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Lionel Messi y Kylian Mbappé se citaron por primera vez en Rusia 2018, el mejor de los últimos tiempos y su heredero, o por lo menos el llamado a relevar al argentino de su trono como mejor del mundo. Lo cierto es que, para ese Mundial, a pesar de su juventud, el francés ya era una realidad.
Mbappé había irrumpido un par de años antes en la Champions League, con el Mónaco que lideraba el colombiano Radamel Falcao García. Y cuando llegó a esa copa del mundo en Rusia, era el líder natural, por su talento, de la que terminó siendo la campeona del mundo.
Y en el camino al título, Mbappé se encontró en octavos a la Argentina de Lionel Messi, el mejor del mundo en las últimas dos décadas. El ídolo sudamericano que dominó el mundo con Barcelona desde muy joven, incluso más que el puntero galo, pero que siempre tuvo una deuda perenne con la selección albiceleste. Mientras el joven Mbappé, volando en los campos rusos, andaba el campo como una pantera, Messi, dubitativo, manos en la cadera y mirada meditabunda, veía cómo Francia los sacaba de Rusia para después llevarse su anhelada copa.
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Cuatro años antes, esa misma Argentina, la que en 2018 cayó en octavos, fue finalista del mundo en Brasil 2014. Y no ganó por la pesadilla Mario Gotze, un gol fuera de contexto en la prórroga contra Alemania. Y dolió. Más porque después la albiceleste perdió otras dos finales consecutivas de la Copa América contra Chile. Y Messi, el astro, para algunos el mejor de la historia, incluso renunció, en medio de la tristeza, a la selección. “No se me da, no es para mí”, sentenció.
Algo se rompió en ese equipo que casi fue campeón del Mundo. A Rusia fueron de milagro, Messi reintegrado en el equipo fue la esperanza y los llevó hasta el Mundial, pero Mbappé, ese joven descarado, cortó el hilo. Parecía, por la pesadez de ese momento, por las finales perdidas, que Argentina no volvería a una final del mundo.
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Menos mal, la vida nunca es tan certera. Y cuando una caída parece demasiado, siempre hay espacio para levantarse. La albiceleste se reinventó, llegó Lionel Scaloni y alzó la Copa América. Argentina se quitó ese karma de los títulos perdidos y llegó a Catar como favorito. Una presión que costó manejar, pero a la que respondieron con creces de la mano de Messi, que va por su primer mundial, en la última copa que, afirmó, jugará en su vida. En frente estará el llamado a sucederlo, el verdugo en Rusia, el que con 19 años (ahora 23) ya sabía cuánto pesa la copa del mundo: Kylian Mbappé. Él y su banda, Francia, que va por el bicampeonato consecutivo, algo que solo Italia, en los años 30, y Brasil, entre los 50 y los 60, han logrado.
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Messi, citado por el destino
“No me imagino cómo será quedar campeón del mundo. Todo lo que me pueda imaginar creo que se quedaría corto”, dijo Messi en una entrevista antes de que empezará el Mundial.
Desde que Lionel Messi debutó en la selección de Argentina en 2005 cargó sobre sus hombros la responsabilidad de volver a ganar para su país una copa del mundo, esquiva para la selección sudamericana desde 1986, cuando Diego Armando Maradona les dio la segunda estrella. A Messi siempre se le exigió, por su estatus bien ganado de leyenda, que para meterse en la mesa de los más grandes debía ganar un Mundial. Y él, más allá de ese título, siempre tuvo la obsesión de ganar algo con su país.
Si bien con la Copa América que ganó en 2021 el astro argentino ya rompió ese maleficio, en las Copas del Mundo todavía sigue esa ausencia. Y en la final que jugará contra Francia este domingo, Messi tendrá su última oportunidad.
En 2006, el camino lo llevó hasta cuartos, cuando a Argentina la sacó Alemania en penaltis con Messi en el banco; en 2010, con Maradona de entrenador, la albiceleste se fue a casa otra vez por culpa de los teutones en cuartos, aunque esta goleada y humillada 4-0.
Brasil 2014 fue un capítulo especial, aunque muy doloroso. En la final, otra vez los alemanes, acabaron el sueño de Messi, que tuvo un Mundial superlativo, pero le faltó un centavo para el peso. En Rusia, el justiciero fue Francia, en octavos, la peor participación de Messi en un Mundial. Ahora, la final, puede ser una bonita revancha, para Argentina y para “el 10″, a quien el fútbol le debe una redención.
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Sin embargo, gane o pierda, como le dijo después de las semifinales a Messi la periodista Sofía Martínez, el astro argentina no está en deuda con nadie. Ya es, por escándalo, uno de los futbolistas más completos y gloriosos que se han visto. Se lo dijo el Diego, la leyenda, nada más y nada menos: “Dejá que los demás hablen, que vas a ser el mejor de toda la historia”.
Este es el Mundial de Lionel Messi. Así parece, por el momento en el que llegó su equipo, por la Copa América ganada, porque Argentina cayó en el debut con Arabia Saudita y se levantó de las cenizas. Como Messi, que apesar de las caídas, busca su Copa del Mundo, su sueño. El sueño del pibe. En frente estará el enemigo perfecto para cerrar este relato, el que todos dicen, por su talento claro, que lo relevará en el panorama mundial. Es Kylian Mbappé, su compañero, además, en el París Saint Germain.
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Mbappé, el heredero ansioso
Si bien se entiende que Mbappé, por un relato generacional, es el destinado para tomar la posta de Messi, la verdad es que la estrella francesa ya lleva muchos años en el máximo nivel, peleando el derecho de ser considerado el mejor jugador del mundo.
Apareció con ese Mónaco brillante de 2016, el que le ganó la liga francesa al todopoderoso PSG y casi se mete a la final de la Champions.
Fueron los mismos parisinos, tan poderosos, los que se hicieron con el extremo prometedor, pagando cientos de millones de euros para hacerse con uno de los mejores prospectos del panorama.
En medio de su adaptación veloz al PSG, Mbappé se consagró como figura de Francia en el Mundial y con el título en 2018 ya pocos volvieron a dudar de sus pergaminos. Aunque llegó para ser primero de filas y todavía tiene un techo mucho más alto, al astro galo todavía le falta dar ese siguiente paso para ser el mejor.
Tal vez, dicen algunos, debería irse a un equipo más grande, aunque lo cierto es que en Paris siempre le ha tocado tocar la segunda trompeta. Primero, detrás de Neymar y, después, del astro brasileño y de Lionel Andrés Messi, que llegó a la capital francesa en 2021 tras una dramática salida de Barcelona.
Hay rumores, sobre todo esta temporada, de que los sudamericanos no se la llevan bien con el francés, que brilla con otra luz en la selección de Francia, la de un llanero solitario, la del héroe de Les blues, que no tiene que compartir el estrellato con más figuras.
Aunque la verdad es que son distintos. Neymar y Messi, sudamericanos y excompañeros en Barcelona, se entienden casi que por gestos. Son dos genios criados en el barrio, la villa, el potrero y la favela. Mbappé viene de otro contexto, es de otra generación y, mal que bien, compañeros o no, es a quien el mundo ha destinado para relevar a los más grandes de los últimos tiempos.
Esta final de Catar 2022 será el testimonio de ese cambio de mando. De un fútbol más vertical y veloz, por encima de la gambeta y la inteligencia de los astros de Sudamérica. Eso también está en juego en la definición del título de este domingo. “El último tango” de Lionel Messi, pero también la posibilidad de que, en medio del fútbol posicional y de ráfagas que domina el panorama, la pisada sudamericana se lleve la copa, que la vuelva a traer a esta tierra.
Es un partidazo, una gran final del mundo. Mbappé, como no, también es un genio. Más precoz, inquieto y con un mundo por demostrar. Ese que Messi ya transitó, que no necesita revalidar, pero ese que, en la injusticia de la subjetividad, lo condenará si no gana la tan anhelada copa del mundo.
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