Su mamá, la razón que unió el destino de Andrés Carmona con el baloncesto
El Espectador entrevistó al alero, que es presente y futuro del baloncesto colombiano. Llegó a su deporte por su mamá, que en los 90 hizo parte de la selección de Colombia. Ahora, él es parte de la nómina del combinado nacional que sueña con llegar a los Olímpicos. Este lunes, el martes y el miércoles, contra Uruguay, Chile e Islas Vírgenes, el seleccionado nacional busca un lugar en las semifinales del preclasificatorio al preolímpico.
Fernando Camilo Garzón
Hubo noches, sentado frente al televisor de su casa en Rionegro, en las que, sin darse cuenta, Andrés Carmona se enamoró del baloncesto. A decir verdad, era muy pequeño y no lo recuerda, porque ni siquiera entendía lo que veía, pero tiene en su memoria la voz de su abuela, que le decía que la que estaba en la pantalla era mamá. Son imágenes vagas en su cabeza, pero las recuerda; a su abuela señalando que la que tenía la pelota era mamá y que la que había encestado la pelota, también era mamá.
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Hubo noches, sentado frente al televisor de su casa en Rionegro, en las que, sin darse cuenta, Andrés Carmona se enamoró del baloncesto. A decir verdad, era muy pequeño y no lo recuerda, porque ni siquiera entendía lo que veía, pero tiene en su memoria la voz de su abuela, que le decía que la que estaba en la pantalla era mamá. Son imágenes vagas en su cabeza, pero las recuerda; a su abuela señalando que la que tenía la pelota era mamá y que la que había encestado la pelota, también era mamá.
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Andrés Carmona creció queriendo ser como Lina Henao, su madre, su heroína. La que llegaba a casa con las manos cargadas de trofeos y el cuello adornado de medallas. Lo entendió mucho después, cuando él también empezó a darle botes a la pelota con la ilusión de llegar a ser como esa mujer que inspiraba sus sueños más pueriles.
Más grande, cuando el baloncesto ya fue una obsesión, también empezó a avizorar el camino de otros de sus héroes, como LeBron James o Kobe Bryant, pero fue la figura de su mamá la fascinación que movió sus primeros pasos. De ella, dice, aprendió la disciplina, la perseverancia, la nobleza y, sobre todo, la ética de trabajo.
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El amor empezó desde que era un bebé, cuando su mamá lo llevaba todavía de brazos a sus entrenamientos y partidos. Al borde de la pista siempre estaba el coche, cuidado a veces por los abuelos y otras por las mismas compañeras, mientras Andrés Felipe Carmona, siempre ante la imagen poderosa de su madre, veía con sus ojos párvulos de recién nacido un mundo que todavía le era ajeno. En principio, el niño no podía quedarse en casa, pues su Lina Henao todavía lactaba, pero con el tiempo tampoco quiso hacerlo por la misma razón que años más tarde lo llevó a jugar al básquet: quería seguir los pasos de su madre.
Inconsciente lo hizo desde que aprendió a caminar. Todavía se acuerda Lina Henao de una vez en la que debía viajar a Ecuador. En un descuido, tras la despedida en el aeropuerto, el niño, que con apenas meses daba sus primeras zancadas, se les voló hasta a los de migración solo para estar al lado de mamá. Y ella vino a darse cuenta después, cuando vio su hijo a sus pies y tuvo que darse vuelta para volver a entregárselo a los abuelos.
Las primeras veces que Andrés Carmona tomó un balón de básquet fueron, precisamente, en los entrenamientos de su madre, cuando la cancha quedaba vacía y ella lo invitaba a pisar la pista. Esos lanzamientos, los primeros de su vida, de una u otra manera, conectaron su destino con el aro, el tablero y la pelota.
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A los seis años, Carmona empezó a entrenar en serio. Con la ilusión de jugar al baloncesto, aunque nunca con la ilusión de ser profesional. Sin embargo, se obsesionó y dedicó tanto que, muchas veces, se volaba de casa por estar jugando en la cancha del barrio, el lugar al que siempre tenían que ir a buscarlo.
Hoy, piensa que su camino era inevitable. No podía ser de otra manera. Tal vez, de niño nunca pudo darse cuenta. Pero, ahora, entiende que su sueño, el de jugar en una selección de Antioquia, el de llegar a la selección de Colombia, venían de esa fuente primaria, su mamá. De la inspiración del primer amor, de los primeros ojos con los que vio el mundo.
Lina Henao le advirtió, oliéndose el futuro que anhelaba su hijo, las dificultades del camino. Le dijo que ser basquetbolista en Colombia no era sencillo. Lo sabía de primera mano. Lo vivió en carne propia por las incontables veces en las que los directivos del baloncesto nacional les dijeron, a ella y sus compañeras, que, como selección de Colombia, a pesar de sus títulos en competencias como los Juegos Suramericanos o los Bolivarianos, no había suficientes recursos para luchar en un preolímpico, el gran sueño de su generación. O por todas las ocasiones en las que, a pesar de años de preparación y lucha, siempre les fue negada una liga con condiciones dignas de trabajo.
“Muchas de las jugadoras de esa época, entre los 90 y los 2000, teníamos que vivir de otros trabajos para subsistir. Yo, por fortuna, tuve apoyo de mis padres, pero otras compañeras no tenían los recursos para pagarse entrenadores personalizados o para estar todo el tiempo en el gimnasio. Eran años difíciles, porque para prepararnos, nos juntábamos apenas 15 días antes de cada torneo. Y así, sin poder competir, era imposible conformar un equipo” recuerda Lina Henao.
Sin embargo, dice que, a pesar de las frustraciones, “el que quiere sobresalir no se frena ante los obstáculos, se sobrepone a ellos”. Y esas fueron las palabras que Andrés Carmona escuchó desde pequeño, por eso ante las advertencias de un futuro difícil nunca paró. “Esa persistencia es la que lo tiene donde está hoy”, asegura Henao.
Ella siempre fue un apoyo. Desde pequeño, cuando, por su corpulencia, en Rionegro jugaba de poste. Pero, al pasar a la selección de Antioquia, se dio cuenta de que era demasiado pequeño para ser un pívot cuando vio que los otros de su posición medían más de dos metros. Por eso, terminó siendo alero.
Su mamá acompañó esa transición, entrenando con su niño en una cancha que quedaba muy cerca a la casa. Y hubo noches, muchas noches, en las que Andrés practicaba con su madre el tiro de perímetro, el movimiento de piernas y el juego con el balón. Características especiales hoy en día de su juego. Las mismas que lo volvieron un jugador diferente, polifuncional y con capacidad de adaptación, y que lo llevaron a ser profesional, a llegar a la selección de Colombia, con la que sueña jugar unos Olímpicos, el mismo que Lina Henao imaginó también algún día.
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En el último año y medio, desde que explotó con Tigrillos en la Liga de Baloncesto Profesional, la carrera de Andrés Carmona ha estado en constante ebullición. No solo fue seleccionado, también dio el salto internacional y jugó con Barcelona de Guayaquil, en Ecuador, y con Villa San Martín, en Argentina. En la última temporada de la liga colombiana fue parte de cuadro más grande del país: Titanes de Barranquilla.
Al pie de sus logros está su familia. No se pierden partido. Cuando jugó en Argentina, su abuela, la misma con la que veía siendo apenas un bebé a su mamá en la televisión, obligó a Lina Henao a que le enseñara a manejar la plataforma digital en la que transmitían los partidos de su nieto. No se perdió ni un minuto del hijo de Rionegro.
Pero su mamá es la que más orgullosa se siente. Ve en él el fruto de años de trabajo. En parte, también se ve reflejada. Ve en él, su misma disciplina y dedicación. Y también, en lo que logró su gran amor, ve lo que no pudo ser: “Verlo hasta donde ha llegado es un orgullo total. Me hace feliz ver la clase de deportista que es, pero sobre todo de persona. De alguna manera, siento que estamos recogiendo los frutos de lo que yo un día, por decisión, dejé de lado”.
Carmona no se conforma. Es consciente de lo que tiene que mejorar, su lectura de juego, su comprensión del baloncesto, entre otras cosas. Lo ilusiona su futuro y quiere mantener lo que ha logrado. Dice que algún día le gustaría ser entrenador, formador de futuros talentos. Pero, para eso, todavía falta. Ahora, es presente y futuro del baloncesto colombiano. Apenas tiene 25 años y solo quiere seguir adelante, siguiendo el ejemplo y la inspiración que un día aprendió de su heroína, su mamá.
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