México 1970: el Mundial en el que Brasil se hizo legendaria
La selección del mítico Pelé se consagró por tercera oportunidad como campeona del mundo. Nueva entrega de “Disparos a gol”, del especial de El Espectador sobre Catar 2022; la relación entre el balompié y la política.
Jhoan Sebastian Cote
La noche del 7 de junio de 1969, los jugadores de la selección de fútbol de El Salvador no durmieron ni un poco. El equipo se concentraba en un hotel de Tegucigalpa, en Honduras, rodeado de aficionados locales que lanzaron piedras e hicieron sonar cualquier cosa que evitase el buen dormir de los futbolistas. Los ruidos, sin duda, tenían su razón de ser: al día siguiente, salvadoreños y hondureños se iban a enfrentar por un cupo a la ronda final de eliminatorias centroamericanas, rumbo al Mundial de México 1970.
Lo que parecía un fenómeno normal del fútbol en Latinoamérica tenía un trasfondo político mucho más amplio. Las relaciones entre ambos países estaban en su peor momento, y aquella llave de eliminatorias sería el detonante del conflicto que estaba por estallar. Desde décadas anteriores, campesinos salvadoreños cultivaban tierras en Honduras e, inclusive, eran propietarios de grandes haciendas de productos agrícolas. Sin embargo, ante el descontento de jornaleros hondureños que no poseían propiedades, el presidente de tal país, Osvaldo López, decidió aprobar una reforma agraria xenófoba en enero de 1969. En dicho mandato se les expropiaron terrenos a los campesinos provenientes de El Salvador.
Mire nuestro especial: ¿A qué jugamos?: La identidad del fútbol colombiano
Pronto empezó una persecución contra los campesinos salvadoreños, liderada por grupos armados clandestinos de Honduras. Mientras miles de jornaleros extranjeros intentaron regresar a su país, otros eran asesinados y atemorizados por La Mancha Brava, un grupo paramilitar capaz de lo peor con tal de arrebatar las tierras deseadas.
Inmersos en tal atmosfera se dio el primero de los dos partidos entre Honduras y El Salvador. Ese día, los locales vencieron a los salvadoreños 1-0. Según Ryszard Kapuscinski, cronista quien nombró el conflicto como la “Guerra del Fútbol”, el partido fue tomado como prioridad nacional por ambos países, tanto así que la joven Amelia Bolaños tomó un revolver y se suicidó tras la derrota de El Salvador. “Se paró, se lanzó al cajón del escritorio en donde su papá guardaba la pistola y se disparó una bala en el corazón. ‘Joven no soportó ver a su patria arrodillada’ decía al otro día el periódico salvadoreño El Nacional. El entierro de Amelia Bolaños se transmitió por la televisión y toda la capital participó en el sepelio (…) Detrás del féretro, que iba envuelto en la bandera nacional, iba el presidente de la república rodeado de sus ministros”, describió Kapuscinski en su libro.
Una semana después del primer partido, se jugó la revancha en San Salvador, capital de El Salvador. La noche anterior, los locales devolvieron honores rompiendo las ventanas del hotel, y lanzando huevos podridos y ropa maloliente a los futbolistas visitantes. El día del encuentro, el estadio estaba acordonado por tantos militares que parecía un batallón del ejército. La bandera hondureña fue sustituida por un trapo viejo, mientras los 35.000 hinchas locales chiflaban el himno nacional de su adversario. Al final, la selección de Honduras fue derrotada 3-0, temiendo perder más que el partido.
Luego, el 27 de junio, tras un triunfo para cada equipo, se jugó el partido de desempate en México. Se buscó un campo neutral por obvias razones. Una masa de cinco mil policías mexicanos separó aficionados salvadoreños y hondureños en el Estadio Azteca, previendo a una posible confrontación de hinchas a puños y patadas y, quizás, hasta con machetes. Ese día, la selección del El Salvador ganó 3-2 y solo le quedaría enfrentar a Haití para clasificarse al Mundial de 1970.
La victoria salvadoreña motivó un fuerte discurso de odio en los medios de comunicación de ese país. Quienes no querían la guerra, ahora la deseaban y estaban dispuestos a pelearla. Así entonces, el 14 de julio, El Salvador invadió Honduras por dos frentes, justificándose en las acciones paramilitares contra su gente. La aviación del país centroamericano bombardeo Nacaome, Amapala, Juticalpa, Catacamas, Ocotepeque, Santa Rosa de Copan, Choluteca y la capital Tegucigalpa. Así mismo, su infantería avanzó tanto como sus generales lo desearon, pues doblaban en número a su contrincante.
Después de cuatro días de violencia, la Organización de Estados Americanos intervino para lograr el cese al fuego y la masacre en las fértiles tierras hondureñas. El conflicto fue nombrado como la ‘Guerra de las Cien Horas’, dejando un saldo de seis mil muertos, 12 mil heridos y cinco mil personas sin hogar.
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Un par de meses después de aquella ‘Guerra del Fútbol’, la selección de El Salvador se clasificó a México 1970. Los salvadoreños vencieron en tres partidos a Haití, un modesto rival que solo se ha clasificado a un Mundial en su historia –y que está bien lejos de volverlo a hacer–. Desde luego, los vencedores no tuvieron que viajar largas horas en avión como las selecciones europeas, africanas o asiáticas, pues por primera vez en la historia un país norteamericano organizaba el certamen.
El gobierno de México aprovechó la idea de rotación continental, pocas veces respetada por la FIFA, cuando se empezaron a barajar nombres después de Inglaterra 1966. El país anunció su candidatura asegurando la construcción de un templo de fútbol: El Estadio Azteca, un escenario capaz de contener más de 88 mil almas amantes del balompié. En el congreso de la FIFA de Tokio 1964, cuya finalidad fue elegir la sede del Mundial de 1970, México obtuvo 24 votos por encima de Argentina, su único rival.
Los dirigentes de la FIFA, y delegados de los países afiliados, temían que México no pudiese organizar los Juegos Olímpicos de 1968 y el –recién obtenido– Mundial de 1970, por la proximidad de ambas competencias. Sin embargo, se llegó a un acuerdo para reutilizar la infraestructura de las justas olímpicas, una vez entregadas las medallas y laureados los deportistas. Así, el país azteca se convirtió en el primero en celebrar los máximos eventos del deporte de manera consecutiva.
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Los excluidos
En las eliminatorias a la Copa del Mundo de México 1970 participaron 75 equipos, repartidos en confederaciones por continente. Entre todas las selecciones inscritas, solo 14 entrarían a la disputa del certamen final. México e Inglaterra tenían sus cupos asegurados por ser el país organizador y el último campeón respectivamente.
La confederación europea repartió ocho cupos entre 30 equipos. Como hecho curioso, a la selección de Albania no la dejaron jugar ni un partido. En los archivos de la FIFA no se establece razón alguna, pero clasifican su exclusión como “entrada no aceptada”. ¿Fue excluida por motivos de credo? Albania poco y nada tuvo que ver con las guerras mundiales de principios de siglo. Sin embargo, se declaró oficialmente atea en 1967, durante las eliminatorias a México 1970. Ese año, en el país balcánico se cerraron 2.169 iglesias y un número similar de mezquitas; además, se prohibió todo acto religioso por ley.
Así mismo, se les negó la entrada a dos países comunistas de diferentes confederaciones. Por las eliminatorias centroamericanas, la selección de Cuba fue excluida de la ronda de clasificación, cuando Fidel Castro seguía abanderando el proyecto comunista aún después de la crisis de los misiles. Además, por las eliminatorias asiáticas, la selección de Corea del Norte fue relegada a pesar de haber logrado una presentación aceptable en el Mundial de Inglaterra 1966.
No se pierda de este especial: Inglaterra 1966: el Mundial, una cuestión de fronteras
Como hecho histórico de los Mundiales, por primera vez se les otorgó un cupo completo a la confederación asiática y a la africana. Así, se disminuyó la deserción de las selecciones del continente africano, que en las eliminatorias pasadas organizaron un boicot.
Tensión en Medio Oriente
Amos Bar Hava era el preparador físico de la selección de Israel que viajó a México para disputar el Mundial de 1970. Estando con la delegación israelí, el entrenador y coronel activo del ejército tuvo que devolverse a su Estado porque las fuerzas armadas lo pidieron para la guerra. Israel necesitaba con urgencia sus mejores hombres para atacar al Líbano.
Las tensiones en oriente medio, de las cuales Amos Bar Hava iba a participar, se agitaron cuando la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) decidió ejercer con vehemencia lo que su nombre indica. La OLP nació en 1964 con el objetivo de recuperar el territorio palestino entregado al Estado de Israel, a través de acciones políticas y –sobretodo– paramilitares.
El conflicto árabe-israelí estalló justo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Inglaterra cedió sus colonias en Palestina a la ONU. La organización internacional decidió crear el Estado de Israel en este lugar, en respuesta a los pedidos semitas por un territorio exclusivo, merecido tras el genocidio de su gente a manos de la Alemania Nazi. Tras la decisión, inspirada en antiguos pasajes bíblicos que hablan de ‘La Tierra Prometida’ para los judíos, los ciudadanos palestinos se vieron forzados que emigrar a diferentes partes del mundo. Esto, desde luego, desestabilizó la región por completo: el nuevo Estado de Israel compartía todas sus fronteras con países musulmanes, aliados de la disminuida Palestina.
Como era de esperarse, la OLP realizó ataques constantes a Israel en compañía de milicias musulmanes de la región. Sin embargo, el nuevo Estado semita reaccionó con el doble de potencia en todas las oportunidades, y acorraló a sus enemigos dentro de sus fronteras. De hecho, tal era su poder militar que conquistó vastos territorios como la Franja de Gaza y la Península del Sinaí.
Con el tiempo, la OLP se refugió en el Líbano y creó un pequeño Estado que funcionó como sede principal de sus ataques a Israel. Numerosas batallas tuvieron lugar en la frontera libanesa-israelí, pero la respuesta semita siempre fue contundente y devastadora. Desde luego, los israelíes no daban ninguna ventaja, por eso echaban mano de todas sus milicias cuando se trataba de defender la “tierra que Dios les prometió”. El preparador físico Amos Bar Hava, quien era Coronel del Ejército, tuvo que participar en el conflicto a pesar de estar en otro continente, entrenando futbolistas para partidos y no militares para la guerra. El entrenador dejó de lado la disputa futbolística en México, donde contaba con menos hombres y unos botines de cuero que solo disparaban tiros a gol.
Los debutantes de México 1970
La selección de México debutó en su Mundial frente a la URSS, el 31 de mayo en el Estadio Azteca. El nuevo escenario era una maravilla, tenía enormes gradas que lo rodeaban en todas direcciones y que soportaban, en su aforo, a más de 100 mil aficionados clamando por una victoria.
Más de este especial: Chile 1962: el fin del mundo y la primera copa de Colombia
Como hecho histórico, por primera vez se transmitió a color un encuentro del Mundial de Fútbol. El contraste visto en pantalla era inédito, la camiseta mexicana que apenas se distinguía entre el gris de la televisión arcaica, ahora lucía verde con líneas blancas y rojas, y combinaba con el césped del nuevo Estadio Azteca. Fue Guillermo Gonzáles Camarena, un inventor mexicano, quien patentó el primer sistema para transmitir televisión a color, en 1940, y que llegaría a México 1970.
Así mismo, el balón clásico de gajos marrones y naranjas fue reemplazado y enviado a los diferentes museos del fútbol. El Adidas Telstar realizó su debut en el Mundial, una pelota blanca con negro con un diseño más contemporáneo a base de figuras geométricas. Hermoso. Desde entonces, la empresa alemana se convirtió en el principal patrocinador de la Copa del Mundo.
Por otro lado, la mascota del Mundial fue Juanito, un niño de once años que portaba un sombrero típico del país azteca mientras dominaba una pelota con el pie. El joven futbolista vestía la camiseta de su natal México y era un homenaje a los chavos de esta región del planeta.
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Brasil por siempre
La selección brasileña de fútbol se clasificó al Mundial de la mano del técnico João Saldanha. Sin embargo, el entrenador era una figura controvertida en su país por su militancia comunista en época de dictadura militar. Aún más cuestionada fue su problemática relación con el rey Pelé, a quien acusó de tener miopía y problemas de cadera antes de la Copa del Mundo de México 1970.
Cuando el Pelé lo desmintió, João Saldanha salió de la selección brasilera como balón rechazado por defensa central. El cargo lo asumió Mario Lobo Zagallo, quien fue campeón con la verde amarella en los Mundiales de 1958 y 1962. Por supuesto, incluyó en su nómina al mejor jugador de la historia del fútbol.
Brasil se ubicó en el tercer grupo junto a Rumania, Inglaterra y Checoslovaquia. El equipo latinoamericano venció a todos sus rivales, marcando ocho goles y recibiendo solo tres. Era un espectáculo para la vista. Mientras la figura del catenaccio –candado– italiano estaba de moda, los brasileros se arriesgaron con cuatro delanteros, dos mediocampistas y cuatro defensas, con laterales que pasaban al ataque como flechas endiabladas.
Antes de la ronda de eliminación directa se presentó un hecho curioso: el 6 de junio, Italia y Uruguay se enfrentaron por la segunda fecha del segundo grupo. Ambas selecciones habían derrotado a las débiles Suecia e Israel en su debut en el Mundial, por lo que resultaba un partido emocionante para el espectador. Al final todo resultó en un frío empate con el resultado menos conmovedor posible: 0 a 0. Rudolf Gloeckner, de Alemania Federal, fue el juez central del partido. En uno de sus costados se encontraba Kurt Tschenscher, de Alemania Democrática, listo para levantar el banderín amarillo con naranja en caso de fuera de lugar. Las tensiones políticas del Muro de Berlín llegaron hasta México, pues ninguno de los dos quiso darse la mano durante el encuentro y a duras penas se comunicaron porque el trabajo les exigía un mínimo de entendimiento.
Mire del especial: Suiza 1954: Alemania, dividida, por fin conquista el mundo
Luego, en cuartos de final, los brasileños dirigidos por Mario Zagallo enfrentaron a la selección de Perú, el 14 de julio en la caliente Guadalajara. Los Andinos tenían en sus filas al mejor jugador de su historia: Teófilo Cubillas. Sin embargo, Brasil se impuso 4-2 con goles de Rivelino, Tostao y Jairzinho.
En las semifinales del Mundial de México 1970 se dio un hecho sin precedentes: cuatro campeones del mundo llegaron hasta esa instancia. Los latinoamericanos Brasil y Uruguay, y los europeos Italia y Alemania Federal. En el primer partido, los brasileros derrotaron a los charrúas 3-1 en el Estadio Jalisco. En el otro partido, ante la mirada de 102.000 espectadores del Estadio Azteca, los italianos llegaron a la final tras vencer a su rival alemán 4-3. Fue tan emocionante el compromiso que las crónicas de la época lo llamaron “El partido del Siglo”.
La gran final se disputó el 21 de junio en el Estadio Azteca, ante la presencia de 108.000 espectadores y millones más alrededor del mundo. El primer gol del partido lo marcó Pelé de cabeza, casi suspendido en el aire tras centro de Rivelino. Cuando la pelota infló las redes, el astro brasilero saltó para ser abrazado por Jairzinho mientras empuñaba su mano hacia el cielo.
Luego de esto, antes del final del primer tiempo, Italia empató gracias a un remate fuera del área de Boninsegna. Ante tal ofensa, la selección Brasilera se desquitó en el segundo tiempo con goles de Gérson, Jairzinho y Carlos Alberto. Cuando el árbitro central, Rudolf Gloeckner, sentenció el final del partido todo fue fiesta en el Estadio Azteca. A nadie le importaban los lamentos italianos, pues venían desde muy lejos y jugaban muy a la defensiva.
Tal fue el cariño hacia los brasileros que los mismos fotógrafos alzaron al rey Pelé en hombros, y le hicieron poner un sombrero de Charro Mexicano. Los locales quizás pensaron que podría agarrar un micrófono y cantar una ranchera con todo el corazón; sin embargo, el mejor jugador de la copa y del mundo solo tenía talento en los pies.
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El capitán Carlos Alberto subió a las gradas acompañado por sus futbolistas y alzó la Copa Jules Rimet con ambas manos. En las cámaras que transmitían en vivo no cabía una sonrisa brasilera más, pues estaban logrando la misión que el mismo creador del Mundial propuso en su tiempo: “Aquel que gané la Copa Mundial tres veces, se llevará el trofeo para siempre”, propuso Rimet cuando presidia la FIFA.
Así las cosas, Brasil fue el primer tricampeón del mundo, llevándose a casa la figura dorada de Nike –diosa griega de la victoria– para toda la vida. El trofeo fue puesto con orgullo en la Confederación Brasilera de Fútbol. A pesar de tratarse de un objeto legendario, en 1983 sería robada con facilidad por cuatro ladrones que la habrían convertido en lingotes de oro para su venta. Entre los asaltantes se encontraba el joyero argentino Juan Carlos Hernández, quien, aparte de ser un envidioso, fue el único condenado por el hecho. Hoy, la selección de Brasil posee una réplica en su Museo del Fútbol, protegida de aquellos que osan levantarla sin haberla ganado.
*Capítulo del libro Disparos a Gol
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La noche del 7 de junio de 1969, los jugadores de la selección de fútbol de El Salvador no durmieron ni un poco. El equipo se concentraba en un hotel de Tegucigalpa, en Honduras, rodeado de aficionados locales que lanzaron piedras e hicieron sonar cualquier cosa que evitase el buen dormir de los futbolistas. Los ruidos, sin duda, tenían su razón de ser: al día siguiente, salvadoreños y hondureños se iban a enfrentar por un cupo a la ronda final de eliminatorias centroamericanas, rumbo al Mundial de México 1970.
Lo que parecía un fenómeno normal del fútbol en Latinoamérica tenía un trasfondo político mucho más amplio. Las relaciones entre ambos países estaban en su peor momento, y aquella llave de eliminatorias sería el detonante del conflicto que estaba por estallar. Desde décadas anteriores, campesinos salvadoreños cultivaban tierras en Honduras e, inclusive, eran propietarios de grandes haciendas de productos agrícolas. Sin embargo, ante el descontento de jornaleros hondureños que no poseían propiedades, el presidente de tal país, Osvaldo López, decidió aprobar una reforma agraria xenófoba en enero de 1969. En dicho mandato se les expropiaron terrenos a los campesinos provenientes de El Salvador.
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Pronto empezó una persecución contra los campesinos salvadoreños, liderada por grupos armados clandestinos de Honduras. Mientras miles de jornaleros extranjeros intentaron regresar a su país, otros eran asesinados y atemorizados por La Mancha Brava, un grupo paramilitar capaz de lo peor con tal de arrebatar las tierras deseadas.
Inmersos en tal atmosfera se dio el primero de los dos partidos entre Honduras y El Salvador. Ese día, los locales vencieron a los salvadoreños 1-0. Según Ryszard Kapuscinski, cronista quien nombró el conflicto como la “Guerra del Fútbol”, el partido fue tomado como prioridad nacional por ambos países, tanto así que la joven Amelia Bolaños tomó un revolver y se suicidó tras la derrota de El Salvador. “Se paró, se lanzó al cajón del escritorio en donde su papá guardaba la pistola y se disparó una bala en el corazón. ‘Joven no soportó ver a su patria arrodillada’ decía al otro día el periódico salvadoreño El Nacional. El entierro de Amelia Bolaños se transmitió por la televisión y toda la capital participó en el sepelio (…) Detrás del féretro, que iba envuelto en la bandera nacional, iba el presidente de la república rodeado de sus ministros”, describió Kapuscinski en su libro.
Una semana después del primer partido, se jugó la revancha en San Salvador, capital de El Salvador. La noche anterior, los locales devolvieron honores rompiendo las ventanas del hotel, y lanzando huevos podridos y ropa maloliente a los futbolistas visitantes. El día del encuentro, el estadio estaba acordonado por tantos militares que parecía un batallón del ejército. La bandera hondureña fue sustituida por un trapo viejo, mientras los 35.000 hinchas locales chiflaban el himno nacional de su adversario. Al final, la selección de Honduras fue derrotada 3-0, temiendo perder más que el partido.
Luego, el 27 de junio, tras un triunfo para cada equipo, se jugó el partido de desempate en México. Se buscó un campo neutral por obvias razones. Una masa de cinco mil policías mexicanos separó aficionados salvadoreños y hondureños en el Estadio Azteca, previendo a una posible confrontación de hinchas a puños y patadas y, quizás, hasta con machetes. Ese día, la selección del El Salvador ganó 3-2 y solo le quedaría enfrentar a Haití para clasificarse al Mundial de 1970.
La victoria salvadoreña motivó un fuerte discurso de odio en los medios de comunicación de ese país. Quienes no querían la guerra, ahora la deseaban y estaban dispuestos a pelearla. Así entonces, el 14 de julio, El Salvador invadió Honduras por dos frentes, justificándose en las acciones paramilitares contra su gente. La aviación del país centroamericano bombardeo Nacaome, Amapala, Juticalpa, Catacamas, Ocotepeque, Santa Rosa de Copan, Choluteca y la capital Tegucigalpa. Así mismo, su infantería avanzó tanto como sus generales lo desearon, pues doblaban en número a su contrincante.
Después de cuatro días de violencia, la Organización de Estados Americanos intervino para lograr el cese al fuego y la masacre en las fértiles tierras hondureñas. El conflicto fue nombrado como la ‘Guerra de las Cien Horas’, dejando un saldo de seis mil muertos, 12 mil heridos y cinco mil personas sin hogar.
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Un par de meses después de aquella ‘Guerra del Fútbol’, la selección de El Salvador se clasificó a México 1970. Los salvadoreños vencieron en tres partidos a Haití, un modesto rival que solo se ha clasificado a un Mundial en su historia –y que está bien lejos de volverlo a hacer–. Desde luego, los vencedores no tuvieron que viajar largas horas en avión como las selecciones europeas, africanas o asiáticas, pues por primera vez en la historia un país norteamericano organizaba el certamen.
El gobierno de México aprovechó la idea de rotación continental, pocas veces respetada por la FIFA, cuando se empezaron a barajar nombres después de Inglaterra 1966. El país anunció su candidatura asegurando la construcción de un templo de fútbol: El Estadio Azteca, un escenario capaz de contener más de 88 mil almas amantes del balompié. En el congreso de la FIFA de Tokio 1964, cuya finalidad fue elegir la sede del Mundial de 1970, México obtuvo 24 votos por encima de Argentina, su único rival.
Los dirigentes de la FIFA, y delegados de los países afiliados, temían que México no pudiese organizar los Juegos Olímpicos de 1968 y el –recién obtenido– Mundial de 1970, por la proximidad de ambas competencias. Sin embargo, se llegó a un acuerdo para reutilizar la infraestructura de las justas olímpicas, una vez entregadas las medallas y laureados los deportistas. Así, el país azteca se convirtió en el primero en celebrar los máximos eventos del deporte de manera consecutiva.
Sobre México 70: Octavio Paz, el poeta que odiaba los deportes
Los excluidos
En las eliminatorias a la Copa del Mundo de México 1970 participaron 75 equipos, repartidos en confederaciones por continente. Entre todas las selecciones inscritas, solo 14 entrarían a la disputa del certamen final. México e Inglaterra tenían sus cupos asegurados por ser el país organizador y el último campeón respectivamente.
La confederación europea repartió ocho cupos entre 30 equipos. Como hecho curioso, a la selección de Albania no la dejaron jugar ni un partido. En los archivos de la FIFA no se establece razón alguna, pero clasifican su exclusión como “entrada no aceptada”. ¿Fue excluida por motivos de credo? Albania poco y nada tuvo que ver con las guerras mundiales de principios de siglo. Sin embargo, se declaró oficialmente atea en 1967, durante las eliminatorias a México 1970. Ese año, en el país balcánico se cerraron 2.169 iglesias y un número similar de mezquitas; además, se prohibió todo acto religioso por ley.
Así mismo, se les negó la entrada a dos países comunistas de diferentes confederaciones. Por las eliminatorias centroamericanas, la selección de Cuba fue excluida de la ronda de clasificación, cuando Fidel Castro seguía abanderando el proyecto comunista aún después de la crisis de los misiles. Además, por las eliminatorias asiáticas, la selección de Corea del Norte fue relegada a pesar de haber logrado una presentación aceptable en el Mundial de Inglaterra 1966.
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Como hecho histórico de los Mundiales, por primera vez se les otorgó un cupo completo a la confederación asiática y a la africana. Así, se disminuyó la deserción de las selecciones del continente africano, que en las eliminatorias pasadas organizaron un boicot.
Tensión en Medio Oriente
Amos Bar Hava era el preparador físico de la selección de Israel que viajó a México para disputar el Mundial de 1970. Estando con la delegación israelí, el entrenador y coronel activo del ejército tuvo que devolverse a su Estado porque las fuerzas armadas lo pidieron para la guerra. Israel necesitaba con urgencia sus mejores hombres para atacar al Líbano.
Las tensiones en oriente medio, de las cuales Amos Bar Hava iba a participar, se agitaron cuando la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) decidió ejercer con vehemencia lo que su nombre indica. La OLP nació en 1964 con el objetivo de recuperar el territorio palestino entregado al Estado de Israel, a través de acciones políticas y –sobretodo– paramilitares.
El conflicto árabe-israelí estalló justo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Inglaterra cedió sus colonias en Palestina a la ONU. La organización internacional decidió crear el Estado de Israel en este lugar, en respuesta a los pedidos semitas por un territorio exclusivo, merecido tras el genocidio de su gente a manos de la Alemania Nazi. Tras la decisión, inspirada en antiguos pasajes bíblicos que hablan de ‘La Tierra Prometida’ para los judíos, los ciudadanos palestinos se vieron forzados que emigrar a diferentes partes del mundo. Esto, desde luego, desestabilizó la región por completo: el nuevo Estado de Israel compartía todas sus fronteras con países musulmanes, aliados de la disminuida Palestina.
Como era de esperarse, la OLP realizó ataques constantes a Israel en compañía de milicias musulmanes de la región. Sin embargo, el nuevo Estado semita reaccionó con el doble de potencia en todas las oportunidades, y acorraló a sus enemigos dentro de sus fronteras. De hecho, tal era su poder militar que conquistó vastos territorios como la Franja de Gaza y la Península del Sinaí.
Con el tiempo, la OLP se refugió en el Líbano y creó un pequeño Estado que funcionó como sede principal de sus ataques a Israel. Numerosas batallas tuvieron lugar en la frontera libanesa-israelí, pero la respuesta semita siempre fue contundente y devastadora. Desde luego, los israelíes no daban ninguna ventaja, por eso echaban mano de todas sus milicias cuando se trataba de defender la “tierra que Dios les prometió”. El preparador físico Amos Bar Hava, quien era Coronel del Ejército, tuvo que participar en el conflicto a pesar de estar en otro continente, entrenando futbolistas para partidos y no militares para la guerra. El entrenador dejó de lado la disputa futbolística en México, donde contaba con menos hombres y unos botines de cuero que solo disparaban tiros a gol.
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La selección de México debutó en su Mundial frente a la URSS, el 31 de mayo en el Estadio Azteca. El nuevo escenario era una maravilla, tenía enormes gradas que lo rodeaban en todas direcciones y que soportaban, en su aforo, a más de 100 mil aficionados clamando por una victoria.
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Así mismo, el balón clásico de gajos marrones y naranjas fue reemplazado y enviado a los diferentes museos del fútbol. El Adidas Telstar realizó su debut en el Mundial, una pelota blanca con negro con un diseño más contemporáneo a base de figuras geométricas. Hermoso. Desde entonces, la empresa alemana se convirtió en el principal patrocinador de la Copa del Mundo.
Por otro lado, la mascota del Mundial fue Juanito, un niño de once años que portaba un sombrero típico del país azteca mientras dominaba una pelota con el pie. El joven futbolista vestía la camiseta de su natal México y era un homenaje a los chavos de esta región del planeta.
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Brasil por siempre
La selección brasileña de fútbol se clasificó al Mundial de la mano del técnico João Saldanha. Sin embargo, el entrenador era una figura controvertida en su país por su militancia comunista en época de dictadura militar. Aún más cuestionada fue su problemática relación con el rey Pelé, a quien acusó de tener miopía y problemas de cadera antes de la Copa del Mundo de México 1970.
Cuando el Pelé lo desmintió, João Saldanha salió de la selección brasilera como balón rechazado por defensa central. El cargo lo asumió Mario Lobo Zagallo, quien fue campeón con la verde amarella en los Mundiales de 1958 y 1962. Por supuesto, incluyó en su nómina al mejor jugador de la historia del fútbol.
Brasil se ubicó en el tercer grupo junto a Rumania, Inglaterra y Checoslovaquia. El equipo latinoamericano venció a todos sus rivales, marcando ocho goles y recibiendo solo tres. Era un espectáculo para la vista. Mientras la figura del catenaccio –candado– italiano estaba de moda, los brasileros se arriesgaron con cuatro delanteros, dos mediocampistas y cuatro defensas, con laterales que pasaban al ataque como flechas endiabladas.
Antes de la ronda de eliminación directa se presentó un hecho curioso: el 6 de junio, Italia y Uruguay se enfrentaron por la segunda fecha del segundo grupo. Ambas selecciones habían derrotado a las débiles Suecia e Israel en su debut en el Mundial, por lo que resultaba un partido emocionante para el espectador. Al final todo resultó en un frío empate con el resultado menos conmovedor posible: 0 a 0. Rudolf Gloeckner, de Alemania Federal, fue el juez central del partido. En uno de sus costados se encontraba Kurt Tschenscher, de Alemania Democrática, listo para levantar el banderín amarillo con naranja en caso de fuera de lugar. Las tensiones políticas del Muro de Berlín llegaron hasta México, pues ninguno de los dos quiso darse la mano durante el encuentro y a duras penas se comunicaron porque el trabajo les exigía un mínimo de entendimiento.
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Luego, en cuartos de final, los brasileños dirigidos por Mario Zagallo enfrentaron a la selección de Perú, el 14 de julio en la caliente Guadalajara. Los Andinos tenían en sus filas al mejor jugador de su historia: Teófilo Cubillas. Sin embargo, Brasil se impuso 4-2 con goles de Rivelino, Tostao y Jairzinho.
En las semifinales del Mundial de México 1970 se dio un hecho sin precedentes: cuatro campeones del mundo llegaron hasta esa instancia. Los latinoamericanos Brasil y Uruguay, y los europeos Italia y Alemania Federal. En el primer partido, los brasileros derrotaron a los charrúas 3-1 en el Estadio Jalisco. En el otro partido, ante la mirada de 102.000 espectadores del Estadio Azteca, los italianos llegaron a la final tras vencer a su rival alemán 4-3. Fue tan emocionante el compromiso que las crónicas de la época lo llamaron “El partido del Siglo”.
La gran final se disputó el 21 de junio en el Estadio Azteca, ante la presencia de 108.000 espectadores y millones más alrededor del mundo. El primer gol del partido lo marcó Pelé de cabeza, casi suspendido en el aire tras centro de Rivelino. Cuando la pelota infló las redes, el astro brasilero saltó para ser abrazado por Jairzinho mientras empuñaba su mano hacia el cielo.
Luego de esto, antes del final del primer tiempo, Italia empató gracias a un remate fuera del área de Boninsegna. Ante tal ofensa, la selección Brasilera se desquitó en el segundo tiempo con goles de Gérson, Jairzinho y Carlos Alberto. Cuando el árbitro central, Rudolf Gloeckner, sentenció el final del partido todo fue fiesta en el Estadio Azteca. A nadie le importaban los lamentos italianos, pues venían desde muy lejos y jugaban muy a la defensiva.
Tal fue el cariño hacia los brasileros que los mismos fotógrafos alzaron al rey Pelé en hombros, y le hicieron poner un sombrero de Charro Mexicano. Los locales quizás pensaron que podría agarrar un micrófono y cantar una ranchera con todo el corazón; sin embargo, el mejor jugador de la copa y del mundo solo tenía talento en los pies.
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El capitán Carlos Alberto subió a las gradas acompañado por sus futbolistas y alzó la Copa Jules Rimet con ambas manos. En las cámaras que transmitían en vivo no cabía una sonrisa brasilera más, pues estaban logrando la misión que el mismo creador del Mundial propuso en su tiempo: “Aquel que gané la Copa Mundial tres veces, se llevará el trofeo para siempre”, propuso Rimet cuando presidia la FIFA.
Así las cosas, Brasil fue el primer tricampeón del mundo, llevándose a casa la figura dorada de Nike –diosa griega de la victoria– para toda la vida. El trofeo fue puesto con orgullo en la Confederación Brasilera de Fútbol. A pesar de tratarse de un objeto legendario, en 1983 sería robada con facilidad por cuatro ladrones que la habrían convertido en lingotes de oro para su venta. Entre los asaltantes se encontraba el joyero argentino Juan Carlos Hernández, quien, aparte de ser un envidioso, fue el único condenado por el hecho. Hoy, la selección de Brasil posee una réplica en su Museo del Fútbol, protegida de aquellos que osan levantarla sin haberla ganado.
*Capítulo del libro Disparos a Gol
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