Oda al fútbol iraquí
Nelson Fredy Padilla, enviado especial a Río de Janeiro
El fútbol masculino, incluso con una final de Brasil contra Alemania, ha dejado un balance triste en los Olímpicos de Río. No sólo dejaron de venir grandes estrellas, sino que los que se presentaron ofrecieron un espectáculo pobre. Ejemplo de lo que hicieron la mayoría de selecciones fue el pésimo partido de Brasil contra Colombia. Viene como anillo al dedo una opinión del escritor sudafricano J. M. Coetzee, nobel de literatura, crítico del fútbol y fanático del cricket: “Nunca he sido un verdadero aficionado del deporte rey. No se me ocurre otro deporte en que los jugadores se pasen tanto tiempo haciéndose faltas entre ellos e infringiendo las reglas en general cada vez que el árbitro no mira. El hecho de que el ojo omnipresente de la televisión capte sus trampas y las transmita al mundo entero no parece importarles lo más mínimo. Es el reino de la desvergüenza”.
Del equipo que hay que hablar bien es de la selección de Irak, a la que la prensa internacional no le dedicó atención, a pesar de que se fue invicta del torneo con tres empates, dos contra Dinamarca y Sudáfrica, y el otro precisamente contra la insípida Brasil, que causó polémica nacional. Es un grupo limitado a nivel técnico aunque digno con el balón, práctico y valiente. Tiene un estilo más europeo porque su director deportivo es el exjugador y técnico catalán Bartolomé Márquez López. El técnico es Abdul-Ghani Shahad y entre los jugadores destacan Amjed Attwan, Saad Luaibi, Humam Tarep y Ali Adnan. No son del nivel del histórico delantero Hussain Saeed, pero tienen actitud.
Su presencia aquí en Río debe exaltarse por perseverante. El fútbol y la sociedad de ese país asiático quedaron desechos durante la guerra contra Irán entre 1980 y 1988. Sin embargo, llorando a miles de muertos empezó a sobreponerse el 29 de septiembre de 1985, día en que Irak venció 3-1 a Siria y clasificó por primera vez a una Copa del Mundo, la de 1986 en México, donde perdió los tres partidos de primera ronda. Esa eliminatoria la jugó por fuera de su país, haciendo de local en Amán (Jordania), Calcuta (India), Ciudad de Kuwait (Kuwait) y Taif (Arabia Saudita). Desde entonces los llamados “leones de Babilonia” piden en las ruedas de prensa que les pregunten de fútbol no de guerra. Pero es difícil no tomar como referencia su actitud ejemplar, aunque el gobierno los obligaba a alentar a las tropas en el frente de batalla. La selección árabe mantuvo la disciplina y clasificó a los Juegos Olímpicos de 1984 y 1988. Perdieron casi todos sus partidos, pero en Atenas 2004 dieron la sorpresa al quedar cuartos. Italia les ganó el bronce.
Ese proceso se consolidó en 2007, cuando ganaron la Copa de Asia al vencer en Yakarta a Arabia Saudita por un gol a cero. Todos los jugadores del equipo habían perdido familiares en la guerra y miles de aficionados celebraron en las calles de Bagdad pidiendo paz. Acá en Río se recordó que el técnico de esa selección iraquí era el brasileño Jorvan Vieira. Eso le permitió competir en la Copa Confederaciones 2009, donde empató dos veces y perdió apenas por un gol contra España, campeón europeo.
El régimen de Sadam Hussein manipuló el fútbol como arma política, pero a cambio exigía resultados so pena de castigos en cabeza del hijo del dictador, Udey, cuyo lema era “vencer o morir”, desde los años ochenta cuando se proclamó presidente de la Federación de Fútbol de Irak. “Me torturaron en cuatro ocasiones. Nos quitaron la ropa, nos metieron en una celda y nos encadenaron tumbados. Nos golpeaban. Más de 20 latigazos al día. Nos tiraban líquidos ardiendo encima. Nos metían la cabeza en aguas putrefactas. Nos torturaban con aparatos eléctricos y todo el tiempo se oía a Uday riendo”, testificó Haydar Mohamad, al recordar lo sucedido tras perder un partido con Jordania en Amán en 1998.
Uday murió en 2003, durante la ocupación estadounidense. Luego de tanta violencia, su liga y el nivel de los profesionales ha mejorado desde la caída del régimen de Sadam Hussein. Juegan al tiempo en la liga kurda, ya no con pánico sino con libertad. Ahora, en medio de la guerra contra el Estado Islámico, el papel de Irak en Río 2016 deja una lección de valores que escasean en la selección Colombia: humildad, compromiso, orgullo patrio. De aquí uno se va reconciliado con el resto de deportes, que representaron la esencia física y espiritual del atleta que viene a competir por una medalla y por su país, y se va decepcionado del antiespíritu olímpico del deporte más global.
* Enviado especial Río de Janeiro, Brasil.
El fútbol masculino, incluso con una final de Brasil contra Alemania, ha dejado un balance triste en los Olímpicos de Río. No sólo dejaron de venir grandes estrellas, sino que los que se presentaron ofrecieron un espectáculo pobre. Ejemplo de lo que hicieron la mayoría de selecciones fue el pésimo partido de Brasil contra Colombia. Viene como anillo al dedo una opinión del escritor sudafricano J. M. Coetzee, nobel de literatura, crítico del fútbol y fanático del cricket: “Nunca he sido un verdadero aficionado del deporte rey. No se me ocurre otro deporte en que los jugadores se pasen tanto tiempo haciéndose faltas entre ellos e infringiendo las reglas en general cada vez que el árbitro no mira. El hecho de que el ojo omnipresente de la televisión capte sus trampas y las transmita al mundo entero no parece importarles lo más mínimo. Es el reino de la desvergüenza”.
Del equipo que hay que hablar bien es de la selección de Irak, a la que la prensa internacional no le dedicó atención, a pesar de que se fue invicta del torneo con tres empates, dos contra Dinamarca y Sudáfrica, y el otro precisamente contra la insípida Brasil, que causó polémica nacional. Es un grupo limitado a nivel técnico aunque digno con el balón, práctico y valiente. Tiene un estilo más europeo porque su director deportivo es el exjugador y técnico catalán Bartolomé Márquez López. El técnico es Abdul-Ghani Shahad y entre los jugadores destacan Amjed Attwan, Saad Luaibi, Humam Tarep y Ali Adnan. No son del nivel del histórico delantero Hussain Saeed, pero tienen actitud.
Su presencia aquí en Río debe exaltarse por perseverante. El fútbol y la sociedad de ese país asiático quedaron desechos durante la guerra contra Irán entre 1980 y 1988. Sin embargo, llorando a miles de muertos empezó a sobreponerse el 29 de septiembre de 1985, día en que Irak venció 3-1 a Siria y clasificó por primera vez a una Copa del Mundo, la de 1986 en México, donde perdió los tres partidos de primera ronda. Esa eliminatoria la jugó por fuera de su país, haciendo de local en Amán (Jordania), Calcuta (India), Ciudad de Kuwait (Kuwait) y Taif (Arabia Saudita). Desde entonces los llamados “leones de Babilonia” piden en las ruedas de prensa que les pregunten de fútbol no de guerra. Pero es difícil no tomar como referencia su actitud ejemplar, aunque el gobierno los obligaba a alentar a las tropas en el frente de batalla. La selección árabe mantuvo la disciplina y clasificó a los Juegos Olímpicos de 1984 y 1988. Perdieron casi todos sus partidos, pero en Atenas 2004 dieron la sorpresa al quedar cuartos. Italia les ganó el bronce.
Ese proceso se consolidó en 2007, cuando ganaron la Copa de Asia al vencer en Yakarta a Arabia Saudita por un gol a cero. Todos los jugadores del equipo habían perdido familiares en la guerra y miles de aficionados celebraron en las calles de Bagdad pidiendo paz. Acá en Río se recordó que el técnico de esa selección iraquí era el brasileño Jorvan Vieira. Eso le permitió competir en la Copa Confederaciones 2009, donde empató dos veces y perdió apenas por un gol contra España, campeón europeo.
El régimen de Sadam Hussein manipuló el fútbol como arma política, pero a cambio exigía resultados so pena de castigos en cabeza del hijo del dictador, Udey, cuyo lema era “vencer o morir”, desde los años ochenta cuando se proclamó presidente de la Federación de Fútbol de Irak. “Me torturaron en cuatro ocasiones. Nos quitaron la ropa, nos metieron en una celda y nos encadenaron tumbados. Nos golpeaban. Más de 20 latigazos al día. Nos tiraban líquidos ardiendo encima. Nos metían la cabeza en aguas putrefactas. Nos torturaban con aparatos eléctricos y todo el tiempo se oía a Uday riendo”, testificó Haydar Mohamad, al recordar lo sucedido tras perder un partido con Jordania en Amán en 1998.
Uday murió en 2003, durante la ocupación estadounidense. Luego de tanta violencia, su liga y el nivel de los profesionales ha mejorado desde la caída del régimen de Sadam Hussein. Juegan al tiempo en la liga kurda, ya no con pánico sino con libertad. Ahora, en medio de la guerra contra el Estado Islámico, el papel de Irak en Río 2016 deja una lección de valores que escasean en la selección Colombia: humildad, compromiso, orgullo patrio. De aquí uno se va reconciliado con el resto de deportes, que representaron la esencia física y espiritual del atleta que viene a competir por una medalla y por su país, y se va decepcionado del antiespíritu olímpico del deporte más global.
* Enviado especial Río de Janeiro, Brasil.