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El 21 de junio de 1954, dos semanas después de la milagrosa consagración de Alemania Federal como campeona del mundo, Jules Rimet dejó su cargo como presidente de la FIFA. Al creador del máximo certamen de fútbol ya le pesaban sus ochenta y un años de vida, de los cuales había pasado más de medio siglo enamorado del balompié.
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El francés, de bigote corto y peinado elegante de costado, fue nombrado primer presidente honorario de la FIFA. Por siempre será recordado como el hombre que buscó la unión de las naciones a través del fútbol, cuando la violencia arrasaba la esperanza en el mundo. A raíz de tales esfuerzos, Jules fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1956, sin embargo, ese año el premio no fue otorgado por el Gobierno Sueco.
Según Yves Rimet, nieto del expresidente de la FIFA, en un libro que escribió junto a Renaud Leblond, el Premio Nobel de Paz de 1956 no fue entregado a su abuelo porque murió meses antes de la ceremonia. Para ese momento, las acciones de Jules tenían el peso internacional que él mismo había buscado con la creación del Mundial de Fútbol. Entonces, la FIFA contaba con ochenta y siete naciones afiliadas, siete más que la misma ONU.
El 16 de octubre de 1956, Jules Rimet falleció en Suresnes a unos cuantos kilómetros de París, Francia. En este pequeño municipio habían secuestrado y fusilado resistentes franceses durante la Segunda Guerra Mundial.
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El Premio Nobel de Paz es un honor que el gobierno sueco siempre le deberá a Jules Rimet. El francés, inclusive, le había otorgado a la nación escandinava la suerte de organizar la Copa del Mundo de Fútbol de 1958. En su momento, la delegación sueca presentó su candidatura en el congreso de la FIFA anterior al Mundial de Brasil en 1950. Ganaron a pesar de que el continente americano tenia prelación según la promesa de rotación continental.
Desde luego, Suecia tenía una de las mejores infraestructuras de fútbol para la época: ofreció para el Mundial un total de 12 estadios con capacidad media de 20.000 personas. El país escandinavo, como las naciones fuera de la esfera de influencia comunista, vivía una prosperidad que los soviéticos nunca pudieron –ni quisieron– igualar.
Caminos diferentes
La muerte de Iosif Stalin, en 1953, no acabó con la ideología comunista que se había implementado desde principio de siglo en la URSS. Al contrario, el país soviético mantuvo todas las instituciones del estalinismo, blindadas por el mismo gobierno que parecía invencible. El Partido Comunista de la URSS eligió a Nikita Jrushchov como su sucesor dos años después. El nuevo líder soviético creía en el sistema social igualitario, en la necesidad de una dictadura comunista global y en la inminente caída del capitalismo de occidente.
Tras la llegada de Jrushchov al poder, la cual intentó sostener la esfera de influencia comunista en Europa, la selección de fútbol del país soviético empezó a figurar en el plano internacional. Para las eliminatorias al Mundial de Suecia 1958, la URSS disputó su grupo junto a las selecciones de Polonia y Finlandia. Soviéticos y polacos empataron en puntos al final de las jornadas, sin embargo, la selección liderada por Lev Yashin –la araña negra– tenía una ventaja de +9 en la diferencia de gol. Aun así, ambos equipos jugaron un partido de desempate en Leipzig (Alemania Federal) cuya ganadora fue la selección de la URSS.
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Así, la URSS clasificó a su primera Copa del Mundo. Entre sus filas había uno que otro jugador nacido fuera de Rusia, en uno de los países satélites cuyos gobiernos actuaban como marionetas de Moscú. Los soviéticos no dudaron en elegir como primer uniforme una camiseta tan roja como su bandera.
En el país satélite principal de los comunistas, Alemania Democrática, sus habitantes no gozaban de buena salud. La economía dirigida implementada en el territorio llenó las arcas del gobierno soviético a costas del arduo trabajo del ciudadano alemán, que tuvo que huir refugiándose en su hermana occidental –cuando aún se podía.
En contraste, Alemania Federal se encontraba en su mejor momento después de la Segunda Guerra Mundial. El Plan Marshall, que entregó más de 13 mil millones de dólares en préstamos a Europa Occidental, había levantado la industria teutona de esa región. Y no solo de allí. Todos los países aliados de Estados Unidos en Europa alcanzaron cifras económicas que ni siquiera habían logrado antes la violencia. No hubo nunca más un racionamiento de comida.
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Por otro lado, las colonias occidentales en África clamaron independencia mientras sus gobiernos europeos se recuperaban de la Segunda Guerra Mundial. Los africanos se dividían por lenguas, religiones y lealtades tribales, lo cual suponía un problema de organización territorial posterior. Sin embargo, las potencias que negociaron la autonomía con sus excolonias propiciaron una atmosfera pacífica en el proceso. Es el caso de Gran Bretaña, la cual llegó a acuerdos diplomáticos con las actuales Ghana y Nigeria, primeras republicas en obtener un autogobierno. Así mismo, Francia creó la Comunidad Francesa: una política de ayuda económica a sus excolonias, con el objetivo de mantener lazos diplomáticos después de la separación.
Esta fase de descolonización africana tomaría un periodo de 20 años, con diferentes etapas de violencia en algunos países, que terminó por convertir a este continente en una de las regiones más pobres y desiguales del planeta. Los territorios africanos apostaron todas sus energías en el proceso de independencia, por lo que asistir a la fase clasificatoria de la Copa del Mundo de Suecia no era una prioridad para los gobiernos.
Así mismo, las eliminatorias en Asia y África estuvieron plagadas de deserciones por motivos religiosos. Las selecciones de Estados musulmanes como Sudan, Turquía, Egipto e Indonesia se negaron a jugar contra el Estado Judío de Israel. Los semitas, quienes ocupaban la mitad del territorio musulmán de Palestina por determinación de la ONU, casi acceden a la Copa del Mundo de 1958 sin jugar ningún partido.
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La FIFA dispuso, entonces, que la selección de Israel tenía que disputar al menos un partido. Primero pensaron en elegir a las eliminadas Italia y Uruguay para un partido de repechaje inédito, sin embargo, ninguna de las campeonas del mundo aceptó la propuesta. Luego, el máximo organismo del fútbol ofreció el partido a la selección de Gales que, aprovechando la situación, eliminó a Israel y se metió en la fase de grupos del Mundial de Suecia.
El niño que se convirtió en Rey del Mundo
Un total de 16 selecciones se clasificaron a la Copa del Mundo de Suecia 1958. Para sortear los grupos de la primera fase, se ordenaron cuatro bombos con igual número de países según su posición geográfica: América, Europa Occidental, Europa Oriental y Gran Bretaña.
La selección de Brasil se ubicó en el cuarto grupo junto a la URSS, Inglaterra y Austria. Su guardameta, Gylmar, fue inscrito con la camiseta número tres. Pasaba que entonces, los dorsales solo servían para marcar las situaciones puntuales de cada jugador, sin ningún tipo de matiz emocional o posicional. Sin embargo, en este Mundial cobraría vida el primer número.
Un pequeño jugador del Santos FC de Brasil, poco conocido a nivel nacional, se coló en la lista final del seleccionado brasileño. El entrenador Vicente Feola había conocido a Edson Arantes do Nascimiento Pelé en un torneo internacional en Brasil. Aunque llevaba menos de un año como jugador profesional, Vicente lo hizo debutar en la selección absoluta con 16 años. Así, flaco y escurridizo, pero goleador de nacimiento.
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Cuando Brasil disputó las eliminatorias contra el seleccionado peruano, Pelé estaba lesionado de su rodilla derecha. Aun así, encontró un lugar en el plantel que viajó a Suecia y fue inscrito al torneo con la camiseta número 10, pero solo porque no habían más. Ese jugador menudito, habilidoso como solo Brasil produce en sus calles, llevó a su selección a la final del mundo.
Pelé no jugó en el debut victorioso de la selección brasileña contra Austria, a quienes golearon 3-0. En el segundo partido contra Inglaterra tampoco pudo ingresar y ese día el marcador terminó en tablas sin goles que recordar. Sin embargo, el jugador del Santos FC debutó contra la URSS de Lev Yashin en la última fecha de la fase de grupos. Los asistentes al Estadio Nya Ullevi, en Gotemburgo, fueron testigos del triunfo brasileño por dos goles, y el nacimiento de la máxima estrella de la historia del fútbol.
En cuartos de final, Brasil enfrentó a la favorecida Gales, la cual pasaba de ronda aprovechando las oportunidades del destino. Ese día, el 19 de junio, Pelé marcó su primer gol en Copas del Mundo. El delantero recibió el balón con el pecho en el área, luego se giró enfrente del arco antes de que su marcador se diera cuenta y remató fuerte a la mano derecha del arquero británico. O Rey saltó con la energía de un niño que juega en el barrio, agarró el balón dentro del arco, cerquita de la malla y lo abrazó tanto como sus delgados brazos se lo permitieron. Brasil a semifinales.
El siguiente rival de la verde amarella fue la selección de Francia, la cual tenía en su nómina al goleador del torneo: Just Fontaine. La artillería pesada de los galos poco le importó a la selección de Pelé, pues el brasileño les marcó tres goles y los envió a casa a escuchar la final por radio.
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La gran final se disputó en el Estadio Rasunda, en Solna. La selección de Suecia llegó al último partido tras eliminar a la defensora del título, Alemania Federal, con una goleada 4-1. Con el apoyo de su fanaticada, los escandinavos eran los favoritos a levantar la Copa Jules Rimet. Sin embargo, apenas pudieron agarrar las sombras de los regateadores brasileños. Los dirigidos por Feola no jugaron con la pelota, sino con sus contrincantes.
Suecia clavó el primer gol a los cuatro minutos en la portería defendida por Gylmar. Ante tal ofensa, los brasileños respondieron metiéndoles cuatro goles en su propio estadio ante la mirada de todos. Una suerte de desquite por lo que Uruguay logró en 1950 en el mismísimo Estadio Maracaná. “Papa, no llores. Voy a ganar una Copa del Mundo para ti”, le dijo Pelé a su padre cuando lloraba, el día que Brasil perdió su Mundial.
En un lapso de desconcentración brasileña, los escandinavos lograron su último descuento al 80′. Sin embargo, los latinoamericanos aumentaron el ritmo y lograron cerrar el marcador con un gol de Pelé en los minutos finales del encuentro. El nuevo Rey del Mundo se elevó y remató de cabeza para terminar con las ilusiones de Suecia, que nunca más estuvo tan cerca de la gloria.
Y al final del partido, ahí estaba Pelé, llorando como su padre cuando Brasil perdió el Mundial de 1950, solo que esta vez las lágrimas eran de felicidad. Protegido en los brazos del varonil Gylmar, quien lo abrazó como quien ama a alguien de verdad. Ese día, un niño negro liberó las cadenas de la tristeza brasileña, nación que levantó la Copa Mundial por primera vez en su historia. Desde luego, el más feliz de todos fue “el 10″, y no me refiero a Pelé sino al mismo número que vistió, que desde entonces se posa en las mejores espaldas del fútbol.
*Capítulo del libro Disparos a Gol
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