Ana María Gómez, la condena de la libertad
Esta atleta se convirtió en la primera colombiana que participa en el Mundial de Deportes Aéreos, que será del 25 al 29 de octubre en Kielce (Polonia).
Andrés Osorio Guillott
Fue Jean Paul Sartre quien alguna vez dijo que el ser humano está condenado a ser libre. Una afirmación que contiene una serie infinita de implicaciones, pues la libertad, tan confundida, tan incierta, parece no entenderse, parece ser un mito o una quimera en la que muchos no creen. Que cada quien piense lo que su libre albedrío le dicte. La libertad es responsabilidad, es determinación, es convicción por un camino. Una condena que tenemos muchos, pero que la cuenta esta vez Ana María Gómez Pereira, que por libertad encontró un nuevo propósito, por libertad eligió esta pasión y este refugio del aro aéreo. Esta vez la historia misma es la metáfora del vuelo y la libertad.
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Fue Jean Paul Sartre quien alguna vez dijo que el ser humano está condenado a ser libre. Una afirmación que contiene una serie infinita de implicaciones, pues la libertad, tan confundida, tan incierta, parece no entenderse, parece ser un mito o una quimera en la que muchos no creen. Que cada quien piense lo que su libre albedrío le dicte. La libertad es responsabilidad, es determinación, es convicción por un camino. Una condena que tenemos muchos, pero que la cuenta esta vez Ana María Gómez Pereira, que por libertad encontró un nuevo propósito, por libertad eligió esta pasión y este refugio del aro aéreo. Esta vez la historia misma es la metáfora del vuelo y la libertad.
Su tía Sonia fue la influencia para bailar ballet cuando apenas tenía cuatro años. Desde niña la actividad física fue uno de esos pilares formadores. Hizo gimnasia y natación, y en esa mezcla del deporte y el arte encontró una vocación que le daría sentido. Vivió muchos años en Estados Unidos. En 2020 viajó a Medellín a visitar a su mamá y la pandemia la obligó a quedarse. Dejar que la vida nos suceda porque siempre está en lo correcto, como lo sugirió Rainer María Rilke. Por las circunstancias y lo que pasó en ese tiempo, decidió retornar a su país y desde entonces los días y sus acciones la han traído a este destino impensado de practicar deportes aéreos. Pasó por el pole, pero sus manos sudaban tanto que no se adaptó, luego intentó las telas, pero asegura que si hay una sensación que no soporta es la de estar amarrada, así que terminó en el aro aéreo.
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“Cada vez que me monto en el aro es una adrenalina total, sobre todo ahora que estoy entrenando acrobacias y cosas así, que es nuevo para mí. Pero aparte es una sensación de libertad, me siento un poquito más, o cada vez más segura y confiada. Es una sensación de libertad para explorar posiciones, es un tipo de manejo muy diferente al que se hace en el piso, que es lo que yo estaba acostumbrada a hacer, estaba muy en las piernas y muy en el piso, y ahora empezar a trabajar con la parte alta de mi cuerpo, y estar colgando y confiar en los agarres, en mi cuello, mis tobillos, mis empeines, o sea, me ha dado también un golpe de autoestima saber que puedo hacer ese tipo de cosas. Ha sido muy bonito”, cuenta Ana Gómez.
Al ballet le debe todo: la estética, la disciplina, la obsesión con cada detalle, cada movimiento. Desde la danza y el arte ha ido cambiando la relación con su cuerpo. De ser una herramienta de expresión a sentir que es su lugar más seguro, el refugio de sus sueños, de sus secretos, de sus tristezas, esfuerzos y anhelos.
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“Cuando estaba bailando seguía el cuerpo básicamente como una herramienta de expresión, como una herramienta casi que para el uso de los coreografías, porque en ese momento estaba bailando solamente, después con el pilates he logrado encontrar esa relación del cuerpo como realmente el único lugar que puedo habitar y puedo llamar propio, y siento que ahora esas dos cosas no tienen que competir; o sea que puedo poner mi lugar y mi casa también como herramienta para hablar, para decir lo que tenga que decir y ojalá inspirar a otras personas, y dejar que todo lo que se mueve dentro de mí mueva a otras personas también”.
¿Dónde estabas? ¿Qué hacías? ¿Qué pasó contigo? Todo esto se lo preguntaba Ana luego de terminar su relación amorosa. Volver a encontrarse, luchar todos los días por reconocerse, hallar la esencia y sentir el impulso vital de saber quiénes somos. Todo este proceso la trajo hasta aquí, a visualizar con los ojos abiertos cuando entrena y con los ojos cerrados cuando medita y saca unos minutos de su cotidianidad para emular algunos movimientos en el suelo.
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“A veces cuando estoy en casa simplemente pongo la música e intento repasar como si lo estuviera haciendo, pero acostada, sentada, e imaginando como el público y todo el momento, como actuando los nervios que pueda tener ese día y todo lo que pueda suceder, y a veces me pongo en casos en que se me resbalan las manos, en que me caigo, y ver cómo puedo resolver en el momento, y el sentido es que eso me ayuda a poderlo resolver realmente cuando sucede, pero pues ha sido un proceso muy típico, muchos estiramientos, mucho fortalecimiento, morados, golpes, cansancio, lágrimas, sangre y todo eso”.
“Aquí estoy, en el ruido y en el silencio”, “Es mi cara, es mi grito, aquí estoy”, “Aquí estoy en el ruido y todavía en la furia”... Con las notas de “Voilà”, de Barbara Pravi, con espejos que son símbolos de reconocimiento en cada movimiento, en cada transformación. “Nadie tiene que verme para decirme quién soy. Yo me veo a mí misma. Yo puedo cambiar y mudar y hacer lo que quiero hacer en cualquier momento”. Con ese canto al renacer y al redescubrir es que Ana Gómez va a presentarse la próxima semana en Polonia, donde espera quedar lo más cerca posible a los 80 puntos, el máximo resultado en el aro, para alzar un título mundial.
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