Brasil 1950: Vuelve el Mundial, la copa regresa a América
La humillación del Maracanazo. El segundo campeonato de Uruguay y el retorno de la Copa del Mundo, tras 12 años suspendida por la guerra. Nueva entrega de “Disparos a gol”, del especial de El Espectador sobre Catar 2022; la relación entre el fútbol y la política.
Jhoan Sebastian Cote
El primer congreso de la FIFA después de la Segunda Guerra Mundial se celebró el 1° de julio de 1946 en Luxemburgo. De nuevo, Europa occidental entró en un periodo de recuperación, siendo Brasil el único postulado para organizar la siguiente Copa del Mundo de Fútbol. El siguiente año, en París, el máximo organismo del balompié acordó con la Federación Brasileña de Fútbol disputar el certamen en 1950.
Dentro del comité organizador estuvo de nuevo Jules Rimet, el abogado francés siguió haciendo todos los esfuerzos para posicionar su certamen a nivel mundial. De hecho, su devoción a la pelota fue premiada nombrando al Mundial como ‘Copa Jules Rimet’.
Mire nuestro especial: ¿A qué jugamos?: La identidad de fútbol colombiano
Otro de los presentes en el comité organizador fue Ottorino Barassi, presidente de la Federación Italiana de Fútbol. El dirigente, de lentes anchos y cejas pobladas, salvaguardó el trofeo dorado que su país había ganado en los Mundiales anteriores. Cuando el Imperio alemán invadió parte de Italia, Ottorino sacó el trofeo de un banco de Roma y lo ocultó debajo de su cama, en una caja de zapatos. Cuando la Gestapo irrumpió en su casa, les dijo que quizás estaría en Milán bajo la supervisión del Comité Olímpico. Así, la copa del mundo nunca fue el botín de guerra de los teutones.
En Brasil, los anfitriones tuvieron la intención de recibir a los futbolistas clasificados al Mundial con los honores que merecían. Se construyó un estadio para más de 150.000 espectadores de nombre Maracaná, en cuya construcción trabajaron 2.000 brasileños al sol de Rio de Janeiro. El estadio, imponente como pocas estructuras en América Latina, fue el más grande del mundo en su momento.
A la Selección Alemana se le prohibió participar en las eliminatorias para la Copa del Mundo de 1950. Fue su castigo por los crímenes de guerra de su antiguo dictador, que hicieron del mundo un lugar terrible. Aunque se les hubiese permitido la participación, dos selecciones alemanas –una oriental y otra occidental– tendrían que haberse jugado el puesto. Esto debido a que, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, el Imperio alemán se derrumbó y su territorio fue ocupado por la URSS, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, en una división marcada por las ideologías comunista y capitalista.
La selección japonesa también fue privada de la participación en el certamen, de acuerdo al castigo impuesto por la FIFA. Sin embargo, la Copa del Mundo les daría la bienvenida a los inventores del balompié por primera vez: la selección inglesa de fútbol, los cuales disputaron las eliminatorias junto a sus vecinos insulares (Gales, Escocia y la Isla de Irlanda).
Mire, de este especial: Francia 1938: la antesala de la Segunda Guerra Mundial
El primer partido del Mundial fue disputado por Brasil y México, en el primer grupo. Los locales, apoyados por una multitud de alegría y colores en el Estadio Maracaná, destrozaron a su rival azteca con un marcador de 4-0. Ese día los mexicanos Fernando Marcos y Agustín González transmitieron por primera vez la Copa del Mundo por radio de onda corta a su país.
De ahí en adelante todo fue buen fútbol, nada de saludos romanos ni amenazas de muerte. Brasil dominó sin problemas el grupo, el cual compartió con México, Suiza y Yugoslavia. La selección española avanzó de ronda eliminando a la debutante Inglaterra, en la otra zona.
Suecia dio la sorpresa e ingresó a la fase final eliminando a los defensores del título, Italia. En el último grupo, los uruguayos solo tuvieron que derrotar a la débil Bolivia para clasificarse.
La FIFA dispuso que para la fase final de la Copa del Mundo de 1950 se iba a disputar una liguilla todos contra todos entre los cuatro clasificados –Brasil, España, Suecia y Uruguay–. La selección anfitriona le clavó siete goles a Suecia y otros seis a España. Luego, para ser la nueva campeona del mundo, a Brasil le bastaba solo con un empate ante los uruguayos. La fiesta se celebró antes de tiempo.
Le puede interesar: Uruguay 1930: la historia del primer Mundial
Uruguay llegó al partido final con resultados muy apretados, había empatado con España y apenas pudo ganarle a Suecia con un gol de diferencia. Los brasileños, por su parte, habían decorado 11 limusinas con el respectivo nombre de cada héroe, en Rio de Janeiro se festejó un carnaval donde el pueblo gritaba “¡Campeões! –¡Campeones! –” y, la mayor duda de los diarios deportivos fue la cantidad de goles que la selección nacional le metería a los charrúas.
El 16 de julio se jugó la gran final en el Estadio Maracaná. Ese día, más de 200.000 espectadores asistieron al espectáculo más dramático y triste de la historia de Brasil. La selección anfitriona anotó el primer gol del partido recién a los 50′, todo gracias a un zurdazo de Friaca que obligó a las tribunas, que ya estaban por reventarse, a agitarse como si el mismo carnaval de Río se hubiese trasladado allí.
Sin embargo, 15 minutos después, Pepe Schiaffino disparó al costado izquierdo del portero brasileño Barbosa, empatando el partido. Los aficionados locales no quisieron un empate como respuesta a su asistencia, así que Brasil siguió buscando el triunfo. Al minuto 79′ la historia del partido cambió para siempre. El uruguayo Alcides Ghiggia irrumpió con rapidez por la banda derecha y disparó al palo defendido por el guardameta. “Cuando hicimos el segundo ya me di cuenta que no nos podían ganar porque el estadio quedó frio (…) Para mí, fue el mejor gol que hice en mi vida”, dijo Alcides en una entrevista con la BBC, a mediados de 2015. Fue el silencio más estrepitoso jamás sentido por el pueblo brasileño, algunos no pudieron contener las lágrimas y abrazaron al primero que se les cruzó.
También de este especial: Italia 1934: La pelota a los pies de un dictador
Los uruguayos aguantaron los minutos finales ante la ansiedad de los espectadores del Maracaná. Cuando el árbitro inglés George Reader dio el silbatazo final, el equipo charrúa se abrazó y saltó. Los asistentes, luego, salieron del estadio entre llantos y lamentaciones. El presidente de la FIFA, Jules Rimet, sorprendido por el suceso, se quedó sin palabras y no emitió ningún discurso, pues el que tenía preparado estaba en portugués.
La prensa nombró este desastre como El Maracanazo. La historia más triste, desde luego, la cuenta el portero Barbosa, quien enfrentó un castigo aún peor que el segundo puesto: la sanción social. “En Brasil, la pena mayor por un crimen es de 30 años de cárcel. Hace 43 años que yo pago por un crimen que no cometí”, confesó el exportero en 1993, el día que fue sacado a patadas de una concentración de la Federación Brasileña de Fútbol, todo porque los dirigentes no querían que les diera mala suerte a sus jugadores.
*Capítulo del libro Disparos a Gol
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El primer congreso de la FIFA después de la Segunda Guerra Mundial se celebró el 1° de julio de 1946 en Luxemburgo. De nuevo, Europa occidental entró en un periodo de recuperación, siendo Brasil el único postulado para organizar la siguiente Copa del Mundo de Fútbol. El siguiente año, en París, el máximo organismo del balompié acordó con la Federación Brasileña de Fútbol disputar el certamen en 1950.
Dentro del comité organizador estuvo de nuevo Jules Rimet, el abogado francés siguió haciendo todos los esfuerzos para posicionar su certamen a nivel mundial. De hecho, su devoción a la pelota fue premiada nombrando al Mundial como ‘Copa Jules Rimet’.
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Otro de los presentes en el comité organizador fue Ottorino Barassi, presidente de la Federación Italiana de Fútbol. El dirigente, de lentes anchos y cejas pobladas, salvaguardó el trofeo dorado que su país había ganado en los Mundiales anteriores. Cuando el Imperio alemán invadió parte de Italia, Ottorino sacó el trofeo de un banco de Roma y lo ocultó debajo de su cama, en una caja de zapatos. Cuando la Gestapo irrumpió en su casa, les dijo que quizás estaría en Milán bajo la supervisión del Comité Olímpico. Así, la copa del mundo nunca fue el botín de guerra de los teutones.
En Brasil, los anfitriones tuvieron la intención de recibir a los futbolistas clasificados al Mundial con los honores que merecían. Se construyó un estadio para más de 150.000 espectadores de nombre Maracaná, en cuya construcción trabajaron 2.000 brasileños al sol de Rio de Janeiro. El estadio, imponente como pocas estructuras en América Latina, fue el más grande del mundo en su momento.
A la Selección Alemana se le prohibió participar en las eliminatorias para la Copa del Mundo de 1950. Fue su castigo por los crímenes de guerra de su antiguo dictador, que hicieron del mundo un lugar terrible. Aunque se les hubiese permitido la participación, dos selecciones alemanas –una oriental y otra occidental– tendrían que haberse jugado el puesto. Esto debido a que, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, el Imperio alemán se derrumbó y su territorio fue ocupado por la URSS, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, en una división marcada por las ideologías comunista y capitalista.
La selección japonesa también fue privada de la participación en el certamen, de acuerdo al castigo impuesto por la FIFA. Sin embargo, la Copa del Mundo les daría la bienvenida a los inventores del balompié por primera vez: la selección inglesa de fútbol, los cuales disputaron las eliminatorias junto a sus vecinos insulares (Gales, Escocia y la Isla de Irlanda).
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El primer partido del Mundial fue disputado por Brasil y México, en el primer grupo. Los locales, apoyados por una multitud de alegría y colores en el Estadio Maracaná, destrozaron a su rival azteca con un marcador de 4-0. Ese día los mexicanos Fernando Marcos y Agustín González transmitieron por primera vez la Copa del Mundo por radio de onda corta a su país.
De ahí en adelante todo fue buen fútbol, nada de saludos romanos ni amenazas de muerte. Brasil dominó sin problemas el grupo, el cual compartió con México, Suiza y Yugoslavia. La selección española avanzó de ronda eliminando a la debutante Inglaterra, en la otra zona.
Suecia dio la sorpresa e ingresó a la fase final eliminando a los defensores del título, Italia. En el último grupo, los uruguayos solo tuvieron que derrotar a la débil Bolivia para clasificarse.
La FIFA dispuso que para la fase final de la Copa del Mundo de 1950 se iba a disputar una liguilla todos contra todos entre los cuatro clasificados –Brasil, España, Suecia y Uruguay–. La selección anfitriona le clavó siete goles a Suecia y otros seis a España. Luego, para ser la nueva campeona del mundo, a Brasil le bastaba solo con un empate ante los uruguayos. La fiesta se celebró antes de tiempo.
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Uruguay llegó al partido final con resultados muy apretados, había empatado con España y apenas pudo ganarle a Suecia con un gol de diferencia. Los brasileños, por su parte, habían decorado 11 limusinas con el respectivo nombre de cada héroe, en Rio de Janeiro se festejó un carnaval donde el pueblo gritaba “¡Campeões! –¡Campeones! –” y, la mayor duda de los diarios deportivos fue la cantidad de goles que la selección nacional le metería a los charrúas.
El 16 de julio se jugó la gran final en el Estadio Maracaná. Ese día, más de 200.000 espectadores asistieron al espectáculo más dramático y triste de la historia de Brasil. La selección anfitriona anotó el primer gol del partido recién a los 50′, todo gracias a un zurdazo de Friaca que obligó a las tribunas, que ya estaban por reventarse, a agitarse como si el mismo carnaval de Río se hubiese trasladado allí.
Sin embargo, 15 minutos después, Pepe Schiaffino disparó al costado izquierdo del portero brasileño Barbosa, empatando el partido. Los aficionados locales no quisieron un empate como respuesta a su asistencia, así que Brasil siguió buscando el triunfo. Al minuto 79′ la historia del partido cambió para siempre. El uruguayo Alcides Ghiggia irrumpió con rapidez por la banda derecha y disparó al palo defendido por el guardameta. “Cuando hicimos el segundo ya me di cuenta que no nos podían ganar porque el estadio quedó frio (…) Para mí, fue el mejor gol que hice en mi vida”, dijo Alcides en una entrevista con la BBC, a mediados de 2015. Fue el silencio más estrepitoso jamás sentido por el pueblo brasileño, algunos no pudieron contener las lágrimas y abrazaron al primero que se les cruzó.
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Los uruguayos aguantaron los minutos finales ante la ansiedad de los espectadores del Maracaná. Cuando el árbitro inglés George Reader dio el silbatazo final, el equipo charrúa se abrazó y saltó. Los asistentes, luego, salieron del estadio entre llantos y lamentaciones. El presidente de la FIFA, Jules Rimet, sorprendido por el suceso, se quedó sin palabras y no emitió ningún discurso, pues el que tenía preparado estaba en portugués.
La prensa nombró este desastre como El Maracanazo. La historia más triste, desde luego, la cuenta el portero Barbosa, quien enfrentó un castigo aún peor que el segundo puesto: la sanción social. “En Brasil, la pena mayor por un crimen es de 30 años de cárcel. Hace 43 años que yo pago por un crimen que no cometí”, confesó el exportero en 1993, el día que fue sacado a patadas de una concentración de la Federación Brasileña de Fútbol, todo porque los dirigentes no querían que les diera mala suerte a sus jugadores.
*Capítulo del libro Disparos a Gol
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