récord mundial y campeón en los Paralímpicos
En esos tiempos, Nelson pasaba por momentos difíciles en su vida. No es fácil tener 12 años y asumir una condición de discapacidad. El médico que lo trataba le había confirmado que no era posible realizar un tratamiento con hormonas de crecimiento, pues podría causarle malformaciones. La única salida para que Crispín aumentara su estatura era realizar una serie de cirugías de alargamiento de extremidades.
Sin embargo, esta opción sonaba dolorosa y poco conveniente. Al final, el médico le recomendó hacer deportes como el baloncesto, el fútbol o la natación. Se decidió por el baloncesto, pero la vida tenía otros planes para él.
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“En el agua a mí se me olvida todo, no me preocupo por los problemas y me concentro en lo que hago. Cuando salgo, me siento otra vez bien”, afirma Crispín, con su acento santandereano bien presente. Fue el agua la que le permitió superar su timidez, hacer las paces con su condición de acondroplasia (mide 1,35 metros) y aprender a relacionarse con las demás personas.
Desde 2008 comenzó a competir a nivel nacional y hasta hoy no ha parado de bracear. Entregar la vida al deporte es una decisión de gran envergadura: en momentos de duda, su familia y su entrenador le dan fortaleza. El nadador recuerda especialmente el rol de su madre, que no le permitió detenerse, aún contra su voluntad.
“Había momentos de mi vida en que no quería ir a nadar”, afirma con cierto destello de culpa en su voz. “Estaba en una etapa de joven, quería estar con mis amigos, pero mi mamá sabía que yo tenía ese compromiso. Me sacaba de la casa para ir a cumplir con el entrenamiento del día, me regañaba, me decía cosas muy fuertes, pero gracias a ella he llegado hasta donde estoy”.
La rebeldía adolescente no fue su único obstáculo. Para llegar al lugar de entrenamiento debía tomar un bus por 45 minutos, lo que le molestaba, pues debía lidiar con las miradas de los otros pasajeros. Al principio debía luchar incansablemente contra su timidez para pedir el favor a alguien de tocar el timbre y anunciar su parada.
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Hacerlo lo martirizaba. Finalmente, decidió sentarse cerca del conductor para él mismo anunciar la llegada. Pero después del esfuerzo en el agua, ya todo se le había olvidado. Compitiendo ganó confianza en sí mismo y reconocimiento de las demás personas. De repente, el timbre no estaba tan arriba, ni la piscina tan lejos, ni las miradas de las terceros eran ofensivas. Crispín estaba cumpliendo su destino.
El momento crucial de su carrera como nadador se dio en Londres 2012, cuando quedó cuarto en los Juegos Paralímpicos, a cuatro centésimas de la medalla. “Cuatro centésimas no es nada”, dice con frustración. “Pero mi entrenador estaba para recordarme que allí no se acababan las cosas”.
Ese episodio fue el motor que lo impulsó para trabajar más duro que nunca y regresar de los Paralímpicos de Río de Janeiro con tres medallas de plata en su cuello, las que logró en las pruebas de 50 metros libre S6, 100 metros pecho SB6 y 100 metros libre S6.
En 2019 arrasó: ganó 20 medallas en el Mundial, los Parapanamericanos y los Paranacionales. Todos estos galardones los exhibe con orgullo en una vitrina en el camino al segundo piso de su casa, en la cual aún tiene espacio para los que vienen, con Tokio 2020 como su gran meta.
No se pierda: “Dedicado a Colombia y Santander”: Nelson Crispín, medallista de oro en Tokio 2020
Nelson Crispín cierra este año lleno de alegría y esperanza, con la convicción de que está haciendo aquello para lo que nació: nadar. Se siente como pez en el agua.
*Texto publica el 14 de diciembre de 2019
Su encuentro con la natación fue también un encuentro con el destino. Estuvo en el lugar adecuado, en el momento indicado para confluir con aquello que alivianaría las cargas que llevaba en su vida, porque debajo del agua todo pesa menos. Su entrenador, William David Jiménez, lo conoció por azar, a los 12 años, cuando Nelson Crispín acompañó a José Alfredo, uno de sus hermanos, a presentar la prueba de natación para entrar a la Policía.
Jiménez lo invitó a la piscina. En ese momento Nelson no sabía nadar y hasta le temía al agua, pero “era el momento en el que él tenía que estar”, afirma José Alfredo, quien fue solo un puente, un canal para que vieran a su hermano, para que comenzara a ser quien debía ser.
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En esos tiempos, Nelson pasaba por momentos difíciles en su vida. No es fácil tener 12 años y asumir una condición de discapacidad. El médico que lo trataba le había confirmado que no era posible realizar un tratamiento con hormonas de crecimiento, pues podría causarle malformaciones. La única salida para que Crispín aumentara su estatura era realizar una serie de cirugías de alargamiento de extremidades.
Sin embargo, esta opción sonaba dolorosa y poco conveniente. Al final, el médico le recomendó hacer deportes como el baloncesto, el fútbol o la natación. Se decidió por el baloncesto, pero la vida tenía otros planes para él.
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Desde 2008 comenzó a competir a nivel nacional y hasta hoy no ha parado de bracear. Entregar la vida al deporte es una decisión de gran envergadura: en momentos de duda, su familia y su entrenador le dan fortaleza. El nadador recuerda especialmente el rol de su madre, que no le permitió detenerse, aún contra su voluntad.
“Había momentos de mi vida en que no quería ir a nadar”, afirma con cierto destello de culpa en su voz. “Estaba en una etapa de joven, quería estar con mis amigos, pero mi mamá sabía que yo tenía ese compromiso. Me sacaba de la casa para ir a cumplir con el entrenamiento del día, me regañaba, me decía cosas muy fuertes, pero gracias a ella he llegado hasta donde estoy”.
La rebeldía adolescente no fue su único obstáculo. Para llegar al lugar de entrenamiento debía tomar un bus por 45 minutos, lo que le molestaba, pues debía lidiar con las miradas de los otros pasajeros. Al principio debía luchar incansablemente contra su timidez para pedir el favor a alguien de tocar el timbre y anunciar su parada.
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Hacerlo lo martirizaba. Finalmente, decidió sentarse cerca del conductor para él mismo anunciar la llegada. Pero después del esfuerzo en el agua, ya todo se le había olvidado. Compitiendo ganó confianza en sí mismo y reconocimiento de las demás personas. De repente, el timbre no estaba tan arriba, ni la piscina tan lejos, ni las miradas de las terceros eran ofensivas. Crispín estaba cumpliendo su destino.
El momento crucial de su carrera como nadador se dio en Londres 2012, cuando quedó cuarto en los Juegos Paralímpicos, a cuatro centésimas de la medalla. “Cuatro centésimas no es nada”, dice con frustración. “Pero mi entrenador estaba para recordarme que allí no se acababan las cosas”.
Ese episodio fue el motor que lo impulsó para trabajar más duro que nunca y regresar de los Paralímpicos de Río de Janeiro con tres medallas de plata en su cuello, las que logró en las pruebas de 50 metros libre S6, 100 metros pecho SB6 y 100 metros libre S6.
En 2019 arrasó: ganó 20 medallas en el Mundial, los Parapanamericanos y los Paranacionales. Todos estos galardones los exhibe con orgullo en una vitrina en el camino al segundo piso de su casa, en la cual aún tiene espacio para los que vienen, con Tokio 2020 como su gran meta.
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*Texto publica el 14 de diciembre de 2019