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Édgar Rentería, una leyenda en las Grandes Ligas

“¿Quién es el flaquito ese?”, fue el grito del “scouting” que fichó a un talentoso joven que estaba destinado a triunfar en el béisbol de los Estados Unidos.

Andrés Montes Alba
13 de diciembre de 2020 - 02:06 a. m.
En la MLB, Rentería jugó con los Marlins, los Cardenales, los Medias Rojas, los Bravos, los Tigres, los Gigantes y los Rojos. / AP
En la MLB, Rentería jugó con los Marlins, los Cardenales, los Medias Rojas, los Bravos, los Tigres, los Gigantes y los Rojos. / AP
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La carta de presentación de Édgar Rentería es la de aquellos tocados por el talento y el éxito. Se dice y se lee rápido, pero cuesta bastante lograr lo que él hizo: dos Anillos de Campeón de Serie Mundial, dos Guantes de Oro, tres Bates de Plata y seis Juegos de las Estrellas. Toda una vida de credenciales marcadas por el esfuerzo y la disciplina.

Con tan solo 21 años, Rentería era el torpedero titular de un equipo como los Marlins que luchaban por el título de Serie Mundial en su quinta temporada en las Grandes Ligas. Apenas un par de años antes se la pasaba jugando fútbol en la calle con sus hermanos (tiene siete) en el barrio Montecristo, un lugar que cuando fue niño era de los más marginales de Barranquilla, aunque hoy la cosa no ha cambiado mucho.

Lo que sí se transformó fue su vida. Y lo hizo, en parte, por casualidad. Por esas cosas que a veces tiene el destino de incierto y repentino. Édgar siempre ha admitido su pasión por el fútbol, su gusto por verlo y jugarlo. De hecho, se dedicó primero a patear balones que a agarrar un bate de béisbol.

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Fue en una prueba que le hicieron a uno de sus hermanos, para firmarlo, en la que sin quererlo recibió la oportunidad. Édgar estaba de brazos cruzados en la grada del estadio Tomás Arrieta donde solía entrenar, y así, como quien no quiere la cosa, reaccionó al grito de Levy Ochoa. “Hey, ¿quién es el flaquito ese?”. Se llama Édgar, uno de los Rentería, le respondieron a Ochoa, un viejo zorro del scouting, un venezolano que conoce el béisbol del Caribe como pocos.

Y así Rentería fue marcando paso. No más de tres temporadas en Ligas Menores, en las filiales, imponiendo récords y siendo decisivo cada vez que iba al bate, así su posición fuese la de shortstop. “El rendimiento lo hace la disciplina”, decía con orgullo mientras se alistaba para jugar con los Bravos de Atlanta varios años después de su debut.

Una disciplina que cultivó día a día. Como a muchos deportistas, estar en un país ajeno le significó un reto. El idioma, los horarios, la comida. Al comienzo le costó aprender inglés. Tomó sin descanso cursos en el tiempo libre después de los entrenamientos, pero con varios meses, casi un año, solo alcanzó a decir las palabras básicas para comunicarse con sus compañeros en el campo. Hoy vive en Miami y se expresa con fluidez.

Rentería, a diferencia de algunos deportistas, siempre fue constante. Se mantuvo vigente durante los casi 15 años en las Grandes Ligas, a excepción de una temporada en la que estuvo lesionado. Siempre fue aplaudido por los fanáticos, esperado por los aficionados para que firmara pelotas, gorras y guantes a la salida de los estadios. Siempre fue visto como un estelar en la mejor Liga de béisbol del mundo.

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Desde su llegada a las Mayores, Rentería fue un hombre récord. En su carrera superó de lejos lo hecho por leyendas del béisbol nacional, como Luis Castro, Orlando Ramírez y Joaquín Jackie Gutiérrez, los tres únicos jugadores del país que llegaron a la pelota norteamericana antes que él, y que hoy son casi que un mito antiguo al que nadie evoca. Todos los reflectores y elogios se los llevó el Niño de Barranquilla. Los años dan madurez y también dimensionan los logros. Casi una década ha pasado desde su retiro. “El cuerpo me dijo que ya estuvo bueno, que ya basta”. Con un poco de resignación, humildad y alegría Rentería dijo adiós a su laureada vida como deportista. No logró llegar a los tres mil hits. “También me hubiese querido ganar el Baloto, pero no se puede”, bromeó cuando le intentaron recriminar sus objetivos no cumplidos. Con el tiempo su leyenda creció.

Entró al Salón de la Fama de los beisbolistas latinoamericanos y, tiempo después, como por 2016, llegó a ser nominado al Hall of Fame de la MLB, aunque tres miembros de la Asociación de Cronistas de Béisbol votaron no a su llegada. “A Rentería le pasó factura el que su desempeño tanto en ofensiva y defensa decayera después de los 30 años”, argumentó Éric Núñez, editor de deportes de la agencia AP.

En sus años de estelar su salario llegó a ser mejor que el que recibía Juan Pablo Montoya, otro grande de su tiempo. Hoy, cuando el dinero no es una preocupación, son conocidos sus actos de generosidad, en especial en Navidad con los niños de su ciudad. Y no solo eso, es el dueño y la máxima cabeza de los Gigantes de Barranquilla, una novena de dos años de vida y que actualmente disputa la Liga Colombiana de Béisbol Profesional. “Mi equipo hoy tiene un pésimo rendimiento”, admite entre risas, mientras recibe el galardón como Deportista de la Década de los 2000.

En una entrevista en 2007, cuando jugaba para los Bravos de Atlanta, se tomó su tiempo para responder a la pregunta de ¿dónde radicaba parte de su talento? Levanto su mirada, vio a varios de sus compañeros alistando los uniformes y dijo que el nombre lo decía todo, que las Grandes Ligas eran para los más grandes. “El que está aquí es porque se lo merece”. Hoy, 13 años después, sigue estando en el olimpo del deporte colombiano. Tanto que para algunos fue el mejor deportista de la década y vaya que es difícil ser el mejor en su tiempo. Y así algunos lo discutan, Rentería fue único para el béisbol, un deporte que hoy vuelve a sonar por el cartagenero Giovanny Urshela, uno de esos tantos pupilos que él ha ayudado a impulsar y que llegaron gracias a los batazos de Rentería, como su histórico hit en 1997 con los Marlins. Un golpe que lo conectó a la gloria, esa que es eterna.

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beb(lam85)13 de diciembre de 2020 - 07:43 p. m.
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