Octavio Paz, el poeta que odiaba los deportes
En medio de la celebración de los Olímpicos de 1968 el poeta, que murió un día como hoy hace 24 años, criticó a través de las letras cómo el gobierno mexicano encubrió la muerte de cientos de manifestantes a través de los grandes espectáculos y eventos deportivos.
1968. México era el organizador de los primeros Juegos Olímpicos en la historia de Latinoamérica. Motivo de orgullo, la escena mexicana ante el mundo. La apariencia de una nación unida frente a los ojos de los demás países. El México amado, glorificado a través de la celebración universal del deporte.
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1968. México era el organizador de los primeros Juegos Olímpicos en la historia de Latinoamérica. Motivo de orgullo, la escena mexicana ante el mundo. La apariencia de una nación unida frente a los ojos de los demás países. El México amado, glorificado a través de la celebración universal del deporte.
Las olimpiadas empezaban el 12 de octubre y 10 días antes, en la Plaza de las Tres Culturas en Ciudad de México, el ejercito asesinó a más de 300 manifestantes. Fue un 2 de octubre, la Masacre de Tlatelolco. Eran días intensos en los que había estallado el movimiento estudiantil mexicano y las voces de profesores, intelectuales, amas de casa, obreros, campesinos y comerciantes se alzaban contra el gobierno. Eran señalados de golpistas, de ser comunistas que querían instaurar un nuevo régimen para tumbar a los gobernantes que habían causado tanto descontento y desigualdad.
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Dolor. En México, la historia se quebró. Y no había respuestas. La herida quedó en la memoria tras un relato que nunca se narró como correspondía. Han pasado más de 50 años y jamás se tuvo certeza de cómo, quién y desde dónde empezaron los disparos. La fuerza pública rodeó la plaza, los manifestantes pararon su marcha, pedían evitar desenlaces violentos, pero su clamor fue ignorado. Lo habitual en medio de la barbarie.
Los mexicanos enfrentaban las dos caras de su cultura. La violencia de su sistema, que en poco más de dos semanas iba a exhibir su identidad al mundo. Miedo.
Octavio Paz, en ese entonces un poeta consagrado y embajador mexicano en India, renunció a su trabajo y regreso a Ciudad de México. Protestó, a través de las letras, por la pompa y la algarabía con la que el gobierno celebraba los Juegos Olímpicos mientras las calles estaban manchadas de sangre.
Y dijo: “Que los jóvenes asesinados el 2 de octubre estuviesen en la antigua plaza de Tlatelolco, donde se encontraba el teocalli azteca para realizar sacrificios humanos. Hoy, en Tlatelolco, hay unos edificios oficiales destinados a los empleados, es decir a la burocracia. El asesinato de los estudiantes fue un sacrificio ritual en tanto que no hubo razón política alguna que justificase ese acto. Se trataba nomás de aterrorizar a la población usando los mismos métodos de sacrificios humanos de los aztecas”.
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Escribió un ensayo, Olimpiada y Tlatelolco, recogido en su libro Postdata, y también un poema, México: Olimpiada de 1968.
La limpidez
(Quizá valga la pena
Escribirlo sobre la limpieza
De esta hoja)
No es límpida:
Es una rabia
(Amarilla y negra
Acumulación de bilis en español)
Extendida sobre la página.
El poema se publicó un 30 de octubre en el número 350 del suplemento La Cultura. Certero. La limpidez del Estado, ignorante, o no, de la sangre derramada, está plasmada en la hoja en blanco que representa la apatía de los gobernantes.
¿Por qué?
La vergüenza es ira
Vuelta contra uno mismo:
Si
Una nación entera se avergüenza
Es león que se agazapa
Para saltar.
Octavio Paz despreció al deporte. Como cortina de humo, lo odió. No como celebración, pero sí como ocultamiento. Sobre todo, no le gustaba el espectáculo. No soportaba el ambiente que lo rodeaba, y sí le interesaba el contexto social en el que se desarrollaba. Mientras Pelé se coronaba en el 70, mientras en el 68 el mundo celebraba en América Latina las olimpiadas, Octavio Paz dirigía sus letras en el camino de la crítica hacía al Estado que asesinaba a su pueblo. No había nada que celebrar.
Admiraba la deportividad, eso sí. Sus figuras, íconos, imágenes y posturas. Finalmente, ahí también había poesía. Entre líneas, como él interpretaba el mundo.
Por ejemplo, Cabellera, uno de sus primeros poemas cuando firmaba como Octavio Paz Lozano para que no lo confundieran con su padre, también poeta, también Octavio. Se inspiró en el tenis para escribir las primeras líneas que vieron la luz. Y observó en las cabelleras de las deportistas, las raquetas y el revés, la belleza del arte y el cuerpo.
Cabellera:
sugerencias y sueños
de puertos extraños y azules.
Cabellera de veloces marinas intuiciones,
Como los vuelos ágiles de las gaviotas,
—pasajeras de última hora—.
Cabellera de brisas tropicales,
que sacuden y mecen las faldas azules
de las mañanas clásicas,
—jugadoras de tennis
con raquetas de nubes
y pelotas de estrellas caidas—.
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Otavio Paz odio el deporte. Y lo asombraba, no obstante, su figura, y los mitos que se derivaban de él. Había, tras el velo de ese espectáculo, que lo indignaba, una fuerte conexión entre la cultura mexicana y sus carencias, entre su glorificación y sus contradicciones.
Por eso, la Masacre de Tlatelolco, que partió en dos la historia mexicana, también está reflejada en la voz del poeta, que denunció la masacre de su pueblo desde las letras inspiradas en una olimpiada. Porque muchas, veces tras el deporte, está el reflejo más sincero de nuestras sociedades.
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