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La cancha de La Victoria es desde hace varias décadas el principal semillero de beisbolistas de Barraquilla. Allí se reúnen a diario decenas de niños soñadores pertenecientes a la escuela de Alfredo Docty Jiménez, un exjugador de Caimanes, quien estuvo cerca de llegar a las Grandes Ligas y ahora se encarga de formar peloteros y, sobre todo, buenas personas.
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Lo hace en un sector popular de la capital del Atlántico, en el campo en el que aprendió todos los secretos del deporte de la pelota caliente, por allá a mediados de los 70. En la escuela, que funciona hace 23 años, apoya a jóvenes y familias de bajos recursos que buscan una opción de vida, como ocurrió con Luis Patiño, lanzador de los Rays de Tampa Bay, quien a los tres años inició su proceso con el Docty y ahora triunfa en Estados Unidos. Son cerca de 80 los niños que asisten en diferentes horarios, según su edad. Está la categoría semillita, de los tres a los cinco años; la pony, hasta los siete; la preinfantil, de ocho, y las sub-12 y sub-14.
Minutos antes de que el reloj marque las 4:00 p.m., todavía con el sol a plenitud, llegan los más pequeños, los de la categoría semillita. Lucen orgullosos su uniforme azul y blanco, con una gorra y el detalle de las iniciales D y J. No paran de gritar. Están ansiosos, emocionados, listos para el entrenamiento.
En un rincón de la cancha, en donde se puede divisar un pequeño diamante improvisado con arena, los más pequeños se organizan en varios grupos para seguir instrucciones diversas y realizar sus ejercicios. Mientras lanzan pelotas de lado a lado, sus padres, separados por una reja, analizan y comentan los progresos de sus hijos, la forma como perfeccionan su técnica, mejoran la parte física y aprenden las claves del juego a manos de Docty y sus colaboradores.
Con bates de aluminio, los niños hacen fila y escuchan atentos a la profesora Melanie Jiménez (hija de Docty), integrante de la selección nacional de sóftbol, quien se agacha a la altura de ellos y les explica la manera de sujetarlo y la posición correcta para golpear la bola.
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En otro grupo, un profesor simula un partido de béisbol. Les enseña las claves de cada posición a los jugadores y les hace lanzamientos para evaluar su bateo. A pesar del calor y la poca brisa, los pequeños prestan atención y disfrutan la práctica, todo vale por su sueño de jugar al béisbol.
En un rincón de la cancha, unos jóvenes utilizan un saco lleno de pelotas de tenis para practicar lanzamientos contra una pared. Otros juegan con bolas de béisbol ya bastante desgastadas por el sol y el uso. A las manillas y los bates también se les nota el trajín.
Pocos implementos se compran para la escuela, pues la mayoría los reciben como donaciones de familiares y amigos. “Definitivamente este proceso es a base de sacrificio, con las uñas, con el esfuerzo de nosotros y de los padres, que nos apoyan y ven el trabajo que realizamos”, afirma Docty.
“La mayoría de mis niños son hijos de gente conocida, de familias humildes, que saben qué clase de persona soy y qué clase de deportista fui, qué conocimientos tengo”, agrega Docty.
La escuela es una organización sin ánimo de lucro y acoge a niños de varios municipios cercanos a Barranquilla. Algunos son patrocinados por el club, que les da desde uniformes y transporte hasta comida. “Si son 20 niños los que pagan, unos $40 mil mensuales, es mucho. No estamos pendientes de lucrarnos, porque nuestro objetivo es ayudar a sacar a la juventud adelante”. El poco dinero que se recauda sirve para pagarles a los profesores y adquirir algunos implementos deportivos.
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Una de las exigencias para los niños de la escuela es que continúen con sus estudios, porque es fundamental para su formación integral, para que cuando triunfen no se dejen abrumar por la cantidad de dinero que mueve el béisbol. “Ahora todo el mundo está pendiente de las firmas de los contratos, de hacer plata, de coger bonos altísimos, pero lo primordial es formar a personas de bien, que triunfen como deportistas, pero que también sean ejemplos y modelos para las nuevas generaciones”.
Al terminar el entrenamiento los pequeños se sientan en el centro de la cancha y comentan su jornada. Gritan todos al mismo tiempo, afanados por contar por qué son tan apasionados por el béisbol. Coinciden en que jugar y compartir con sus amigos los hace felices. Todavía no dimensionan lo que significa llegar a las Grandes Ligas, pero dicen que se ven en un futuro como jugadores profesionales. Unos pronostican que con los Yanquis de Nueva York, en medio del sueño de jugar con los Bombarderos del Bronx. Otro, más mesurado, dice: “Yo soy colombiano y por eso quiero pertenecer a los Caimanes”.
No hay duda de que el reciente éxito de la novena barranquillera en la Serie del Caribe ha causado furor, tanto como el de los títulos de Júnior en el fútbol o Titanes en baloncesto. La falta de recursos y apoyos, la escasez de escenarios y la poca competencia no impiden que niños y jóvenes se ilusionen con llegar al profesionalismo.
El panorama actual de las escuelas deportivas se caracteriza por las limitaciones, a pesar de que la Alcaldía de Barranquilla tiene un programa de formación en diferentes localidades que dura aproximadamente tres meses, pero en este momento no están funcionando. Similares al de Docty hay clubes como Once de Noviembre, Pequeña Liga del Norte, Policarpo Anaya, Hermanos Izquierdo. Luruaco Pello y el Campeche.
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Ahora, más que nunca, existe la necesidad de focalizar los apoyos del Gobierno y de los entes privados para promover el deporte en las comunidades menos favorecidas y convertirlo en una opción real de vida, para que estos pequeños puedan lograr sus sueños de Grandes Ligas.