Perlaza, Palomeque, Solís y Zambrano: rápidos y furiosos
Las historias de estos cuatro amigos que brillaron representando a Colombia en el reciente Mundial de Atletismo Doha 2019 y que ya piensan en una medalla en los Olímpicos de Tokio 2020.
Thomas Blanco y Sebastián Arenas
El sábado 8 de agosto del próximo año, cuatro atletas colombianos tendrán una cita con la historia. A las 10:00 p.m., hora de Japón, 8:00 a.m. en nuestro país, se disputará la final del revelo de 4x400 metros, la prueba que cerrará las competencias de atletismo de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Después de terminar en el cuarto lugar en el Mundial de Doha la semana pasada, subirse al podio en territorio nipón es el objetivo de estos cuatro velocistas que han forjado un lazo especial entre ellos y que se ve reflejado en los buenos resultados en la pista.
(“Solo les tengo miedo a Dios y a mi mamá”: Anthony Zambrano)
Se trata de John Perlaza, Diego Palomeque, John Solís y Anthony Zambrano, quienes se conocen desde hace ocho años. Les encanta jugar Playstation y bailar salsa choque. Tienen un grupo de Whatsapp que se llama “Los Firulais”, el nombre con el que se ha bautizado esta banda de atletas que se consideran “perritos del alma. Mucho voltaje junto”. Estas son sus historias.
El estudioso
Generación 2001 se llamaba el equipo con el que John Alejandro Perlaza jugó fútbol en su niñez. En el barrio El Caney, de su natal Cali, conoció el deporte gracias a la pelota. Sin embargo, ella no lo enamoró. Solo le gustaba el balompié porque lo ponían en la posición de lateral derecho y debía correr por toda la banda una y otra vez. Se sentía libre cuando lo hacía. “No me gustaban los deportes de contacto. Solo practicaba fútbol porque tenía que correr de arriba a abajo”.
Su velocidad la utilizaba para casi todo. No lo hacía cuando ayudaba con la microempresa de muebles de su familia o cuando se tomaba el tiempo para deleitar la sazón de su madre y de su abuela. Pero sí cuando se trataba de huir de ellas porque le iban a “dar juete” tras alguna travesura. “Era hiperactivo. Me subía a las copas de los árboles, corría por las avenidas y me quedaba hasta tarde en la calle jugando con mis amigos, entre otras cosas”, recuerda John Alejandro.
Sus seres más queridos lo apoyaron en la decisión de dedicarse al atletismo. “Tú puedes”, le dijeron. Y él pudo. Gracias a su talento, logró que le ofrecieran una beca para convertirse en profesional del deporte. Estudió la mitad de la carrera en Puerto Rico y la otra, en Estados Unidos. Se graduó este año y ya piensa en realizar una maestría en nutrición para también aplicarla en la actividad física. Es juicioso con sus entrenamientos y sus obligaciones académicas, y, por eso, el éxito se adueñó de él.
“Al principio mi relación con Anthony no fue buena. La amistad creció y ahora a los cuatro nos caracteriza la unión y la humildad”, destaca uno de los firulais que mejor baila salsa choque.
El capo del Playstation
Diego Palomeque es un personaje que no se guarda nada. El más elocuente de los cuatro. Y el “capo” del Playstation. “Bailando salsa choque, Perlaza y yo nos los llevamos, pero para los videojuegos Palomeque es una máquina”, dice Jhon Solís.
Desde los seis años empezó a correr contra el viento: Pedro Manuel Palomeque, su padre, quien trabajaba como conductor de la decimoséptima brigada del Ejército, se quedó sin frenos mientras manejaba en Puerto Valdivia y perdió la vida. Flor Elena Echavarría tuvo que hacerse cargo de sus tres hijos, decidió irse de Apartadó y partió para Carepa (Antioquia). Allí Diego vendió Bon Ice. “Hermano, a mí me duraban $500 dos semanas, yo se los mostraba a todo el mundo, me sentía un rey”.
Todo empezó a sus once años, cuando vio a unos niños corriendo en el estadio del municipio y decidió hacer pruebas. Desde ese momento no se quitó de encima a su entrenador Johnley Mosquera. “Me preguntó si quería correr, yo le dije: ‘Ay, es que eso cansa mucho’. Pero vio mis condiciones y cuando dejé el atletismo iba, sin molestar, tres veces a la semana a mi casa. Se metía hasta por las ventanas. Le debo todo lo que soy”.
Es el hombre más veloz en los cien metros planos y el dueño del récord nacional (diez segundos y once centésimas).
“Somos una familia. No seremos inferiores al reto: decimos que solos vamos a llegar más rápido, pero juntos más lejos. Vamos por la medalla a los Olímpicos”.
El hiperactivo
Solo hubo una razón por la cual en la institución educativa Bernardo Arias Trujillo en La Virginia, Risaralda, se aguantaron a John Alexander Solís: dejaba el nombre del colegio en alto en los deportes. Era el “caspa” del salón. “No era un pelado de casa. Era cansón, hiperactivo, todo el tiempo metido en problemas”.
Se la pasaba tirándose de los puentes del Río Risaralda. Colgado en los árboles. Hasta que un día fue a su colegio Andrea Gómez, una recreacionista. “¿Quién quiere hacer pruebas de atletismo?”.
Una bala en los 100 metros. Entró a la selección de Risaralda y se fue a vivir a Pereira. Dejó su casa a los 15 años, también a su mamá, Rocío Mosquera, quien lo sacó a él y a su hermana Gisela adelante. Una madre cabeza de familia que nunca los dejó trabajar.
“Me dijo: ‘usted ocúpese del estudio y yo me encargo’. Fue ama de casa, cuidó niños, vendió fritanga, trabajó 12 horas parada en un asadero de pollos, qué no hizo”.
En Pereira vivió en la Villa Deportiva con otros jóvenes. Fueron tiempos difíciles: se le perdían las cosas y había gente con malas costumbres. Alexander siempre se dedicó a lo suyo: correr. La medicina para calmar su hiperactividad.
Su pequeño hijo es su motivación. “Cuando lo visito en Pereira, me desconecto del mundo. No contesto el celular”.
Uno más de los cuatro personajes que sueñan con la medalla olímpica. Mucha pólvora junta. “Siempre hemos dicho que para correr 400 metros hay que estar loco. Todos tenemos una pizca de locura. ¡Vamos los Firulais!”.
El recochero
Anthony José Zambrano de la Cruz es el más joven de los integrantes de la posta, pero también el más irreverente. Cumplirá 22 años el próximo 17 de enero y por sus resultados individuales es el llamado a liderar el equipo.
Remata el relevo porque además de velocidad tiene carácter para dar la pelea hasta el final y prefiere “apretar desde atrás que aflojar en los metros definitivos”.
Nació en Maicao, pero se crió en Barranquilla, a donde llegó con su madre después de que su papá fuera asesinado.
Dice, medio en broma, que aprendió a correr rápido porque tenía que huir de su madre, quien, con chancleta en mano, lo buscaba para castigarlo por las quejas que le mandaban del colegio.
Fue precisamente representando al Instituto Educativo Distrital María Cano como empezó su carrera en las pistas. Fue campeón en unos Juegos Supérate Intercolegiados y gracias a eso vinculado al programa Talentos del Atletismo Colombiano (TAC).
Después llegó a finales de los mundiales de menores y juveniles y ganó medallas en diferentes eventos del ciclo olímpico. Sin embargo, este año fue el de su consagración, al conquistar el oro en los Juegos Panamericanos de Lima y la plata en el Mundial de mayores, en Doha, con récord suramericano en los 400 metros.
Sobre la relación con sus compañeros del relevo largo, asegura que “la clave es que disfrutamos lo que hacemos, nos la pasamos recochando y mamando gallo, somos muy alegres y tratamos de darlo todo dentro de la pista. En Tokio seguro que vamos a seguir haciendo historia”.
El sábado 8 de agosto del próximo año, cuatro atletas colombianos tendrán una cita con la historia. A las 10:00 p.m., hora de Japón, 8:00 a.m. en nuestro país, se disputará la final del revelo de 4x400 metros, la prueba que cerrará las competencias de atletismo de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Después de terminar en el cuarto lugar en el Mundial de Doha la semana pasada, subirse al podio en territorio nipón es el objetivo de estos cuatro velocistas que han forjado un lazo especial entre ellos y que se ve reflejado en los buenos resultados en la pista.
(“Solo les tengo miedo a Dios y a mi mamá”: Anthony Zambrano)
Se trata de John Perlaza, Diego Palomeque, John Solís y Anthony Zambrano, quienes se conocen desde hace ocho años. Les encanta jugar Playstation y bailar salsa choque. Tienen un grupo de Whatsapp que se llama “Los Firulais”, el nombre con el que se ha bautizado esta banda de atletas que se consideran “perritos del alma. Mucho voltaje junto”. Estas son sus historias.
El estudioso
Generación 2001 se llamaba el equipo con el que John Alejandro Perlaza jugó fútbol en su niñez. En el barrio El Caney, de su natal Cali, conoció el deporte gracias a la pelota. Sin embargo, ella no lo enamoró. Solo le gustaba el balompié porque lo ponían en la posición de lateral derecho y debía correr por toda la banda una y otra vez. Se sentía libre cuando lo hacía. “No me gustaban los deportes de contacto. Solo practicaba fútbol porque tenía que correr de arriba a abajo”.
Su velocidad la utilizaba para casi todo. No lo hacía cuando ayudaba con la microempresa de muebles de su familia o cuando se tomaba el tiempo para deleitar la sazón de su madre y de su abuela. Pero sí cuando se trataba de huir de ellas porque le iban a “dar juete” tras alguna travesura. “Era hiperactivo. Me subía a las copas de los árboles, corría por las avenidas y me quedaba hasta tarde en la calle jugando con mis amigos, entre otras cosas”, recuerda John Alejandro.
Sus seres más queridos lo apoyaron en la decisión de dedicarse al atletismo. “Tú puedes”, le dijeron. Y él pudo. Gracias a su talento, logró que le ofrecieran una beca para convertirse en profesional del deporte. Estudió la mitad de la carrera en Puerto Rico y la otra, en Estados Unidos. Se graduó este año y ya piensa en realizar una maestría en nutrición para también aplicarla en la actividad física. Es juicioso con sus entrenamientos y sus obligaciones académicas, y, por eso, el éxito se adueñó de él.
“Al principio mi relación con Anthony no fue buena. La amistad creció y ahora a los cuatro nos caracteriza la unión y la humildad”, destaca uno de los firulais que mejor baila salsa choque.
El capo del Playstation
Diego Palomeque es un personaje que no se guarda nada. El más elocuente de los cuatro. Y el “capo” del Playstation. “Bailando salsa choque, Perlaza y yo nos los llevamos, pero para los videojuegos Palomeque es una máquina”, dice Jhon Solís.
Desde los seis años empezó a correr contra el viento: Pedro Manuel Palomeque, su padre, quien trabajaba como conductor de la decimoséptima brigada del Ejército, se quedó sin frenos mientras manejaba en Puerto Valdivia y perdió la vida. Flor Elena Echavarría tuvo que hacerse cargo de sus tres hijos, decidió irse de Apartadó y partió para Carepa (Antioquia). Allí Diego vendió Bon Ice. “Hermano, a mí me duraban $500 dos semanas, yo se los mostraba a todo el mundo, me sentía un rey”.
Todo empezó a sus once años, cuando vio a unos niños corriendo en el estadio del municipio y decidió hacer pruebas. Desde ese momento no se quitó de encima a su entrenador Johnley Mosquera. “Me preguntó si quería correr, yo le dije: ‘Ay, es que eso cansa mucho’. Pero vio mis condiciones y cuando dejé el atletismo iba, sin molestar, tres veces a la semana a mi casa. Se metía hasta por las ventanas. Le debo todo lo que soy”.
Es el hombre más veloz en los cien metros planos y el dueño del récord nacional (diez segundos y once centésimas).
“Somos una familia. No seremos inferiores al reto: decimos que solos vamos a llegar más rápido, pero juntos más lejos. Vamos por la medalla a los Olímpicos”.
El hiperactivo
Solo hubo una razón por la cual en la institución educativa Bernardo Arias Trujillo en La Virginia, Risaralda, se aguantaron a John Alexander Solís: dejaba el nombre del colegio en alto en los deportes. Era el “caspa” del salón. “No era un pelado de casa. Era cansón, hiperactivo, todo el tiempo metido en problemas”.
Se la pasaba tirándose de los puentes del Río Risaralda. Colgado en los árboles. Hasta que un día fue a su colegio Andrea Gómez, una recreacionista. “¿Quién quiere hacer pruebas de atletismo?”.
Una bala en los 100 metros. Entró a la selección de Risaralda y se fue a vivir a Pereira. Dejó su casa a los 15 años, también a su mamá, Rocío Mosquera, quien lo sacó a él y a su hermana Gisela adelante. Una madre cabeza de familia que nunca los dejó trabajar.
“Me dijo: ‘usted ocúpese del estudio y yo me encargo’. Fue ama de casa, cuidó niños, vendió fritanga, trabajó 12 horas parada en un asadero de pollos, qué no hizo”.
En Pereira vivió en la Villa Deportiva con otros jóvenes. Fueron tiempos difíciles: se le perdían las cosas y había gente con malas costumbres. Alexander siempre se dedicó a lo suyo: correr. La medicina para calmar su hiperactividad.
Su pequeño hijo es su motivación. “Cuando lo visito en Pereira, me desconecto del mundo. No contesto el celular”.
Uno más de los cuatro personajes que sueñan con la medalla olímpica. Mucha pólvora junta. “Siempre hemos dicho que para correr 400 metros hay que estar loco. Todos tenemos una pizca de locura. ¡Vamos los Firulais!”.
El recochero
Anthony José Zambrano de la Cruz es el más joven de los integrantes de la posta, pero también el más irreverente. Cumplirá 22 años el próximo 17 de enero y por sus resultados individuales es el llamado a liderar el equipo.
Remata el relevo porque además de velocidad tiene carácter para dar la pelea hasta el final y prefiere “apretar desde atrás que aflojar en los metros definitivos”.
Nació en Maicao, pero se crió en Barranquilla, a donde llegó con su madre después de que su papá fuera asesinado.
Dice, medio en broma, que aprendió a correr rápido porque tenía que huir de su madre, quien, con chancleta en mano, lo buscaba para castigarlo por las quejas que le mandaban del colegio.
Fue precisamente representando al Instituto Educativo Distrital María Cano como empezó su carrera en las pistas. Fue campeón en unos Juegos Supérate Intercolegiados y gracias a eso vinculado al programa Talentos del Atletismo Colombiano (TAC).
Después llegó a finales de los mundiales de menores y juveniles y ganó medallas en diferentes eventos del ciclo olímpico. Sin embargo, este año fue el de su consagración, al conquistar el oro en los Juegos Panamericanos de Lima y la plata en el Mundial de mayores, en Doha, con récord suramericano en los 400 metros.
Sobre la relación con sus compañeros del relevo largo, asegura que “la clave es que disfrutamos lo que hacemos, nos la pasamos recochando y mamando gallo, somos muy alegres y tratamos de darlo todo dentro de la pista. En Tokio seguro que vamos a seguir haciendo historia”.