Eran las épocas del auge del ferrocarril y del telégrafo. Las noticias viajaban más rápido que antes y se sabía, en menor tiempo, lo que estaba ocurriendo aquí y allá. Así fue que Pierre de Coubertin (Francia, 1863) llegó a una conclusión lógica que soportó lo que parecía una fantasía individual: el gusto por el deporte renacía en todo el mundo. Suiza invitaba a los mejores tiradores del continente a participar en competencias locales, los ciclistas rodaban en los velódromos más antiguos, entre ellos el de Ereván (Armenia), Inglaterra...
Por Camilo Amaya
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