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Le pusieron Lewis por el estadounidense Carl Lewis, el hombre que siempre anduvo a prisa, la figura de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984 con cuatro medallas de oro en atletismo, el hijo del viento.
Hamilton nació un año después en Tewin, una población a 47 kilómetros de Londres, de casas coloniales y jardines repletos de hojas en la primavera. Un lugar tranquilo, de ritmos mansos, de un estilo de vida flemático.
Sus padres, Anthony y Carmen, se separaron cuando tenía dos años, cuando él todavía no era consciente de sí mismo, cuando el amor fue un problema que desencadenó en más problemas. La custodia fue para la mamá hasta los 12 años, cuando ella misma decidió que el papá podría potencializar la pasión de su hijo por los carros, por la velocidad, por las ganas de ir más rápido.
Por eso, sin remordimientos, dejó que Lewis se fuera a Stevenage, donde Anthony se había radicado y tenía otra familia. “Se me partió el corazón, pero tenía que dejarlo ir”, declararía su madre en una entrevista al diario Sunday Mirror cuando le preguntaron el porqué de la separación con su hijo.
One team, one dream. Thank you Mercedes ❤️ #92 pic.twitter.com/mWqgsOfD8E
— Lewis Hamilton (@LewisHamilton) October 26, 2020
En el colegio Lewis se hizo muy amigo de otro pequeño afrodescendiente con el que jugaba fútbol en los descansos. Ambos tenían talento con la pelota, ambos discutían entre risas sobre cuál iba a ser mejor. Ashley Young, hoy jugador de Inter de Milán, le ganó a Hamilton, al fin de cuentas, la disputa con el balón.
“Jugaba en la misma posición mía. Se dio cuenta de que al frente del volante le podía ir mejor y por eso renunció a seguir jugando”, reconocería Young. Pero no todo fueron buenos resultados deportivos ni grandes carreras en karts.
To the legends before me, thank you for paving the way 🙏🏾 https://t.co/u9hIcdKz2j
— Lewis Hamilton (@LewisHamilton) October 25, 2020
Hamilton también fue pendenciero, respondón y arrojaba golpes cuando lo increpaban niños más grandes. De hecho, en el colegio católico John Henry Newman se vio implicado en muchas riñas. Y una de estas dejó a un niño en el hospital con serias lesiones.
“Les dije que no había tenido nada que ver en esa pelea, pero como era de esperarse, no me creyeron”. Sus relaciones con los demás, un poco caóticas, le crearon una fama y tuvo que pagar así, para que la sinceridad fuera su única defensa. Tiempo después se comprobaría que ese altercado no tenía su firma y recibió unas disculpas públicas no sólo de la institución, sino del Ministerio de Educación.
El temperamento no distinguió contexto, mucho menos momentos. Y eso fue lo que le llamó la atención a Ron Dennis, cuando un pequeño de 13 años, del que tenía buenas referencias por su manera intrépida de manejar que rozaba lo temerario, se le acercó en una gala de la revista AutoSports y le arrojó siete palabras, cada una más contundente que la anterior.
- Algún día voy a conducir para tu equipo.
- Llámame en nueve años y hablamos.
No pasó todo ese tiempo. Apenas fueron necesarios tres. Dennis buscó a Hamilton, el que lavaba autos en un concesionario Mercedes en el verano para conseguir dinero para sus cosas, y le propuso que fuera parte del programa de promesas de McLaren. Ahí ya ostentaba el título europeo en karts y ganaría, después, la Fórmula Renault, el F-3 Euroseries y, en 2006, la corona del GP2 Series, considerado como el trampolín a la Fórmula 1.
El 24 de noviembre de ese año se oficializó su llegada a la Gran Carpa y que su compañero en la escudería británica sería el español Fernando Alonso (arribó para reemplazar al colombiano Juan Pablo Montoya). En esa temporada, y con 22 años, se convirtió en el líder del campeonato de pilotos más joven de la historia, se mantuvo en el podio durante las nueve primeras carreras. Ganó cuatro pruebas (Canadá, Estados Unidos, Hungría y Japón) y apenas perdió el título por un punto con Kimi Raikkonen (110-109).
El choque de egos, de querer tener el lugar del otro, desencadenó en una mala relación con Alonso, profesional y personal, y que se solucionó al año siguiente con la ida del ibérico al equipo Renault. Luego llegaría lo inevitable: el título de 2008, dos más ya con Mercedes (2014, 2015); la separación de su padre, el hombre ominoso que intentó controlar su carrera y su vida.
Después llegaría su cuarto título de Fórmula 1, el quinto, el sexto y ahora todo parece indicar que vendrá el séptimo. Lo más importante -no para él- es que ya es el más ganador de la Gran Carpa con 92 victorias dejando atrás el récord de Michael Schumacher, algo imposible que Hamilton, con temple, hizo posible.
*Texto publicado originalmente en octubre de 2017