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Para Soren De Luque el baloncesto es una herencia familiar porque lo acompañó desde la cuna. Todo empezó con una historia de amor. Cuando sus papás eran jóvenes, y jugaban básquet en las calles de Santa Marta, se conocieron y se enamoraron. Él se fue a Bogotá, buscando el sueño de ser profesional, y ella lo espero con la promesa de que al regresar estarían juntos. Y así fue.
Desde que era niño, Soren De Luque recuerda que siempre tuvo una pelota naranja en sus manos. Era pequeño, no tendría más de cuatro años, pero ya jugaba a darle botes a la pelota e intentaba lanzar al aro. Han pasado los años y esa pasión, que le enseñaron sus padres, nunca lo abandonó. Hoy, es una de las figuras de Titanes de Barranquilla, hexacampeón de la Liga Profesional de Baloncesto, y ha estado en cuatro de los seis títulos consecutivos que ha conseguido el conjunto atlanticense. Es el alma y corazón del equipo.
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Soren De Luque es un jugador pasional. En los ojos tiene una llamarada especial, es fuerte. Se le ve, en la cancha, ese fuego, ese coraje, ese impulso y esa energía. Es de los que dejan todo en el maderamen, porque entiende que en la vida siempre hay que dar un poco más de lo que se puede. “Si no voy a dejar el 100%, para qué lo hago”, dice mientras explica que no soporta la derrota, que lo peor que le puede pasar es perder en cualquier cosa, hasta en el FIFA o en el parqués, en todo.
Siempre fue competitivo. Tenía claro desde que empezó que llegaría lejos, que sería campeón de la liga y que jugaría en la selección de Colombia, así se lo juró a su madre. Su aspiración nunca fue menor, porque entendía que estaba destinado a la grandeza y no se iba a conformar con menos. A su abuelo también le hizo una promesa, cuando le dijo que no se podía morir sin que él le regalara su camiseta de la selección y sin que lo viera campeón. Y bella fortuna fue que pudo cumplir todos los sueños que compartió con sus seres queridos, los que lo vieron crecer.
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Cuando empezó, Soren De Luque recuerda que su familia entera lo acompañaba a los partidos. Por eso, entendió que el baloncesto guiaría su vida. Estaba también el fútbol, en el que era bueno, pero no era lo mismo. En el baloncesto había otra química. Eran otras vibras, otra atmosfera. El público se sentía más cercano y cuando metía una cesta escuchaba que el coliseo se venía abajo. ¿Cómo no enamorarse de ese ambiente?
Además, le encantaba observar a sus padres, copiarlos y aprender de ellos. Sobre todo, de su papá: “Hoy en día yo me miro jugar y digo: ¡Carajo, cómo me parezco a mi papá! De verdad, es impresionante”. Dice que le aprendió todas las mañas, a saber cuándo lanzarse para ganar una falta o cuando evitar al contrario en la pintura. Su papá, inteligente, ágil de pies y fuerte, muy fuerte, fue su inspiración. Fue su modelo a seguir, la versión de la que salieron todas las características de su juego.
“Y eso nunca fue de gimnasio, te mentiría si te digo que así fue. Eran genes, pura herencia”, dice, mientras recuerda la “loma” en la que creció en Santa Marta, a la que tenían que subir a pie todos los días y a la que atribuye parte de su físico privilegiado.
Su proceso empezó con fuerza en la selección de Magdalena, al lado de Andrés Ibargüen y Yildon Mendoza. Allá fue campeón y figura. Por eso, lo llamaron de la selección de Meta donde pudo estudiar y dar el paso al campamento de la NBA en Estados Unidos. Después volvió a Colombia y su nombre empezó a sonar con fuerza desde que se volvió una de las claves de Tomás Díaz en Titanes de Barranquilla, entrenador que De Luque dice conocer muy bien y al que le agradece su influencia en su proceso.
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Para Soren De Luque han sido claves sus maestros. Mira hacia atrás y se reconforta porque sabe que de cada uno aprendió algo importante para su juego. Tiene muchos modelos a seguir, el jugador que le encanta de la NBA es LeBron James, the king. Lo ve como una persona ejemplar dentro y fuera de la cancha. Misma sensación que le produce su excompañero y ahora gerente de Titanes, Gianluca Bacci, a quien siempre le pregunta por consejos de su juego y también de la vida.
Si hay algún punto cumbre en la carrera de Soren De Luque, además de ser partícipe de la hegemonía de Titanes, es haber jugado con la selección. “La verdad no tengo ni palabras para expresar qué representa. Solo sé que el momento de escuchar tu himno en el coliseo es la sensación más hermosa del mundo. Trabajo mucho por mejorar y confío en siempre estar en los llamados. Aunque, esté o no esté, confío que esta generación nos llevará lejos”.
Del niño de cuatro años que nació amando al baloncesto, todavía hay mucho. Soren De Luque mantiene esa pasión que lo metió de lleno en este deporte, pero ahora es más cuidadoso con las promesas. Sigue soñando, pero ahora en silencio. Y dice que aunque aspira a mucho, prefiere no decirlo. Ya llegará su hora y él, que no soporta perder, hará todo lo que esté a su alcance para seguir cumpliendo sus sueños.
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