Óscar Daniel González, el niño que no se rinde
Con apenas 13 años, el boyacense es el nadador más joven de los Juegos de Mar y Playa, que se disputan en el Golfo de Morrosquillo. Participó en los 10 kilómetros de natación en aguas abiertas. Perfil.
Fernando Camilo Garzón
Ojos mirando el suelo y el oído atento. Con cada indicación, Óscar Daniel González asentía, mientras su mirada parecía irse al mar. Estaba concentrado. De vez en cuando, subía la cabeza y de reojo miraba al juez que repasaba las reglas antes de entrar al agua. Y de nuevo volvía la cabeza al suelo para continuar con su ritual.
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A su lado, varios centímetros por encima, estaban sus rivales. No les llegaba ni al hombro. Óscar, al lado de los nadadores, algunos de ellos sus ídolos, ni siquiera se veía. Eran columnas frente a un niño de solo trece años. Y él estaba a un costado, como perdido entre la multitud. Oculto. Tímido, pero decidido. Con una mirada profunda, lista para cortar el agua, las olas.
La prueba, un auténtico elefante: diez kilómetros de nado a mar abierto; por lo menos para un niño. Era la segunda vez que se enfrentaba al reto, después de escalar por diferentes competencias de 2.000, 3.000 y 5.000 metros. “Los diez kilómetros son una prueba divertida, porque puedo medir mis capacidades y según los pronósticos, para la edad que tengo, estoy muy bien”, asegura.
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Y lo confirma William Arancibe, su entrenador en la Liga de Natación de Boyacá, quien dice que, para ser el atleta más joven de todos los Juegos de Mar y Playa, que se están haciendo en el Golfo de Morrosquillo, sus registros son excelentes.
Ante la falta de mar en Boyacá, y en Duitama, el lugar del que es oriundo la joven promesa, para preparar la prueba Óscar Daniel González tuvo que practicar durante meses con el equipo del departamento en el lago Sochagota y en la laguna de Tota. Por eso, esa mañana, en plenos Juegos Nacionales, en las playas de San Antero (Córdoba), era especial, algo diferente. Por primera vez tendría que batirse con el mar para superar los diez kilómetros.
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Hombres al agua y el juez dio la partida. Dice Óscar Daniel que lo más difícil de esta prueba es el tiempo. La soledad del agua. Los metros que tiene el nadador para pensar. Sobre todo porque la cabeza se cae. Llega la desesperación y el cuerpo se cansa. Los pensamientos piden tregua e invitan a rendirse. Y el dolor es peor con cada braceada. Cada metro se hace eterno y lo único que te salva en esos instantes es la determinación: hay que terminar la carrera.
Mireya, la mamá de Óscar, dice que el principal valor de su hijo es la resiliencia. Su capacidad especial para superar los traumas y situaciones límites. Por eso resiste tanto en el agua y por eso, dice ella, a su hijo le va mejor en los diez kilómetros que en los cinco.
Óscar Daniel llegó a la natación porque su mamá desde muy temprano tuvo que encargarse sola de su crianza, después de que su padre murió como consecuencia de una bacteria cuando él solo tenía dos años. Y aunque su hermana y sus padres, fanáticos número uno de su único nieto, el nadador, siempre han estado para apoyarla, ella, que debía enfocarse en el trabajo para sacar adelante a la familia, necesitaba que su hijo se distrajera en algo. Y Óscar Daniel, inquieto, ávido, voraz, siempre hizo muchas cosas. Si no era el violín, era la lectura o el deporte. En la natación encontró un norte, un porqué y se lanzó al agua con la pasión ciega de los primeros años del amor sincero. Dice, seguro, confiado, como si tuviera mucho más que trece: “Mi madre siempre me ha apoyado, pero también estoy acá por mi decisión y el empeño que le pongo a esto”.
A entrenar sale tres días entre semana, desde las cinco de la mañana hasta las seis y media. Y después hace otra sesión, que va de las cuatro de la tarde a las ocho de la noche. Sin contar los fines de semana, cuando también madruga para seguir preparándose. “Y nunca tengo que pedirle, a las cuatro de la mañana, que se levante —dice su mamá—; él se levanta solo”.
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La competencia terminó. Luis Fernando Bolaños y Juan Manuel Restrepo, experimentados nadadores del Valle del Cauca, se llevaron la medalla de oro. Juntos, porque decidieron en la meta compartir el primer puesto. Y mientras los reflectores y las entrevistas se las llevaban los vallunos, atrás, en silencio, cuidado por su entrenador William, que lo secaba y lo hidrataba, estaba Óscar Daniel. Trece años y llegó a solo nueve minutos de los primeros.
Después de la jornada habló con su mamá, que esta vez no pudo acompañarlo. Confiesa que verlo en el agua le da un poco de miedo. Prefiere estar pendiente de su hijo desde la distancia. Aunque no es pavor, es ansiedad. La tensión de que cualquier cosa pueda salir mal. Y eso le llega a él. Por eso prefieren llamarse después, cuando ya pasó la tormenta.
“Estaba muy feliz después de los Juegos de Mar y Playa”, dice ella. Bajó su marca personal en dos minutos y les ganó a todos los compañeros de su departamento, siendo el más pequeño. Eso sí, le confesó a la madre, no sentía los brazos. “Ese es mi hijo —dice entre suspiros— él nunca se rinde”.
Ojos mirando el suelo y el oído atento. Con cada indicación, Óscar Daniel González asentía, mientras su mirada parecía irse al mar. Estaba concentrado. De vez en cuando, subía la cabeza y de reojo miraba al juez que repasaba las reglas antes de entrar al agua. Y de nuevo volvía la cabeza al suelo para continuar con su ritual.
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A su lado, varios centímetros por encima, estaban sus rivales. No les llegaba ni al hombro. Óscar, al lado de los nadadores, algunos de ellos sus ídolos, ni siquiera se veía. Eran columnas frente a un niño de solo trece años. Y él estaba a un costado, como perdido entre la multitud. Oculto. Tímido, pero decidido. Con una mirada profunda, lista para cortar el agua, las olas.
La prueba, un auténtico elefante: diez kilómetros de nado a mar abierto; por lo menos para un niño. Era la segunda vez que se enfrentaba al reto, después de escalar por diferentes competencias de 2.000, 3.000 y 5.000 metros. “Los diez kilómetros son una prueba divertida, porque puedo medir mis capacidades y según los pronósticos, para la edad que tengo, estoy muy bien”, asegura.
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Y lo confirma William Arancibe, su entrenador en la Liga de Natación de Boyacá, quien dice que, para ser el atleta más joven de todos los Juegos de Mar y Playa, que se están haciendo en el Golfo de Morrosquillo, sus registros son excelentes.
Ante la falta de mar en Boyacá, y en Duitama, el lugar del que es oriundo la joven promesa, para preparar la prueba Óscar Daniel González tuvo que practicar durante meses con el equipo del departamento en el lago Sochagota y en la laguna de Tota. Por eso, esa mañana, en plenos Juegos Nacionales, en las playas de San Antero (Córdoba), era especial, algo diferente. Por primera vez tendría que batirse con el mar para superar los diez kilómetros.
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Hombres al agua y el juez dio la partida. Dice Óscar Daniel que lo más difícil de esta prueba es el tiempo. La soledad del agua. Los metros que tiene el nadador para pensar. Sobre todo porque la cabeza se cae. Llega la desesperación y el cuerpo se cansa. Los pensamientos piden tregua e invitan a rendirse. Y el dolor es peor con cada braceada. Cada metro se hace eterno y lo único que te salva en esos instantes es la determinación: hay que terminar la carrera.
Mireya, la mamá de Óscar, dice que el principal valor de su hijo es la resiliencia. Su capacidad especial para superar los traumas y situaciones límites. Por eso resiste tanto en el agua y por eso, dice ella, a su hijo le va mejor en los diez kilómetros que en los cinco.
Óscar Daniel llegó a la natación porque su mamá desde muy temprano tuvo que encargarse sola de su crianza, después de que su padre murió como consecuencia de una bacteria cuando él solo tenía dos años. Y aunque su hermana y sus padres, fanáticos número uno de su único nieto, el nadador, siempre han estado para apoyarla, ella, que debía enfocarse en el trabajo para sacar adelante a la familia, necesitaba que su hijo se distrajera en algo. Y Óscar Daniel, inquieto, ávido, voraz, siempre hizo muchas cosas. Si no era el violín, era la lectura o el deporte. En la natación encontró un norte, un porqué y se lanzó al agua con la pasión ciega de los primeros años del amor sincero. Dice, seguro, confiado, como si tuviera mucho más que trece: “Mi madre siempre me ha apoyado, pero también estoy acá por mi decisión y el empeño que le pongo a esto”.
A entrenar sale tres días entre semana, desde las cinco de la mañana hasta las seis y media. Y después hace otra sesión, que va de las cuatro de la tarde a las ocho de la noche. Sin contar los fines de semana, cuando también madruga para seguir preparándose. “Y nunca tengo que pedirle, a las cuatro de la mañana, que se levante —dice su mamá—; él se levanta solo”.
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La competencia terminó. Luis Fernando Bolaños y Juan Manuel Restrepo, experimentados nadadores del Valle del Cauca, se llevaron la medalla de oro. Juntos, porque decidieron en la meta compartir el primer puesto. Y mientras los reflectores y las entrevistas se las llevaban los vallunos, atrás, en silencio, cuidado por su entrenador William, que lo secaba y lo hidrataba, estaba Óscar Daniel. Trece años y llegó a solo nueve minutos de los primeros.
Después de la jornada habló con su mamá, que esta vez no pudo acompañarlo. Confiesa que verlo en el agua le da un poco de miedo. Prefiere estar pendiente de su hijo desde la distancia. Aunque no es pavor, es ansiedad. La tensión de que cualquier cosa pueda salir mal. Y eso le llega a él. Por eso prefieren llamarse después, cuando ya pasó la tormenta.
“Estaba muy feliz después de los Juegos de Mar y Playa”, dice ella. Bajó su marca personal en dos minutos y les ganó a todos los compañeros de su departamento, siendo el más pequeño. Eso sí, le confesó a la madre, no sentía los brazos. “Ese es mi hijo —dice entre suspiros— él nunca se rinde”.