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Un día antes de debutar en el Campeonato Suramericano de Natación, en la prueba de duetos artísticos, Estefanía Álvarez se rompió el tímpano. Ocurrió en un entrenamiento cuando en el último salto de la jornada sintió cómo se le desgarraba el oído al entrar en contacto con el agua.
Con la lesión llegó la angustia. Más allá del dolor, tuvo miedo. Después de meses sin competir, como consecuencia de la pandemia, esta era su oportunidad de volver al agua, pero este percance puso en riesgo su participación en el torneo.
Los problemas con sus oídos no eran algo nuevo para ella, es más, en cada uno tiene una timpanoplastia, tratamiento quirúrgico que sirve para tratar infecciones y reparar el tímpano. Estefanía Álvarez ha vivido con esos dolores a lo largo de su carrera y, de alguna forma, aprendió a manejarlos.
No obstante, el dilema estaba en que ella sabía que el tiempo que le tomaría recuperarse la sacaría de la competencia. De hecho, vivió una situación parecida hace cinco años, en el Suramericano de Asunción, aunque esa vez tuvo una fuerte infección que afectó gravemente su rendimiento.
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Ahora, en Argentina, a pesar de que no se había infectado, la lesión era la misma y había que tomar una decisión en cuestión de horas. Hubo pánico, pero ella trató de tranquilizarse. Algo que siempre hace, en medio del estrés de la competencia, es recordar su niñez y la razón por la que llegó por primera vez al agua, que es como le gusta llamar a su deporte.
Tenía ocho años y una profesora le dijo a su mamá: “Estefanía tiene talento para la natación artística”. Sus padres no dudaron y decidieron llevarla a los entrenamientos. Antes que un trabajo, una profesión o una competencia, para ella el nado artístico era un juego.
Recuerda que cuando empezó le gustaba escoger canciones con sus amigas, mientras grababan videos bailando en el agua. Así empezó a practicar un día, después dos y al final fue la semana entera, por gusto, porque se divertía.
Pensar en eso la tranquilizó y la ayudó a decidir que seguiría en competencia. No fue una determinación tomada en solitario, el equipo médico de la delegación ideó una y mil formas, y practicó cientos de trucos para que el agua no le entrara en el oído al sumergirse. Eso era lo fundamental.
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Y, además, Mónica Sarai Arango, su compañera, le ayudó a tomar la decisión. Ellas son muy unidas, solo compiten juntas y no tienen reemplazos en el equipo, así que era sencillo: lo hacían las dos o simplemente no lo hacían.
La emoción por volver a disputar un torneo era tanta, que no importaron los problemas físicos. Pese a la lesión, Estefanía Álvarez compitió y lo hizo de gran manera. En duetos y en grupos se llevó las medallas de oro. Coronó con la delegación colombiana una actuación histórica, ganando el campeonato absoluto de la especialidad de natación artística en el Suramericano, por primera vez en la historia de Colombia y por encima del gran favorito: Brasil.
El oído, por supuesto, dolió, pero ella no cambiaría por nada la sensación que sintió al volver a caminar hacia una plataforma a presentar su acto y entrar en contacto con el agua.
Ese momento de las rutinas, las repeticiones y los errores, que repasó mil veces en su cabeza, hizo que se sintiera viva de nuevo. Esos segundos, en los que solo pensaba en el miedo a equivocarse y en que su equipo lo perdiera todo, fueron indescriptibles. Los nervios previos a entrar al agua y repetir las figuras que ha hecho desde que tenía ocho años la hicieron divertirse de nuevo.
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La memoria se juega todo en la natación artística. En la mente, la sincronización y las rutinas, que se repiten una y otra vez, se meten hasta en los sueños y a veces los convierten en pesadillas.
Para Estefanía Álvarez es común soñar, aterrorizada, que cualquier detalle se sale de control. Puede ser un cabello fuera de lugar, la moña que se desajusta, el maquillaje que se corre o la rutina que se borra de la cabeza. Ese, el de la mente en blanco, es el peor de sus temores, la pesadilla que la ha despertado muchas noches.
Pero, cuando llega el momento de competir no hay tiempo de pensar en nada más. La cabeza solo puede ocuparse de no equivocarse y mantener en regla cada mínimo detalle.
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Después, cuando termina la presentación, la mente ya tiene permiso de volar. Estefanía Álvarez tiene muchos sueños. Está a punto de graduarse de Estadística en la Universidad Nacional, pero no podrá ir a su grado porque tiene que competir. Ahora está estudiando una maestría en Gerencia de Proyectos y en sus ratos libres descubrió una nueva pasión que la tiene obsesionada: el kitesurf.
Sin embargo, tiene un anhelo que ha rondado sus pensamientos en los últimos cuatro años: volver a los Juegos Olímpicos. Cuando clasificó a Río, inmediatamente le compró los tiquetes a su mamá para que fuera a verla desde la tribuna. Esta vez no podrá ser así por la pandemia, pero en sus sueños se ve en Tokio, con su mamá saltando y animándola desde la grada, orgullosa, como siempre, de esa hija que ha vivido casi toda una vida debajo del agua.
Por: Fernando Camilo Garzón - @FernandoCGarzon