Tchoukball, un deporte que crece en Colombia
Cuando se escucha la palabra tchoukball, ni la pronunciación se termina de entender, sin embargo Colombia está clasificado al mundial femenino de este deporte.
Paula Andrea Abreu
Ir a un mundial es el sueño de todo deportista. La selección femenina de tchoukball tiene las capacidades, los méritos y las ganas para hacerlo, pero la falta de recursos está frenando ese anhelo.
Cada sábado, en el Coliseo Deportivo Castilla, ubicado en Bogotá, se reúnen un grupo de mujeres que sueñan con ver a un deporte alternativo siendo practicado en cualquier rincón del país. Quieren motivar a quienes tienen en mente probar algo distinto. Ellas son Forza Femenina y representarán a Colombia en el Campeonato Mundial de Tchoukball, en República Checa, del 31 de julio al 5 de agosto de 2023.
Recién se entra al coliseo, se escuchan los gritos, las carcajadas y algunas indicaciones tácticas; solo es cuestión de subir unos seis peldaños, para ver cómo ellas están ahí, repitiendo una y otra vez los ejercicios para mejorar su técnica. Casi siempre la música es protagonista, como si se tratara de una invitación indirecta para dejarse llevar por ese ambiente de diversión y cero estrés que ellas han implementado de 4 a 6 de la tarde.
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Se felicitan entre ellas, se hacen chistes y se corrigen cuando es necesario. Dentro del lugar, hay una baranda metálica que separa la zona de práctica y las sillas plásticas rojas dispuestas para que cualquiera entre. Es una atmósfera bastante curiosa. Espectadores, pocos, en su mayoría, familia y amigos.
Al principio, entender cómo funciona puede ser un poco confuso, porque no es un deporte con el cual se está muy familiarizado. Y eso que Colombia es uno de los pocos miembros sudamericanos de la Federación Internacional de Tchoukball, pues en la lista solo se encuentran Argentina, Brasil y Uruguay.
¿Sus reglas? Juegan siete contra siete. Hay dos áreas y en el fondo de cada una está un marco con inclinación, semejante a un trampolín. Ahí hay una zona prohibida: un semicírculo de tres metros, el cual no se puede pisar y la única manera de llegar es saltando. De igual manera, cada parte del marco tiene un direccionamiento distinto y ahí es cuando el deportista hace movimientos de codo, mano u hombro para que el balón toque el piso y así el oponente no lo pueda alcanzar. Solo se puede tener tres segundos el balón, dar tres pasos con el mismo y hacer tres pases. Es un juego muy rápido. Gana quien acumule más puntos y se juegan tres tiempos de 15 minutos.
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La selección femenina ya ha sido campeona panamericana en 2014 y subcampeona en 2016. Actualmente, es decimocuarta en el escalafón mundial. Por eso, su ilusión de representar al país la impulsa a dejar todo de lado. “Mi salario queda aquí, para los viajes, para los torneos. Mi trabajo es para esto. Todo el mundo pensará que es mejor el apartamento, el ahorro, la moto, pero es mi pasión”, dice Deisy Cañón Martínez, capitana del equipo y enfermera de profesión, mientras estaba sentada en una de las sillas rojas y posaba su mirada en uno de los balones de tchoukball (el cual no es pequeño como una pelota de tenis, pero no es grande como uno de baloncesto) que estaba en el piso de la zona de práctica.
Su entrenamiento finalizó minutos antes que el de sus compañeras. Pues sabe que si espera hasta terminar su sesión, la luz se apagará poco a poco, la celadora del coliseo empezará a dar vueltas por el lugar y tocará salir con rapidez.
Unas cuantas gotas de sudor caen por su rostro. Está exhausta. Su cabello recogido deja ver con claridad sus mejillas sonrojadas. “La idea es soñar y que podamos cumplir muchas cosas”. Con un poco de jadeo, por el cansancio, afirma que le ha costado lágrimas este sueño, pero también le ha dado situaciones de felicidad. “Cantar el himno en otro país es el mejor momento y el más emotivo. Uno dice: hice lo imposible, pero aquí estoy, gane o pierda”.
Ella proyecta el tchoukball en grande, quiere que esto trascienda, ir al mundial es el primer paso, pero al final la gran meta es tener un impacto en otros. “Nosotras queremos ser una inspiración para todas las mujeres y un ejemplo para quienes practican deportes raros. Que digan: si ellas lo hicieron y ya el Ministerio del Deporte las reconoce, por qué nosotras no. Construir una sociedad que sea más inclusiva, que no solo sean las disciplinas tradicionales, porque hay muchos deportistas muy buenos, en muchas áreas”.
Una vez terminó la charla, pasó lo inevitable: la celadora entró. La conversación debía seguir en otro espacio y con otra de las protagonistas: Rosario Robles Moreno, con una pañoleta de color blanca en la cabeza, una sonrisa que transmitía la calidez para estar en confianza y una voz tan suave que contrarrestaba el acelere que minutos atrás se había vivido en la cancha, es una de las dos personas encargadas de entrenar el equipo.
Su trayectoria justifica que ocupe ese cargo. Pues aparte de ser una profesional en Ciencias del Deporte, fue una de las primeras mujeres que comenzó a practicar tchoukball en el país. “A finales de 2009 estaba en mi casa, mirando Facebook y de la nada apareció un video que decía Tchoukball en colegios de Bogotá. Le escribí a la persona que publicó el video y me dijo que lo practicaban en el parque Simón Bolívar. Yo fui, no entendí nada al principio, pero me gustó y he seguido hasta ahora”, cuenta con un brillo único en sus pequeños ojos oscuros. Pero ella no solo se ha quedado en practicarlo y enseñarlo, a punta de ganas y deseo para que cada vez haya más involucrados, publicó su primer e-book titulado ‘Tchoukball de cero a 100′, una guía sencilla para quienes quieren aprender de este deporte.
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Estando sentada fuera del coliseo, en una silla de metal, con el ruido de quienes atienden dos tiendas de galguerías, recuerda cómo en 2014 hizo un proyecto en un colegio distrital, con niños de 10 a 13 años. “La idea de nuestra iniciativa era que los niños vinieran. No nosotros ir y decirles, bueno: “esto es el tchoukball”. Era un tema de intervención social. Fue un muy bonito proceso, porque los niños que se iban de la clase de educación física eran los que nadie quería, pero cuando ellos empezaron a tener conocimientos de tchoukball, comenzaron a liderar; se cambió totalmente ese papel del que molesta, del que no hace nada. Subieron la autoestima y respetaron más a sus compañeros”.
Su travesía en el deporte ha sido larga. Quiere vivir con sus compatriotas un mundial. Asistió al de Malasia en 2019, junto con otra compañera, pero representando a Argentina, porque se permite jugar por otro país si el propio no está participando. Ahora se imagina la bandera de Colombia en dicha cita.
Sabe que no es fácil, que países como Taiwán o Suiza son potencia, pero se motiva cuando habla del tema. Ella tampoco la ha tenido fácil. Ha pensado en ‘tirar la toalla’. “Hace poquito mi mamá estaba en una situación delicada. También el hecho de no recibir apoyo desmotiva, pero las chicas están siempre ahí y me suben el ánimo”, dice.
Otro de los protagonistas es Yurian David Rodríguez Álvarez, un estudiante de mecánica y amante de las motos. Él fue jugador de la selección colombiana de tchoukball. Desde los 14 años lo practicó. Así como Deisy Cañón y Rosario Robles, tuvo la posibilidad de viajar representando a Colombia en varios panamericanos de la disciplina, pero en esas vueltas místicas que la vida tiene trazadas para todos, con apenas 22 años, terminó siendo entrenador de un grupo de mujeres mayores que él. “Es muy interesante porque ellas saben la experiencia que tengo y mi nivel de juego. Yo las aconsejo, les digo venga, su idea es buena, pero es mejor acá, de esta manera y así”.
Más temprano, sus ojos verdes contrastaban con las paredes blancas del lugar. Su ternura revelaba su juventud a primer vistazo, pero mientras entrenaba, la seriedad se apoderaba de él, su mano casi siempre estaba en su mentón. Hablaba poco. Su mirada viajaba entre jugadora y jugadora.
No hay tiempo que perder. Anhela que sus dirigidas, ese 31 de julio, le digan a su familia: ¡Lo logramos, aquí estamos!
Yurian David Rodríguez Álvarez sabe que en el futuro quizás haya gente que se aproveche de los triunfos del equipo y de todas las hazañas que consiga, pero entiende que lo principal para que el tchoukball pueda ser reconocido en el país, pasa por un sentido de pertenencia. “Si uno tiene una mentalidad de pertenecer, de conocer quién es cada uno, todo puede surgir y ser un apoyo hasta en la más mínima cosa”.
En 2001, el tchoukball fue avalado por la UNESCO como “Deporte para el desarrollo, integración y la paz”, pues su objetivo es evitar que los deportistas se expongan a daños físicos graves. Asimismo, como decía el Dr. Hermann Brandt, quien fue el creador del tchoukball: “el objetivo de las actividades físicas humanas no es hacer campeones, sino contribuir a la construcción de una sociedad armoniosa”.
La falta de apoyo les ha costado. El Ministerio del Deporte es claro: se necesitan al menos cuatro ligas departamentales o clubes en el país para crear una Federación y que el estado las apoye económicamente. Aunque prácticamente solo se juega en Bogotá, ellas están lejos de rendirse. Han subsistido a punta de rifas y donaciones en Vaki. Son conscientes de que no es fácil, pero sueñan y están trabajando por esa meta. Quieren cambiar vidas, volver a Colombia una sociedad más empática y saben que con este deporte algo pueden aportar.
Al final y como en todas las visitas al Coliseo Deportivo Castilla, el frío bogotano fue el acompañante del descubrimiento del “deporte raro”, como sus propios protagonistas lo denominan. Quizás no sea tan raro apropiarse de algo que no implica más que armonía en un país donde sí que ha costado esa palabra.
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Ir a un mundial es el sueño de todo deportista. La selección femenina de tchoukball tiene las capacidades, los méritos y las ganas para hacerlo, pero la falta de recursos está frenando ese anhelo.
Cada sábado, en el Coliseo Deportivo Castilla, ubicado en Bogotá, se reúnen un grupo de mujeres que sueñan con ver a un deporte alternativo siendo practicado en cualquier rincón del país. Quieren motivar a quienes tienen en mente probar algo distinto. Ellas son Forza Femenina y representarán a Colombia en el Campeonato Mundial de Tchoukball, en República Checa, del 31 de julio al 5 de agosto de 2023.
Recién se entra al coliseo, se escuchan los gritos, las carcajadas y algunas indicaciones tácticas; solo es cuestión de subir unos seis peldaños, para ver cómo ellas están ahí, repitiendo una y otra vez los ejercicios para mejorar su técnica. Casi siempre la música es protagonista, como si se tratara de una invitación indirecta para dejarse llevar por ese ambiente de diversión y cero estrés que ellas han implementado de 4 a 6 de la tarde.
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Se felicitan entre ellas, se hacen chistes y se corrigen cuando es necesario. Dentro del lugar, hay una baranda metálica que separa la zona de práctica y las sillas plásticas rojas dispuestas para que cualquiera entre. Es una atmósfera bastante curiosa. Espectadores, pocos, en su mayoría, familia y amigos.
Al principio, entender cómo funciona puede ser un poco confuso, porque no es un deporte con el cual se está muy familiarizado. Y eso que Colombia es uno de los pocos miembros sudamericanos de la Federación Internacional de Tchoukball, pues en la lista solo se encuentran Argentina, Brasil y Uruguay.
¿Sus reglas? Juegan siete contra siete. Hay dos áreas y en el fondo de cada una está un marco con inclinación, semejante a un trampolín. Ahí hay una zona prohibida: un semicírculo de tres metros, el cual no se puede pisar y la única manera de llegar es saltando. De igual manera, cada parte del marco tiene un direccionamiento distinto y ahí es cuando el deportista hace movimientos de codo, mano u hombro para que el balón toque el piso y así el oponente no lo pueda alcanzar. Solo se puede tener tres segundos el balón, dar tres pasos con el mismo y hacer tres pases. Es un juego muy rápido. Gana quien acumule más puntos y se juegan tres tiempos de 15 minutos.
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La selección femenina ya ha sido campeona panamericana en 2014 y subcampeona en 2016. Actualmente, es decimocuarta en el escalafón mundial. Por eso, su ilusión de representar al país la impulsa a dejar todo de lado. “Mi salario queda aquí, para los viajes, para los torneos. Mi trabajo es para esto. Todo el mundo pensará que es mejor el apartamento, el ahorro, la moto, pero es mi pasión”, dice Deisy Cañón Martínez, capitana del equipo y enfermera de profesión, mientras estaba sentada en una de las sillas rojas y posaba su mirada en uno de los balones de tchoukball (el cual no es pequeño como una pelota de tenis, pero no es grande como uno de baloncesto) que estaba en el piso de la zona de práctica.
Su entrenamiento finalizó minutos antes que el de sus compañeras. Pues sabe que si espera hasta terminar su sesión, la luz se apagará poco a poco, la celadora del coliseo empezará a dar vueltas por el lugar y tocará salir con rapidez.
Unas cuantas gotas de sudor caen por su rostro. Está exhausta. Su cabello recogido deja ver con claridad sus mejillas sonrojadas. “La idea es soñar y que podamos cumplir muchas cosas”. Con un poco de jadeo, por el cansancio, afirma que le ha costado lágrimas este sueño, pero también le ha dado situaciones de felicidad. “Cantar el himno en otro país es el mejor momento y el más emotivo. Uno dice: hice lo imposible, pero aquí estoy, gane o pierda”.
Ella proyecta el tchoukball en grande, quiere que esto trascienda, ir al mundial es el primer paso, pero al final la gran meta es tener un impacto en otros. “Nosotras queremos ser una inspiración para todas las mujeres y un ejemplo para quienes practican deportes raros. Que digan: si ellas lo hicieron y ya el Ministerio del Deporte las reconoce, por qué nosotras no. Construir una sociedad que sea más inclusiva, que no solo sean las disciplinas tradicionales, porque hay muchos deportistas muy buenos, en muchas áreas”.
Una vez terminó la charla, pasó lo inevitable: la celadora entró. La conversación debía seguir en otro espacio y con otra de las protagonistas: Rosario Robles Moreno, con una pañoleta de color blanca en la cabeza, una sonrisa que transmitía la calidez para estar en confianza y una voz tan suave que contrarrestaba el acelere que minutos atrás se había vivido en la cancha, es una de las dos personas encargadas de entrenar el equipo.
Su trayectoria justifica que ocupe ese cargo. Pues aparte de ser una profesional en Ciencias del Deporte, fue una de las primeras mujeres que comenzó a practicar tchoukball en el país. “A finales de 2009 estaba en mi casa, mirando Facebook y de la nada apareció un video que decía Tchoukball en colegios de Bogotá. Le escribí a la persona que publicó el video y me dijo que lo practicaban en el parque Simón Bolívar. Yo fui, no entendí nada al principio, pero me gustó y he seguido hasta ahora”, cuenta con un brillo único en sus pequeños ojos oscuros. Pero ella no solo se ha quedado en practicarlo y enseñarlo, a punta de ganas y deseo para que cada vez haya más involucrados, publicó su primer e-book titulado ‘Tchoukball de cero a 100′, una guía sencilla para quienes quieren aprender de este deporte.
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Estando sentada fuera del coliseo, en una silla de metal, con el ruido de quienes atienden dos tiendas de galguerías, recuerda cómo en 2014 hizo un proyecto en un colegio distrital, con niños de 10 a 13 años. “La idea de nuestra iniciativa era que los niños vinieran. No nosotros ir y decirles, bueno: “esto es el tchoukball”. Era un tema de intervención social. Fue un muy bonito proceso, porque los niños que se iban de la clase de educación física eran los que nadie quería, pero cuando ellos empezaron a tener conocimientos de tchoukball, comenzaron a liderar; se cambió totalmente ese papel del que molesta, del que no hace nada. Subieron la autoestima y respetaron más a sus compañeros”.
Su travesía en el deporte ha sido larga. Quiere vivir con sus compatriotas un mundial. Asistió al de Malasia en 2019, junto con otra compañera, pero representando a Argentina, porque se permite jugar por otro país si el propio no está participando. Ahora se imagina la bandera de Colombia en dicha cita.
Sabe que no es fácil, que países como Taiwán o Suiza son potencia, pero se motiva cuando habla del tema. Ella tampoco la ha tenido fácil. Ha pensado en ‘tirar la toalla’. “Hace poquito mi mamá estaba en una situación delicada. También el hecho de no recibir apoyo desmotiva, pero las chicas están siempre ahí y me suben el ánimo”, dice.
Otro de los protagonistas es Yurian David Rodríguez Álvarez, un estudiante de mecánica y amante de las motos. Él fue jugador de la selección colombiana de tchoukball. Desde los 14 años lo practicó. Así como Deisy Cañón y Rosario Robles, tuvo la posibilidad de viajar representando a Colombia en varios panamericanos de la disciplina, pero en esas vueltas místicas que la vida tiene trazadas para todos, con apenas 22 años, terminó siendo entrenador de un grupo de mujeres mayores que él. “Es muy interesante porque ellas saben la experiencia que tengo y mi nivel de juego. Yo las aconsejo, les digo venga, su idea es buena, pero es mejor acá, de esta manera y así”.
Más temprano, sus ojos verdes contrastaban con las paredes blancas del lugar. Su ternura revelaba su juventud a primer vistazo, pero mientras entrenaba, la seriedad se apoderaba de él, su mano casi siempre estaba en su mentón. Hablaba poco. Su mirada viajaba entre jugadora y jugadora.
No hay tiempo que perder. Anhela que sus dirigidas, ese 31 de julio, le digan a su familia: ¡Lo logramos, aquí estamos!
Yurian David Rodríguez Álvarez sabe que en el futuro quizás haya gente que se aproveche de los triunfos del equipo y de todas las hazañas que consiga, pero entiende que lo principal para que el tchoukball pueda ser reconocido en el país, pasa por un sentido de pertenencia. “Si uno tiene una mentalidad de pertenecer, de conocer quién es cada uno, todo puede surgir y ser un apoyo hasta en la más mínima cosa”.
En 2001, el tchoukball fue avalado por la UNESCO como “Deporte para el desarrollo, integración y la paz”, pues su objetivo es evitar que los deportistas se expongan a daños físicos graves. Asimismo, como decía el Dr. Hermann Brandt, quien fue el creador del tchoukball: “el objetivo de las actividades físicas humanas no es hacer campeones, sino contribuir a la construcción de una sociedad armoniosa”.
La falta de apoyo les ha costado. El Ministerio del Deporte es claro: se necesitan al menos cuatro ligas departamentales o clubes en el país para crear una Federación y que el estado las apoye económicamente. Aunque prácticamente solo se juega en Bogotá, ellas están lejos de rendirse. Han subsistido a punta de rifas y donaciones en Vaki. Son conscientes de que no es fácil, pero sueñan y están trabajando por esa meta. Quieren cambiar vidas, volver a Colombia una sociedad más empática y saben que con este deporte algo pueden aportar.
Al final y como en todas las visitas al Coliseo Deportivo Castilla, el frío bogotano fue el acompañante del descubrimiento del “deporte raro”, como sus propios protagonistas lo denominan. Quizás no sea tan raro apropiarse de algo que no implica más que armonía en un país donde sí que ha costado esa palabra.
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