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La noche era oscura, pero para Argentina apareció Lionel Messi

El capitán de la albiceleste lideró la victoria contra México. Los argentinos se sacudieron de la sorpresa con Arabia Saudita y siguen en carrera.

Fernando Camilo Garzón
26 de noviembre de 2022 - 09:48 p. m.
Lionel Messi celebra, puño en alto, su gol contra México.
Lionel Messi celebra, puño en alto, su gol contra México.
Foto: EFE - Rodrigo Jiménez

26 de junio de 2018. Para los argentinos —tan cabaleros ellos— la imagen de Diego Armando Maradona en la tribuna, brazos abiertos, ojos en blanco y sol pleno en el rostro, era una premonición. “¡Vamos a ser campeones del mundo!”. Ese día la albiceleste podía quedarse afuera del Mundial contra Nigeria. Y esa misma tarde apareció Messi —Lionel Andrés Messi— y, sobre todo, Marcos Rojo al minuto 86, para salvar un barco se hundía.

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“Fue Diego”, decían. El elegido, el D10S, que en un encuentro celestial había transmitido la bondad de la predestinación a los once de abajo. Y a Messi. El otro destinado a la grandeza, obsesionado con esa copa del mundo que le ha sido tan esquiva.

Ese mito, siempre leyenda antes que certeza, se destruyó un partido después, cuando el futuro campeón, Francia, barrió a los argentinos en tierras rusas. En lo terrenal, los franceses fueron una verdadera tromba. El último partido en el que Pelusa vio a su adorada albiceleste.

25 de noviembre de 2022. Mundial extraño, jugado en noviembre y diciembre, que llevó a la casualidad de un aniversario inesperado. Dos años habían pasado desde que se fue “el diez”. Y al día siguiente jugaba Argentina, nuevamente complicada por un inicio atropellado, en el que se había estrellado de frente con Arabia Saudita. No estaba en las cuentas de nadie, pero los árabes clavaron un 2-1 impensado.

Argentina necesitaba de la mano de Dios. Era el primer mundial sin él, pero a lo mejor desde planos metafísicos, Maradona podía empujar al equipo. Volvía el “relato”.

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“Y al Diego, desde el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con la Tota, alentándolo a Lionel”.

La banda de Lionel Messi había llegado a Catar con esos aires de predestinación. Confiaban, en su juego y su grupo. Era mística, la del amor, la de la confianza que da la familia. Remaban juntos, pero el golpe árabe les bajó las ínfulas. Pies a tierra. El fútbol, tan humano —no de cábalas, mitos, relatos ni predestinaciones— dio cátedra. De su sangre y su carne. De lo sustancial, de lo real. El “anulo mufa”, tan repetido, sirvió de poco cuando en la cancha, donde realmente se definen las cosas, Argentina tuvo un juego espeso y un partido horrible.

A Catar llegaron creyendo que ganarían por cosas extraordinarias y olvidaron las ordinarias. ¡Excusas! Que los naipes, que la suerte, que el sorteo y hasta los horarios. Mucha cábala, poco juego. Y llegó el rival más benevolente que podía tocarles y destruyó la ilusión del relato.

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Y tocó darle vuelta al equipo. Lionel Scaloni, trabajador incansable, refrescó todo el combo. Cinco de 11 afuera, y a jugar con otro espíritu. El rival era México, difícil por lo cerrado, pero con poca envergadura para poner en problemas a la albiceleste. En la cancha la pelota quemaba. Y los norteamericanos se cerraron atrás con línea de cinco atrás y una más adelante de cuatro. El bus parqueado y Argentina confundida.

Pasaban los minutos y no llegaban las respuestas. No aparecía la magia. En el campo de juego ninguno de los dos equipos le daba al arco y el letargo se rompió hasta el segundo tiempo.

Fue Messi, siempre Messi. Argentina empezaba a empujar, pero sin remate. Y, como de la nada, se encadenaron un par de pases, la pelota le llegó al “diez” y el sablazo quemó el césped de Memo Ochoa. El balón entró bajo, mientras Messi miraba a lo alto del estadio en Lusail. Celebraba con la gente, pero parecía, o algunos quisieron imaginar, que buscaba al Diego entre la gente, como esa tarde en Rusia, como cuando contra Nigeria se salvaron de la debacle.

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Tal vez, esta vez en Catar todo puede ser diferente porque Argentina no se sostiene solo en ese relato. Porque cuando quiere jugar, lo hace. Porque cuando no aparecen respuestas, responden Di Maria, Mac Allister o Enzo Fernández. Porque es verdad lo del grupo, lo del equipo, no lo de las cábalas, pero sí, más bien, que Argentina juega bien al fútbol.

Todavía no está a la altura de lo que prometió. Y otras bandas, como España, Francia o Brasil, ya lucen más aceitadas. No obstante, Argentina necesitaba sacudirse y así lo hizo. Ahora queda Polonia. Y la albiceleste, siempre con Diego en la memoria, pero apoyada en un equipo que respalda una idea, tendrá que asegurar su futuro, sin confiarse de nuevo en relatos metafísicos y apoyándose más en el corazón que deja en la cancha. ¡Desahogo! La noche está oscura, pero apareció Lionel Messi.

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Posted by El Espectador on Friday, November 25, 2022

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