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Olimpia, en el año 776 a. de C., fue sede de los primeros Juegos Olímpicos en la historia de la humanidad. Atletas de toda Grecia se congregaron para competir en distintas disciplinas y celebrar, como héroes, a los ganadores. Eran épocas violentas, y por eso los diferentes pueblos que se reunieron para los Juegos resolvieron hacer una tregua militar para vivir las justas en relativa armonía, mientras por debajo de la mesa se fraguaban alianzas y traiciones.
Desde su origen, la política influyó en el deporte, una relación que ha sido aprovechada por gobernantes, regímenes y estructuras de poder. De ahí viene el concepto del “atleta Estado” y la maleabilidad del deporte ante los poderes políticos. La guerra entre Rusia y Ucrania nuevamente ha develado esa tensión. Y las competencias deportivas, esos eventos que congregan a los atletas alrededor de la celebración y el espectáculo, una vez más han sido una arena para la guerra abierta de la diplomacia y las relaciones internacionales.
La misma semana en la que el gobierno de Vladimir Putin invadió Ucrania, el Comité Olímpico Internacional (COI) hizo un llamado a todas las organizaciones deportivas del mundo a sancionar a Rusia y a no permitir su bandera ni su himno en ninguna competencia. Se sentía la presión de la OTAN.
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Los vetos y sabotajes llegaron por todos lados. La sanción más certera fue la de la FIFA, que expulsó a los rusos del repechaje al Mundial de Catar 2022 y los eliminó de la Copa del Mundo. Sin embargo, el pasado miércoles la organización de Wimbledon, el Grand Slam más prestigioso del circuito mundial de tenis, fue un paso más allá al no permitir el ingreso de tenistas rusos y bielorrusos a su torneo. Decisión tan inédita como polémica, pues la sanción ya no recayó solo sobre el país, sino también sobre los deportistas. Detrás de la medida hay antecedentes, pero sobre todo una estrategia de Estado y guerra.
Decisión sin precedentes
Históricamente, los Juegos Olímpicos han sido el escenario por excelencia de las disputas políticas en el deporte. Diferentes países han sido excluidos de las justas por dopaje, guerra o motivos de segregación racial. Un caso llamativo fue el veto a la Unión Soviética, Austria, Alemania, Polonia, Hungría, Bulgaria y Turquía en las Justas de 1920, después de la Primera Guerra Mundial. Mismo escenario que ocurrió con Japón y, nuevamente, los alemanes en Londres 1948, después de la Segunda Guerra Mundial.
Sudáfrica, en 1964, también fue excluida del panorama olímpico internacional por el apartheid, política segregacionista y régimen discriminatorio instaurado en la segunda mitad del siglo XX en el país africano. Un veto que se mantuvo hasta Barcelona 1992 cuando las leyes racistas ya habían sido derogadas en esa nación.
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Durante de la época de la Guerra Fría, Estados Unidos y algunos de sus aliados se bajaron de las justas de Moscú en 1980, en protesta a la invasión soviética a Afganistán. Cuatro años más tarde, la Unión Soviética hizo lo mismo y no fue a las Olimpiadas de Los Ángeles. Los sabotajes no solo han sido políticos. Para no ir más lejos, los mismos rusos fueron sancionados por sus políticas estatales de dopaje, descubiertas en 2019, y por esta razón no les permitieron participar en los recientes Juegos de Tokio 2020.
No obstante, y a pesar de estos antecedentes, la determinación de Wimbledon es inédita, ya que el torneo británico sancionó directamente a los deportistas provenientes de Rusia y no al país. Hay que tener en cuenta que un Grand Slam es una competición de carácter individual, diferente a las Olimpiadas o a los mundiales, eventos en los que las delegaciones o selecciones representan a sus naciones.
Consultado por El Espectador, Fernando Arrechea, historiador español y doctor en ciencias del deporte, explicó que no hay antecedentes de este tipo de determinaciones en torneos de estas características. Hasta el momento, desde que empezó la guerra con Ucrania, otros entes deportivos habían vetado a Rusia, aunque sus atletas siguieron compitiendo sin bandera. Por eso se abrió el debate: ¿es discriminatoria la medida tomada por los británicos?
ATP, WTA y Djokovic, en contra
¿Un ruso ganando Wimbledon en medio de la invasión a Ucrania? La política británica se puso en acción. Daniil Medvédev, número dos del mundo, decidió operarse recientemente de una hernia que lo aquejaba. Se perdería Roland Garros, pero iba a llegar en plena forma al Grand Slam de Londres, donde era favorito al título. No obstante, con el veto de los ingleses, la segunda mejor raqueta del circuito, como les sucederá a otros 13 rusos y cuatro bielorrusos, no podrá entrar en esta competencia.
La ATP y la WTA, organizaciones rectoras del tenis, fueron las primeras en criticar la medida adoptada por Wimbledon: “Creemos que la decisión unilateral tomada por Wimbledon es injusta y tiene el potencial para sentar un precedente peligroso en el deporte. La discriminación por nacionalidad constituye una violación de nuestras reglas, que explican que la entrada de un jugador a un torneo se basa en su escalafón”.
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El serbio Novak Djokovic, que también fue excluido del Abierto de Australia, pero por su negativa a vacunarse, también mostró su inconformismo con la decisión de los ingleses. “Siempre condenaré la guerra, nunca la apoyaré siendo yo mismo un hijo de un conflicto. Sin embargo, no puedo apoyar la decisión de Wimbledon, creo que es una locura. Cuando la política interfiere en el deporte, el resultado no es bueno”.
Por otra parte, la ucraniana Elina Svitólina, tercera en el escalafón de la WTA, sí se mostró conforme con lo decidido por los británicos, aunque opinó que a los rusos, como Andrey Rublev, que criticaron a su país por la invasión sí se les debía permitir su participación.
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Más allá de las críticas, por lo discriminatorio de la medida y el precedente peligroso que genera, la determinación sigue en pie. ¿La razón? La presión de Boris Johnson, primer ministro británico, que tiene al deporte como uno de los pilares fundamentales de su gobierno.
La estrategia de Johnson
En 2019, desde que asumió su mandato, Boris Johnson tomó el deporte como una de sus principales banderas, sobre todo el fútbol. El mandatario, alineado con las propuestas del partido conservador, prometió proteger el capital británico y la tradición de los clubes. En la Premier League, apenas cinco de los 20 equipos son de propiedad mayoritariamente inglesa. Y Johnson, consciente del malestar y el potencial electoral de esa población, estrechó relaciones con las barras bravas de los equipos y les prometió devolverles la propiedad de sus instituciones. Una quimera y una promesa populista.
Por eso, cuando se habló de la Superliga y los grandes equipos ingleses la apoyaron, fue el propio Johnson el que presionó a los clubes para que desistieran de su participación, amenazándolos con feroces sanciones e incluso su expulsión del torneo local. Y también por eso, desde que empezaron las tensiones con Rusia por su invasión a Ucrania, el gobierno británico ha presionado hasta la saciedad al empresario ruso Román Abramóvich para que venda su equipo, Chelsea.
La decisión de Wimbledon, de hecho, tomó a pocos por sorpresa, porque desde hace varias semanas el ministro de Deporte, Nigel Huddleston, estaba presionando para que no se permitiera la participación de deportistas rusos en su territorio. “No me sentiría cómodo si un atleta ruso ganara en Londres”, dijo. El Grand Slam, forzado por las esferas del gobierno, tomó una determinación política, sin respaldo de la ATP, la WTA y en contravía de los lineamientos del COI, que había pedido sanción a Rusia, pero permitiéndoles la participación en competencias a los deportistas de ese país. Una vez el torneo comunicó su decisión, Huddleston aseguró: “Saludo la acción decisiva de Wimbledon. Rusia y Bielorrusia, son parias en el escenario deportivo mundial y no deben poder usar el deporte para legitimar la bárbara invasión a Ucrania”.
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La tensión política no cesa. El cerco a los rusos sigue intenso desde múltiples frentes y el deporte no se queda atrás. Boris Johnson ha pedido que a Rusia no solo se le expulse de los torneos que se desarrollan actualmente, sino que también ha dicho que no deberían jugar la siguiente Eurocopa. Por ahora, Wimbledon dio el primer paso de una estrategia más feroz. Precedente para lo que puede suceder en el próximo US Open o en otros torneos que decidan seguir ese lineamiento. Mientras tanto, en medio de la puja por el poder y el control del bloque europeo que riñe con Rusia, Francia, que será sede de Roland Garros, ya se ha pronunciado en favor de aceptar tenistas rusos, más allá de las acciones bélicas de este país. Y vuelve la idea del escenario político como arena de confrontaciones entre Estados. La tensión, siempre latente, del deporte y la política.