Rafael Nadal, el legado del tenista que no se rindió
Tras su participación en la Copa Davis, el español, uno de los deportistas y los tenistas más grandes de la historia, dejó la actividad profesional.
Fernando Camilo Garzón
Cuando sonó el himno de España, lo confesó horas más tarde, Rafael Nadal sintió impotencia. La ansiedad le erizó la piel y el estrés, la nostalgia en las horas previas al último partido de su carrera —contra Países Bajos en la Copa Davis—, lo llevaron a quebrarse.
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Cuando sonó el himno de España, lo confesó horas más tarde, Rafael Nadal sintió impotencia. La ansiedad le erizó la piel y el estrés, la nostalgia en las horas previas al último partido de su carrera —contra Países Bajos en la Copa Davis—, lo llevaron a quebrarse.
No habría querido llorar, dijo. Pero, fue inevitable. Sobre todo por la sensación de que esa, su última salida a una pista de tenis, no debía ser la última. Todavía en su despedida, el español mantuvo, en su espíritu, la certidumbre de que tenía más para dar, aunque su cuerpo se lo negara. Rafa no se retiró del tenis por convicción, porque entendiera que era el momento justo, se retiró porque sus piernas, sus rodillas, sus brazos, sus manos y su mente no daban más.
El doloroso adiós de Rafael Nadal
Nadal no es de los que se rinden. Al menos, no lo fue en su carrera hasta el último minuto. En medio de los homenajes de sus seguidores, desperdigados por todo el mundo y en todas las redes sociales, tal vez el video más revelador fue el de Rafa antes de sus coronas. Era un niño que ya ganaba títulos, pero al que sus triunfos le importaban poco. Lo que ambicionaba era perfeccionar la mejor versión de sí mismo.
¡Play! El entrevistador le pregunta, en relación con su victoria: “¿Ahora qué piensas hacer?”. Y Nadal, tan párvulo todavía, pero con el mismo gesto reconocible a distancia, levanta una ceja, tuerce la boca y niega con la cabeza. Responde: “¡Seguir entrenando! No sé… creo que es importante este torneo, pero tampoco ganar este torneo significa que vas a ser muy bueno. Tienes que seguir entrenando y ahí vamos a ver”. Nunca fue suficiente.
Esa ambición que lo llevó a la cima también le consumió su cuerpo, tan trajinado por las lesiones. Sus últimos años fueron un martirio y a pesar del dolor, impuso su intención de seguir hasta el límite, hasta que, finalmente, fue en la cancha que descubrió que ya no era el mismo.
“Ya no tengo la agilidad mental como para tomar las decisiones sin pensar”, reconoció ayer tras su derrota contra Botis Van de Zandschulp en el que fue su último partido. Una derrota para un tenista que logró acumular el absurdo número de 1.080 victorias.
Ese, el síntoma del automatismo perdido, fue el argumento indiscutible que llevó a Nadal a bajar el telón. “Cuando uno está fuera de competición, cuesta encontrar ritmo. En la cancha necesitas ser automático y yo ya no tengo eso que otros jugadores sí”. Cruel, autocrítico y revelador, las convicciones superadas por la realidad. Uno de los tantos dilemas de los seres humanos. Como las contradicciones, la negación de lo evidente que ya reconoció la cordura: “Probablemente, sí haya sido mi último partido. Si nada raro pasa, perdí mi primer partido en la Davis y pierdo el último. Se cierra el círculo…”, pero deja la puerta abierta.
El mundo del tenis se despidió de Rafael Nadal
El adiós para Nadal ha sido traumático. Hace semanas ya había dicho que se iba, después de meses de dejar sospechas. Todos suponían que este sería su último año y el español terminó lo confirmóo, tras decenas de declaraciones en las que dijo que no estaba seguro. No ha sido igual al adiós de otras leyendas como Roger Federer o Serena Williams, que abrazaron su despedida y fueron festejados en su última rodada por el circuito. El español, en cambio, ha huido de los homenajes. Se ha negado a que le digan adiós, a que vitoreen su nombre e incluso, en el torneo que supone el fin, Nadal dejó los puntos suspensivos.
Y si este fue el adiós, los que seguimos la asombrosa carrera del fenómeno mallorquín no logramos no conmovernos con las palabras públicas que Su Majestad, Federer, le compartió al mayor de sus verdugos. “Empecemos con lo obvio: me has ganado, y mucho. Más de lo que yo pude ganarte a ti. Me desafiaste de una forma que nadie más podría (...) No soy una persona supersticiosa, pero tú lo llevaste al siguiente nivel. Todo el proceso, todos esos rituales. Colocar las botellas como soldados en formación, colocarte el pelo, ajustarte tus calzoncillos... Todo ello con la máxima intensidad. En secreto, he de decir que amaba todo eso porque era único, como tú. Y ¿sabes Rafa? Tú has hecho que disfrute aún más del tenis”.
Todos reconocen la máxima intensidad del rey de la arcilla, el ganador en 14 oportunidades de Roland Garros y el segundo máximo vencedor en la historia de los Grand Slams. Pero que lo diga el tenista más prestigioso de todos los tiempos, tiene otro peso.
“Después del Open de Australia 2004, conseguí subir al número uno por primera vez. Pensé que estaba en la cima del mundo. Y fue como dos meses después cuando tú saltaste a la pista en Miami con tu camiseta sin mangas, mostrando esos bíceps y me ganaste de forma rotunda. Todos esos rumores que había oído sobre ti (sobre ese increíble joven tenista de Mallorca, un talento generacional, y que posiblemente ganaría un Grand Slam algún día) no era solo publicidad. Estábamos juntos al inicio de nuestro viaje y lo terminaremos juntos. 20 años después, Rafa, tengo que decir: ¡Qué carrera tan increíble has tenido!”. 20 años y nos quedamos sin los dos. Solo queda uno, el más bestia, el más ganador, el más completo, Novak Djokovic.
Será la historia la que juzgue y compare los legados, la que mida el impacto. Hoy, toca celebrar la leyenda del tenista que jamás se rindió. El monarca del polvo de ladrillo, el número uno del tenis español, el héroe de Mallorca; Rafa Nadal, el tenista para el que ganar nunca alcanzó y por eso fue el mejor, por eso lo ganó todo.
Los impresionantes números de la carrera de Rafael Nadal
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