Un rebelde contra Harvard
El 6 de abril de 1896, James Connolly se convirtió en el primer campeón de los Juegos Olímpicos de la era moderna. Renunció a la U. de Harvard en pos de un sueño. Fue escritor.
El 19 de marzo de 1896 la historia de vida de James Brendan Connolly tuvo un sobresalto inesperado. Ese día, el estudiante de 27 años, de primer año en la Universidad de Harvard renunció a su alma mater indignado por la respuesta negativa que recibió su petición de permiso para “viajar a Europa”. Contrario a lo que Connolly divulgó después, y que muchos historiadores del deporte difundieron, en realidad nunca mencionó en su petición su deseo de participar en los Juegos Olímpicos de Atenas 1896, los primeros de la era moderna, inaugurados el 6 de abril.
Connolly era un irlandés del sur de Boston. Aunque había abandonado la escuela a los quince años, Nathaniel Shaler, decano de la Lawrence Scientific School, animó a Connolly a postularse para Harvard. Aprobó cuatro de las cinco materias en su examen, lo que le permitió ingresar. Sin embargo, tuvo problemas en su curso de taller de máquinas y tenía que recuperar dicha asignatura durante el verano que se avecinaba cuando escuchó por primera vez sobre los Juegos Olímpicos. Como dijo Connolly, “la vida en Harvard estaba bien, pero no exactamente emocionante…”, según cita Harvard Magazine en un artículo publicado en 1996. Justo ese bajón académico fue determinante para que la universidad le negara la autorización de ausentarse de las aulas.
Lea también: Jesse Owens, entre el racismo y la fama
Antes de pedir por escrito el permiso para viajar, fue a ver al presidente del Comité Atlético de Harvard. “Un vistazo al gato del presidente me dijo que aquí no había un alma amiga”, escribió Connolly en su autobiografía de 1944.Enojado por la falta de apoyo en Harvard, Connolly viajaría a Atenas gracias a que su parroquia católica en South Boston recaudó la mayor parte del dinero para el viaje. En la capital griega representaría a Estados Unidos y al club Suffolk, que le suministró uniformes de competición.
Una parte del equipo estadounidense había abordado el vapor Fulda para el viaje a Nápoles, Italia (otros historiadores hablan de la nave alemana Barbarrosa, un buque de carga). El grupo estaba formado por Connolly, cuatro estudiantes universitarios de Princeton, un nadador y los cinco atletas restantes del Club de Atletismo de Boston, además de su entrenador.
A bordo del barco, escribió Ellery Clark (uno de los atletas) en su Reminiscencias de un atleta, todas las tardes nos poníamos nuestra ropa de correr y practicábamos carreras de velocidad, vallas y saltos en la cubierta inferior”. Los princetonianos practicaron dos veces al día, los bostonianos solo una vez. Connolly, que se recuperaba de una lesión en la espalda —sufrida en el gimnasio dos tardes antes de navegar—, se relajó en una silla reclinable durante todo el viaje. “Simplemente sentado allí y mirando el mar azul a través de los rieles abiertos”, informó.
Lea también: Nairo Quintana: “Puede que corramos el Tour pensando en ganar etapas y la montaña”.
El 30 de marzo el barco llegó a Gibraltar, territorio británico en ultramar. Al llegar a Nápoles, Connolly fue sorprendido por un ladrón que le robó la billetera, aunque minutos después la recuperó tras liarse a golpes con el carterista, una situación que por poco lo hace perder el tren a Brindisi, en donde el equipo tomó un barco hasta Patras y de allí un tren a Atenas, adonde llegaron el domingo 5 de abril, cuando los estadounidenses creían que era 25 de marzo. Esta confusión sobre la diferencia de doce días entre los calendarios griego (juliano) y occidental (gregoriano) significaba que los deportistas estadounidenses no tendrían tiempo para practicar o aclimatarse a su entorno.
El equipo durmió poco esa noche y se despertó temprano a la mañana siguiente con un desfile estridente. Las pancartas aparecían en las ventanas de toda la ciudad. Este fue el día inaugural de los Juegos Olímpicos: el 6 de abril de 1896.
Lea también: El adiós de Rufay Zapata
Y aunque Connolly apenas tuvo tiempo para descansar unas horas después del largo viaje de doce días y amarrarse las zapatillas, se presentó a la pista en la primera jornada de los Juegos Olímpicos de Atenas 1896. No fue la primera prueba programada, antes se habían disputado las eliminatorias de los cien metros planos hombres, pero fue el salto triple la disciplina que entregó las primeras medallas. James Connolly supo ponerle precio a su renuncia a la Universidad de Harvard. El 6 de abril de 1896, ganó el salto triple (13,71 metros), que entonces se conocía como el “salto, salto, salto”, y se convirtió en el primer campeón olímpico desde el año 385 d. C., cuando el ateniense Zopyrus ganó el pankration. Otras fuentes nombran al armenio Varasdates.
El escritor y periodista
En los Juegos Olímpicos de París 1900, Connolly ocupó el segundo lugar en el triple salto. Fue a los Juegos Olímpicos de St. Louis 1904 como periodista y luego disfrutó de una carrera como escritor, a lo largo de la cual publicó 25 novelas y cerca de 200 cuentos basados en sus extensos viajes marítimos, que incluyeron periplos con pescadores de Gloucester y flotas alemanas en el Báltico, expediciones balleneras en el Ártico y un viaje transatlántico en un yate de carreras. El novelista británico de origen polaco Joseph Conrad lo consideró “el mejor escritor estadounidense de historias sobre el mar”.
Lea también: Sergio “Kun” Agüero, goleador histórico del Manchester City
Al estallar la Guerra Hispanoamericana, en 1898, se alistó en la Novena Infantería de Massachusetts y estuvo en San Juan Hill (Cuba), desde donde envió informes de guerra que fueron publicados en el Boston Globe. Se casó con Elizabeth Hurley, en 1904. Durante la Primera Guerra Mundial ejerció como corresponsal para la revista Collier’s y luego informó sobre la Guerra de Independencia de Irlanda. Sus escritos también aparecieron en revistas como Saturday Evening Post, Harper’s y Columbia.
El periodista Jim Donovan, en un artículo publicado el 2 de febrero de 1951 en la revista The Heights, reseñó que en 1914 Connolly ganó el famoso concurso de cuentos de Collier’s y ese mismo año fue corresponsal de esa revista en México. Anteriormente había trabajado como representante de la revista Scribner en Europa y en 1902 la revista Harper’s lo envió al Ártico en busca de historias. “James B. Connolly ha estado viviendo en Boston durante los últimos ocho años. Cuando lo entrevisté, hace unos días, me encontré con un hombre de ochenta y dos años viviendo la vida de la sencillez que ha caracterizado en tantas de sus historias. Estaba escuchando un partido de fútbol cuando llegué y no habló de los hechos de su vida hasta que hubo expresado completamente sus ideas sobre las formas y los medios de la deportividad en el campo de juego moderno”, comentó Donovan.
Lea también: Los Yanquis de Nueva York, siempre candidatos para llegar a la Serie Mundial
Al consultarle su consejo para noveles escritores, Connolly le respondió: “Cuando escribas, olvídate de la gramática, la retórica, la sintaxis y el vocabulario. Si tienes la habilidad de escribir, el resto seguirá. Escribo un cuento en una mañana”.
James Brendan Connolly murió en Nueva York el 20 de enero de 1957, a la edad de 88 años
El 19 de marzo de 1896 la historia de vida de James Brendan Connolly tuvo un sobresalto inesperado. Ese día, el estudiante de 27 años, de primer año en la Universidad de Harvard renunció a su alma mater indignado por la respuesta negativa que recibió su petición de permiso para “viajar a Europa”. Contrario a lo que Connolly divulgó después, y que muchos historiadores del deporte difundieron, en realidad nunca mencionó en su petición su deseo de participar en los Juegos Olímpicos de Atenas 1896, los primeros de la era moderna, inaugurados el 6 de abril.
Connolly era un irlandés del sur de Boston. Aunque había abandonado la escuela a los quince años, Nathaniel Shaler, decano de la Lawrence Scientific School, animó a Connolly a postularse para Harvard. Aprobó cuatro de las cinco materias en su examen, lo que le permitió ingresar. Sin embargo, tuvo problemas en su curso de taller de máquinas y tenía que recuperar dicha asignatura durante el verano que se avecinaba cuando escuchó por primera vez sobre los Juegos Olímpicos. Como dijo Connolly, “la vida en Harvard estaba bien, pero no exactamente emocionante…”, según cita Harvard Magazine en un artículo publicado en 1996. Justo ese bajón académico fue determinante para que la universidad le negara la autorización de ausentarse de las aulas.
Lea también: Jesse Owens, entre el racismo y la fama
Antes de pedir por escrito el permiso para viajar, fue a ver al presidente del Comité Atlético de Harvard. “Un vistazo al gato del presidente me dijo que aquí no había un alma amiga”, escribió Connolly en su autobiografía de 1944.Enojado por la falta de apoyo en Harvard, Connolly viajaría a Atenas gracias a que su parroquia católica en South Boston recaudó la mayor parte del dinero para el viaje. En la capital griega representaría a Estados Unidos y al club Suffolk, que le suministró uniformes de competición.
Una parte del equipo estadounidense había abordado el vapor Fulda para el viaje a Nápoles, Italia (otros historiadores hablan de la nave alemana Barbarrosa, un buque de carga). El grupo estaba formado por Connolly, cuatro estudiantes universitarios de Princeton, un nadador y los cinco atletas restantes del Club de Atletismo de Boston, además de su entrenador.
A bordo del barco, escribió Ellery Clark (uno de los atletas) en su Reminiscencias de un atleta, todas las tardes nos poníamos nuestra ropa de correr y practicábamos carreras de velocidad, vallas y saltos en la cubierta inferior”. Los princetonianos practicaron dos veces al día, los bostonianos solo una vez. Connolly, que se recuperaba de una lesión en la espalda —sufrida en el gimnasio dos tardes antes de navegar—, se relajó en una silla reclinable durante todo el viaje. “Simplemente sentado allí y mirando el mar azul a través de los rieles abiertos”, informó.
Lea también: Nairo Quintana: “Puede que corramos el Tour pensando en ganar etapas y la montaña”.
El 30 de marzo el barco llegó a Gibraltar, territorio británico en ultramar. Al llegar a Nápoles, Connolly fue sorprendido por un ladrón que le robó la billetera, aunque minutos después la recuperó tras liarse a golpes con el carterista, una situación que por poco lo hace perder el tren a Brindisi, en donde el equipo tomó un barco hasta Patras y de allí un tren a Atenas, adonde llegaron el domingo 5 de abril, cuando los estadounidenses creían que era 25 de marzo. Esta confusión sobre la diferencia de doce días entre los calendarios griego (juliano) y occidental (gregoriano) significaba que los deportistas estadounidenses no tendrían tiempo para practicar o aclimatarse a su entorno.
El equipo durmió poco esa noche y se despertó temprano a la mañana siguiente con un desfile estridente. Las pancartas aparecían en las ventanas de toda la ciudad. Este fue el día inaugural de los Juegos Olímpicos: el 6 de abril de 1896.
Lea también: El adiós de Rufay Zapata
Y aunque Connolly apenas tuvo tiempo para descansar unas horas después del largo viaje de doce días y amarrarse las zapatillas, se presentó a la pista en la primera jornada de los Juegos Olímpicos de Atenas 1896. No fue la primera prueba programada, antes se habían disputado las eliminatorias de los cien metros planos hombres, pero fue el salto triple la disciplina que entregó las primeras medallas. James Connolly supo ponerle precio a su renuncia a la Universidad de Harvard. El 6 de abril de 1896, ganó el salto triple (13,71 metros), que entonces se conocía como el “salto, salto, salto”, y se convirtió en el primer campeón olímpico desde el año 385 d. C., cuando el ateniense Zopyrus ganó el pankration. Otras fuentes nombran al armenio Varasdates.
El escritor y periodista
En los Juegos Olímpicos de París 1900, Connolly ocupó el segundo lugar en el triple salto. Fue a los Juegos Olímpicos de St. Louis 1904 como periodista y luego disfrutó de una carrera como escritor, a lo largo de la cual publicó 25 novelas y cerca de 200 cuentos basados en sus extensos viajes marítimos, que incluyeron periplos con pescadores de Gloucester y flotas alemanas en el Báltico, expediciones balleneras en el Ártico y un viaje transatlántico en un yate de carreras. El novelista británico de origen polaco Joseph Conrad lo consideró “el mejor escritor estadounidense de historias sobre el mar”.
Lea también: Sergio “Kun” Agüero, goleador histórico del Manchester City
Al estallar la Guerra Hispanoamericana, en 1898, se alistó en la Novena Infantería de Massachusetts y estuvo en San Juan Hill (Cuba), desde donde envió informes de guerra que fueron publicados en el Boston Globe. Se casó con Elizabeth Hurley, en 1904. Durante la Primera Guerra Mundial ejerció como corresponsal para la revista Collier’s y luego informó sobre la Guerra de Independencia de Irlanda. Sus escritos también aparecieron en revistas como Saturday Evening Post, Harper’s y Columbia.
El periodista Jim Donovan, en un artículo publicado el 2 de febrero de 1951 en la revista The Heights, reseñó que en 1914 Connolly ganó el famoso concurso de cuentos de Collier’s y ese mismo año fue corresponsal de esa revista en México. Anteriormente había trabajado como representante de la revista Scribner en Europa y en 1902 la revista Harper’s lo envió al Ártico en busca de historias. “James B. Connolly ha estado viviendo en Boston durante los últimos ocho años. Cuando lo entrevisté, hace unos días, me encontré con un hombre de ochenta y dos años viviendo la vida de la sencillez que ha caracterizado en tantas de sus historias. Estaba escuchando un partido de fútbol cuando llegué y no habló de los hechos de su vida hasta que hubo expresado completamente sus ideas sobre las formas y los medios de la deportividad en el campo de juego moderno”, comentó Donovan.
Lea también: Los Yanquis de Nueva York, siempre candidatos para llegar a la Serie Mundial
Al consultarle su consejo para noveles escritores, Connolly le respondió: “Cuando escribas, olvídate de la gramática, la retórica, la sintaxis y el vocabulario. Si tienes la habilidad de escribir, el resto seguirá. Escribo un cuento en una mañana”.
James Brendan Connolly murió en Nueva York el 20 de enero de 1957, a la edad de 88 años