Pedro Causil
Un joven que recién bordea la mayoría de edad, vive solo en Medellín hace tres años, apenas conoce de día el Parque Lleras y pasa la mayor parte del tiempo en el apartamento, donde le gusta cocinar -mientras el cansancio no amenace la buena sazón que dice tener-, podría estar más cerca del seminario que de cualquier otro lugar.
Fabián M. Rozo Castiblanco
Pero en el caso de Pedro Causil, un amor, y no por despecho propiamente, lo llevó a renunciar a varios caprichos infantiles y a uno que otro gusto de adolescente. “Creo que me enamoré del patinaje a los siete años en Cartagena, cuando competí en mi primer torneo y gané dos medallas que ni me acuerdo de qué fueron”, recuerda este cartagenero que no representó a su ciudad aquella tarde en la que la línea de meta hacia sus sueños se trazó infinita, ya que donde aprendió a tener equilibrio sobre ruedas y padeció las primeras caídas fue en San Andrés.
Sus padres se radicaron en la isla por cuestiones de negocios y así le gustara correr todos los días al lado del mar, al carecer el archipiélago de un escenario adecuado para perfeccionar la que en ese entonces era apenas una afición, tomó una decisión que embaló su vida deportiva para siempre.
Ni siquiera su condición de único varón de la familia y para colmo el menor, lo hizo dudar y fue así como el consentido de la casa está desde los 10 años “sin mis papás, porque cuando me enrolé del todo al patinaje, me fui a vivir a Cartagena, donde podía mejorar y competir sobre todo”.
Difícil pero a la vez necesaria, la mudanza al menos incluyó la compañía de su hermana Jeimy, tres años mayor que él y quien en más de una ocasión “hizo de papá y mamá porque cuando me daba mamitis o papitis, ella me apoyaba mucho, aunque creo que esa experiencia dejó más cosas buenas que malas”.
Por eso a la separación siempre intenta “verle el lado positivo y por ejemplo vivir durante tanto tiempo solo te enseña a ser muy maduro desde muy pequeño y también demasiado independiente, lo cual se necesita para cualquier actividad y en determinados momentos de la vida”.
Tampoco desconoce que “se perdió algo de la niñez, porque no hay como estar con los papás”, pero de igual forma entiende que “todos esos sacrificios que ellos han hecho por mí, espero devolvérselos en triunfos”. Y de la promesa, a la realidad: siete campeonatos mundiales, cuatro de ellos logrados este año en Gijón, España, con récord orbital incluido en los 300 metros CRI, lo que le convirtió en rey de la selección colombiana de patinaje y el jueves pasado en el mejor deportista juvenil de El Espectador 2008.
Entonces cuando ve el oro brillar en su pecho o levanta una copa, de inmediato su mente hace ‘play’ en las palabras que su hermana Jeimy, antes de radicarse en Estados Unidos, le dijo el día que se despidieron telefónicamente porque justo él se encontraba concentrado: “Nunca deje de luchar, porque el esfuerzo siempre deja ganancias”. Dicho y hecho.
Administrará más que títulos
El múltiple campeón mundial de patinaje podría asumir la vida por deporte, pero su corta carrera ya le ha enseñado que la gloria es efímera, mientras el estudio no.
Ya se graduó de bachiller el año pasado y aunque este “fue en cierta forma sabático en las aulas para dedicárselo de lleno al patinaje, ya comienzo universidad en enero”.
Y es que ahora que entrará a competir en mayores, también espera hacerlo más preparado y por eso desde el próximo semestre estudiará Administración de Empresas, “no tanto para asociarlo con el patinaje, sino ser el apoyo en la empresa de mis padres, porque si puedes ir aplicando lo que aprendes, creo que saldrás mejor capacitado”.
Pero en el caso de Pedro Causil, un amor, y no por despecho propiamente, lo llevó a renunciar a varios caprichos infantiles y a uno que otro gusto de adolescente. “Creo que me enamoré del patinaje a los siete años en Cartagena, cuando competí en mi primer torneo y gané dos medallas que ni me acuerdo de qué fueron”, recuerda este cartagenero que no representó a su ciudad aquella tarde en la que la línea de meta hacia sus sueños se trazó infinita, ya que donde aprendió a tener equilibrio sobre ruedas y padeció las primeras caídas fue en San Andrés.
Sus padres se radicaron en la isla por cuestiones de negocios y así le gustara correr todos los días al lado del mar, al carecer el archipiélago de un escenario adecuado para perfeccionar la que en ese entonces era apenas una afición, tomó una decisión que embaló su vida deportiva para siempre.
Ni siquiera su condición de único varón de la familia y para colmo el menor, lo hizo dudar y fue así como el consentido de la casa está desde los 10 años “sin mis papás, porque cuando me enrolé del todo al patinaje, me fui a vivir a Cartagena, donde podía mejorar y competir sobre todo”.
Difícil pero a la vez necesaria, la mudanza al menos incluyó la compañía de su hermana Jeimy, tres años mayor que él y quien en más de una ocasión “hizo de papá y mamá porque cuando me daba mamitis o papitis, ella me apoyaba mucho, aunque creo que esa experiencia dejó más cosas buenas que malas”.
Por eso a la separación siempre intenta “verle el lado positivo y por ejemplo vivir durante tanto tiempo solo te enseña a ser muy maduro desde muy pequeño y también demasiado independiente, lo cual se necesita para cualquier actividad y en determinados momentos de la vida”.
Tampoco desconoce que “se perdió algo de la niñez, porque no hay como estar con los papás”, pero de igual forma entiende que “todos esos sacrificios que ellos han hecho por mí, espero devolvérselos en triunfos”. Y de la promesa, a la realidad: siete campeonatos mundiales, cuatro de ellos logrados este año en Gijón, España, con récord orbital incluido en los 300 metros CRI, lo que le convirtió en rey de la selección colombiana de patinaje y el jueves pasado en el mejor deportista juvenil de El Espectador 2008.
Entonces cuando ve el oro brillar en su pecho o levanta una copa, de inmediato su mente hace ‘play’ en las palabras que su hermana Jeimy, antes de radicarse en Estados Unidos, le dijo el día que se despidieron telefónicamente porque justo él se encontraba concentrado: “Nunca deje de luchar, porque el esfuerzo siempre deja ganancias”. Dicho y hecho.
Administrará más que títulos
El múltiple campeón mundial de patinaje podría asumir la vida por deporte, pero su corta carrera ya le ha enseñado que la gloria es efímera, mientras el estudio no.
Ya se graduó de bachiller el año pasado y aunque este “fue en cierta forma sabático en las aulas para dedicárselo de lleno al patinaje, ya comienzo universidad en enero”.
Y es que ahora que entrará a competir en mayores, también espera hacerlo más preparado y por eso desde el próximo semestre estudiará Administración de Empresas, “no tanto para asociarlo con el patinaje, sino ser el apoyo en la empresa de mis padres, porque si puedes ir aplicando lo que aprendes, creo que saldrás mejor capacitado”.