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Medio tiempo en la historia de los Mundiales: la Segunda Guerra Mundial

De Francia 1938 a Brasil 1950 no se pudo realizar la Copa del Mundo porque europa ardia en el fragor de la guerra. Nueva entrega de “Disparos a gol”, del especial de El Espectador sobre Catar 2022; la relación entre el fútbol y la política.

14 de octubre de 2022 - 11:25 p. m.
Adolf Hitler, exdictador de la Alemania Nazi.
Adolf Hitler, exdictador de la Alemania Nazi.
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La última vez que se jugó un partido de la Copa Mundial, antes de 1950, el planeta era un lugar muy distinto. De los imperios despóticos, los cuales buscaron expandirse por el mundo con sus ideales fascistas, y que detonaron la segunda gran guerra, ya no quedaban sino escombros. Así como innumerables historias de horror vividas por víctimas de una guerra brutal.

El Imperio alemán, comandado por Adolf Hitler, dio inicio a la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939 cuando sus tropas invadieron Polonia occidental. Su poderío aéreo superaba en número a cualquier potencia europea, por lo que en menos de dos meses la débil república polaca caería en manos de los nazis, rindiéndose a su voluntad. Los aviones de la Luftwaffe –Fuerza Aérea Alemana– con los que Hitler atacó este territorio, eran pequeños pero devastadores, con esvásticas negras rodeadas de blanco plasmadas en la cola del avión.

Tan solo dos días después de tal agresión, británicos y franceses le declararon la guerra al Imperio alemán. ¿La respuesta de Hitler? Abrió el frente occidental en mayo de 1940, invadiendo Bélgica, Países Bajos y al mismo territorio francés, el cual fue conquistado en menos de seis semanas. El dictador alemán posó para las cámaras, situando una mano encima de otra, con su botín de guerra de fondo en el encuadre: la maravillosa Torre Eiffel de Paris.

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Antes, en la no-conquistada Francia, durante el tercer Mundial de Fútbol, la Federación Alemana se postuló para organizar el torneo de 1942. Argentina, que presentó su candidatura antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, ofreció también sus estadios para acoger el máximo torneo del balompié. Sin embargo, el Congreso de la FIFA de Luxemburgo de 1940, en el cual se iba a elegir la sede, nunca se celebró por culpa de las avanzadas expansionistas del Imperio alemán, cuyo líder amenazaba con invadir las islas británicas.

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Gran Bretaña, entonces, planteó una defensa tan férrea que ningún otro país, en la historia, se atrevió a atacarle de nuevo. A través de Winston Churchill, ex Primer Ministro inglés, los británicos aguantaron los bombardeos aéreos del Imperio alemán y mantuvieron la soberanía sobre sus islas. El objetivo de Hitler era derrumbar la principal defensa de Gran Bretaña y, luego, invadir tal territorio como lo había hecho en Francia. Cosa que no volvería a intentar nunca más.

El Imperio italiano y el Imperio japonés entraron a la guerra poco después. El primero, liderado por Benito Mussolini, y el segundo, al mando de Hirohito, un militar que pasaba los días conquistando kilómetros de costa china e islas del pacifico asiático. Ambos gobiernos se aliaron con el amenazante Imperio alemán y constituyeron una alianza fascista denominada Potencias del Eje.

Gran Bretaña buscó una alianza con el país más poderoso de América: Estados Unidos. Winston Churchill convenció a Franklin Roosevelt, presidente del país norteamericano, que la invasión nazi en las islas británicas representaría un golpe fuerte a la economía de su país. Aunque Roosevelt se había declarado neutral cuando estalló la guerra, no dudó en impulsar planes de reclutamiento en Estados Unidos con el objetivo de competir con los números de infantería, armada y fuerza aérea de las Potencias del Eje. Para el presidente norteamericano, los imperios despóticos europeos tenían el poder suficiente para conquistar el continente entero. En otoño de 1941, la armada estadounidense atacó los submarinos alemanes en el Océano Atlántico. Desde luego, Roosevelt estaba a la espera de un acontecimiento potente que le permitiese entrar oficialmente a la guerra.

Cuando la invasión alemana a Gran Bretaña fue detenida, Hitler abrió un nuevo frente de guerra en Europa central. Entonces, el Imperio alemán atacó a la URSS, con los cuales había pactado la invasión y repartición de Polonia en 1939. Adolf Hitler odiaba el comunismo y para hacerse con la vasta región soviética utilizó cuatro millones de soldados, cinco mil aviones y diez mil tanques de guerra. En dos semanas, las defensas fronterizas de la URSS fueron acabadas y, así, la mayoría de Europa estaba en manos de las Potencias del Eje.

El 7 de diciembre de 1941, la Armada Imperial Japonesa atacó por sorpresa la base naval estadounidense Pearl Harbor en Hawái. De inmediato, el presidente Roosevelt ingresó a la guerra de manera oficial, convenciendo al Congreso con el Discurso de la Infamia. Hitler, por su parte, quien tenía un espíritu de guerra mundial y casi había alcanzado Moscú en la URSS, le declaró la guerra a los Estados Unidos posteriormente. Así entonces, el Imperio alemán tenía a los italianos peleando en África y los Balcanes, a los japoneses enfrentándose a Estados Unidos en Asia, y un temible ejercito a punto de conquistar la URSS, donde ya controlaba la imponente Kiev en Ucrania.

El partido de la muerte

El fútbol había alcanzado en la URSS tanta popularidad como en el resto de Europa durante principios del siglo XX. La Liga de Primera División Soviética se disputó desde 1936, teniendo como grandes animadores al Spartak de Moscú y al Dynamo de Moscú. Un tímido equipo de Ucrania, llamado Dinamo de Kiev, intentó quedar campeón entonces, pero lo máximo que consiguió fue un segundo y tercer lugar en cuatro años de competencia.

Cuando las tropas del Imperio alemán conquistaron Ucrania, en 1941, la liga de fútbol nacional se suspendió. Algunos de los jugadores del plantel del Dinamo de Kiev fueron reclutados para la avanzada nazi en la URSS o se les llevó a campos de concentración en camiones.

Tiempo después, los futbolistas con mejor suerte solían reunirse a conseguir trabajo en la panadería estatal número tres de Kiev. El exportero del Dinamo de Kiev, Mykola Trusevych, logró ser empleado como barrendero de la misma panadería, pues el dueño era un fanático del equipo. Aquel empleador sostenía su negocio por ser de origen alemán.

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A Kordik, como se llamaba el panadero, le encantaban los deportes. Por tal razón quiso formar un equipo de fútbol de su propio negocio. En 1942, Mykola Trusevych logró reunir ocho de sus excompañeros del Dinamo de Kiev y algunos jugadores aficionados para formar el FC Start. El nuevo conjunto jugó siete partidos contra guarniciones militares, ganando todos por goleada. Entre los vencidos estaba el Flakelf, el equipo de fútbol de la Fuerza Aérea Alemana.

Los soldados del Imperio alemán, quienes administraban la ciudad, creyeron que las victorias del FC Start podrían agitar a los ucranianos y bajar el estado de animo de las tropas del Eje. Así entonces, el Flakelf le pidió revancha al FC Start en el Estadio Zenit tiempo después.

Una vez en cancha, los jugadores ucranianos se negaron a realizar el saludo nazi como los futbolistas de la guarnición militar. El FC Start salió a jugar como siempre, buscando la victoria a pesar de que les habían recomendado perder para salvaguardar sus vidas. Al final del partido, el equipo del panadero le ganó 5-3 a los soldados vigorosos de la Fuerza Aérea Alemana.

La Gestapo –policía secreta oficial del Imperio alemán– se enteró de esta nueva humillación e intervino como ella solo podría hacerlo. Los alemanes buscaron uno por uno a los jugadores del FC Start para secuestrarlos y torturarlos como prisioneros de guerra, pues se les acusó injustamente de hacer parte de las fuerzas armadas ucranianas. Además, algunos futbolistas fueron llevados a campos de concentración, donde murieron fusilados tiempo después.

Solo tres jugadores del plantel –Fedir Tyutchev, Mikhail Sviridovskiy y Makar Goncharenko– sobrevivieron.

Amistades dentro del campo... de batalla

Durante el tiempo que se iba a disputar la Copa del Mundo de 1942, se afianzó la coalición que evitó que el mundo fuese dominado por dictadores imperialistas. La declaración de guerra del Imperio alemán contra Estados Unidos fue un gol al último minuto para Gran Bretaña y la URSS, pues esto abrió la posibilidad de aliarse con el país más poderoso de América.

A pesar de que los soviéticos y los países de occidente tuvieran grandes diferencias ideológicas y objetivos de guerra distintos, lograron un acuerdo sobre metas comunes en la Segunda Guerra Mundial: acabar con la amenaza imperialista alemana, italiana y japonesa. Durante más de un año, Estados Unidos envió dinero y suministros a sus aliados. Así mismo, libró numerosas batallas en los océanos Atlántico y Pacífico.

En el frente central, un fuerte invierno había demorado la llegada del Imperio alemán a Moscú, por lo que la URSS pudo rehacer sus fuerzas militares con un discurso de amor nacional impartido por Iósif Stalin. De hecho, la resistencia soviética en su territorio capital evitó que la guerra acabase antes de tiempo.

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Cuando los Aliados tomaron Sicilia, Italia, Benito Mussolini fue arrestado por órdenes del Rey Víctor Manuel III. El máximo monarca italiano quiso evitar una invasión total de su península. A su vez, Hitler invadió el norte de Italia donde creó la Republica Social Italiana, logrando el rescate de su compañero de batalla, Benito, quien nunca pudo emular el majestuoso Imperio romano como lo deseó. Mientras tanto, el Rey Víctor Manuel III firmó un armisticio con los Aliados en el sur de Italia, asegurando la soberanía del territorio no ocupado por el Imperio alemán.

En junio de 1944, los Aliados retomaron un frente de guerra en Normandía, Francia. Miles de soldados desembarcaron con el objetivo de liberar París. Cuando recuperaron la Ciudad Luz, al mismo tiempo las tropas del Ejército Rojo de Stalin penetraron el frente central y acorralaron más de 300.000 soldados alemanes. Seguido de esto, ingleses y norteamericanos bombardearon las principales ciudades de Alemania. Las potencias del Eje iban cayendo una por una.

Los Aliados avanzaron por oriente y occidente del Imperio alemán, acorralaron a Adolf Hitler en su bunker de la Cancillería, lo cual terminó con su suicidio el 30 de mayo de 1945. Se dice que el dictador entró en una crisis nerviosa cuando el Ejército Rojo de Stalin invadió Berlín, que su posible Parkinson le hizo temblar como nunca antes y que buscó diferentes maneras de acabar con su vida. Al final, como lo describió el oficial alemán Heinz Linge, Hitler murió disparándose en la cabeza, yaciendo en un sofá con su uniforme militar gris decorado con insignias doradas de toda clase.

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Como el Imperio japonés, al mando de Hirohito, decidió morir antes que rendirse, siguió batallando en la costa pacífica de Asia. Los estadounidenses sentían un odio especial por este imperio, pues los nipones no solo habían atacado por sorpresa la base militar de Pearl Harbor, sino también habían cometido actos atroces con los prisioneros de guerra en China y en los pequeños territorios insulares. Por esta razón, Estados Unidos decidió desequilibrar la guerra para siempre, demostrando un poder inimaginable e insuperable.

El 6 de agosto de 1945, la Fuerza Aérea Estadounidense lanzó la bomba atómica en Hiroshima. El poder devastador de la explosión arrasó con la ciudad, matando a más de 100.000 personas. Luego, tres días después, una segunda bomba de igual magnitud cayó sobre Nagasaki destruyéndola casi por completo. De los edificios no quedaron sino los meros esqueletos humeantes. Los habitantes sufrieron temperaturas como las del sol.

El Imperio Japonés se rindió una semana después. En el acto, el dictador Hirohito sentenció por radio: “Lo insoportable debe ser soportado”. Algunos militares de infantería y fuerza aérea japonesa se suicidaron. Así entonces, la Segunda Guerra Mundial terminó.

*Capítulo del libro Disparos a Gol

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Por Jhoan Sebastian Cote

Comunicador social con énfasis en periodismo y producción radiofónica de la Pontificia Universidad Javeriana. Formación como periodista judicial, con habilidades en cultura, deportes e historia. Creador de pódcast, periodismo narrativo y actualidad noticiosa.@SebasCote95jcote@elespectador.com

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