Luis Felipe Uribe, con la medalla de plata del trampolín de tres metros.
Foto: Agencia AFP
A Luis Felipe Uribe no lo frenaba el vacío. Ni se le ponían los pelos de punta al ver sus pies en la orilla de una plataforma que se levantaba a cinco metros de altura. Al saltar no sentía ningún fogonazo en el estómago ni se desorientaba dando vueltas en el aire. Al contrario, lo llevaba la inercia, un impulso intenso y precoz por saltar y volar desde la cima.
Sí le daba miedo el agua. Allá tan alto, dudaba. No le temía a la altura, pero sí a quedarse sin aire. Ahogarse le crispaba el cuerpo. Helado, se negaba a dar el salto. El agua,...
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