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Estadio Nacional de Santiago de Chile, 21 de noviembre de 1973. La selección local inició su partido desde la mitad del campo, ante la mirada de 18.000 hinchas chilenos ansiosos por clasificarse al Mundial de Alemania Federal. Los jugadores australes sacaron del medio con las manos en la cintura, vestidos por una pantaloneta clásica azul bien corta. De inmediato, avanzaron a la velocidad de un anciano en su paseo matutino. Se pasaron la pelota en paredes cortas hasta llegar al arco contrario, donde el capitán Francisco Valdez pateó con rabia a pocos centímetros de la línea de gol: Chile 1, Ningún País 0.
El árbitro central acabó el partido una vez el capitán anotó. Aunque ese día Chile tenía que marcarle gol al portero Rudákov, de la URSS, la selección soviética nunca llegó a la cancha. Los rivales europeos se negaron a jugar en el Estadio Nacional de Santiago porque se habían enterado que, en ese momento, el lugar funcionaba como centro de torturas y detención de disidentes del nuevo Gobierno: La dictadura militar de Augusto Pinochet.
Esta es la historia: Chile fue gran aliada de la URSS en América Latina antes del golpe de Estado de Pinochet. Por décadas interactuaron económicamente –se estimó un intercambio de 300 millones de dólares anuales para la década del setenta–. Inclusive, las relaciones se habían fortalecido con la llegada al poder de Salvador Allende, un político y médico cirujano que ganó las elecciones de 1970 cobijado por el partido de Unidad Popular. Allende se posesionó con el objetivo de desarrollar el socialismo a través de las vías democráticas.
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Sin embargo, el país austral dio vuelta el 11 de septiembre de 1973, cuando las fuerzas militares se tomaron el poder. El General Augusto Pinochet acorraló, con infantería y bombardeos aéreos, al entonces presidente Salvador Allende en el Palacio de la Moneda. Aunque existen versiones diversas sobre la muerte del ex-presidente, la más verosímil argumenta que se suicidó disparándose en la mandíbula con un fusil AK-47.
Cuando el General Augusto Pinochet tomó el máximo cargo de Chile, en lo que se conoció como la Junta Militar, persiguió al partido Unidad Popular y a cualquiera que dijera no, cuando él decía sí. Según la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura de Chile, más de 30.00 personas fueron torturadas durante la dictadura.
Uno de los centros de detención y tortura fue, precisamente, el Estadio Nacional de Santiago. Cuando el Gobierno Soviético se enteró de las andanzas militares de Pinochet, se negó a enviar sus futbolistas al partido de vuelta por el repechaje Europa/América –el primero había quedado 0-0 en Moscú–. Desde luego, la Federación Chilena de Fútbol se negó a jugar en campo neutral. Una vez Francisco Valdez anotó aquel gol fantasma, rompiendo el arco defendido por ninguno, los chilenos en el escenario celebraron el gol con timidez. Se dice que algunos de los torturados alcanzaron a ver la anotación a través de ventanas pequeñas, y que lo celebraron a pesar de estar privados de su libertad.
Selecciones nunca antes vistas
Las eliminatorias al Mundial de Alemania Federal 1974 contaron con la participación de equipos que sorprendieron por sus historias particulares. En la confederación europea, Alemania Democrática –todavía comunista– se clasificó por primera vez a una Copa de Mundo, tras vencer en su grupo a Albania, Finlandia y Rumania. El equipo había logrado una participación notable en los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972, donde consiguió la medalla de Bronce.
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En América del Norte, Central y el Caribe, la sorprendente Haití se clasificó por primera y única vez al Mundial. La selección pasaba por el mejor momento de su historia, con jugadores importantes como Wilner Nazaire, quien jugaba en el Valenciennes francés, y Emmanuel Sanon, del Beerschot VAC de la primera división de Bélgica. Los haitianos ganaron seis de los siete partidos que disputaron. (Si recuerda el nombre de Emmanuel Sanon, quizás es porque es el homónimo del cirujano haitiano señalado de contratar más de una decena de mercenarios colombianos para asesinar al expresidente de Haití, Jovenel Moïse, en 2021. La vida y sus vueltas).
En África, 24 selecciones jugaron más de 40 partidos, divididos en cuatro rondas, para elegir un representante por su confederación. Mientras algunas naciones lograban una estabilidad gubernamental, otras cambiaban de nombre, bandera y dirigentes al ritmo del dictador de turno. Ese fue el caso de Zaire, antes Congo Belga y hoy República Democrática del Congo, que se clasificó a Alemania 1974 utilizando una camiseta verde con un leopardo estampado. Fue la primera selección del África negra en clasificarse al Mundial.
Por último, en las confederaciones de Asia y Oceanía, la Selección de Vietnam del Sur realizó su debut en eliminatorias. El país asiático había contado con la misma suerte que Corea y fue dividido en dos después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, su hermana del norte estaba ganando la posterior guerra por el control ideológico del territorio, situación que llevó a la reunificación de ambas en un Estado socialista. En ese contexto, Vietnam del Sur participó en sus primeras y únicas eliminatorias, pero no consiguió ningún punto.
Alemania contra sí misma
Alemania Federal adoptó la doctrina Hallstein desde 1955, con el objetivo ser reconocida en el mundo como el real Estado alemán, por encima de su hermana comunista. Durante casi dos décadas, los capitalistas evitaron relacionarse internacionalmente con los gobiernos que reconocían a Alemania Democrática como un Estado soberano –a excepción de la URSS–. De hecho, para los federales, esa parte del territorio alemán era ‘zona de ocupación soviética’.
Con la llegada de Willy Brandt al Ministerio Federal de Asuntos Exteriores de Alemania, a finales de 1966, la política internacional del Gobierno dio un giro radical. El ministro anunció el Ostpolitik –política del oriente–, con el objetivo de mejorar las relaciones de Alemania Federal con los países del oriente europeo, incluyendo Alemania Democrática.
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Una de las medidas más importantes de Willy Brandt fue la firma del ‘Tratado Básico’ con su territorio hermano, en 1972. En el acuerdo, ambos países se reconocieron uno al otro como Estados soberanos, diferentes y aliados. Además, tanto Alemania Federal como Oriental tendrían un lugar propio en las asambleas de la ONU, dividiendo con equidad la representación alemana en discusiones internacionales.
En medio de ambas doctrinas divergentes, Alemania Federal logró conseguir la sede del Mundial de 1974. João Havelange, presidente de la FIFA, reconoció los esfuerzos teutones por olvidar su reciente pasado violento y tratar de renovar su imagen a través del fútbol. En el Congreso de la FIFA de Londres, en 1966, Alemania Federal fue escogida para organizar el certamen más importante del deporte rey.
El sorteo de grupos del Mundial de 1974 demostró que el azar está al servicio del espectáculo. Alemania Federal encabezó el primer grupo como todos los países sede, acompañado de Chile, Australia y Alemania Democrática. Sin duda, el duelo que despertó morbo y tensión deportiva fue el duelo entre alemanes, cuya particularidad sería que ambos disputarían el partido final del grupo.
Cuando llegó el momento, millones de personas vieron en televisión vía satélite el duelo más esperado del Mundial. El 22 de junio se enfrentaron Alemania Federal y Alemania Democrática, en el Volksparkstadion de Hamburgo. Los veintidós jugadores eran idénticos, con el mismo corte rubio-castaño y ojos azules que combinaban con la piel caucásica germana. La única diferencia fue el uniforme azul con blanco de los alemanes Democráticos, y su escudo estampado con un símbolo bien soviético: un martillo y un compás.
El himno nacional de Alemania Democrática fue el primero en ser interpretado, pero recibió más silbidos que cánticos. Cada segundo era un momento oportuno para demostrar la fuerza nacional de Alemania Federal. El himno nacional de los locales fue acompañado por un grito de guerra propio de infantería.
La Selección de Alemania Federal tenía todo para ganar: un jugador de época como Franz Beckebauer y un goleador de raza como Gerd Müller. Además, contaban con el apoyo de su público y habían realizado excelentes actuaciones en Mundiales desde hace más de una década. Sin embargo, Alemania Democrática contrarrestó el juego ofensivo de su rival metiéndose prácticamente debajo de los tres palos.
Al 77′, Sparwasser aprovechó un contragolpe y anotó el único gol de partido. El jugador de Alemania Democrática celebró dando un giro en el césped y levantando la mano derecha, todo mientras los pocos hinchas de su país celebraran. “Era golpear al enemigo –comentó Sparwasser a los medios de comunicación que cubrieron el Mundial–. Golpear al enemigo donde más le duele. Mucha gente entonces lo veía así. Si en mi lápida pusieran ‘Hamburgo, 1974′, todos sabrían quién yace debajo”.
Con el resultado en contra, Alemania Federal se ubicó segunda del grupo. Lo cual fue una bendición para su destino, pues evitó compartir la ronda siguiente –un cuadrangular– con Brasil, Argentina y Países Bajos. Mientras tanto, el democrático Sparwasser fue utilizado como la imagen de la propaganda del Partido Comunista en su país. El jugador recibió una oferta del poderoso Bayern de Múnich de Alemania Federal, pero no aceptó.
La supervivencia del Leopardo
“Ha sido un momento de ignorancia africana”, afirmó Jhon Motson, reconocido comentarista británico, describiendo una de las jugadas más polémicas de la historia de los Mundiales. Por la última fecha del Grupo 3, se enfrentaron Zaire y Brasil en el Parkstadion de Gelsenkirchen. Faltando cinco minutos para el final del partido, el defensor del título –Brasil– llevaba una ventaja de 3-0 y tenía un nuevo chance de anotar a través de un tiro libre. En las caras de los jugadores zaireños se notaba una desesperación absoluta.
Cuando el juez Nicolae Rainea dio inicio a la jugada de balón parado, el defensor zaireño Ilunga Mwepu salió disparado y, despegándose de la barrera, pateo el balón lo más lejos que pudo. Rivelino, quien estaba retrocediendo para que algún compañero lanzase la falta, casi recibe el balonazo en la cara. El jugador zaireño indicó que un silbato había sonado, sin embargo, eso no tenía nada que ver con la jugada y recibió la tarjeta amarilla por actuar en contra del reglamento.
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Aunque para los televidentes, y la opinión pública en general, la acción parecía indicar que en Zaire los tiros libres se pateaban al revés, lo cierto es que tal selección de fútbol estaba luchando por su vida. El entonces dictador zaireño, Mobutu Sese Seko, había enviado amenazas de muerte a su delegación tras caer con Escocia 2-0 y con Yugoslavia 9-0. En la información que llegó desde su palacio, avisaba que si el equipo recibía más de 3 goles nunca iba a volver a casa. Con el marcador 3-0, a falta de cinco minutos, Ilunga Mwepu no quiso correr riesgos.
El dictador Mobutu Sese Seko, quien sabia como amenazar un plantel de futbolistas, llegó al poder en 1965, tras organizar un golpe de Estado contra el entonces presidente Kasavubu. El Congo Belga había sido liberado de sus colonias en 1960, y no había encontrado estabilidad gubernamental. Las tribus internas se pelearon entre sí y los blancos fueron perseguidos con violencia. Cuando el ex jefe de ejército, Mobutu, asumió como Presidente oficial en 1970, cambió el nombre del país a Zaire: El río que une todos los ríos.
Asumiendo el poder que logró, Mobutu se cambió el nombre a Mobutu Sese Seko Nkuku Wa Za Banga, cuyo significado no tenía una pizca de humildad: El guerrero todopoderoso que, debido a su resistencia y voluntad inflexible, va a ir de conquista en conquista dejando el fuego a su paso. Como su conquista del Mundial de Alemania Federal fue más difícil que tomarse un país entero, decidió desquitarse con los futbolistas que lo representaban.
Al final de aquel partido, Brasil no pudo anotar más goles, por suerte. La Selección de Zaire, por su parte, ocupó el último lugar del torneo con 0% de rendimiento, tras anotar 0 goles y recibir 14. “¿Creen que me habría hecho pasar por un perfecto idiota de forma deliberada? Estábamos jugando por nuestras vidas”, le contó el defensor zaireño Ilunga Mwepu al escritor Jon Spurling, autor de Muerte o Gloria: La Historia Oscura de la Copa del Mundo.
El milagro de Múnich
Países Bajos y Alemania Federal llegaron a la final de la Copa del Mundo de 1974. El equipo neerlandés, dirigido por el mejor técnico de la historia, Rinus Michels, era un espectáculo para la vista. El equipo era conocido como la ‘Naranja Mecánica’, una danza de jugadores que se movían en todas partes del campo como gaviotas que vuelan en el cielo. La pelota era su imán, los futbolistas iban tras ella en grupos de diez hasta conseguirla. Cuando la tenían, Johan Cruyff se disfrazaba de genio y ofrecía la calidad técnica de un jugador de época.
Por su parte, Alemania Federal llegó al último partido a base de fortaleza física y contundencia goleadora. Los locales solo perdieron contra su hermana Democrática, y lograron posicionarse como el candidato más probable a ganar el título, después de Países Bajos.
La gran final se jugó en el Estadio Olímpico de Múnich, el 7 de julio. Con las gradas a reventar, ambos equipos se ubicaron en el centro del campo para ser fotografiados por decenas de camarógrafos. Al principio del partido, antes de que Alemania Federal pudiese tocar el balón, Johan Cruyff dribló desde la mitad de la cancha y fue derribado por Uli Hoeness en el área germana. El neerlandés Johan Neeskens tomó la pelota, la colocó en el punto penal y pateo fuerte al centro. ¡Gol! Cuando la pelota entró y salió, Neeskens la volvió a meter de otro zapatazo.
Sin embargo, Alemania Federal reaccionó pronto y consiguió el empate a los 25′. El alemán Paul Breitner cobró una pena máxima al costado derecho del portero neerlandés, conseguida por Bernd Hoelzenbein. Antes de que acabara el primer tiempo, Gerd Müller pescó un rebote en el área de Países Bajos y clavó el 2-1 definitivo para Alemania Federal. Los germanos aguantaron el resultado durante el segundo tiempo, y así lograron su bicampeonato.
Los locales celebraron el título saltando y abrazándose en todos los rincones de la cancha. Los fotógrafos se escurrían en todos lados para sacar el mejor retrato de los ganadores. En la ceremonia de premiación, Franz Beckenbauer levantó por primera vez la copa que sucedió a la Jules Rimet, un trofeo dorado en el cual dos personas sostienen el planeta tierra. Quizás los habitantes más longevos de Alemania Democrática celebraron el título también, pues nunca tuvieron la culpa de estar presos en un país que no era el suyo, y cuya selección había llegado solo hasta segunda ronda.
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