Lorena Arenas: Una carrera de largo aliento
La trayectoria de la medallista olímpica ha estado marcada por el apoyo familiar y la firmeza para conseguir sus objetivos.
Laura Alejandra Moreno Urriaga
Aunque la primera vez que le dijeron que debía entrenar todos los días para ser una atleta le pareció algo intenso y sorpresivo, esta rutina diaria es la que hoy sigue Sandra Lorena Arenas Campuzano y la que la llevó a conseguir una medalla de plata en los 20 km de la marcha olímpica en Tokio 2020.
En 2008, el sacerdote de la iglesia a la que asistía la motivó a participar en una carrera en Calarcá (Quindío) y fue él mismo quien le dijo que veía talento en ella para convertirse en atleta, aunque Lorena no le prestó mayor interés y vio eso como un episodio aislado en su vida. Sin embargo, un año más tarde ella y su familia se radicaron en Medellín, en donde asumió más en serio los entrenamientos.
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Lorena agradece siempre la compañía y el apoyo de su familia. El trabajo como topógrafos de sus dos hermanos mayores fue la razón para que todos se mudaran a la capital de Antioquia, donde conoció a su primer entrenador, Libardo Hoyos. “Me dijo que si quería entrenar tenía que ir todos los días. Para mí fue algo impactante, drástico, pero mi familia me apoyó y así empecé mi carrera”, recuerda.
En ese momento los objetivos de la joven atleta no eran diferentes a los de cualquier adolescente: terminar sus estudios de bachillerato e ingresar a la universidad. No veía la marcha como una opción de vida. Pero mientras avanzaba en el colegio, su entrenamiento se volvía más importante y los resultados en las competencias la respaldaban.
Por eso su consolidación como deportista de alto rendimiento fue consecuencia natural de su día a día. “No fue necesario un momento exacto para decirle a mi familia que me iba a dedicar a ser atleta, todo se fue dando. En 2009 empecé a competir y a ganar, tuve resultados muy rápidos y todo fluyó muy bien”.
Decidió matricularse en la universidad para estudiar la licenciatura en educación física, sin dejar de lado los entrenamientos y las competencias. Ya en 2011 Lorena se destacaba entre las deportistas nacionales.
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En 2012, cuando ganó la Copa Mundo de Saransk (Rusia), también quiso participar en los 20 kilómetros de la marcha, en los que alcanzó la marca mínima para clasificar a sus primeros Juegos Olímpicos en Londres 2012. Su rápido ascenso deportivo la llevó a dejar sus estudios en un segundo plano, pero sin abandonarlos. “Voy avanzando de acuerdo con las competencias que tenga, el año pasado por la pandemia adelanté varias materias, ahorita estoy viendo cinco y cuando tengo competencias veo una o dos”, explica Lorena, que ahora cursa el octavo semestre de su carrera.
A medida que su palmarés iba aumentando, crecía su determinación para alcanzar objetivos y la usaba para superar los retos que le suponía hacer de la marcha su vida. En 2017 dejó Medellín y a su familia para vivir en Bogotá, un lugar propicio para potenciar su rendimiento. Aunque esto implicaba tomar distancia con sus seres queridos, ella ha tratado de que la ausencia sea lo física. “No puedo ver a mis papás todo el tiempo, pero hablo con ellos todos los días, siempre estamos en contacto. Cuando uno tiene un sueño debe salir adelante sin importar las circunstancias para poder lograrlo”.
En Bogotá, la principal referente de la marcha en el país aprendió a vivir sola, a ser independiente y a forjar su carácter frente a los obstáculos que vendrían.
Durante un tiempo tuvo dos entrenadores en su proceso, sin embargo, decidió tomar distancia y quedarse con uno solo, pues los comentarios machistas y los maltratos verbales eran algo a lo que ella no iba a ceder. “No estoy de acuerdo con el machismo, no puedo aceptar que lo estén tratando mal a uno o que le digan que no es capaz”, explica, y agrega que aunque antes se normalizaban estos comportamientos en entornos deportivos, “estamos en una época en la que ya no se pueden permitir ese tipo de comentarios ni de actitudes”.
Para superar las dificultades, Lorena siempre ha sido muy creyente en su religión y pide siempre a Dios que le ayude. Recuerda una competencia de hace dos años en la que tuvo que competir con tres lesiones y sufrió una caída. “Cuando me levanté dije: ‘¿Más?, tengo tres lesiones, me caigo, qué más me puede pasar’, pero sabía que podía seguir para logar mi objetivo de llegar un día a una medalla olímpica”.
Fueron su dedicación y pasión las que llevaron a Lorena a alcanzar la plata en los Tokio 2020, pero allí no se detiene. “Quiero llegar a París 2024 para subir al podio, estar en competencia el próximo año e ir a dos mundiales más”, cuenta con emoción.
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Para seguir en su máximo nivel, Lorena entrena todos los días a doble jornada. Por eso, cuando tiene que cambiar su rutina por viajes o compromisos no encuentra la tranquilidad que siente cuando está dedicada al 100 % en su deporte.
“Disfruto mucho entrenar, disfruto mi deporte, por eso siempre tengo motivación. Mi prioridad es mi deporte, soy feliz entrenando y compitiendo”.
Aunque la primera vez que le dijeron que debía entrenar todos los días para ser una atleta le pareció algo intenso y sorpresivo, esta rutina diaria es la que hoy sigue Sandra Lorena Arenas Campuzano y la que la llevó a conseguir una medalla de plata en los 20 km de la marcha olímpica en Tokio 2020.
En 2008, el sacerdote de la iglesia a la que asistía la motivó a participar en una carrera en Calarcá (Quindío) y fue él mismo quien le dijo que veía talento en ella para convertirse en atleta, aunque Lorena no le prestó mayor interés y vio eso como un episodio aislado en su vida. Sin embargo, un año más tarde ella y su familia se radicaron en Medellín, en donde asumió más en serio los entrenamientos.
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Lorena agradece siempre la compañía y el apoyo de su familia. El trabajo como topógrafos de sus dos hermanos mayores fue la razón para que todos se mudaran a la capital de Antioquia, donde conoció a su primer entrenador, Libardo Hoyos. “Me dijo que si quería entrenar tenía que ir todos los días. Para mí fue algo impactante, drástico, pero mi familia me apoyó y así empecé mi carrera”, recuerda.
En ese momento los objetivos de la joven atleta no eran diferentes a los de cualquier adolescente: terminar sus estudios de bachillerato e ingresar a la universidad. No veía la marcha como una opción de vida. Pero mientras avanzaba en el colegio, su entrenamiento se volvía más importante y los resultados en las competencias la respaldaban.
Por eso su consolidación como deportista de alto rendimiento fue consecuencia natural de su día a día. “No fue necesario un momento exacto para decirle a mi familia que me iba a dedicar a ser atleta, todo se fue dando. En 2009 empecé a competir y a ganar, tuve resultados muy rápidos y todo fluyó muy bien”.
Decidió matricularse en la universidad para estudiar la licenciatura en educación física, sin dejar de lado los entrenamientos y las competencias. Ya en 2011 Lorena se destacaba entre las deportistas nacionales.
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En 2012, cuando ganó la Copa Mundo de Saransk (Rusia), también quiso participar en los 20 kilómetros de la marcha, en los que alcanzó la marca mínima para clasificar a sus primeros Juegos Olímpicos en Londres 2012. Su rápido ascenso deportivo la llevó a dejar sus estudios en un segundo plano, pero sin abandonarlos. “Voy avanzando de acuerdo con las competencias que tenga, el año pasado por la pandemia adelanté varias materias, ahorita estoy viendo cinco y cuando tengo competencias veo una o dos”, explica Lorena, que ahora cursa el octavo semestre de su carrera.
A medida que su palmarés iba aumentando, crecía su determinación para alcanzar objetivos y la usaba para superar los retos que le suponía hacer de la marcha su vida. En 2017 dejó Medellín y a su familia para vivir en Bogotá, un lugar propicio para potenciar su rendimiento. Aunque esto implicaba tomar distancia con sus seres queridos, ella ha tratado de que la ausencia sea lo física. “No puedo ver a mis papás todo el tiempo, pero hablo con ellos todos los días, siempre estamos en contacto. Cuando uno tiene un sueño debe salir adelante sin importar las circunstancias para poder lograrlo”.
En Bogotá, la principal referente de la marcha en el país aprendió a vivir sola, a ser independiente y a forjar su carácter frente a los obstáculos que vendrían.
Durante un tiempo tuvo dos entrenadores en su proceso, sin embargo, decidió tomar distancia y quedarse con uno solo, pues los comentarios machistas y los maltratos verbales eran algo a lo que ella no iba a ceder. “No estoy de acuerdo con el machismo, no puedo aceptar que lo estén tratando mal a uno o que le digan que no es capaz”, explica, y agrega que aunque antes se normalizaban estos comportamientos en entornos deportivos, “estamos en una época en la que ya no se pueden permitir ese tipo de comentarios ni de actitudes”.
Para superar las dificultades, Lorena siempre ha sido muy creyente en su religión y pide siempre a Dios que le ayude. Recuerda una competencia de hace dos años en la que tuvo que competir con tres lesiones y sufrió una caída. “Cuando me levanté dije: ‘¿Más?, tengo tres lesiones, me caigo, qué más me puede pasar’, pero sabía que podía seguir para logar mi objetivo de llegar un día a una medalla olímpica”.
Fueron su dedicación y pasión las que llevaron a Lorena a alcanzar la plata en los Tokio 2020, pero allí no se detiene. “Quiero llegar a París 2024 para subir al podio, estar en competencia el próximo año e ir a dos mundiales más”, cuenta con emoción.
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Para seguir en su máximo nivel, Lorena entrena todos los días a doble jornada. Por eso, cuando tiene que cambiar su rutina por viajes o compromisos no encuentra la tranquilidad que siente cuando está dedicada al 100 % en su deporte.
“Disfruto mucho entrenar, disfruto mi deporte, por eso siempre tengo motivación. Mi prioridad es mi deporte, soy feliz entrenando y compitiendo”.