Tomás Díaz, el cerebro detrás de la dinastía de los Titanes de Barranquilla
En entrevista con El Espectador el cartagenero, que llevó a los barranquilleros a su octavo título liguero y es el estratega más ganador de nuestro básquet, contó su historia.
Fernando Camilo Garzón
El aro estaba colgado en un viejo poste de luz. Tomás Díaz y sus amigos improvisaban rudimentarios tableros de baloncesto con sus manos y reunían a todo el vecindario en partidos que se alargaban hasta que la noche traía la brisa ligera. Primero, destruían estibas de mercancía y se quedaban solo con la parte delantera, a la que le atravesaban, por detrás, un travesaño que juntaba los pedazos de madera. Después, con ese armazón, iban adonde los ornamentadores de la cuadra, que les hacían el aro con trozos de metal y reja sobrante. A ellos les pedían un par de zunchos, unas abrazaderas de hierro con las que amarraban el tablero en los mástiles eléctricos que iluminaban las calles sin pavimentar, llenas de polvo y arena, en el barrio Blas de Lezo, periferia urbana de Cartagena.
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El aro estaba colgado en un viejo poste de luz. Tomás Díaz y sus amigos improvisaban rudimentarios tableros de baloncesto con sus manos y reunían a todo el vecindario en partidos que se alargaban hasta que la noche traía la brisa ligera. Primero, destruían estibas de mercancía y se quedaban solo con la parte delantera, a la que le atravesaban, por detrás, un travesaño que juntaba los pedazos de madera. Después, con ese armazón, iban adonde los ornamentadores de la cuadra, que les hacían el aro con trozos de metal y reja sobrante. A ellos les pedían un par de zunchos, unas abrazaderas de hierro con las que amarraban el tablero en los mástiles eléctricos que iluminaban las calles sin pavimentar, llenas de polvo y arena, en el barrio Blas de Lezo, periferia urbana de Cartagena.
Díaz era famoso en esas calles, pues era el mejor basquetbolista del barrio, el único que entrenaba en el alto rendimiento. Todos conocían de sus largas caminatas, después del ir al colegio, hasta el Coliseo Bernardo Caraballo, muy cerca al centro amurallado del Corralito de Piedra, donde entrenaba hasta que entraba la noche, persiguiendo el sueño de ser basquetbolista profesional.
Cuando volvía al barrio, Tomás Díaz se desconectaba de lo que decía el resto sentado en la acera de la tienda de la esquina, tomando gaseosa y boli después de los partidos con sus amigos. En su cabeza se proyectaba encestando el balón, ya no ante ese viejo poste, sino en una cancha llena hasta a la bandera, ante un público ferviente que coreara su nombre.
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La ilusión, no obstante, fue efímera, un parpadeo. Llegó a ser profesional, jugó en Piratas de Bogotá, en Sabios de Manizales y en Warriors de Bolívar. Sin embargo, las lesiones nunca lo dejaron en paz. Sobre todo, los tobillos. Si no era el derecho, era el izquierdo. Y el dolor hizo imposible seguir el camino proyectado, el anhelo del niño quería rebotar la pelota. Ahí empezó el camino del entrenador, el que hoy es el más ganador en la historia del baloncesto colombiano y que el último fin de semana sumó su octavo título con Titanes de Barranquilla, la gran dinastía de nuestro básquet.
“Yo iba a ser beisbolista”
Cuando el dolor en los tobillos se le volvió un martirio, Tomás Díaz entendió que debía parar el bote de la pelota. Y lo hizo para irse a estudiar afuera. Dejó de ser jugador, pero jamás dejó el básquet. Entendió que debía ser entrenador cuando, entre algodones, sus largas ausencias de la duela lo llevaron a acercarse a la línea. Lesionado en el banquillo, empezó a mirar el juego con otros ojos, a interesarse por el movimiento del conjunto, las acciones preparadas y el dominio de la plantilla. Así se hizo líder.
Antes de salir a formarse internacionalmente en los campamentos de la FIBA —organización mundial que rige el básquet—, Tomás Díaz ya sabía lo que era viajar por el mundo con el baloncesto. De hecho, cuando estudiaba en la Universidad Central, a la que entró gracias a una beca que se ganó por ser deportista, representó a Colombia en campeonatos por fuera del país.
Llegar a la universidad no fue fácil: dejar Cartagena para meterse a la nevera. En Bogotá la vida era complicada y, aunque su familia lo apoyaba, no le alcanzaba para vivir. Por eso tenía que hacer malabares para entrenar, estudiar y trabajar al mismo tiempo. Esa disciplina la aprendió en casa, pues la familia Díaz Pérez fue cuna de deportistas. Desde que era un niño, creció con el ejemplo de su hermano Edgardo, que fue beisbolista y se volvió profesor de Educación Física, y de su hermano Raúl, atleta famoso en Bolívar que llegó a tener el récord de los 400 metros planos.
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En un principio, Tomás Díaz fue beisbolista. Soñaba con llegar a ser como Ricky Henderson. Sin embargo, era demasiado largo. Sus brazos, sus piernas y su estatura no eran las de un niño que quisiera jugar a la pelota caliente. Y el detonante para dejarlo fue el día en el que un lanzamiento fue a dar directamente a su ojo. El béisbol no era lo suyo y eso, a los 14 años, lo llevó al básquet, el amor de su vida.
Por eso, cuando las lesiones le acabaron la carrera, el norte nunca cambió. Formado como entrenador afuera, Tomás Díaz empezó su carrera dirigiendo equipos de divisiones menores en todo el país, especialmente en Cundinamarca y Bogotá. Y ese camino lo llevó a las selecciones juveniles de Colombia, con las que se terminó coronando campeón de los Juegos Bolivarianos en 2017 (y también en 2022). Fruto de ese triunfo, lo llevaron a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla en 2018, en los que coronó una plata inédita para el seleccionado nacional. Con esa trayectoria y carta de presentación llegó la llamada de Titanes, el equipo que le cambió la vida.
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El cerebro de la dinastía
En Barranquilla, la intención de revivir a los viejos Caimanes venía de tiempo atrás. Pero, tras los Centroamericanos, la dirigencia de la ciudad empezó a trabajar en forma para hacer realidad el anhelo. Tomás Díaz, que se había acercado a los dirigentes, fue pieza clave para comprar la ficha de Cóndores de Cundinamarca, el equipo en el que el cartagenero era el DT.
Y aunque no esperaba asumir como estratega de la nueva escuadra, en Barranquilla vieron en él, desde el principio, el hombre para construir los cimientos de una hegemonía. Díaz no solo era campeón con los juveniles de Colombia, tenía experiencia en la liga y siendo entrenador de Piratas de Bogotá fue campeón en 2004.
“En ese entonces los dueños del equipo no sabían nada de baloncesto, aunque ahora saben más que yo. Pero en aquella época, cuando me dieron la dirección técnica, me dieron la libertad total de construir la nómina que yo quería o la que se pudo”, recuerda el estratega al hablar de cómo empezó todo.
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Ocurrió sobre la hora. Cuando asumió no faltaba mucho para que empezara la liga, así que armó el equipo con varios nombres que conocía de Cóndores y otros jugadores extranjeros. “No era un equipo con mucha altura. Y creo que de esa falencia construí lo que hoy es mi idea de juego. Como no éramos muy altos, había que compensar corriendo toda la cancha, rotando la pelota, tirando de tres y haciendo un básquet alegre. Esa se volvió mi filosofía desde aquel entonces y es la idea que hemos pulido a lo largo de los años que llevo con el equipo”, explica Díaz.
Nueve torneos después de haber asumido el cargo, Tomás Díaz ha logrado ocho títulos dirigiendo a los atlanticenses. Es un récord que solo pudo cortar un equipo, Caribbean Storm Islands, en el primer semestre de 2023. Con siete de siete, antes de la derrota, los barranquilleros tienen una de las marcas más grandes de Sudamérica y en Colombia son la institución con más títulos consecutivos en los deportes de conjunto.
La clave, explica Tomás Díaz, está en la estructura. La parte directiva y administrativa de un equipo sólido, que, a pesar de los problemas y las caídas, siempre ha confiado en el cuerpo técnico y sus jugadores. El proceso se ha construido porque la parte deportiva tiene el apoyo de una estructura sana.
“Exigen el máximo, pero, así mismo, nos dan las mejores condiciones”, explica Díaz.
Al mirar atrás, al repasar su legado con Titanes, el entrenador dice que ese es el secreto del abrumador dominio de los campeones del básquet colombiano. Piensa que es un modelo que se puede replicar a escala regional y nacional. Y opina que la principal herencia de su equipo al básquet nacional es demostrar que sí puede haber una organización unida, que trabaje sobre una idea colectiva. “Finalmente, por eso ganamos. Hemos perdido, también nos hemos caído, pero siempre nos levantamos. Nos pueden mover, pero no derrumbarnos. Esa es la clave: que al llegar a un objetivo se debe tener la estructura para sostener el éxito en el tiempo”.
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