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Simone Biles se sentó, con el rostro desconcertado, en la última silla de una hilera de butacas. Acababa de cometer un error inusual en su casi impecable gimnasia y en una competencia en la que las equivocaciones cuestan medallas. Lo que vino después fue una crisis en el Centro de Gimnasia de Ariake.
El escenario, cuya estructura está construida con unas impresionantes vigas de madera que bien se podrían utilizar para lograr la mejor acústica en una sala de conciertos, estaba perdiendo el espectáculo que había prometido. Un concierto con la mejor orquesta del mundo, pero sin el concertino esperado.
Biles llamó a su fisioterapeuta. Trataron de mantener la calma, también sus compañeras de equipo y sus entrenadores, pero el panorama no pintaba nada bien. Además de su error, era extraño que pidiera asistencia médica. Que la mejor gimnasta de los últimos tiempos y la reina de los Olímpicos de Tokio 2020 detuviera así su participación, auguraba lo peor, pero ese “peor” ahora es relativo.
El desenlace de su retiro de la competición por equipos, en la que Estados Unidos perdió ante las rusas (que compiten bajo la bandera del Comité Olímpico Ruso a causa del escándalo de dopaje que casi las deja fuera de los juegos), puso a hablar a toda la comunidad que sigue las justas, a sus organizadores y también patrocinadores.
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Biles se perdió en el aire. Ese es un término que se utiliza en el mundo de la gimnasia cuando, en un salto, el atleta pierde el punto de referencia y no sabe en dónde está. Una circunstancia peligrosísima porque, cuando se trata de saltos de más de dos metros de altura ejecutados a una velocidad promedio de veinte kilómetros por hora, la caída puede ser mortal.
Ella lo tenía clarísimo y decidió frenar su truco en el aire, lo que le ocasionó un aterrizaje aparatoso que, por poco, la hace estrellarse contra el suelo. El Centro de Gimnasia se congeló por un segundo. Periodistas, fotógrafos y los pocos espectadores que pudieron entrar al evento vieron la escena sin creerlo.
No solo porque se trataba de la cara de los Olímpicos (Biles está en prácticamente todas las promociones de uno de los principales patrocinadores de los Juegos y en las pautas de televisión), sino porque todo estaba preparado para que ejecutara dos trucos completamente nuevos.
El día antes del evento, Biles escribió en sus cuentas de redes sociales que sentía todo el peso del mundo sobre sus hombros, previo a su primera final en Tokio, unos Juegos a los que dudó en llegar por el aplazamiento que vivieron por cuenta de la pandemia del COVID-19.
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Si ya la presión le resultaba imposible de sostener, lo que pasó después de su error resultó imposible de sobrellevar. Quizá ningún atleta ha hecho lo que hizo Biles o más bien pocos: retirarse en plena competencia sin tener una dolencia. Sus entrenadores corrieron por el escenario. Su angustia era la angustia de sus compañeras de equipo (Sunisa Lee, Grace McCallum y Jordan Chiles), tres novatas que tenían a Biles como su modelo a seguir, su guía y su capitana.
“Biles va a seguir, solo tiene una molestia en el tobillo”, dijo un curtido periodista estadounidense para calmar a sus colegas que viajaron a Tokio solo para ver a la gimnasta. Pero Biles, la atleta, no volvió. Regresó la mujer que había puesto por encima de cualquier cosa su salud mental y su amor por el deporte.
Hubiera podido tomar el camino fácil: aguantar la ansiedad y el ataque de pánico, como ya lo ha hecho en otras ocasiones, y competir. Sacrificarse ella misma, como cuando lo hizo durante años de abusos de Larry Nassar, el médico del equipo estadounidense (ya condenado por esos hechos), solamente para ganar competiciones y medallas, pero no. Simone Biles entró con la cabeza en alto para apoyar a su equipo que tuvo que replantear la estrategia, porque acababa de perder a su estrella.
No les alcanzó para ganar la medalla de oro; pero eso no importó, pues la noticia no fue la victoria de las rusas, sino Biles. En dos conferencias de prensa —eventos rarísimos en Tokio 2020 porque, debido a las restricciones por el coronavirus, prácticamente los atletas están aislados en la villa olímpica)—: una del equipo de softball femenino de Estados Unidos y otra con la medallista de surf Carissa Moore, el retiro de la gimnasta fue tema de conversación, coincidiendo ambas en el profundo respeto y admiración por la decisión de Biles.
A su regreso al recinto de la competición en el Centro de Gimnasia de Ariake, el público la recibió con un tímido aplauso. Una reconocida presentadora de un programa mañanero de Estados Unidos le gritó desde la gradería que la amaba y, en ese punto, hasta los periodistas aplaudieron. La crisis quedó a un lado mientras terminaba la competencia, pero la incertidumbre siguió. ¿Quién se recupera de un golpe psicológico tan rápido y logra competir una final individual solo 24 horas después? Nadie.
Biles animó a sus compañeras desde la barrera. Les cargó su ropa, como una utilera más, y saltó de la felicidad con cada truco completado (hasta cuando salta de la emoción lo hace más alto que sus coequiperas). Su entrenador no volvió al suelo sino hasta el final. En cambio, su entrenadora permaneció a su lado. Le daba palabras de aliento, la abrazaba, pero no podía ocultar la angustia. En una esquina del suelo, se acercó a pedirle un pañuelo a su esposo (entrenador de Biles) para secarse las lágrimas.
Biles se mantuvo firme. Celebró su medalla de plata, la primera de su palmarés, pero sabía que el drama estaba lejos de acabar. Al día siguiente tenía que entrenar, porque el jueves 29 de julio estaba programada su participación en la prueba individual, la que corona a la mejor gimnasta del mundo, la competición que no perdía desde 2013, cuando tenía 16 años.
Horas después se supo que tampoco estaría y, de nuevo, su decisión fue noticia. Biles logró que prácticamente todo el mundo hablara de la relación entre la salud mental y los deportistas. O más bien, que se recordara que los atletas sufren, y mucho. Ya lo había hecho la tenista japonesa Naomi Osaka (quien prendió la llama olímpica el pasado 23 de julio, cuando se retiró del Roland Garros, también por cuestiones mentales).
Acostumbrados a la gloria de los atletas, el sacrificio mental y físico que sufren para llegar a las justas olímpicas queda de lado. Incluso desacomodan la tradición y las costumbres. Biles escribió un capítulo en la historia de la gimnasia artística, introduciendo un prototipo de atleta de fuerza y movimientos explosivos y de extrema dificultad. Y también siendo una deportista que pone en la discusión que cualquier tipo de lesión es tan importante como algo de lo que nunca se hablaba antes: la depresión, la presión mental y las crisis psicológicas detrás de la competencia.
Lejos de ser el eclipse de la reina de la gimnasia o el fin de una era, Simone Biles sigue más nítida que cuando llegó a Tokio 2020 y su fuerza, física y mental, más afinada que nunca. La concertino ha vuelto al escenario, ahora con un nuevo violín.