Natalia Linares, la atleta vallenata que sueña consagrarse en los Olímpicos de París
En el comienzo del atletismo en los Juegos, la deportista de 22 años se llevó el título panamericano. Ya tiene su cupo asegurado para los próximos Olímpicos. Esta es su historia.
Fernando Camilo Garzón
Natalia Linares soltó la risa al imaginarse en París. En la cabeza tenía un sombrero vueltiao, el mismo que lleva y exhibe en todos los podios que pisa, y su cara estaba maquillada con escarcha, una purpurina amarilla, azul y roja bordeando el contorno de sus ojos en su rostro moreno. En el pecho, pendiendo del cuello, tenía la medalla de oro panamericana, la que la coronó como la campeona del salto largo en los Juegos de Santiago 2023.
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Natalia Linares soltó la risa al imaginarse en París. En la cabeza tenía un sombrero vueltiao, el mismo que lleva y exhibe en todos los podios que pisa, y su cara estaba maquillada con escarcha, una purpurina amarilla, azul y roja bordeando el contorno de sus ojos en su rostro moreno. En el pecho, pendiendo del cuello, tenía la medalla de oro panamericana, la que la coronó como la campeona del salto largo en los Juegos de Santiago 2023.
Piensa en Francia, en la cita olímpica a la que asistirá en menos de un año. “En el colegio estudié francés. Más o menos, no soy muy buena. Pero sé decir un par de cosas: ‘Oui, monsieur, madame, mademoiselle’”. Lo dijo con una mano en la cintura y la otra imitando una leve venia, y ahí fue cuando soltó la carcajada. Todavía con la sonrisa embelleciéndole el rostro, se dispuso a responder “más seria”: “Voy a cumplir mi sueño, quiero competir y subirme a un podio olímpico. París 2024, allá estaré”.
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Antes de los Juegos Panamericanos, Natalia ya había conseguido el cupo olímpico. Fue en los Juegos Centroamericanos y del Caribe que se realizaron en San Salvador, cuando dio su mejor salto: 6,86 metros, la marca mínima que exigen los Olímpicos para participar en la fiesta de París.
Esa vez ni siquiera se había dado cuenta de que estaba en los Juegos. Lo logró en el primer intento de la competencia y seguía pensando en los saltos que venían. Pero cuando la hicieron caer en la cuenta de lo que había logrado, sintió el corrientazo en las entrañas. Solo con 20 años, en los arreboles de su carrera deportiva y en su primer ciclo olímpico, cumplió el sueño precoz que cultivó apenas iniciada en el atletismo.
“No llegué al atletismo, el atletismo llegó a mí”. Linares habla con una sonrisa que parece haber sido moldeada en su rostro a punta de cincel. Ríe todo el tiempo y nunca deja quietas las manos. Por su postura y gesticulación, a veces parece una actriz. Y cuando habla, le gusta retornar a sus recuerdos más trasnochados. Devuelve el tiempo, 10 años atrás. Todavía estudiaba en el Gimnasio del Norte, en Valledupar. En la clase de educación física al profesor se le ocurrió que un día iban a practicar salto largo. El problema era que no había foso. Era lo de menos. Cogió unos conos e hizo el carril, una pista de aterrizaje que iba a dar no a la arena, sino a un par de colchonetas que solían usar para practicar gimnasia.
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Uno a uno los niños dieron el salto, pero cuando fue el turno de Natalia Linares el vuelo dejó a todos pálidos. Incrédulo, el profe la hizo saltar de nuevo para confirmar si era verdad lo que habían visto, y el segundo intento fue todavía mejor.
Con la impresión de que había encontrado una joya en bruto, la llevaron ese mismo fin de semana a una prueba departamental que había en Valledupar para que la viera el seleccionador de Cesar. Y la respuesta fue contundente: “Hay que empezar a entrenarla de una vez”. Sentenciada su causa, Natalia empezó su camino. 10 años después estará en sus primeros Olímpicos.
La felicidad, los sueños, la tristeza y el fracaso
“No sabía nada de atletismo”, confesó Linares. No entendía qué era el deporte, a dónde podía llegar con él ni a qué podía aspirar. Le habían dicho que era muy buena, que la iban a seleccionar en el departamento y la iban a apoyar en sus entrenamientos. Ella quería entender en qué se había metido, y por ese camino descubrió a su referente: Caterine Ibargüen.
Ante sus ojos se veía espléndida. Y también imposible. No le pasaba por la cabeza que una colombiana podía ser una estrella mundial de ese nivel. Una reina que también volaba por los aires. Lo mismo que le decían que ella haría. Fue entonces cuando llegó su primera aspiración: ser como Ibargüen.
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Se le coló en los sueños, en la imaginación y en el día a día. La veía en la noche y en el día, en ella misma como una proyección de sus mayores pretensiones. Entrenaba siguiendo su ejemplo y empezó a prepararse para ser, por su propio brillo, una estrella. Así destacó pronto, pues en su primera prueba, sin haber competido antes contra nadie, ganó cuatro platas, saltando largo, corriendo 150 metros, 80 y 4x80. Y aunque se probó en varias distancias y disciplinas, forjó su especialidad, como primero su heroína, en el salto largo.
Ya entonces se ilusionaba con estar en unos Juegos Olímpicos, pero fueron los Bolivarianos que se hicieron en Valledupar el año pasado los que terminaron de revelarle que el presente había llegado. En casa, con su familia en la tribuna, Natalia Linares, momentos antes de su primer salto, vio en el camino al foso la visión clara de que había llegado su momento.
La pista del Centro de Alto Rendimiento de la Gota Fría ardió con el envión de la colombiana, que rompió su mejor barrera y marcó la arena en 6,68. Sin embargo, las gradas se quedarían incluso mudas cuando la atleta vallenata, en el último intento, aseguró el oro con 6,79 metros y casi se gana un lugar anticipado en los Olímpicos.
Valledupar 2022 fue una revelación porque al año siguiente en El Salvador haría la marca suficiente para asegurar su tiquete en París, donde anhela consagrarse.
En medio de su alegría permanente, de repente, la sonrisa se le borró de la cara. No quería llorar y se tapaba el rostro, intentando con sus manos contener las lágrimas. No debía explicaciones, pero las dio. Dijo que eso le pasa cuando piensa en su casa, su familia y su mamá, Yanelis González. Pero también cuando recuerda sus caídas. Ver la medalla de oro panamericana en sus manos la hizo pensar en sus derrotas. Las que hacían parecer todo un intento inútil, un fracaso. Como el Mundial de Hungría en agosto, en el que terminó 25, lejos del puesto 12 que la habría clasificado a la final. “La marca la mejoraré. Que se preparen en París”, advierte.
“Ganar me demuestra que sí estoy acá. El Mundial fue durísimo. Cuando llega la victoria recordamos todo lo que sufrimos. Nuestros sacrificios. Lloro por la victoria, porque me demuestra que a pesar de las cosas duras sigo acá. Hace unos meses creía que no era tan fuerte, pero acá estoy con mi medalla, mi sonrisa, mi sombrero vueltiao y mi vallenato, persiguiendo mis sueños y con la convicción de que, algún día, lograré ese podio olímpico que es mi sueño”.
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