¿Qué hace tan especial al Masters de Augusta?
El Masters es considerando uno de los eventos más importantes del deporte en general, algo que se le ha atribuido a su exclusividad, prestigio y al detalle en la organización del evento.
Álvaro Hernández García
La segunda semana de abril es para el mundo del golf un tiempo sagrado, algo así como la Semana Santa para los cristianos, con la que casualmente suele coincidir. Para muchos fanáticos de este deporte El Masters tiene una connotación religiosa y Augusta National Golf Club (Georgia, Estados Unidos) puede llegar a ser un lugar de culto, quizás porque todo lo que sucede esa semana roza la perfección y está tan bien planeado que hace pensar que no es algo de este mundo.
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La magia del Masters comienza desde su misma creación, allá por 1934. Fue Bobby Jones, unos de los mejores jugadores de la historia, quien mandó a construir un club para disfrutar de su retiro. Antes de ser comprado por Jones, el terreno había sido un vivero, y entre las flores y un diseño encomendado a uno de los mejores arquitectos de campos del momento, Allister MacKenzie, se logró construir una cancha que entre su dificultad, belleza e historia se ha ganado el respeto y la admiración de golfistas y ajenos.
Quienes han ido a Augusta no creen que el pasto sea natural, está tan bien cuidado que parece una alfombra verde. Solo cuando los jugadores lo hacen volar por el aire después de cada golpe es que los fanáticos se dan cuenta de que es césped común y corriente. Todo está pensado para que parezca de fantasía: al agua de los estanques le aplican un tinte para que se vea limpia, las plantas son cuidadas para que florezcan en esa semana y se dice que a las trasmisiones de televisión le añaden sonidos de pájaros para crear el ambiente de fantasía.
Más deportes: Brooks Koepka, líder solitario del Masters de Augusta
El lugar parece estar suspendido en el tiempo. Allí los fanáticos tienen prohibido llevar celulares y el recuerdo de los grandes campeones del torneo junto con las tradiciones que perduran son una muestra de ello. La más famosa de estas es quizás el saco verde que se le entrega al campeón en cada edición.
Originalmente, este servía para distinguir a los socios del club, quienes también hacen parte del staff de organizadores esa semana. Con el tiempo, se empezó a otorgar a los ganadores del campeonato y a la fecha es uno de los trofeos deportivos más curiosos, pero también más deseados (no falta decir que el ganador también recibe un jugoso cheque y un trofeo más convencional).
La cena de campeones el día martes y el torneo del miércoles en la cancha par 3 del club son otras de las tradiciones legendarias. Esa última cancha, la que convoca a toda la gente el tercer día de la semana, es un motivo de diversión por la cantidad de hoyos en uno que se ven en esa competencia, que es el último momento de relajación que tienen los participantes antes del evento grande. Fue también esa pequeña cancha el lugar donde Clifford Roberts, quien fundó el campeonato junto con Jones, decidió acabar con su vida de un disparo en 1977.
La última de las tradiciones previo al inicio de la competencia es la ceremonia de apertura en la que leyendas del campeonato inauguran la edición de ese año con los tiros iniciales. Es un momento nostálgico, especialmente al ver cómo el paso del tiempo no perdona ni siquiera a estos grandes campeones. Desde ese instante y hasta el domingo en la tarde, la realidad de estar disputando uno de los 4 campeonatos mayores del golf se apodera del lugar.
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La competencia siempre es dura y a pesar de que es el único major que se juega año a año en la misma cancha, esta parece nunca terminar de ser descifrada. Es tan completo el trazado que no termina de aburrir, algo que difícilmente sucede con otros campos. Basta solo con rememorar lo que deja cada edición para darse cuenta de la diversidad de tiros, habilidades, creatividad e incluso suerte se necesitan para ganar en Augusta National.
Y es verbo, ganar, el que trae el recuerdo de los grandes golfistas de la historia: Jack Nicklaus, Arnold Palmer, Gary Player, Severiano Ballesteros o Tiger Woods, todos ellos, ganadores en Augusta y leyendas del golf. Ganar el Masters pone al golfista en otro lugar, no solo porque podrá jugar el evento de por vida, ni por la chaqueta verde ni por el jugoso cheque; ganar El Masters abre las puertas a que el nombre de un ser humano se escriba en la historia de uno de los eventos más importantes que tiene el deporte, y que esta semana celebra una nueva edición. El domingo sabremos quién recibirá ese honor.
🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador
La segunda semana de abril es para el mundo del golf un tiempo sagrado, algo así como la Semana Santa para los cristianos, con la que casualmente suele coincidir. Para muchos fanáticos de este deporte El Masters tiene una connotación religiosa y Augusta National Golf Club (Georgia, Estados Unidos) puede llegar a ser un lugar de culto, quizás porque todo lo que sucede esa semana roza la perfección y está tan bien planeado que hace pensar que no es algo de este mundo.
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La magia del Masters comienza desde su misma creación, allá por 1934. Fue Bobby Jones, unos de los mejores jugadores de la historia, quien mandó a construir un club para disfrutar de su retiro. Antes de ser comprado por Jones, el terreno había sido un vivero, y entre las flores y un diseño encomendado a uno de los mejores arquitectos de campos del momento, Allister MacKenzie, se logró construir una cancha que entre su dificultad, belleza e historia se ha ganado el respeto y la admiración de golfistas y ajenos.
Quienes han ido a Augusta no creen que el pasto sea natural, está tan bien cuidado que parece una alfombra verde. Solo cuando los jugadores lo hacen volar por el aire después de cada golpe es que los fanáticos se dan cuenta de que es césped común y corriente. Todo está pensado para que parezca de fantasía: al agua de los estanques le aplican un tinte para que se vea limpia, las plantas son cuidadas para que florezcan en esa semana y se dice que a las trasmisiones de televisión le añaden sonidos de pájaros para crear el ambiente de fantasía.
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El lugar parece estar suspendido en el tiempo. Allí los fanáticos tienen prohibido llevar celulares y el recuerdo de los grandes campeones del torneo junto con las tradiciones que perduran son una muestra de ello. La más famosa de estas es quizás el saco verde que se le entrega al campeón en cada edición.
Originalmente, este servía para distinguir a los socios del club, quienes también hacen parte del staff de organizadores esa semana. Con el tiempo, se empezó a otorgar a los ganadores del campeonato y a la fecha es uno de los trofeos deportivos más curiosos, pero también más deseados (no falta decir que el ganador también recibe un jugoso cheque y un trofeo más convencional).
La cena de campeones el día martes y el torneo del miércoles en la cancha par 3 del club son otras de las tradiciones legendarias. Esa última cancha, la que convoca a toda la gente el tercer día de la semana, es un motivo de diversión por la cantidad de hoyos en uno que se ven en esa competencia, que es el último momento de relajación que tienen los participantes antes del evento grande. Fue también esa pequeña cancha el lugar donde Clifford Roberts, quien fundó el campeonato junto con Jones, decidió acabar con su vida de un disparo en 1977.
La última de las tradiciones previo al inicio de la competencia es la ceremonia de apertura en la que leyendas del campeonato inauguran la edición de ese año con los tiros iniciales. Es un momento nostálgico, especialmente al ver cómo el paso del tiempo no perdona ni siquiera a estos grandes campeones. Desde ese instante y hasta el domingo en la tarde, la realidad de estar disputando uno de los 4 campeonatos mayores del golf se apodera del lugar.
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La competencia siempre es dura y a pesar de que es el único major que se juega año a año en la misma cancha, esta parece nunca terminar de ser descifrada. Es tan completo el trazado que no termina de aburrir, algo que difícilmente sucede con otros campos. Basta solo con rememorar lo que deja cada edición para darse cuenta de la diversidad de tiros, habilidades, creatividad e incluso suerte se necesitan para ganar en Augusta National.
Y es verbo, ganar, el que trae el recuerdo de los grandes golfistas de la historia: Jack Nicklaus, Arnold Palmer, Gary Player, Severiano Ballesteros o Tiger Woods, todos ellos, ganadores en Augusta y leyendas del golf. Ganar el Masters pone al golfista en otro lugar, no solo porque podrá jugar el evento de por vida, ni por la chaqueta verde ni por el jugoso cheque; ganar El Masters abre las puertas a que el nombre de un ser humano se escriba en la historia de uno de los eventos más importantes que tiene el deporte, y que esta semana celebra una nueva edición. El domingo sabremos quién recibirá ese honor.
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