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Rafael Nadal, hasta la última gota

El español, de 38 años, anunció su retiro oficial de las canchas. Su despedida será en la final de la Copa Davis, en Málaga del 19 al 24 de noviembre. La mirada a un ídolo.

Olga Lucía Barona
13 de octubre de 2024 - 02:00 p. m.
El español Rafael Nadal siempre fue un verdadero gladiador en las canchas.
El español Rafael Nadal siempre fue un verdadero gladiador en las canchas.
Foto: EFE - Scott Barbour

Un despertar normal a las cinco de la mañana del 10 octubre, mirar redes, sí, y encontrarse con un video de cuatro minutos y 49 segundos de tu ídolo, diciendo (con un largo suspiro y ojo aguado): “Hola a todos, estoy aquí para comunicaros que me retiro del tenis profesional. La realidad es que han sido unos años difíciles, estos dos últimos especialmente; creo que no he sido capaz de jugar sin limitaciones; es una decisión que evidentemente es difícil, que me ha llevado tiempo tomarla, pero en esta vida todo tiene un principio y un final, y creo que es el momento adecuado para poner un punto final a lo que ha sido una carrera larga y mucho más exitosa de lo que jamás me hubiera podido imaginar”.

El corazón se agita y la memoria se va de inmediato a los lugares donde fuiste feliz, muy feliz, por él. Cuando un ídolo se despide solo hay palabras de agradecimiento. RAFAEL NADAL PARERA, así en letras mayúsculas, se va de las canchas después de 23 brillantes años en el profesionalismo, no sin antes dejar récords para la historia: es el segundo tenista masculino en ganar 22 títulos de Grand Slam, solo superado con 24 por el serbio Novak Djokovic, aún activo.

El considerado rey de la arcilla, por conquistar 14 coronas en el Roland Garros, también es el profesional masculino más joven de la historia en conseguir el Golden Slam, que significa ganar los cuatro grandes y la medalla olímpica, honor que comparte con Djokovic y Andre Agassi.

Tras 1.291 partidos disputados, 1.070 de ellos ganados y 209 semanas como el número uno del mundo, uno de los mejores tenistas de la historia pondrá el punto final a su carrera disputando, en noviembre próximo, la Copa Davis con España, su país, que ama con las entrañas y por ello precisamente decidió esa fecha para decir adiós.

En los anaqueles quedarán registrados todos sus logros deportivos, cifras, estadísticas y récords, pero tal vez no en donde está su verdadera grandeza, esa misma que ya lo hizo inmortal. Todo comenzó, en Manacor (donde nació), a los tres años, cuando pegó sus primeros golpes con una raqueta, al lado de su tío Toni Nadal, su maestro, gestor, entrenador..., su todo. Mientras que también jugaba al fútbol como delantero —es hincha ferviente del Real Madrid— su padre, Sebastián, lo impulsó a tomar una decisión. Y ya sabemos cuál fue.

Así que empezó a entrenarse con su tío en una academia. Como él mismo lo relata en libro Rafa, mi historia, escrito por John Carlin, Toni le exigía más que a sus otros alumnos; de hecho, tras terminar las prácticas lo ponía a recoger todas las bolas. Lo presionaba, lo forzaba, hasta tal punto de que un buen día Toni le dijo que, siendo diestro, jugara como zurdo para proyectar mejor su juego. ¡Y vaya que funcionó!

Toni Nadal lo único que pretendía con esa aparente dureza —que hoy agradece Rafa— era forjar un campeón, pulir a un profesional que fuera más allá de las frías estadísticas, un tenista combativo que nunca diera por perdido un punto, un partido; que luchara hasta el último aliento, hasta la última gota. Y efectivamente ese es Nadal: una ‘Fiera’.

En 2008, cuando ya había ganado tres Roland Garros y los expertos ya lo llamaban el Rey de la Arcilla, hablaban también de la poca probabilidad de que Nadal ganara sobre el césped, pero ese año lo hizo. Ya había llegado dos veces a la final de Wimbledon y dos veces había caído ante el dueño de casa: Roger Federer. Y Nadal, a punta de talento, claro, pero también de esta combatividad de la que hablamos y esa lucha hasta la última gota derrotó al suizo, en una final que bautizaron como la mejor de la historia del tenis mundial, pues el español cortó una racha de cinco títulos de Roger, en una batalla que duró cuatro horas y 48 minutos, en cinco electrificantes sets.

Ese día Nadal dijo acá estoy. Y ganó 14 Roland Garros, dos Abiertos de Australia, dos Wimbledon y cuatro US Open. Un total de 92 títulos ATP, medalla de oro olímpica y la Copa Davis con su amada España. Y habrían podido ser muchos más si no hubiera sido por las lesiones que tanto lo agobiaron. La cuenta de sus lesiones ya la perdí, pero buscando en medios especializados hablan de 24, casi que, en todas partes de su cuerpo, pero especialmente en rodillas, pie, muñeca y abdomen. “No recuerdo un partido de mi carrera sin dolor”, decía Nadal con frecuencia. Y si bien esas mismas lesiones fueron las causantes de su retiro definitivo, muchas veces Rafa también salió de ellas a lo grande, con el último aliento, con la última gota. Tras repetidas operaciones e incapacidades, la ‘Fiera’ volvió muchas veces al ruedo.

Pero hay una estadística que amo más que las otras y reafirma el profesionalismo de Nadal, ese que forjó su tío: cero raquetas rotas durante un partido. “Mi familia nunca me lo hubiera permitido. Para mí romper una raqueta significaría no haber mantenido el control de mis emociones”, dijo varias veces. Y es que para Rafa su familia lo es todo. Su mamá, Ana María; su papá, Sebastián; su hermana menor, María Isabel; su esposa, María Francisca Perelló; su hijo Rafael, de dos años; su tío Toni; su otro tío que jugó en el Real Madrid, Miguel Ángel, y toda la dinastía Nadal, que aún vive en Manacor muy unida y siempre se encargó de cultivarle los valores a Nadal, que él, dentro o fuera de la cancha, los pavonea ante el mundo entero.

Él se obsesiona por cuidar a su familia. Cuenta John Carlin, en su libro, que cuando la mamá o la hermana salen de la casa, las llama mil veces para cerciorarse de que están bien; que cuando encienden la chimenea revisa al final una y otra vez que haya quedado bien apagada; come aceitunas como si no hubiera un mañana. Y ni hablar de sus rituales en la cancha. Antes de servir, se ajusta su calzoncillo, se toca el hombro izquierdo, el derecho; la oreja derecha, la oreja izquierda y la nariz. Así, en ese estricto orden. Cuando va para la silla no pisa las líneas de la cancha y las botellas de agua que tiene en el piso deben quedar perfectamente puestas en la marca que hay en el piso.

De la bondad con sus seguidores doy fe. He tenido la oportunidad de verlo tres veces. Cuando vino a Colombia en el 2011, en el Abierto de Estados Unidos de 2013, donde fue campeón y en Isla Mujeres, en México, en 2019, cuando inauguró su segunda academia de tenis, de tres. La primera está en Manacor y la tercera en Grecia. En Nueva York por poco me quitan la acreditación por pedirle una foto en la conferencia de prensa, y en México, en el hotel Grand Palladium, me lo topé a la hora del desayuno y no tuvo problema en posar para una nueva foto. Y allí mismo tuve la suerte de coincidir con su mamá y charlar con ella unos cuantos minutos. Ahí pude comprobar de dónde viene la grandeza de Nadal. Por eso, cuando un ídolo se despide no queda más que agradecer. ¡Gracias, Nadal!

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Luis(cnzg9)Hace 3 horas
Como los guerreros medievales, su fiereza y valentía no rayaba con la caballerosidad. Gracias Nadal.
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