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Nelson Crispín estaba parado en el borde del agua. Quería saltar, pero no era capaz. Nunca antes había visto una piscina tan grande, no sabía nadar y la presión de la gente que estaba en ese lugar hacía que sus piernas temblaran. Los nervios no le permitían actuar con normalidad. Por más que su hermano José Alfredo estuviera ahí, pendiente de que no le fuera a pasar nada, él no se sentía seguro. Miraba para todos lados, hacía la posición para clavarse, pero algo no lo dejaba. “Nelson, al agua no le tiene que tener miedo, sino respeto. Tranquilo”, le dijo William Jiménez, quien sería su entrenador. Y se sumergió. Sin tocar el fondo de la piscina movió sus piernas y sus brazos lo más rápido que pudo hasta agarrarse con las manos de un borde, sacar la cabeza y respirar.
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Tuvieron que pasar cuatro clases más para que le perdiera el miedo al agua y comenzara a disfrutar de este deporte, al que llegó por casualidad, pues en realidad quien era apasionado por esta disciplina era su hermano José Alfredo, policía de profesión y quien llevaba un buen tiempo entrenando. Pero el profesor Jiménez se le dedicó a Nelson, comenzó a trabajar con él las diferentes técnicas y estilos.
La acondroplastia, un trastorno en el crecimiento de los cartílagos que provoca enanismo especialmente en las extremidades, no fue impedimento y con sus 1,35 metros de estatura siempre se defendió. “En nuestro club hacemos el mismo entrenamiento con personas convencionales. Eso nos ayuda mucho. Cuando son solo entrenamientos con discapacitados, uno a veces se siente mal”, asegura Nelson, quien tiene grabadas en su mente las indicaciones de sus padres, que desde cuando él era niño le decían: “las cosas se deben hacer siempre con excelencia, hay que entregarse a eso y amarlo”.
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Así que la natación se convirtió en su todo, estar sumergido en el agua es su estado ideal y aunque obviamente disfruta de otras actividades cotidianas e incluso de otros deportes como el fútbol —se confiesa hincha del Atlético Bucaramanga—, su cabeza siempre está pensando en bajar los tiempos para cada vez obtener mejores tiempos. “Estar en el agua es como una terapia de tranquilidad y paz”, asegura.
Su carrera dio frutos rápidamente y por sus buenos resultados se ganó el cupo para representar a su departamento y luego al país. En los primeros Juegos Paranacionales ganó tres medallas: dos de plata y una de bronce. Luego, en el torneo de Loterías Caixa de São Paulo hizo las marcas para clasificar a las Juegos Parapanamericanos de Guadalajara y ahí obtuvo medalla de oro en los 100 metros pecho y logró batir el récord panamericano. Esto le dio para clasificarse a los Paralímpicos de Londres, en donde quedó cuarto y desde ese mismo día se propuso colgarse alguna medalla en Río 2016.
A estas justas llegó como el abanderado de la delegación colombiana y su actuación no fue menor a las expectativas. Conquistó tres medallas de plata (100 metros libre S6, 50 metros estilo libre S6 y en los 100 metros pecho SB6). Incluso pudo ganar una cuarta presea, sin embargo, tras haber terminado en el tercer lugar y hacerse al bronce, fue descalificado porque no tocó uno de los bordes de la piscina. “Río para mí fue algo que me marcó. Siempre había soñado con eso. Venía trabajando mucho por algo así. Nadie sabía quién era yo y de repente ya estaba en el podio. Se lo dediqué a mi mamá y a mi entrenador, quienes fueron los que me apoyaron desde siempre”, dijo Crispín en la ceremonia del Deportista del Año de El Espectador, en la que fue reconocido como el tercer mejor deportista paralímpico del año, detrás de sus amigos Carlos Daniel Serrano y Mauricio Valencia, ganadores de por lo menos un oro en Río.
Con 26 años años, sabe que le queda mucho camino por recorrer y si mantiene esa perseverancia, esas ganas de entrenar, competir y mejorar cada día, podrá llegar a ser de los deportistas paralímpicos más destacados de la historia del país. “Mis referentes son Mariana Pajón y Caterine Ibargüen. Las admiro por todo lo que han logrado y porque día a día quieren dejar en alto el nombre de Colombia. A nivel mundial admiro a Michael Phelps, como todo nadador”, dice.
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2016 fue el año de sus sueños, pero su mente siempre está puesta en el futuro y por eso cada día se levanta a entrenar pensando en su siguiente objetivo. En 2017 cosechó más medallas en el Mundial en México y siguió con su sueño intacto: “quiero ser entrenador. Ojalá todo mi conocimiento pueda transmitirlo a los demás, para que así como el deporte me abrió la vida y el mundo a mí, les pueda pasar a muchas otras personas”.
Texto publicado en diciembre de 2016