Venezuela y un fútbol que está en crisis
En este año cuatro colombianos han ido a trabajar al fútbol de ese país. Aparte de jugar en estadios casi vacíos, cada uno tuvo que enfrentarse a la desnutrición, la inseguridad y la escasez de medicinas y alimentos.
Andrés Montes Alba / @amontes023
El autobús salió de Caracas a la medianoche del pasado lunes y después de cruzar el peaje de Los Potocos, que es el que da la entrada al estado de Anzoátegui, un grupo de 20 hombres puso una barricada que le impidió seguir su camino al bus, que llevaba a todo el plantel del Angostura Fútbol Club. Los detuvieron, les robaron toda la indumentaria del equipo, los celulares y las cosas de valor. Este fue el último episodio de esta magnitud que se presentó con un equipo del fútbol de Venezuela. De hecho, hace un par de meses dos colombianos se salvaron de pasar por eso.
A pesar de los inconvenientes políticos, económicos y sociales que presenta esa nación, tres entrenadores de nuestro país han decidido ir a dirigir al fútbol venezolano. (Lea aquí: La crisis deja sin árbitros al fútbol venezolano)
El bogotano Wilson Gutiérrez llegó a comienzos de 2018 a trabajar en el Carabobo FC. Su llegada la vio como una oportunidad de aportarle experiencia a un club que apenas cuenta con 21 años de historia y que en la última década ha tenido cuatro participaciones en la Copa Sudamericana y otras dos en la Libertadores. Es más, con Gutiérrez alcanzó el primer lugar del torneo local, con 36 puntos de 51 posibles; un registro único en la historia de esa institución. Pero más allá de lo que deportivamente haya podido hacer, lo difícil para Wilson fue lidiar con el contexto de un país cuya inflación, según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional, llegaría a finales de 2018 al 1’000.000 %.
“Nos faltaron muchas cosas. Hubo momentos en los que algunos jugadores no recibían su sueldo. En el segundo semestre sentimos que todo se volvía más complicado. Ahí nos dimos cuenta de que la situación del país comenzó a permear todo”, cuenta Gutiérrez, quien firmó un contrato en diciembre de 2017 y estuvo hasta septiembre pasado, cuando decidió renunciar.
A los ojos de Wilson, los que más sufrieron fueron los jugadores más jóvenes. “Digamos que un futbolista venezolano que lleve dos años o tres jugando y se haya dado a conocer un poquito puede ganar entre US$300 o US$400 al mes, mientras que otros se ganan de US$80 a US$100, y eso realmente es poco. Y hasta hay algunos a los que les pagan en bolívares y aparte se demoran en consignarles”. En su periplo por Venezuela lo acompañó Gustavo Bustos, el mismo preparador físico que tuvo en el Santa Fe campeón de 2012. Con él vivió todos esos meses en un hotel.
Fue precisamente Bustos quien más sufrió los dos intentos de robo cuando viajaban en carretera con el plantel. Hacerlo vía aérea en Venezuela comenzó a ser cada vez más complicado, a causa del retiro de varias aerolíneas, y por eso los clubes se vieron obligados a hacerlos por tierra. El trayecto más corto era alrededor de ocho horas y el más largo, de 16. En septiembre de 2016, el bus que llevaba al equipo de Trujillanos fue secuestrado y robado en Boca de Uchire, Anzoátegui. Después de eso el estado venezolano aseguró que iba a escoltar todas las caravanas de los equipos para protegerlas de la inseguridad del país. (Lea también: ¿Por qué hay escándalo y crisis en el fútbol uruguayo?)
“No era recomendable viajar tan tarde, pero casi siempre por obligación lo hacíamos después de jugar. Estábamos llegando a Barquisimeto y le tiraron una piedra al bus, que cayó en la silla donde iba Bustos. Menos mal él no estaba en el puesto, porque se había levantado al baño”, recuerda Gutiérrez.
Su preparador físico, con el tiempo, terminó organizando los desayunos de los equipos porque muchos jugadores comenzaron a presentar cuadros de desnutrición. Según el Observatorio Venezolano de Salud, en 2016, la crisis de ese país hizo que un ciudadano perdiera en promedio ocho kilos al año.
“Muchas veces era difícil armar el menú hipercalórico, que se diseña para suplir el gasto energético del atleta. Ahí empezó a volverse complejo el asunto, porque no había lo que solicitabas. Lo que más escaseaba era el pollo y cuando lo pedías solamente te daban pasta”.
Además de la dificultad en los traslados y la alimentación, comenzaron a tener problemas en la recuperación de los jugadores. “Nosotros usábamos mucho el hielo para la crioterapia. Y varias veces en distintas ciudades no encontrábamos, porque se iba la luz en el día. Eso hacía que las máquinas que congelaban el hielo no funcionaran”, cuenta Bustos.
Después de nueve meses, Gutiérrez y Bustos decidieron dar un paso al costado. Por más que el fútbol tenga como fin hacer feliz a la gente, hay cosas como el hambre que ningún hombre puede soportar.
Unos se van y otros llegan
Dos colombianos llegaron desde julio pasado al fútbol venezolano. Uno de ellos es Diego Alonso Barragán, un experimentado entrenador que clasificó a dos mundiales con Colombia y ganó la Copa Libertadores de 1989 con Atlético Nacional, siendo uno de los asistentes de Francisco Maturana. Él firmó el 16 de julio con Yaracuyanos, un modesto equipo de segunda división que juega en San Felipe, pequeña ciudad del estado de Yaracuy. Barragán también llegó a vivir en un hotel.
“Aquí hay un problema grave de abastecimiento. Ahorita tengo a un jugador que debe estar siete días en la clínica. Se tiene que poner 14 inyecciones de un antibiótico para hacer una recuperación y ya lleva una semana esperando el medicamento. Hasta el miércoles de la semana pasada pudimos conseguirlas y cada una a US$50”, relata Barragán. A pesar de eso, el vallecaucano tiene muy en claro que hasta noviembre estará en el club, debido a que no cuenta con las garantías para realizar un proyecto deportivo.
El otro entrenador colombiano es Héctor Estrada. Un antioqueño, quien en Colombia ascendió a Alianza Petrolera y a Jaguares a la primera división y quien hace tres meses está en el Aragua FC. (Le puede interesar: 'El fútbol de nuestro país está en crisis terminal': presidente argentino Mauricio Macri)
“A nosotros, como cuerpo técnico, nos pagan una parte en bolívares y otra en dólares. Sin embargo, en estos meses ha sido difícil hacer mercado, porque la comida escasea”. Su equipo marcha décimo cuarto en el fútbol venezolano, un torneo en el que juegan 18 y que conoce gracias a lo que le contaron Gutiérrez y Bustos. Pero, entonces ¿por qué ir a trabajar al vecino país? “Pienso que aquí podemos hacer un gran trabajo y sobre todo porque esto no deja de ser una oportunidad para hacer lo que no podemos en Colombia”, concluye Estrada.
A veces el fútbol existe para que la vida tenga más alegría y pasión, pero la situación social ha hecho que la pelota pase a un segundo plano. Venezuela es hoy un país en crisis con los estadios vacíos.
El autobús salió de Caracas a la medianoche del pasado lunes y después de cruzar el peaje de Los Potocos, que es el que da la entrada al estado de Anzoátegui, un grupo de 20 hombres puso una barricada que le impidió seguir su camino al bus, que llevaba a todo el plantel del Angostura Fútbol Club. Los detuvieron, les robaron toda la indumentaria del equipo, los celulares y las cosas de valor. Este fue el último episodio de esta magnitud que se presentó con un equipo del fútbol de Venezuela. De hecho, hace un par de meses dos colombianos se salvaron de pasar por eso.
A pesar de los inconvenientes políticos, económicos y sociales que presenta esa nación, tres entrenadores de nuestro país han decidido ir a dirigir al fútbol venezolano. (Lea aquí: La crisis deja sin árbitros al fútbol venezolano)
El bogotano Wilson Gutiérrez llegó a comienzos de 2018 a trabajar en el Carabobo FC. Su llegada la vio como una oportunidad de aportarle experiencia a un club que apenas cuenta con 21 años de historia y que en la última década ha tenido cuatro participaciones en la Copa Sudamericana y otras dos en la Libertadores. Es más, con Gutiérrez alcanzó el primer lugar del torneo local, con 36 puntos de 51 posibles; un registro único en la historia de esa institución. Pero más allá de lo que deportivamente haya podido hacer, lo difícil para Wilson fue lidiar con el contexto de un país cuya inflación, según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional, llegaría a finales de 2018 al 1’000.000 %.
“Nos faltaron muchas cosas. Hubo momentos en los que algunos jugadores no recibían su sueldo. En el segundo semestre sentimos que todo se volvía más complicado. Ahí nos dimos cuenta de que la situación del país comenzó a permear todo”, cuenta Gutiérrez, quien firmó un contrato en diciembre de 2017 y estuvo hasta septiembre pasado, cuando decidió renunciar.
A los ojos de Wilson, los que más sufrieron fueron los jugadores más jóvenes. “Digamos que un futbolista venezolano que lleve dos años o tres jugando y se haya dado a conocer un poquito puede ganar entre US$300 o US$400 al mes, mientras que otros se ganan de US$80 a US$100, y eso realmente es poco. Y hasta hay algunos a los que les pagan en bolívares y aparte se demoran en consignarles”. En su periplo por Venezuela lo acompañó Gustavo Bustos, el mismo preparador físico que tuvo en el Santa Fe campeón de 2012. Con él vivió todos esos meses en un hotel.
Fue precisamente Bustos quien más sufrió los dos intentos de robo cuando viajaban en carretera con el plantel. Hacerlo vía aérea en Venezuela comenzó a ser cada vez más complicado, a causa del retiro de varias aerolíneas, y por eso los clubes se vieron obligados a hacerlos por tierra. El trayecto más corto era alrededor de ocho horas y el más largo, de 16. En septiembre de 2016, el bus que llevaba al equipo de Trujillanos fue secuestrado y robado en Boca de Uchire, Anzoátegui. Después de eso el estado venezolano aseguró que iba a escoltar todas las caravanas de los equipos para protegerlas de la inseguridad del país. (Lea también: ¿Por qué hay escándalo y crisis en el fútbol uruguayo?)
“No era recomendable viajar tan tarde, pero casi siempre por obligación lo hacíamos después de jugar. Estábamos llegando a Barquisimeto y le tiraron una piedra al bus, que cayó en la silla donde iba Bustos. Menos mal él no estaba en el puesto, porque se había levantado al baño”, recuerda Gutiérrez.
Su preparador físico, con el tiempo, terminó organizando los desayunos de los equipos porque muchos jugadores comenzaron a presentar cuadros de desnutrición. Según el Observatorio Venezolano de Salud, en 2016, la crisis de ese país hizo que un ciudadano perdiera en promedio ocho kilos al año.
“Muchas veces era difícil armar el menú hipercalórico, que se diseña para suplir el gasto energético del atleta. Ahí empezó a volverse complejo el asunto, porque no había lo que solicitabas. Lo que más escaseaba era el pollo y cuando lo pedías solamente te daban pasta”.
Además de la dificultad en los traslados y la alimentación, comenzaron a tener problemas en la recuperación de los jugadores. “Nosotros usábamos mucho el hielo para la crioterapia. Y varias veces en distintas ciudades no encontrábamos, porque se iba la luz en el día. Eso hacía que las máquinas que congelaban el hielo no funcionaran”, cuenta Bustos.
Después de nueve meses, Gutiérrez y Bustos decidieron dar un paso al costado. Por más que el fútbol tenga como fin hacer feliz a la gente, hay cosas como el hambre que ningún hombre puede soportar.
Unos se van y otros llegan
Dos colombianos llegaron desde julio pasado al fútbol venezolano. Uno de ellos es Diego Alonso Barragán, un experimentado entrenador que clasificó a dos mundiales con Colombia y ganó la Copa Libertadores de 1989 con Atlético Nacional, siendo uno de los asistentes de Francisco Maturana. Él firmó el 16 de julio con Yaracuyanos, un modesto equipo de segunda división que juega en San Felipe, pequeña ciudad del estado de Yaracuy. Barragán también llegó a vivir en un hotel.
“Aquí hay un problema grave de abastecimiento. Ahorita tengo a un jugador que debe estar siete días en la clínica. Se tiene que poner 14 inyecciones de un antibiótico para hacer una recuperación y ya lleva una semana esperando el medicamento. Hasta el miércoles de la semana pasada pudimos conseguirlas y cada una a US$50”, relata Barragán. A pesar de eso, el vallecaucano tiene muy en claro que hasta noviembre estará en el club, debido a que no cuenta con las garantías para realizar un proyecto deportivo.
El otro entrenador colombiano es Héctor Estrada. Un antioqueño, quien en Colombia ascendió a Alianza Petrolera y a Jaguares a la primera división y quien hace tres meses está en el Aragua FC. (Le puede interesar: 'El fútbol de nuestro país está en crisis terminal': presidente argentino Mauricio Macri)
“A nosotros, como cuerpo técnico, nos pagan una parte en bolívares y otra en dólares. Sin embargo, en estos meses ha sido difícil hacer mercado, porque la comida escasea”. Su equipo marcha décimo cuarto en el fútbol venezolano, un torneo en el que juegan 18 y que conoce gracias a lo que le contaron Gutiérrez y Bustos. Pero, entonces ¿por qué ir a trabajar al vecino país? “Pienso que aquí podemos hacer un gran trabajo y sobre todo porque esto no deja de ser una oportunidad para hacer lo que no podemos en Colombia”, concluye Estrada.
A veces el fútbol existe para que la vida tenga más alegría y pasión, pero la situación social ha hecho que la pelota pase a un segundo plano. Venezuela es hoy un país en crisis con los estadios vacíos.